“Parad los relojes y otros poemas”, de W. H. AudenParad los relojes y otros poemas

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Un poema de Wystan Hugh Auden, de traducción no muy feliz, pero cuya atmósfera rodea el espíritu de un ser aposentado en una tierra dilatada por los rasgos de una lenta conmoción, da pie para marcar el instante de una lectura completa del tomo Parad los relojes y otros poemas (Grijalbo Mondadori, Madrid, 1994). El poema se titula “Esta isla” en cuyo sistema de imágenes se recoge la congelación del tiempo: la simulación de un paisaje que sólo es un reflejo. El hombre y la industria. El sufrimiento. Quien “narra” el texto forma parte de objetos, animales y fenómenos de un lugar que no sabemos dónde está. ¿De qué isla habla el poeta? Amparado por un vocativo, el que dice de la isla se pasea entre sonidos, ruidos, mareas y pleamares sugeridos. Un alguien habita el lugar, un alguien invisible, quizás la mirada de ese alguien, quizás sólo el momento de un ser que miró y dejó su huella en la memoria de otro.

Convoca, el poema, al placer de vivir en paz y sosiego en tal lugar.

Mira, extranjero, esta isla que ahora
la luz saltarina te desvela para tu deleite,
asiéntate aquí
y vive en paz,
que por los canales de tu oído
pueda escurrirse como un río
el ruido oscilante del mar.

Un canto que invita a ser sal y sol, pero sobre todo un “nacional” de una tierra que no le pertenece pero que podría ser sitio para un comienzo y un fin. El poeta clama por el tiempo que discurre por su piel, por su interior, por los lugares del espíritu con la intención de detenerlo en un lugar: la isla es el tiempo figurado, elaborado por la naturaleza y el pensamiento.

 

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Detente aquí, al final del prado diminuto / donde la pared calcárea se hunde en la espuma y / sus acantilados / resisten el fragor / y el embate de la marea, / y el guijarro resurge tras el lametón / del oleaje, / y la gaviota se hospeda / un momento en su flanco vertical.

Y digo arriba de infeliz traducción porque el español que Javier Calvo usa es tan español, tan localista y poco elegante, de giros tan forzados, que hacen del texto una lectura carrasposa, en la que la música afecta el oído poético. Algunas expresiones desfavorecen el texto, lo afean, imposibilitan una lectura “placentera”.

Un poco más adelante, Auden nos hace leer el poema que le da título al libro. En él el poeta se lamenta de la muerte del amor: se vale de imágenes cotidianas para marcar el fracaso, personal y colectivo de una zona siempre indagada por el poeta, pero muchas veces desechada.

Que el poema hable por sí solo:

Parad los relojes y desconectad el teléfono, / dadle un hueso jugoso al perro para que lo ladre, / haced callar a los pianos, tocad tambores con sordina, / sacad el ataúd y llamad a las plañideras. // Que los aviones den vueltas en señal de luto / y escriban en el cielo el mensaje “Él ha muerto”, / ponedles crespones en el cuello a las palomas callejeras, / que los agentes del tráfico lleven guantes negros de algodón. // Él era mi norte y mi sur, mi este y mi oeste, / mi semana de trabajo y mi descanso dominical, / mi día y mi noche, mi charla y mi música. / Pensé que el amor era eterno: estaba equivocado. // Ya no hacen falta estrellas: quitadlas todas, / guardad la luna y desmontad el sol, / tirad el mar por el desagüe y podad los bosques, / porque ahora ya nada puede tener utilidad.

Es la voz definitiva. En el fin de algo. Es un recorrido por todo lo que antes era importante. Sin el amor, nada tiene sentido. Visiones surreales que le dan fuerza al poema y hacen de Auden un poeta que se vale de ciertas herramientas para hacerse escuchar.

 

3

Para Auden, el presente es la instancia del tiempo más relevante. El poema se compone en la vigencia del ahora. Es el tiempo para vivir, el tiempo para estirar el horario de la respiración. El tiempo no se queda quieto, se mueve, palpita tanto en el cuerpo como en el espíritu. El tiempo es una herramienta, un instrumento que elabora los viajes y las mudanzas por el paisaje y por el interior de la existencia.

 

4

W. H. Auden nació en York en 1907. Estudió en la Universidad de Oxford, lugar donde se relacionó con poetas y escritores de la época, entre ellos Cecil Day Lewis, Stephen Spender y Christopher Isherwood. Publica en 1930 su libro Poemas, donde se muestra el realismo inglés que durante toda su carrera permaneció en sus versos. Una poesía coloquial, de estilo claro y preciso, como casi toda la poesía anglosajona. Su poemario España fue publicado en 1937, donde describió la tragedia de la Guerra Civil Española. En 1946 se hizo nacional norteamericano y al año siguiente ganó el Pulitzer por el libro La época de la ansiedad. Enseñó poesía en Oxford desde 1956. El poeta falleció en 1973.