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Marqués de SadeSadismo

En Vocabulaire de la Psychanalyse, J. Laplanche y J.B. Pontalis definen el sadismo como “una perversión sexual en la cual la satisfacción va ligada al sufrimiento o la humillación infligidos a otro”. Ese tipo de perversión existía, como cualquier otra, varios siglos antes de que el marqués de Sade le confiriera la patente de su nombre y de convertirse, para algunos, en “el divino marqués” y, para otros, en el resumen de todas las degeneraciones.

Si Donatien-Alphonse-François, marqués de Sade, señor de la Coste, maestre de campo de caballería y miembro de la antigua nobleza provenzal (1740-1814) no hubiera escrito ni una letra sobre su prontuario sexual, habría desaparecido de la Historia como tantos aristócratas libertinos que, a lo largo del siglo XVIII (le siècle du libertinage), compitieron con él en todo tipo de perversiones.

A los diez años ingresó en el colegio Harcourt de los jesuitas; a los quince, ya era subteniente de infantería; a los diecisiete, corneta de carabineros y, después, participó en la Guerra de los Siete Años como capitán de caballería.

Una carta del comandante de caballería menciona al subteniente de Sade como “dueño de una dulzura extrema en el carácter que lo hará ser querido por todos”. ¡Caramba! ¿Cómo y cuándo empezaron entonces las fechorías sexuales del “dulce marquesito”?

El padre de Donatien (Jean-Baptiste) fue un diplomático, militar y hombre de mundo que combinaba la filosofía con el libertinaje,y el pequeño Sade fue malcriado por él y por las amantes circunstanciales del padre, con las que lo llevaba a pasar algunos días.

A los veintitrés años, se casó con la frígida Renée-Pélagie Cordier de Launay de Montreuil, que le dio tres hijos y profesó al marqués un abnegado amor conyugal, a pesar del divorcio en 1790. Sin embargo, a los seis meses de casado, fue encerrado durante quince días en el Torreón de Vincennes acusado de “libertinaje furioso, blasfemias y profanación de un crucifijo”, actos que, desde temprano, echan por tierra la educación con los jesuitas y la mencionada “dulzura extrema de carácter”.

En 1764, fue amante de la actriz Mlle Colette que, a los pocos meses, se cansó de él.

En 1766, se relacionó con la prostituta Bonvoisin y con varias bailarinas de la Academia Real de Música.

El gusto por las mujeres de baja extracción lo heredó del padre, que confesaba en una carta: “Yo les presto gran atención a las de baja ralea: me parecen las mejores”. Considerando tales antecedentes, no ha de sorprendernos que el 3 de abril de 1768 se dirigiera a la mendiga Rose Keller y la convenciese de seguirlo a su “casita” de Arcueil, donde la desnudó, la azotó hasta cansarse y la encerró en una habitación. La Keller sacó provecho de su experiencia “sádica” porque logró escapar, demandó al marqués y obtuvo una indemnización jugosísima.

En el verano de 1772, de paso por Marsella, organizó con algunos compinches una cena orgiástica, a la que invitaron a cinco prostitutas. Entre los vinos y los bombones rellenos de cantáridas, las mujeres intoxicadas terminaron en el hospital y denunciaron a Sade, que huyó a Italia en compañía de su cuñada Mlle Anne Prospère de Launay, a la que hizo pasar por su esposa. La Cámara del Parlamento de Provenza lo condenó a muerte en ausencia, acusado de sodomía y envenenamiento,y fue ahorcado en efigie.

Entre cárceles, fugas, escándalos y nuevas detenciones, transcurrió su vida hasta que, en 1784, lo transfirieron a la Bastilla, donde escribió Les 120 journées de Sodome (Las 120 jornadas de Sodoma), Aline et Valcour (Alina y Valcour) y Justine ou Les infortunes de la vertu (Justina o Los infortunios de la virtud).

La Revolución Francesa lo liberó pero, acusado de “moderacionismo”, nunca dejó de considerarlo un sospechoso por su condición de aristócrata. Detenido una vez más, cuando el tribunal revolucionario lo rastreó de cárcel en cárcel para llevarlo a la guillotina, se comprobó que el “ciudadano” Sade se había evaporado.

En libertad desde 1794, la policía del Consulado volvió a encarcelarlo por las novelas subversivas que escandalizaban con escenas de lujuria estremecedora, la profesión de fe sobre el triunfo del mal en el mundo y las desgracias de practicar la virtud.

El marqués de Sade falleció en 1814, a los setenta y cuatro años, de los que pasó más de treinta en diversas cárceles.

La obra literaria de Sade es una gigantesca epopeya orgiástica y filosófica que, resumida en el término “sadismo”, mereció ser calificada por Freud como “la más grave de las psicopatías”. Durante la vida del autor y en los cien años posteriores a su muerte, sus obras fueron consideradas monstruosas rapsodias que brotaron de la mente de un criminal delirante, hasta que el surrealismo decidió rescatar a Sade y lo proclamó “el divino marqués”.