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Lubio Cardozo
Lubio Cardozo.

Choroní, el poema

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La biografía de José Antonio Maitín se hace epígrafe para penetrar en la selva y culminar en el mar donde Choroní se expresa en imágenes. Sobrada razón tiene José Escalona-Escalona cuando de perfil mira al poeta de Puerto Cabello renacido en ese pueblo litoralense de Aragua.

Lubio Cardozo, quien de esta travesía sabe bastante, hojea la obra de Escalona-Escalona: “En la costa central de Venezuela, a menos de una legua del mar, se encuentra Santa Clara de Choroní. Es uno de los más antiguos pueblos de la región (...). En la alta serranía del sur nace el río que le dio nombre”.

Libro de selección, compilación de poemas para entrar y salir del que tengo a mano, Choroní, publicado por Ediciones Erato, Mérida, 2000.

Y por esa senda sube y baja la voz de Cardozo hasta arribar al Valle de los Grandes Mijaos: “Miro hacia atrás / la tempestad sobre las selvas de verano / la pandereta lluvia batir obscuras hojas del mijao / en la circunferencia límite del tigre y de la liebre // Choroní en el ocaso / parda tierra, parda corteza, / corazón de quebradas y peñascos, / sangre de manantiales y lirios. // Como la palabra de ello / tú / tal vez como el resumen / como sus voces. / Porque somos la tierra, los peñascos, el río, / no basta interpretar la residencia y la fuga”.

 

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La entrada al pueblo es una voz de cuchilla: caminos bifurcados, uno que lleva a los adoquines de la colonia y el otro que roza el viejo cementerio, bañado por el rocío constante de la selva hilada sobre epitafios y el silencio. El poema pregunta y la respuesta se queda pendiente en la textura altísima del árbol, en la monocromía intrincada del cielo imposible a los ojos. “Debajo de algunas lápidas no había / sino aire tibio. / ¿Cuántos hay aquí? ¿Quién conoció a...? ¿Cuánto de no resignaciones y creencias, / cuánto polvo / arrastró la brisa / en su zarabanda al mar / que como un cetáceo irónico juega paciente / contra los cerros de cactus?”.

Náufragos llama a los que se quedaron dormidos bajo la tierra, a los que se adentraron en la selva de la nada, entre los huesos aladrillados, convertidos en magma circular.

Choroní siempre represa al sitio donde “el canto es absolutamente de todos”.

 

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Maitín mira hacia un lugar donde las palabras han quedado impregnadas de savias. El tiempo habita en movimiento: la eternidad sobre las rocas y Mallarmé entiende la sangre de la aurora. La lluvia moja el texto de aquella adolescencia a la orilla de ríos y serpientes de arena. El océano pronuncia su alfabeto, suerte de osario bajo el día.

Este cuaderno de poemas de Lubio Cardozo es un paseo por los libros Paisajes (1975), Solecismos (1986), Lugar de la palabra (1993), Arbóreos (1997), Ver (1999) y otros que vendrán.

En estas hojas, Choroní existe en el “escondido follaje”, “el viejo sentado en su mecedora”. Hombre y paisaje, voz y silencio, roca y río: inflexiones que cuentan el protagonismo de voces de ese persistente imaginario. Biografía de la memoria, dicción de una geografía verbal escondida en la hondura de un cuaderno selvático que ha crecido gracias a las aguas de otros libros. Adventicio, fortalece el espíritu de un Lubio Cardozo que hurga en las “heredades de los equinoccios”.

La poesía de Cardozo ha atendido a la metaforización de su estado anímico. En esta revelación se recoge solitario entre la tupida verificación vegetal y la calma que se derrama en el mar, como en ese “Puerto Escondido”, en el que “el mar, la voluntad disuelta y el mar / sobre los sueños / rendido el espacio abierto en su inmensidad a las fuerzas / sobre los sueños / en este ignorado nuevo reino eterno / sólo sentido donde no cabe la remembranza nostálgica de otra existencia”.

La piel que corre sobre el mar es la memoria, la insistencia, esa constante de quien poetiza el trueno y sus asuntos.