Octavio Paz: las voces de un idioma

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Octavio Paz

La noche entra con todos sus árboles
O.P.

1

Un “Viento entero” patrocina el encuentro de Octavio Paz con la eternidad. Desde su poema, desde el largo aliento de un texto pronunciado por los elementos, el poeta mexicano, hoy centenario, dice, pronuncia, canta: “El presente es perpetuo / Los montes son de hueso y son de nieve / están aquí desde el principio / El viento acaba de nacer / sin edad / como la luz y como el polvo...”, y entonces el cuerpo de Paz —venido del viento y del polvo— se hace viento y se hace polvo sin edad, con la misma invisible carga de su silencio. Hace un siglo nació Octavio Paz. Hace un siglo comenzó su periplo verbal, un poco balbuceado entre la saliva y los dientes de leche que la poesía ya tenía previstos.

Y así como “La noche entra con todos sus árboles”, el poeta entra en la luz de su destreza inmortal. La celebración viene dada por cada poema escrito, por cada ensayo, por cada descubrimiento, por cada volcán bajo los ojos, por cada viaje añadido a libros y palabras recibidas por oídos ajenos. La fiesta de Octavio Paz, alejada de cualquier rumbo calculador, forma parte de un legado que tiene en México un momento, pero que se hizo americano todo y luego español, y después universal. De allí su “viento entero”, su periplo por la multiplicación de un idioma que se hizo muchos en la boca de dos continentes, en los labios de quienes lo pronuncian.

 

2

Hace algunos años, cuando aún el tiempo pertenecía a Paz, escribí en Cambio de sombras “El laberinto de Paz”, especie de instante con su poesía y sus contemporáneos, sus águilas o sus soles, sus vueltas y revueltas, sus críticas y cuerpos eróticos tomados por versos y reversos.

He aquí aquella bruma:

Árbol interior, Octavio Paz, árbol gramático, azteca y pirámide, poeta del cuerpo, Nobel desde hoy y para siempre por los vientos helados de Estocolmo.

La noticia se regó por todo el mundo y el Drake, hotel de arribo de Paz a Nueva York, gozó de cámaras, flashes y preguntas a un empijamado escritor que pidió, una a una, credenciales de sorpresa.

Atrás quedaban Mistral, Neruda, Asturias, García Márquez (más reciente Vargas Llosa), para desplazar los últimos desplantes del gallego Camilo José Cela en aquella España (la bella, la tozuda, la altanera y la perversa) del “Exercito Guerrilleiro do Povo Galego Ceibe”.

 

3

Paz siempre ha sido un indagador de los comienzos. Encontró su origen en las voces bajo las rocas y los monumentos y de ellas —de las voces y sus ecos— hizo fuente de hallazgos. De ese trasunto “Piedra de sol”, poema útero por el que el jurado de Suecia le ajustó buenas cuentas.

Se derrumban / por un instante inmenso y vislumbramos / nuestra unidad perdida, el desamparo / que es ser hombres, la gloria que es ser hombres / y compartir el pan, el sol, la muerte, / el olvidado asombro de estar vivos.

Erotismo y poesía, vértigo, mareo, diapasón, centella sobre el lomo de un caballo, América sin mayúsculas para ir construyéndola.

En esa epifanía, Octavio Paz encuentra los signos del árbol cuyas raíces sanguíneas continúan el curso de los ríos gramaticales, los meandros de una poesía que a cada momento es asombro y “experiencia”.

 

4

Orgasmo, metáfora de un cuerpo que se extiende entre la sorpresa y la quietud de la inteligencia. Una poética reveladora del deseo, de la “eternidad” de André Breton en las secas tierras mexicanas, en la compañía de aquel que escribió: “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía un tal Pedro Páramo, mi padre”, un tal misterio que conduce a la poesía, al silencio, a la vida, a la muerte juntas. A la polvareda de un paisaje en el que nadie traduce la soledad del otro. Pero también lleva a la desgracia. Es la América huérfana. La tierra que siempre ha buscado en vano un padre. Y cuando cree que lo encuentra resulta ser la cara del miedo, el rostro de la desolación. El rictus del terror. La simiente de un padre que también nació huérfano, cuya madre aún espera bajo el túmulo los nombres que olvidó y se hicieron tiempo de espera. Aún es una tierra surrealista. La magia de América murió con el padre, con los distintos acentos de los padres imaginados. Comala aún se busca entre los muertos. Comala es el orgasmo de esa metáfora llamada ensueño o el idioma que nos habla para hacernos y deshacernos.

 

5

Virtud extraordinaria aquella de juntar géneros, de amalgamar la inteligencia y sacarle provecho a los lugares e instantes del deseo: “los amantes se asoman al balcón del vértigo”, como si los abismos confiaran la intemporalidad.

Vuelta de hoja, un Levi Strauss para el hombre, y aquella preparación de 1921 en la voz de López Velarde: El retorno maléfico.

Vuelta de tuerca, “piel sonido del tiempo” en una América perdida en sus distintos mapas e invocaciones. Se inicia el comienzo y nos vemos en los hallazgos del poeta detrás de las piras toltecas.

Hoy, a cien años, que será siempre, tenemos a Octavio Paz con y en los giros de sus palabras hechas ríos con otros que pudieran ser Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Juan Carlos Onetti y los que fabrican el silencio y llevan en los ojos la herencia de un “mono gramático” en la sangre y en el tiempo.

Viento entero el de Octavio Paz, “La Poesía”: “Llegas silenciosa, secreta, / y despiertas los furores, los goces, / y esa angustia / que enciende lo que toca / y engendra en cada cosa / una avidez sombría”.