Libertad de expresión, poder y censura • Varios autores
Ilustración: Rob ColvinDesbordando las grietas
Teoría, prácticas sociales y vivencias personales de exclusión y liberación de los gays en Venezuela

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Introducción: Internet y otros grandes cambios

Mi participación en el activismo por los derechos de la diversidad sexual en Venezuela empezó como una necesidad personal. Como muchos de los que crecimos antes de Internet, mi adolescencia estuvo marcada por la ausencia de referentes sociales positivos que me ayudaran a resolver el conflicto entre lo que iba descubriendo como “mi orientación sexual” y el choque de ésta con las demandas de heterosexualidad que siempre percibí, de manera clara, a mi alrededor.

Con la pubertad, mis compañeros de clase empezaron a fijarse en el otro sexo. Mientras tanto, yo empezaba a confirmar lo que supe desde siempre; que yo era distinto, que aquello no era transitorio y, que aunque no lo aceptara, era imposible negarlo. Como resultado de este conflicto, mantuve un aspecto de mi experiencia aislado del resto de mi personalidad. De cara al mundo, me gustaba pensar que era asexual; a solas conmigo mismo, buscaba ávidamente todo aquello que me ayudara a darle forma a esa parte de mí que no me permitía mostrar. Leí El banquete, de Platón, y El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde, sólo por las referencias al amor entre hombres. A la par, esperaba con avidez aquellas películas que tuviesen cualquier contenido homoerótico. Repito, antes de Internet esta búsqueda era más difícil.

A mediados de los noventa, cuando por fin se popularizó el acceso a la red, descubrí el amplio espectro de la literatura gay y comencé a armar lo que uno de mis amigos llama La Homoteca; ya no tenía que rebuscar sino ir directamente al área que me interesaba. Internet trajo un segundo aire al movimiento de los derechos LGBT en Venezuela. Las nuevas generaciones pudimos vivir de primera mano el contacto con los discursos afirmativos de la diversidad sexual, los cuales surgieron a lo largo de los setenta y ochenta en Norteamérica y Europa; esos que desaparecieron en nuestro país con la muerte de tantos gays en los inicios de la era del sida.

En un sentido estuve muy solo, pues no fue hasta 1993 —con casi 20 años— que empecé a ejercer mi sexualidad y vincularme con el colectivo gay. (Aun así, tuvieron que pasar 3 años para que el proceso de salir del closet continuara su despliegue con mis amigos heterosexuales.) En otro sentido, tuve la mejor compañía de la que pude rodearme. Como dice Eribon (2001), la cultura fue mi refugio y el capital cultural (Bourdieu, 2000), el arma con la que empecé a integrar lo personal y tomar posición frente a lo colectivo.

Desde aquel entonces han pasado más de quince años. Estudié psicología en una universidad católica, viendo y sintiendo de primera mano las limitaciones de mis profesores, y en general de la disciplina, para abordar lo que es más un asunto psicosocial, antes que meramente individual; no, el problema de la homosexualidad no es algo en alguien. Luego estudié filosofía, aprendiendo las destrezas de pensamiento para ir construyendo mi propio entendimiento de la dimensión política de la sexualidad; finalmente, estudié ciencias sociales y, con esto, lo que empezó como un proceso individual se convirtió, definitivamente, en un proyecto académico, a la vez que comunitario y social.

 

Exclusión y la liberación: teoría y práctica

Uno de los aspectos clave de mi recorrido ha radicado en la posibilidad de vincular mi experiencia personal, la investigación académica, la práctica clínica y la participación comunitaria. Por un lado, fueron los textos los que me permitieron empezar a dar forma a mi experiencia. Por el otro, fui conociendo los modelos teóricos y las reflexiones en torno a la dimensión psicológica y sociocultural de la sexualidad. Más importante aun, pude aplicar y adaptar lo aprendido sobre la base de los relatos y vivencias de clientes y amigos. A la par de estos procesos —y precisamente por ellos—, iba cambiando mi posición y mi modo de vincularme; empecé a formar parte de la comunidad y, mejor aun, a trabajar para crearla, re-crearla y sostener un modo más sano de vivir la sexualidad.

A principios de 2003 empecé como voluntario en Acción Solidaria, atendiendo personas que viven con el VIH y dictando talleres de prevención para la comunidad gay. Fue una experiencia transformadora, un nuevo estadio en mi proceso de salir del closet. De este trabajo resultó una de las piezas centrales de mi labor como investigador, facilitador de grupos y activista por los derechos de los sexodiversos. (La otra pieza es un modelo explicativo de la dinámica psicológica de personas que viven con el VIH, investigación que fue premiada en 2005 por la Asociación Venezolana de Psicoterapia, Avepsi.)

La primera versión de esta propuesta (Rivas, 2004), es el esquema de lo que ahora desarrollo en detalle. La identificación del modelo surgió gracias a mi encuentro con un texto de Pollack (1987) y, específicamente, con un párrafo que me puso a pensar.

Cualquier actividad clandestina se ve restringida a una organización en la que se minimizan los riesgos y se optimiza la eficacia. En el caso de la homosexualidad, se concreta en el aislamiento del acto sexual en el tiempo y en el espacio, la restricción al mínimo de los ritos de preparación del acto sexual, la disolución de la relación inmediatamente después del acto, el desarrollo de un sistema de comunicación que permite la minimización de los riesgos, al tiempo que maximiza los rendimientos orgásmicos. No es, pues, sorprendente que un mercado sexual libre de restricciones “no sexuales” se haya desarrollado sobre todo en las sexualidades de las formas marginales, relegadas a la casi clandestinidad y, fundamentalmente, en la homosexualidad (Pollak, 1987: 75-76).

Las ideas contenidas en esta cita daban sentido a las historias que escuchaba en consulta y en los talleres, en los cuentos de mis amigos y, psicoterapia mediante, en mi propia fantasía. A fin de cuentas creo que leí a Pollack para leer nuestra realidad. Fue un trabajo que pude articular, por cierto, gracias a todos los otros textos que había manejado para el entendimiento de mí mismo. Sin darme cuenta di el salto, y me convertí en un “especialista” en homosexualidad masculina.

 

1. Realidad denostada

¿Por qué ocurren los fenómenos de exclusión? Lo primero que podemos ver es una sociedad con una larga tradición homofóbica. La institucionalización del cristianismo, en el siglo V, configuró un prisma a través del cual la homosexualidad masculina se constituyó como una realidad denostada (Ariès, 1987). En este sentido, Llamas (1998) resume diciendo que en la consolidación de esta tradición puede hablarse de tres momentos fundamentales (ver tabla 1).

Tabla1. Momentos fundamentales en la consolidación de la homofobia en Occidente

 

Espacio cronológico

Tipo de discurso

Tipo de texto que sostiene al discurso

Concepto clave

Predominio moral

Siglo V dC/Siglo X

Discurso cristiano

Libros “sagrados”

Inmoralidad (pecado, específicamente)

Predominio jurídico

Baja Edad Media/Siglo XVIII

Discurso legal

Códigos penales

Criminalidad

Predominio médico

Siglo XIX/Década de 1970

Discurso científico

Manuales de sexología y psicopatología

Enfermedad

Al período que se corresponde a la Grecia Clásica, donde existe un predominio estético evidente (Foucault, 2005/1984), le sigue uno de predominio moral, correlativo a la hegemonía del discurso cristiano. Este momento es desplazado por uno de corte jurídico, que aparece cuando se sistematiza la aplicación de las leyes como parte del orden social estructurado durante la Edad Media. Finalmente, y como dice Foucault (2000), este poder es relevado por aquel que los médicos ganaron para sí gracias al discurso científico.

Obviamente, debido a lo complejo de la historia, los períodos señalados son aproximaciones a las fluctuaciones en el peso y presencia de los discursos. En todo caso, el esquema señalado da cuenta del marco general en el que las acciones de resistencia del colectivo LGBT se han inscrito. Lo más importante en términos del modelo es que queda claro que estamos en una cultura que ha definido la homosexualidad masculina como una realidad que oscila alrededor de tres conceptos: inmoralidad, criminalidad y enfermedad. En consecuencia, el pensamiento por descarte —el sentido común, dirían algunos— es que los gays somos inmorales, perversos, malvados y/o enfermos.

Es en estos discursos que se sostiene la homofobia y, claro, cuando nuestro cuerpo nos muestra que podemos pensarnos como homosexuales, aplicamos esta grilla cultural a nuestras vivencias y somos presa de la famosa homofobia internalizada. En los talleres que dicto muestro esto diciendo que es una deducción lógica (pero errada y dañina); si la homosexualidad es mala, y yo soy homosexual, es fácil creer que “yo soy malo”. Para mí lo importante no es este diagnóstico de lo que ocurre, sino las posibilidades que se abren para salir de esta trampa. Si el problema son los discursos, mi propuesta es deconstruir esos discursos. Es mi labor desde que tomé conciencia del asunto; pescar en mí cualquier residuo de esos pensamientos y enseñar a otros cómo desarmarlos en sí mismos.

 

2. Prohibición de los actos homosexuales

Hasta aquí, lo que aparece es el escenario dentro del cual ocurre la configuración de la identidad sexual de los hombres gay. Este escenario es como el telar en el que se hilan las prácticas culturales de discriminación y exclusión. Veamos, ¿qué se desprende de la idea según la cual la homosexualidad es una realidad denostada? Si es mala, no debe existir; este sería el razonamiento coloquial y cotidiano. De hecho, y como dato anecdótico, es sorprendente lo generalizada de esa idea según la cual es normal, natural y justa cualquier forma de control social de los gays, al menos en Venezuela. De manera regular somos insultados, golpeados, discriminados a la hora de conseguir trabajo, desarrollar una carrera u obtener acceso a servicios y, por encima de todo, siempre pende sobre nosotros la amenaza de ser asesinados por alguien que se siente en el derecho de hacer un poco de limpieza social. Muchos gays se hacen codependientes de esta idea y terminan pensando que su vida sería mejor si fuesen heterosexuales. Dicho en corto, la consecuencia de los discursos homofóbicos son las prácticas homofóbicas. En la tabla 2 puede apreciarse la asociación de éstas con aquellos.

Tabla 2. Discursos en torno a la homosexualidad como realidad denostada y sus respectivas prácticas discursivas para contener su aparición y desarrollo.

Discurso

Prácticas discursivas

Religioso

Confesión, castidad, tortura, exorcismo.

Legal

Cárcel, castigos físicos y pena de muerte.

Médico

El amplio espectro de las terapias de “reparación” o conversión.

Claro, en la vida cotidiana las cosas no son tan claras como en este esquema. En la actualidad estas prácticas discursivas tienen cierta autonomía respecto de su relación lógica con los discursos; conviven de manera más o menos armónica y, a veces, aparecen superpuestas, e incluso fusionadas. Tal es el caso de las terapias de conversión que hacen ciertos psicólogos cristianos (véase como muestra Carvalho, 2004). Dicho de otro modo, y desde mi punto de vista, las personas albergan y fusionan ideas que proceden de perspectivas disímiles. De allí que encontremos a una mayoría que, puesta a explicar sus razones para oponerse a los homosexuales y a la homosexualidad, nos revela es un sustrato emocional, mezcla de miedo y odio, donde las razones son, más bien, irracionales e ilógicas. ¿Qué tiene que ver el cielo, por ejemplo, con una supuesta enfermedad que, de paso, depende de la voluntad?

A fin de cuentas, a los homofóbicos no les interesa si la atracción entre personas del mismo sexo es un pecado contra natura, un delito o una enfermedad; tampoco si el “problema” debe solucionarse de un modo en particular; el asunto es que “eso” es una desviación que debe ser suprimida. En este sentido, Llamas indica que

El papel que juega la “homosexualidad” en el mundo contemporáneo sólo puede entenderse a la luz de la multiplicación de los ámbitos que intervienen en los afectos y placeres de las personas en Europa Occidental y Norteamérica. Esa intervención se ha intensificado progresivamente desde el siglo XVIII hasta el presente. Las diversas instancias de ordenación de la realidad (la iglesia, la medicina, la familia y el sistema educativo, la judicatura, los medios de comunicación...) han dado lugar a una serie de prácticas más o menos institucionalizadas (confesión, hospitalización o tratamiento, escolarización o pedagogía, enjuiciamiento y encarcelación, información...) que siguen unos criterios con frecuencia incoherentes. Sin embargo, sus efectos, en lo que se refiere a “la homosexualidad”, presentan determinadas regularidades (Llamas, 1998: 1).

De manera que, en virtud de esta peculiar construcción, aparece la prohibición de los actos homosexuales. Éstos se entienden como una desviación del fin “natural” de la sexualidad —la procreación dentro de la institución matrimonial—, a la vez que derivados de un funcionamiento inadecuado. Por esto Foucault (2000) dice que, para las sociedades tradicionales, los homosexuales somos doblemente anormales.

Obviamente, el problema surge en la medida en la cual la persona crece y comienza a sentir la atracción por el mismo sexo. De allí que exista una exclusión característica de la homosexualidad; se nace siendo parte del grupo, pero luego se es lanzado a un exilio interno llamado “alienación” (Highwater, 1997: 5). Por supuesto, esto no tiene nada que ver con la supuesta elección de la orientación sexual. La homosexualidad es tan elegida como lo es la heterosexualidad; ambas aparecen como algo dado. La gran diferencia es que a los gays se les exige que renuncien a lo que son. De allí la retórica de la elección, que supone que se puede dejar de ser gay al renunciar a esa sexualidad que ya se tiene como una potencialidad.

Como se ve, la sociedad está estructurada para canalizar la expresión de la homosexualidad hacia esas características “perversas”. Son estas ideas acerca de lo enfermos, lo inmorales y lo peligrosos que somos las que se repiten como parte de un supuesto sentido común que, en definitiva, opaca la realidad de la vida concreta de los gays de carne y hueso. Las creencias se filtran de diferentes maneras en todos los niveles de la vida social. De manera general, representan un riesgo para la vida de los gays, aunque a veces den risa. Pienso acá en una anécdota: cuando me enteré de lo que pensaba la mamá de mi pareja de aquel entonces; decía que yo, con mis poderes psicológicos, había convertido a su hijo en homosexual.

 

3. Clandestinidad

Hasta donde muestran las investigaciones sobre sexualidad, la orientación sexual es algo dado. De manera que la homosexualidad es un hecho natural, una expresión más de la diversidad en la naturaleza. Sin embargo, eso que los animales viven sin problemas, los humanos lo transforman en un punto de honor, especialmente si provienen de culturas procreativas (véase Harris, 2002). Con toda la gama de teorías que prescriben cómo debemos ser, antes que describir lo que simplemente somos, aparece un choque que se vive con mucho sufrimiento en la dimensión individual, y que crea situaciones novedosas en la dimensión social.

Así pues, la mayor parte de los problemas asociados a la vivencia de la homosexualidad se derivan de la doble vida que somos forzados a llevar, so pena de ser objeto de alguna de las formas de “tratamiento” enumeradas en el apartado anterior.

en el plano individual, los homosexuales tienen que permanecer invisibles en la mayoría de los países. Son diferentes de los demás, pero deben parecer iguales. Es como si llevaran dos vidas a la vez: la que viven hacia dentro y la otra, hacia fuera, adaptada a las exigencias de la sociedad heterosexual. Todo ello significa que los homosexuales, más que otras minorías, habitan realmente en dos mundos: el que les pertenece y el de la mayoría (Castañeda, 2000: 239).

Habría, así, una escisión que se hace evidente a medida que se acepta la propia homosexualidad. Esto redunda en una gestualidad y una actitud características, donde destaca el cuidado de su administración. “Por ejemplo, los mismos que se hacen las ‘locas’ ante un pequeño grupo de otros gays, limitarán su vocabulario, sus expresiones y sus entonaciones a la más estricta normalidad en el ambiente profesional” (Eribon, 2001: 75). En pocas palabras, “los homosexuales se ven a menudo inducidos a desarrollar repertorios de comportamientos a los que recurren en función de los públicos diferentes que afrontan” (Eribon, 2001: 75).

El homosexual, en cambio, no se desplaza en el mundo con una identidad constante. Sus actitudes, sus gestos y forma de relacionarse cambian según las circunstancias. En su trabajo puede parecer heterosexual, en su familia asexual, y sólo expresar su orientación sexual cuando está con ciertos amigos. O bien, durante largos períodos de su vida puede negar totalmente su homosexualidad y aparentar ser todo lo contrario: una femme fatale, un donjuán heterosexual obsesionado por la conquista (Castañeda, 2000: 21).

Pollack (1987: 80) engloba esto diciendo “la mayor parte de los homosexuales se ven sometidos a una gestión esquizofrénica de su propia vida”. Cualquier gay en Venezuela lo sabe. Muchos se han casado y tenido hijos, en parte por su propio conflicto, pero también para poder desarrollarse socialmente en otras áreas.

Pero el cuerpo no perdona, y mientras más grande sea el conflicto, mayor el abono para crear un mundo paralelo, una cultura homosexual ajena y desconocida para el grueso de la sociedad.

La historia y las costumbres de las comunidades gays se escriben y sedimentan simbólicamente poco a poco. La articulación de los referentes que las estructuran en un corpus compartido por una comunidad, la construcción de una cultura común es un proceso que sigue sinuosas trayectorias [...]. El caprichoso y ondulante curso que sigue esa tarea de construcción de un marco simbólico depende casi siempre de accidentes (Llamas y Vidarte, 1999: 38).

Aunque ahora el submundo gay tenga mayor espacio y reconocimiento social, lo cierto es que fue el resultado de la opresión que vengo relatando. Por esto, puede decirse que la marca fundamental de esta cultura es su clandestinidad, donde los usos y costumbres compartidos se transmiten, tradicionalmente, por vías poco convencionales. De acuerdo a Llamas y Vidarte (1999: 42-43), este saber “clandestino, sofisticado y afinado a lo largo de muchas décadas” no deja rastro documental, pero logra pasar de una generación a otra, dejando por sentado “todo un saber sobre el modo y todo un saber sobre el espacio y el tiempo”, los cuales “se perpetúan, se comparten y se extienden a nuevos contextos”.

Respecto al espacio, son los baños públicos, estacionamientos, escaleras de emergencia, y en Caracas el Parque Nacional El Ávila, los parajes donde, de hecho, se han articulado muchas identidades gays. “Espacios periféricos y marginales adonde han sido expulsadas las posibilidades de encuentro y de placer que en ningún caso (dada la presión de unas sociedades hostiles) podían organizarse entre sujetos, individuos o ciudadanos identificables como tales: con sus nombres, empleos, lugares de residencia” (Llamas y Vidarte, 1999: 38).

En relación al tiempo, lo más importante es su cualidad furtiva. Los gays hemos refinado el lenguaje no verbal con miras al ligue como ningún otro grupo, quizás, y hemos sabido incorporar el anonimato, la transgresión de los límites, la prudencia y el riesgo como marcas de una sexualidad que parece regirse por “la constitución de un saber práctico que a menudo señala unas dependencias precisas y unos momentos concretos además de ese ritual codificado a lo largo de generaciones” (Llamas y Vidarte, 1999: 42).

Para concluir este apartado resta decir que dos consecuencias de este proceso son el tipo de lenguaje y el peculiar sentido del humor de los gays. En torno al lenguaje, sigamos a Eribon (2001:29).

En el principio hay la injuria. La que cualquier gay puede oír en un momento u otro de su vida, y que es el signo de su vulnerabilidad psicológica y social [...]. Y una de las consecuencias de la injuria es moldear las relaciones con los demás y con el mundo. Y, por tanto, perfilar la personalidad, la subjetividad, el ser mismo del individuo.

La estigmatización de la homosexualidad, producto histórico de larga data, se sedimenta en la cultura de manera que la injuria se encuentra siempre presente en la vida de los homosexuales, generalmente bajo la forma del insulto y de las palabras despectivas. Ahora bien, como consecuencia —incluso como parte— de la liberación gay, los homosexuales desarrollamos, como estrategia de resistencia, la capacidad de apropiarnos de esos insultos disminuyendo, así, su poder ofensivo. Por esto muchos homosexuales se llaman entre sí o a sí mismos mediante aquellas palabras que, tradicionalmente, llevan un carácter despectivo.

Dice Eribon (2001: 72), “la injuria no es sino la forma última de un continuum lingüístico que abarca tanto el chisme, la alusión, la insinuación, el comentario malévolo o el rumor como la broma más o menos explícita, más o menos venenosa”. Entonces, como producto del insulto continuo, la injuria que reciben los homosexuales luego puede leerse, devuelta al mundo social, en ese peculiar sentido del humor que parecen tener los gays y que se compone, entre otras cosas, de la inflexión de la voz, cierta mirada, el tino con el que se usan algunas palabras y el giro que se les imprime.

Para Castañeda (2000), la “hiperconciencia” que se desarrolla ante un entorno social adverso podría explicar este peculiar sentido del humor.

Quizás podamos encontrar en esta doble perspectiva el origen de uno de los rasgos distintivos de la cultura gay, que es el humor. Los homosexuales se suelen expresar con una ironía y un sentido del humor muy característicos. [...] Un factor esencial del humor parece ser esa facultad para moverse y expresarse en dos o más niveles a la vez. Cuando los gays parodian las costumbres heterosexuales, lo hacen desde una sensibilidad radicalmente diferente; y cuando se burlan de ellos mismos, es como si estuviesen viéndose desde fuera. Siempre está la crítica de los estereotipos. Siempre está el juego de espejos, la doble perspectiva de una minoría que se funde invisiblemente con la mayoría (Castañeda, 2000: 240).

Como en una banda de Möebius, los gays transitamos por dos mundos que se encuentran perfectamente articulados en lo social. Aunque muchos lo vivan bajo la forma del paso a las sombras, como lo hacía Dr. Jekill cuando se transformaba en Mr. Hyde, lo cierto es que podemos percibir una extraña interrelación entre lo gay y lo straight. Desde mi punto de vista, las distinciones entre luz y sombra no son tan claras y no es tan fácil hablar de dos mundos completamente desconectados. La prueba obvia es muy simple, a saber, venimos de familias heterosexuales.

 

4. Economía y eficacia de los encuentros

Según se desprende de lo anterior, existen fuertes demandas sociales que chocan con las necesidades individuales respecto al espacio que se otorga a la homosexualidad. De esta manera, surge una formación de compromiso entre ambas tendencias, la cual se expresa, ya lo decía Pollack (1987: 75), como “el aislamiento del acto sexual en el tiempo y en el espacio, la restricción al mínimo de los ritos de preparación del acto sexual, la disolución de la relación inmediatamente después del acto, el desarrollo de un sistema de comunicación que permite la minimización de los riesgos, al tiempo que maximiza los rendimientos orgásmicos”.

Hay, así, una dinámica característica de los encuentros gays. Por ejemplo, un hombre parado en un centro comercial, otro que se le acerca, cruce de miradas, movimientos de cabeza y gestos casi imperceptibles, retiro a un lugar apartado, acto sexual furtivo y dos hombres que se alejan. La interacción parece montada sobre la base de eliminar cualquier tipo de intercambio innecesario a los fines del placer sexual, tanto como está diseñada para ser notada sólo por los entendidos.

Así pues, todo ese saber intuitivo respecto al ligue, chance o cruising, es aplicado por los aludidos en los intersticios de la sociedad, en esos lugares donde el control social falla en su alcance. El epítome de esta situación lo encontramos en ese invento de la cultura gay, los saunas. De manera típica, estos espacios están creados para el intercambio sexual y se encuentran en lugares discretos o poco frecuentados de la ciudad. Los clientes pagan un importe por entrar y luego adentro encuentran las facilidades para el ligue o cruising. Allí se puede tener sexo con todas las personas que lo acepten, dentro del tiempo que permite el pago de la entrada.

La información que tengo de los saunas en Venezuela, en particular, procede del relato de mis clientes. De las cosas que más me llaman la atención es que, incluso en estos espacios, el sexo es algo terriblemente complicado. Por ejemplo, no puede haber contacto entre hombres en lugares iluminados, como la piscina; todo debe acontecer en la oscuridad de las otras facilidades o en la privacidad de los cubículos. Este trato opresivo contrasta con lo que ocurre en lugares donde la liberación gay tuvo lugar, como Canadá; allí los saunas se publicitan en las revistas, tienen anuncios que dan a la calle y, durante la temporada alta, la gente hace fila para entrar. El no entendido se puede confundir y pensar que en vez de a un sauna, está frente a un cine.

Para cerrar este apartado, me gustaría aclarar que todo lo dicho hasta ahora respecto a este dispositivo de exclusión, ocurre cuando la reflexión del sujeto no se encuentra presente. Así como existe un guión social para los heterosexuales (crecer, estudiar, casarse, tener un hijo, una hija y consagrarse siendo abuelos), también existe uno para los gays (ser un niño afeminado, un adolescente enrollado, llevar una vida llena de sexo sin amor para, finalmente, morir de manera trágica). Este dispositivo muestra cómo se concreta ese guión, que sólo es posible cuando la persona renuncia a su poder, a la capacidad de abrir el espacio social para ejercer su sexualidad de un modo distinto al prescrito de acuerdo al guión.

Dicho de otro modo, de lo que trata este modelo que propongo es de poner en palabras eso que se aparece como un imperativo social para los homosexuales. Debemos reconocer, con Pollack, que este imperativo es asumido de distintos modos por los integrantes del colectivo gay: “El grado de participación en el mercado sexual y las reacciones emocionales frente a sus normas, después de todo bastante restrictivas, dividen el medio homosexual en diversos subgrupos que viven su destino de homosexuales de muy diverso modo” (Pollack, 1987: 80). No todos vivimos de acuerdo al guión social, aunque esa parezca ser la tendencia dominante.

 

5. Orgasmos asistidos

Creo que el punto clave que más llama la atención a los heterosexuales, y en lo que enfatizan cuando quieren justificar el rechazo a la diferencia, se ubica en las características del sexo gay. Mi experiencia me indica que sí, que para los gays es mucho más fácil disociar sexo de amor, que el sexo es asumido como una actividad recreativa fundamental y que, en el peor de los casos, el sexo se lleva a cabo de manera mecánica.

De todas las formas de las sexualidad, la homosexualidad masculina es, sin duda, la que tiene un funcionamiento que recuerda más la imagen del mercado donde —en última instancia— no hay sino “trueques de orgasmo por orgasmo” [...]. El ligue homosexual traduce una búsqueda de eficacia y de economía que implica, a la vez, la maximización del “rendimiento” cuantitativamente expresado (el número de partenaires y orgasmos) y la minimización del “costo” (la pérdida del tiempo y el riesgo de rechazo a las proposiciones) (Pollack, 1987: 77).

Sin embargo, recordemos que esta no es una ley, sino el resultado de la opresión reseñada a lo largo de este ensayo. Si la homosexualidad es una realidad denostada, si la sociedad mantiene un conjunto de prácticas para impedir la relación erótico/afectiva entre hombres, obligando a los gays a diseñar prácticas centradas en la rapidez y la eficacia del encuentro sexual, es lógico que su sexo se centre en el logro del orgasmo.

Quizás así se explique la promiscuidad que parece caracterizar a algunos. Podría ser que estén, a la manera de Sísifo, buscando el amor, pero a través de los contactos sexuales. Planteado de este modo, el problema parece no tener solución: “¿Cómo conciliar las pulsiones sexuales estimuladas por un mercado de fácil acceso y casi inagotable con el ideal sentimental de una relación estable? Este es el problema habitual que los homosexuales que acuden a los consejeros sexuales esperan resolver” (Pollack, 1987: 86). Es lo que yo veo, de manera explícita o implícita, en los gays con los que he trabajado. Los talleres que diseño pretenden ayudar a reintegrar la humanidad y, en especial, el amor en cualquiera de los encuentros, incluso en los casuales y anónimos. Siguiendo la definición que le escuché decir a Oscar Guash en uno de los seminarios sobre sociología de la sexualidad, la homofobia es, en última instancia, el miedo de un hombre a enamorarse de otro hombre.

Así, hay que notar que lo que queda fuera, en este circuito recién esbozado, es la posibilidad de tener contacto profundo con otro ser humano. Casi estoy tentado a decir que, siguiendo lo que se desprende de este dispositivo, a los homosexuales se nos lleva a creer que está prohibido amar.

Hay que tener mucha resistencia y trabajo personal para salirse de este círculo vicioso. Supone reordenar en uno mismo eso que afuera aparece en términos de confrontación y lucha por dominar la atracción por el mismo sexo. Pese a lo duro, puedo decir que la satisfacción que deriva de hacerse cargo de la propia vida, la liberación de “ser uno mismo”, es motivación suficiente para seguir adelante.

Para continuar, resumiré lo planteado hasta ahora (ver esquema 1).

Esquema 1. El dispositivo de exclusión en la homosexualidad masculina: momentos constitutivos.

Esquema 1. El dispositivo de exclusión en la homosexualidad masculina: momentos constitutivos

Como puede apreciarse, una vez que la sociedad presiona para que los gays vivan el sexo sin amor, la serpiente se muerde la cola. Los homosexuales, en función de la dinámica social en la que se insertan, son llevados a involucrarse en relaciones anónimas que no perduran en el tiempo y cuyo fin es la satisfacción sexual, únicamente. Cuando esto ocurre, la sociedad puede validar su apreciación inicial de la homosexualidad como una realidad ilegal, inmoral y enferma. “Terreno en el que todas las frustraciones pueden ser localizadas, ‘la homosexualidad’ (incluyendo o excluyendo lo indecible lesbiano) juega el papel de válvula de escape social de ansiedades y miserias de un orden que le impone un papel subordinado” (Llamas, 1998:19).

Antes de terminar este apartado quiero destacar que este sería el trasfondo cultural predominante en Venezuela. Muchos países en Latinoamérica ya están generando un marco legal que hace frente a la tradición homofóbica. En este sentido, Colombia y Uruguay se perfilan como los países en la cresta de la ola de este movimiento. Venezuela, sin embargo, se encuentra en uno de los últimos lugares de la región respecto a derechos de los sexodiversos. Durante 2009 se ha hecho evidente el monto de homofobia presente en la sociedad de la que procedo. En la prensa local y mundial se han reseñado seis crímenes de odio a mujeres trans, a razón de una muerte por mes en la ciudad de Caracas; se ha rechazado la inclusión de la equidad de derechos para los gays, las lesbianas y las transexuales en un proyecto de ley y, como siempre, “homosexual” sigue siendo el insulto preferido entre los políticos venezolanos.

 

Abortado: geopolítica de la discriminación

Mi práctica me permitió formular el modelo recién explicado. Así que gané mi lugar como profesional de la salud mental, como participante comprometido con mi comunidad y como “experto” en la prevención del VIH y el sida. Esta labor, también, me convirtió en un blanco vulnerable de la discriminación.

Cualquiera diría que estaba bien armado para tener un brillante futuro en mi país. Sin embargo, tuve un error de cálculo. La sociedad venezolana es terriblemente conservadora y obstinadamente temerosa del cambio. En lo que a mí respecta, tenía la idea ingenua de poder incidir en las prácticas culturales a medida que iba ganando espacios. En teoría la estrategia parecía funcionar; avanzaba en el desarrollo de mi carrera, iba acumulando logros y siendo respetado. A la par, iba siendo más explícito en mis posiciones.

Ahora que lo pienso, creo que lo más radical que hice fue salirme de la posición que se esperaba para mí en tanto homosexual. De acuerdo a esas reglas no escritas de la cultura venezolana se puede ser gay, pero sólo si no se nota; si se hace evidente, debes ajustarte a la expectativa de ser un “marico triste”, ser peluquero (como estereotipo de las habilidades propias de un gay) y tener amaneramientos (como preconcepto de la corporalidad de un gay). En definitiva, ser un fracaso en términos de las expectativas sociales. De acuerdo al imaginario venezolano, un gay es un hombre fracasado (en su masculinidad). Yo no sólo fui explícito sino que, además, desafié esas expectativas. En corto, amenacé al sistema al mostrar con mi existencia que soy un hombre, que me gustan los hombres y que, a la vez, se puede ser exitoso con y por esas particularidades.

Tengo ya dos años fuera del país. Nunca imaginé que me convertiría en un inmigrante, que viviría el desgarro y el duelo por un país que sólo existió como un ideal en mi cabeza. Ahora continúo desde Toronto, Canadá. Todo lo que en Venezuela era un problema acá se convirtió en mi valor agregado; por mi conocimiento de primera mano de la cultura gay conseguí una posición haciendo prevención del VIH y el sida en mi comunidad. Lo que allá era mi voluntariado es, hoy por hoy, mi carrera. Desde la distancia sigo comprometido con el activismo en Venezuela, ahora con la mirada que se obtiene cuando uno se ubica en un panorama global, en una sociedad abierta y multicultural. Desde mi punto de vista, di el último paso en el proceso de salir del closet, a saber, destruir el armario.

 

El futuro de los derechos humanos y civiles de los sexodiversos en Venezuela

Aunque pueda relatarse una historia particular para cada una, lo cierto es que, en Venezuela, la vida política de los gays se ha desarrollado junto a las otras identidades sexuales tradicionalmente denostadas. Al conjunto de éstas se le conoce como el colectivo LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y transexuales), aunque a veces se incluya la I de intersexuales, entre otras tantas iniciales.

Así pues, para este apartado, amplío la mirada, para decir que el avance de este colectivo puede explicarse con el siguiente análisis (ver tabla 3):

Tabla 3. Matriz FODA respecto al colectivo LGBT en Venezuela

Fortalezas

  • La preparación y el compromiso de sus líderes.
  • La motivación del colectivo LGBT.

Oportunidades

  • La tendencia occidental hacia el reconocimiento de los derechos LGBT.

Debilidades

  • La falta de institucionalización de las organizaciones LGBT.
  • El escaso grado de conciencia comunitaria del colectivo LGBT.

Amenazas

  • El conflicto político en Venezuela.
  • La confluencia como característica de la cultura venezolana.

Sobre la base de los puntos reseñados en la tabla anterior, considero que los principales desafíos para el activismo LGBT en Venezuela son:

Falta de institucionalización: Las organizaciones siguen fuertemente vinculadas a particulares. De hecho, detrás de todas las asociaciones LGBT pueden reconocerse pocas personas clave en las cuales se concentra el trabajo y la presencia en los medios. No puede distinguirse entre la organización como ente jurídico y quienes la sostienen (especialmente porque casi siempre lo que se encuentra es un único fundador). En este sentido, ninguna de estas asociaciones ha logrado generar una estructura que permita la supervivencia más allá de la existencia física de sus creadores. Este hecho coloca en jaque la consolidación de la comunidad LGBT venezolana. La desaparición de Ambiente de Venezuela, tras la muerte de su fundador Oswaldo Reyes, es el recordatorio del riesgo de todas las organizaciones LGBT del país. Para hacer frente a este desafío, es necesario, entonces, promover su desarrollo organizacional buscando fuentes de financiamiento, generando programas y vinculando a más personas. Un punto crucial en este desarrollo es la creación de cargos voluntarios, lo cual nos lleva al segundo punto.

Falta de desarrollo comunitario: La falta de institucionalización puede tomarse como un indicador del poco desarrollo comunitario que tiene el colectivo LGBT en Venezuela; es decir, de la incapacidad de los líderes para reconocer las necesidades de los miembros a los que se pretende servir, debido a la falta de vínculos reales con la comunidad. A la vez, del desempoderamiento de esos miembros que esperan que sea un líder el que les indique el camino.

En este momento de mi vida, concibo el desarrollo comunitario como un viaje, donde los resultados emergen del proceso colectivo; un líder puede tener una visión pero, en tanto procede de un particular, se matiza, modula y cambia en la medida en la cual esa visión es compartida y dialogada; evoluciona y se despliega en direcciones casi siempre novedosas e inesperadas. Es imposible que un individuo sepa de antemano en qué terminará un proyecto comunitario, pues depende de la sinergia que resulta del grupo. Igualmente, es imposible obtener una meta comunitaria si es una única persona la que pretende lograrla. Como dice el eslogan de la psicología de la Gestalt, “el todo siempre es más que la suma de sus partes”.

Para entender este punto me ha sido muy útil el modelo propuesto por Scott Peck (1998/1987) acerca del desarrollo comunitario. Dice este autor que una comunidad pasa por cuatro fases. La primera es la de la pseudocomunidad, donde no hay conciencia de la multiplicidad de las necesidades de un grupo. En este nivel, el colectivo se muestra bajo la fachada de grupo unido que niega las diferencias que lo constituyen.

En un segundo grado de desarrollo puede hablarse de caos; la comunidad empieza a reconocer esas diferencias, pero no le es posible integrarlas en un proyecto que dé cuenta de todas las necesidades. Surge en este momento la confusión respecto a las metas comunitarias y la dificultad para verse como un todo integrado. A esta crisis, y si los miembros logran despegarse un poco de sus necesidades particulares y sus agendas ocultas, procede el estado de vacuidad (o vacío fértil, si usamos el lenguaje de la psicoterapia Gestalt). Este tercer grado de desarrollo se caracteriza por ver a la comunidad en tanto comunidad, desde cero con respecto al ego de los involucrados. Es con este enfoque que empieza el verdadero desarrollo comunitario y es así como se alcanza el cuarto nivel, el de una verdadera comunidad. Acá predominan la empatía, la diferenciación individual y, a la vez, la interdependencia. Es la aparición de una nueva criatura; común-unidad, el actuar como una unidad.

Un aspecto importante resaltado en el planteamiento de esta idea es que, en un momento dado, los individuos tienen distinto grado de conciencia comunitaria. El problema en Venezuela, a mi manera de ver, radica en que son precisamente algunos líderes a los que les cuesta ver la imagen global de lo que sucede en nuestra comunidad. Sirvan como ejemplo los comentarios de un supuesto líder, vocero de una organización gay quien, ante los robos perpetrados a gays declara: “Tú sabes cómo son los gays” o que, frente a los asesinatos de las mujeres trans, dice: “Ellas se lo buscan”. Bien que se ve acá la falta de reconocimiento de las necesidades del otro, la falta de empatía y, por supuesto, la ausencia de un proyecto colectivo que englobe a todos los gays y a todos los miembros del colectivo LGBT.

Con estas apreciaciones opresivas de algunos, es posible entender las amenazas para el desarrollo de la comunidad LGBT en Venezuela, expresadas en los siguientes puntos:

La crisis política en Venezuela: A estas alturas, es muy difícil imaginar el avance de los derechos LGBT fuera de las coordenadas del marco político venezolano. Chavismo y oposición se han convertido en esa polaridad maniquea que permea todo el acontecer nacional, del que no se sustrae, por supuesto, la lucha por los derechos LGBT. Así, cuando se incluyó la referencia a las parejas del mismo sexo en el artículo 8 de la propuesta de la Ley Orgánica para la Equidad de Género, Julio Borges, dirigente opositor, dijo que colocar sobre el tapete temas candentes como el matrimonio gay era una estrategia de cortina de humo por parte del gobierno, para distraer a la opinión pública de los temas “verdaderamente importantes”.

Por el otro lado, desde la esquina oficialista encontramos la misma homofobia expresada, por ejemplo, en el rechazo explícito de Hugo Chávez y de la presidenta de la Comisión de Familia de la Asamblea Nacional al apoyo de los derechos del colectivo LGBT. Con menos alcance, pero con más gravedad, encontramos la visión ingenua de los gays “revolucionarios”, quienes se niegan a ver la homofobia reinante en el socialismo del siglo XXI, a la vez que intentan imponer una visión hegemónica, donde “sólo en revolución” sería posible la articulación de las identidades sexuales.

En este sentido, y a pesar de los intentos por mantener la contienda política general fuera de los objetivos de la lucha por los derechos LGBT, el colectivo reproduce el drama que vive el país. A mi entender, este drama se centra en un entendimiento perverso del liderazgo. En vez de tener líderes en todos los niveles, capaces de crear y compartir una visión, de motivar a un grupo para expandir y ejecutar dicha visión, Venezuela vive una dinámica donde se cree que liderar consiste en que un individuo acumule poder para decirle a los demás lo que tienen que hacer. El liderazgo “a la venezolana” dista mucho de modelos más horizontales y democráticos, como el de Kouzes y Posner (2007), por ejemplo. Es este modelo el que ha imbuido mi práctica, de manera formal, desde que estoy en Canadá.

Una cultura confluente: La dimensión más general de los desafíos que enfrenta el colectivo LGBT procede, creo yo, de una peculiaridad de la cultura venezolana. Este tema, por cierto, podría ser objeto de un ensayo completo. Si nos detenemos a pensar cómo son los límites simbólicos en Venezuela veremos que, debido a su ausencia, la cultura venezolana puede caracterizarse como confluente o simbiótica, esto es, presupone que todos los venezolanos somos iguales, no en un sentido lógico de equidad, sino en sentidos bastante concretos (vestirse y comportarse bajo el mismo patrón, tener creencias y valores tradicionales similares). En resumen, es una cultura que no permite la diferenciación individual.

Precisamente por esto, las desviaciones a la norma se perciben como una “alta traición”. El control social de unos sobre otros tanto como el chantaje emocional de los seres cercanos hacen que sea muy difícil abrir el espacio para discusiones como la de los derechos de los sexodiversos. Hay que comenzar por establecer límites simbólicos y reconocer que hay venezolanos con distintas identidades sexuales, los cuales también tienen derecho a ser, estar y pertenecer.

Afortunadamente, también hay elementos positivos y excepciones a lo que predomina. Entre éstos destacan:

Preparación y compromiso de los líderes: Son pocos y, sin embargo, son bastante activos. Su nivel educativo es superior al de la media y utilizan sus destrezas para llevar un mensaje de inclusividad a la comunidad. De manera regular organizan eventos, casi todos en Caracas, donde se hablan de temas de diversidad sexual. Muchos son de corte académico, pero también hay eventos como tertulias en cafés, ciclos de cine LGBT y cineforos. El gran logro del colectivo es que, pese al clima de homofobia y de turbulencia política, ha logrado organizar la marcha anual del orgullo, desde 2001 y con una participación que crece año tras año.

Motivación del colectivo: Además de los líderes tradicionales, están surgiendo nuevos grupos, como Caracas Mob, los cuales emplean una estrategia novedosa para visibilizar la diversidad en Venezuela. Hay redes en Facebook, Twitter y bloggers que se expresan, se conectan unos con otros y van articulando su identidad sexual sin temor a represalias, gracias a Internet. Por cierto, durante 2009, las redes virtuales generaron una demostración contra la homofobia en Venezuela, reaccionando a un video de Youtube donde un profesor universitario, en cátedra de derecho romano, hacía gala de su ignorancia mientras amedrentaba a sus estudiantes.

Más aun, existen muchos individuos que, pese a las burlas, las amenazas y los golpes constantes, se las ingenian para expresarse, ya no a través de la red, sino en el día a día de las ciudades. A veces me pongo a pensar en todo lo que se lograría si se unen estos puntos, y se articula el trabajo de los activistas con esas redes e individuos. Si trabajáramos con comunicación y en una infraestructura formal, una gran comunidad LGBT ya habría cuajado.

Finalmente, el movimiento internacional de reconocimiento de derechos civiles del grupo LGBT como motor externo fundamental: La principal energía que está moviendo al colectivo LGBT en Venezuela parece proceder del desfase percibido frente al resto del mundo. Colombia ha alcanzado reivindicaciones que incluyen equidad completa de derechos para parejas del mismo sexo; Argentina ya celebró el primer matrimonio gay, Uruguay legaliza las uniones del mismo sexo, elimina la prohibición de entrar al ejército y modifica sus leyes para permitir la adopción completa por parte de parejas; Ciudad de México aprueba el matrimonio gay... Todo esto contrasta con un país que parece luchar activamente contra los derechos humanos y civiles de los gays, lesbianas, bisexuales y transexuales.

 

Algunas conclusiones

Luego de este recorrido, estos serían algunos puntos clave:

  1. Resiliencia y potencial humano: Una de las psicólogas que me acompañaron durante parte de mi viaje terapéutico me preguntó cómo, viniendo de una familia tan conservadora y habiendo estado incluso en situaciones cercanas a la vida en la calle, pude llegar a ser lo que soy. En su momento, esta pregunta me desconcertó. Hoy en día, tras mucha reflexión, creo que el asunto se compone de, por lo menos, dos factores.
    Primero, mis características personales. Segundo, y más importante aun, el hecho casi fortuito de haberme mantenido relativamente aislado de mi familia y de mis pares. En definitiva, lo que resultó fue este establecimiento de límites a los aspectos nocivos de mi cultura, el tomar contacto con otras opciones y empezar a crearme mi propio espacio. Incluso cuando la presión se hizo más fuerte desde afuera, como un intento de contener lo que yo iba poniendo en práctica, tuve la opción de irme. Conservé mi vida, mi camino y, con ello, la posibilidad de ayudar a otros en situaciones similares a las que yo he estado. En Venezuela aún son muchos, lo sé luego de muchos años de trabajo con mi comunidad, que continuamente echan mano de su potencial interno para mantenerse a flote y para sobrevivir a una cultura que desearía que estuviésemos muertos.
  2. Silencio y negación como estrategias fundamentales de la discriminación en Venezuela. Desde la distancia, el panorama se ve más grave. Supongo que se debe a que la energía allá se emplea en sobrevivir; también porque se da por sentado que muchas de las formas de opresión son normales; muchos creen que no hay nada mejor que pueda alcanzarse. Hay una suerte de velo, ejemplificada en el abordaje de la epidemia del sida, que nos indica que hay cosas de las que no debe hablarse.
  3. El cambio es posible e, incluso, necesario. Venezuela se encuentra en crisis y los sexodiversos somos los más vulnerables en este contexto. Hay que introducir cambios estructurales reales para movernos hacia el futuro. Los individuos hemos cambiado, y esto es irreversible. No queda otra sino actualizar al colectivo y su imaginario, y poner a tono los instrumentos legales y las instituciones. A estas alturas, creo que lo más importante es romper el silencio y dejar la codependencia con los homofóbicos. Salir del closet en Venezuela, hoy más que nunca, es un acto político por excelencia.
  4. La articulación de las identidades sexuales, tanto como el activismo, no acontecen en el vacío, o como dimensiones aisladas del resto de la vida social de un país. Si bien existen particularidades del colectivo LGBT, lo cierto es que hay que comprender el contexto para diseñar estrategias efectivas. Para mí, en este momento, la inquietud por la homofobia en Venezuela remite a una pregunta más amplia, la de los efectos del colonialismo en la vida cotidiana. En Venezuela todos llevamos un opresor interno, del que la homofobia sería, tan sólo, una dimensión.

Para cerrar, puedo decir que el panorama que he esbozado a lo largo de este ensayo ha abierto mi inquietud por cartografiar mejor la cultura de la que procedo. Me siento cómodo con mi identidad como gay, ahora necesito articular más mi identidad como venezolano.

 

Referencias bibliográficas

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  • Foucault, M. (2000). Los anormales: curso en el Collège de France (1974-1975). Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
     (2005/1984). Historia de la sexualidad: el uso de los placeres. México: Siglo XXI.
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  • Kouzes, J. y Posner, B. (2007). The leadership challenge. 4ª ed. San Francisco: Jossey-Bass.
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  • Rivas, C. (2004). “El dispositivo cultural para la exclusión social de los homosexuales”. Ponencia presentada en las II Jornadas Universitarias sobre Diversidad Sexual. Caracas: Universidad Central de Venezuela.
  • Scott, M. (1998/1987). The different drum: community making and peace. 2ª ed. Nueva York: Touchstone.