Comparte este contenido con tus amigos

Cristina Falcón MaldonadoMemoria errante

Siempre hubo errancia
desde que comencé a perderme por el solar
mucho mundo más allá de las tapias
mucho como para quedarse.

C.F.M.

1

¿Se queda quien nunca se va, quien nunca se ha ido? O ¿se va quien nunca se queda? Cristina Falcón Maldonado nunca se ha ido de sus orígenes: su Memoria errante le permite estar en varios lugares, pero nunca marcharse de donde vino, en este caso del estado Trujillo, un pedazo de aquella Venezuela que pende de su poesía. La poeta, suerte de personaje bíblico que conoce sus desiertos, se ha quedado en su ida. Decir con ella que “La tierra como refugio / nada más incierto // a veces se nos cierra encima / se nos hace / trampa”, es tratar de indagar más allá de las palabras que muchas veces se nos quedan colgadas de los labios. ¿Se trata de una ilusión, de un solo lugar multiplicado? ¿Cuántas patrias le quedan al ser humano? ¿Cuántos exilios para comprender que está solo, que siempre ha sido un desarraigado? La tierra —entonces— es ese desierto, un espejismo.

No en vano invoca a Pessoa para entrar y salir de su angustia: “El poeta es un fingidor”. ¿Qué finge el poeta? ¿Qué oculta? En el caso de Cristina Falcón Maldonado, su poesía abre la tierra de sus adentros para descubrir el miedo a perder la primera, la que dejó atrás, pero que sigue siendo la misma, el refugio más incierto, pero refugio al fin. Que la muerte sea la imagen de un túmulo, la de una trampa, la hace dueña de la tierra que habrá de habitar más allá de la memoria, más allá de la errancia.

Entonces aparece el libro, una lectura que nos lleva de un lugar a otro, de una tierra a otra, tan la misma como la “miseria”, como el mar que se abre e inicia el viaje, el retorno al hueso que se quedó en otro tiempo, en el comienzo de la heredad.

 

2

Siempre la memoria, su errancia. El poemario se afinca en ella y se hace protagonista. ¿Recuerda la poeta para sacrificarse o para reconstruir “ese barro bajo nuestros pies”?

Emigrante, como las palabras, el poema es plural en una voz aérea, una voz con destino incierto, como la misma tierra: “migramos / torpes aves / las más rezagadas / las sin bitácora”. Sólo la lluvia, otra imagen viajera, hace de la memoria un reflejo al que no hay que mencionar, toda vez que no existe, que “no es nada / si no tiene que ver / con un corredor / con una esquina / un abrazo”. La fortaleza del pasado habita en la fragancia de una casa, allá en Trujillo, en la salida de un cruce de calles, al saludo del vecino, al instante del verbo local, afectivo, en el abrazo diario del encuentro. Pero eso es pasado, tanto que es presente en una inocencia que no termina de agotarse, pese a haberse quedado “sin abrigo”. He allí la certidumbre: “Nacer y morir. / Regresar / por las calles de la infancia / cada día”, pero desde la memoria, desde la lejanía del tiempo. Y así, página a página, tierra de por medio, “Uno aprende a estar solo / como el perro que aprende / a no pasar / a quedarse afuera”. El exilio, el marcado por la necesidad, el ajustado a derecho por la memoria que se mueve como un animal que finalmente cree que ha aprendido. Una metáfora redonda: “Voy por la casa / como un eco sin retorno”. O: “Voy a marcar rumbo / aunque el faro del sur / no me asista”. ¡Qué paradoja tan humanamente humana aquella de querer estar y no estar. O de no estar y querer estar.

 

3

A veces se regresa. Se vuelve al sitio, a los abrazos.

Los días del reencuentro
no se dejan tocar
pasan como aire.

Y otra vez
el corazón es como un sapo en un frasco.

Nosotros
puro vacío
piel de tambor curtida
de todo lo urgente
que nos falta.

Y siempre se quiere volver. En el poema, en la realidad urticante. En el mismo espejismo que es la tierra, o la tumba que habrá de ser. Y con la vuelta, los ojos cerrados para verse niña, niños extranjeros en la calle del comienzo, en “el solar donde guardan / celosamente los sueños”. ¿No es la niña desconocida la misma que esconde el tiempo en un bolso en otra tierra? Duele volver, duele saber que ya nada le pertenece, que los detalles ya son edades, vejez, tiempo extraviado. Se trata de una casa sobre los hombros. Quien recuerda se pierde. O se recupera.

 

4

“Vengo de la memoria / allí tengo mi zaguán / mi taza de peltre / mi vacío asomado desde el poyo de la ventana”, sobre todo el vacío. Zaguán y taza sólo son memoria, vacío, un lugar por terminar de vaciar o de llenar con el vacío. La memoria errante, ese “Vengo de no estar”. Y así el convencimiento, el delgado hilo de una punzada: “Nada queda de lo que fuimos”. Trujillo es y no es. Cuenca es, pero no es Trujillo. Aquí el desgarramiento:

“Estar en el lugar equivocado / llegada la hora. / De qué nos han valido / los viajes de ida y vuelta / si no somos dueños de bitácora / si el destino no se deja / ni nos deja / más que esta pesadumbre / errática”. Ni siquiera la herencia, los hijos, “llevan / el páramo en el alma”.

 

5

Con Pepe Barroeta este libro llega a sus destinos, “cumplir el mandato de los errantes”. Afirma Cristina Falcón Maldonado la salvación “de esta derrota (...) si es que la memoria / no se ha ido contigo”. Dejar un sitio es hacerse otro, reconocer que no se alcanzó lo esperado. El poema cierra la realidad, la hace adiós, una piel que es para siempre. Vuela hacia lo desconocido. El libro termina, se quema con el delirio.

Pero regresa en una prosa donde se hizo de un reino, en el que se instaló en sus puertas. Hasta que un día le fue concedido el pase. Y así, el sitio, el lugar del otro viaje.

 

6

Este es un poemario elíptico, como la mitad del tiempo. Un arco voltaico se siente en su lectura. Con acento crepuscular llega a su “puerto”. Se detiene, comienza de nuevo. Siempre será un viaje, una permanencia. Un dolor a lo lejos, redondo. Para quedarse.

Memoria errante fue publicado por la Editorial Candaya, en Barcelona, España, en el mes de enero de 2009.