Poética del reflejo • Varios autores
Alicia Liddell fotografiada por Lewis CarrollLa caza del snark

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Tal vez sea irrespetuoso poner este título, o su lectura inicial pueda engañar al lector confundiéndole. No, no se trata de ningún poema de Lewis Carroll sino del propio Charles Lutwidge Dodgson, o sea Lewis Carroll, y comenzamos con uno de esos juegos de palabras que tanto le gustaban a él.

Si hay un asunto literariamente real que más se aproxime a la temática de la doble personalidad, sin duda lo tenemos en el introvertido diácono que fue Charles Dodgson (el hombre que escribía cuentos infantiles dedicados a las niñas de corta edad) y eso que en literatura los casos saltan como las liebres en el prado, ya que la galería cuenta con destacados e ilustres nombres. Dos de ellos muy sonados, por cierto, fuentes inagotables de las que beber: Stevenson y Pessoa, tal vez éste sea el más espectacular por lo multiforme con su colección de heterónimos, mientras que Stevenson lo es por haber revelado, de forma novelada, lo que puede haber en el interior de un ser humano. Mejor dicho, lo que hay en el interior de todo ser humano, el demonio y el ángel unidos indisolublemente y en lucha constante hasta que uno de los dos venza al final y para siempre, Hyde sobre Jekyll, por ejemplo.

Los escritores sabemos bastante acerca de lo que es la doble personalidad porque en este supuesto todos escondemos, en el buen sentido, algo de esquizofrénico, ya que cada novela, cada relato, cada cuento infantil conlleva personalidades diferentes; podemos ser cientos de personajes, tanto humanos como animales o vegetales, sin que por ello tengamos que acabar en el manicomio.

Dentro de esta especie de individuos singulares, es obligatorio no olvidar a Arthur Conan Doyle, otro perfecto exponente de lo que puede llegar a ser la doble personalidad. Sir Arthur era Géminis, el signo astrológico de los gemelos, de la dualidad, y bien que lo demostró a lo largo de su vida. Cursó la carrera de oftalmología, pero al no serle muy rentable, un buen día se hizo novelista creando el par de personajes, Holmes y Watson, que nadie desconoce. Holmes es alto, delgado y nervioso, agudo, inteligente, misógino (con la excepción de Irene Adler), el doctor Watson es bajo, gordezuelo, tranquilo, lento en la reflexión y aparentemente despistado (contrariamente al detective consultor más famoso de Inglaterra), contrae matrimonio tres veces (Doyle sólo dos), revelándose como un hombre hogareño y apacible. Doble retrato en el que Arthur Conan Doyle se personificaba sin duda alguna.

Su carrera de escritor se vio interrumpida al enrolarse como médico en la guerra de los Bóers, de la que sacaría el título de Sir por su obra histórica La gran guerra Bóer.

Pero lo más sorprendente es el giro que dio en los últimos años de su existencia al entregarse por completo al espiritismo (ante el fallecimiento de su hijo mayor y de su propia madre), con riesgo para su reputación de persona pragmática cuando decidió, convencido, abrazar la causa de las adolescentes Elsie Wright y su prima Frances, que aseguraron haber fotografiado hadas en el jardín de la casa de una de ellas, en el verano de 1917, con la cámara del padre de la primera, pero no fue hasta comienzos de mayo de 1920 cuando Arthur Conan Doyle se enteró de que semejantes fotos existían, decidiéndose a investigar el asombroso caso. Fruto de ello es un libro, El regreso de las hadas, tan delicioso como sorprendente al ser su autor el “padre” de Sherlock Holmes. Pero esto es otra historia, como diría Kipling.

Siguiendo con la presente galería de retratos, no podemos dejar de mencionar al alemán Hoffmann, para quien el tema de la locura resultaba tan fascinante: la esquizofrenia del desdoblamiento de la personalidad, los autómatas a los que dotaba de vida y que se hallan indisolublemente ligados a la propia naturaleza de este escritor y músico.

Otros de los retratos a recordar, son los de nuestros queridos y muy desdichados Poe y Barrie. Edgar Allan Poe escribiendo su relato “William Wilson” y James Mathew Barrie tan infeliz como él: James Barrie, el niño que nunca creció, o Peter Pan.

Y para no alargar demasiado la nomenclatura sólo quiero citar a Emily Brontë, en ese desdoblamiento de personalidad que le atribuyen sus estudiosos al afirmar que el Heathcliff de Cumbres borrascosas es ella misma, en una trasmutación de personalidad que revela una pasión incestuosa hacia su hermano. De hecho Heathcliff se convierte en un muerto en vida (sin llegar a zombi) cuando fallece de posparto Catalina, y Emily se dejó morir de una pulmonía que no quiso remediar, a poco de fallecer Branwel, porque quería reunirse con él; un amor fraternal nunca llega tan lejos a menos que se trate de gemelos.

Curiosamente, a varios de estos autores les une un vínculo singular que los hermana: Hoffmann por la separación en la infancia de sus padres (que eran primos carnales) dejándole en manos de sus tíos, y Lewis Carroll y Emily Brontë por causa de un padre demasiado victoriano (en ambos casos de profesión pastor religioso), Conan Doyle con su progenitor enfermo y por este motivo ausente y Fernando Pessoa con su padrastro, ya que era huérfano de padre. En cuanto a Poe, lo fue la muerte de sus padres, dejándole desamparado al fallecer ambos siendo él un chiquillo de corta edad, posteriormente adoptado, y por lo que respecta a Barrie es la defunción de su hermano en la infancia y el desamor de una madre egoísta lo que le convirtió en ese niño perdido que buscaba desesperadamente hermanos y una “madrecita”.

El caso Lewis Carroll es delicado y muy explícito. No pienso entrar en críticas ni en juicios, ni ahora ni después, porque el personaje se expresa por sí solo en el trascurso de su curiosa doble vida: la de caballero respetable y la de hombre de tendencias sexuales ambiguas, o, cuanto menos, incomprensibles.

Vástago primogénito de una familia numerosa, sus padres tuvieron ocho hijas y dos varones todos zurdos y ligeramente tartamudos incluyéndole a él, su infancia se desarrolló aislada en el campo sin más mundo que la naturaleza, su familia y una imaginación prodigiosa que creaba universos fantásticos para entretenimiento de mayores y pequeños. Su padre era vicario y la educación que les dio a todos los hijos fue severa y rigurosa, con clara conciencia del pecado, que es de suponer marcaría a toda su prole, y esto hay que tenerlo muy en cuenta porque una educación represora de las pulsiones más naturales puede deformar el espíritu de un preadolescente conduciéndole por extraños caminos.

Educación represora o educación victoriana, tanto da, el caso es que Charles Dodgson, alias Lewis Carroll, abandonó la infancia y se trasformó en un joven inteligente y estudioso que más tarde sería ordenado diácono por el obispo de Oxford, siguiendo la huella paterna, pero antes, licenciado en letras, ya impartía clases y vivía en el ambiente universitario de Oxford, en el cual permaneció el resto de su vida, siendo allí donde conoció a la pequeña Alicia Liddell, hija del doctor Liddell, decano en el departamento de Christ Church en Oxford, que contaba unos cuatro años de edad. Él trabajaba en la biblioteca y la niña, junto a sus dos hermanitas, jugaba en el jardín al que se abrían las ventanas de la sala de lectura, y debido a lo obligado de la vecindad, nació entre ellos una relación amistosa que se hizo intensa.

En otras palabras, el flechazo fue instantáneo (aunque unilateral) y convirtió a Alicia en la fijación, o el gran amor de su vida según algunos, ya que se dijo mucho más tarde, cuando la niña se transformó en mujer, que incluso había llegado a pedirle que se casara con él, extremo éste un poco dudoso puesto que es bien sabido que en cuanto las niñas crecían, y en su vida hubo muchas, según parece más de cien, se apartaba de ellas prefiriendo siempre la compañía de niñitas de cuatro a ocho años, máximo diez, lo que desde luego nada tiene de normal en un hombre soltero a quien nunca se le conocieron aventuras amorosas pese a tener amistades femeninas, preferentemente madres de las niñas, o bien actrices famosas como Ellen Terry, ya que a Lewis Carroll le gustaban mucho las obras teatrales y de su bolsillo pagó la carrera de jovencísimas aspirantes al arte escénico.

Lo que sorprende y mucho es que en aquella sociedad estricta y puritana que gobernaba con mano de hierro la reina Victoria, nadie se extrañase de los infantiles gustos de gentleman tan distinguido y le permitiese confraternizar con sus hijitas. No sé si pensar que eran demasiado ingenuos o que, muy a la inglesa, preferían mirar hacia otro lado; muchos años después una de sus “queridas niñas” revelaba que mientras le contaba cuentos la besaba con pasión abrazándola fuertemente.

Deteniéndonos a pensarlo no es este un comportamiento que pudiéramos denominar inocente, pero no es el único en su relación con las niñas de corta edad; si un caballero solitario como Dodgson va a los parques cargado con una maleta llena de juguetitos para captar el interés de las nenas que por allí están jugando, con la intención de hacerse amigo suyo, la verdad es que no podemos afirmar que la cosa sea muy habitual, y si sus reuniones favoritas son las de ofrecer meriendas a sus pequeñas amigas, la situación no deja de sorprendernos aun no siendo mal pensados, sobre todo si los padres querían estar presentes, cosa que a Lewis Carroll no le hacía ninguna gracia.

Lewis Carroll fue un escritor prolífico y un verdadero talento en matemáticas y juegos de ingenio, un profesor brillante y ameno aunque un hombre bastante excéntrico en el trato para con sus semejantes adultos que, no obstante, le apreciaban por su inteligencia y se honraban llamándose amigos suyos; pero, como individuo de su época, llevaba un diario (luego volveremos a ese diario) que conservó celosamente su sobrino Stuart Dodgson Collingwood, y en el cual debía desenmascarar su alma sin cortapisas. Lo que ha trascendido de ese diario es muy poco y celosamente supervisado por su heredero, sobre todo a raíz del fallecimiento de Charles Dodgson. Son fragmentos intrascendentes que no aportan nada que pueda desentrañar el misterio de su compleja personalidad. Pero el diario no desapareció ni fue destruido, llegando hasta nuestros días aunque lógicamente en poder de unos descendientes poco amigos de revelaciones trascendentales... Sin embargo ha habido filtraciones...

Cuando Lewis Carroll se fue de este mundo el 14 de noviembre de 1898, de una gripe que se complicó, dejó escrito en su testamento que se destruyeran ciertos cuadros que había encargado pintar, de niñas desnudas. En cuanto a las famosas fotografías que él mismo realizara a lo largo de su existencia, y en las cuales fue todo un maestro, las modelos eran siempre niñas de corta edad, y basta una sola mirada para comprender que alrededor de estas criaturas flota algo extraño, ya que muchas niñas aparecen descalzas, en camisón y lánguidas posturas inducidas por el fotógrafo. Hasta la famosa foto de Alicia Liddell disfrazada de mendiga encierra algo de turbador e inquietante. Por otra parte Carroll también fotografió niñas desnudas, cuyas fotos mandó destruir al igual que los cuadros, lo cual, nuevamente, plantea muchas preguntas.

Y como ejemplo de la doble vida que comentamos, diré que a lo largo de su existencia adulta Charles Dodgson realizó innumerables obras benéficas y que incluso era un enemigo acérrimo de la vivisección, abominando del maltrato a los animales. Contrastes.

No quisiera concluir este pequeño estudio sin hacer referencia de una noticia cuanto menos extraña que se relaciona con Lewis Carroll. Por mi parte ni entro ni salgo, me limito a reproducirla poniendo así un broche aun más victoriano a la historia de tan enigmático y desconcertante personaje.

En 1999 saltó a la prensa una noticia increíble: Richard Wallace, investigador, había publicado un libro tratando el tema de Jack el Destripador, cuya identidad ni más ni menos atribuía a... ¡Lewis Carroll!, basándose para ello en que Carroll había predicho el asesinato de las víctimas en sus poemas, con 16 años de anticipación, aparte de incluir pequeñas muestras identificatorias, luego halladas en los cadáveres mutilados. Otro detalle que según R. Wallace le incrimina es que las noches de los asesinatos, Carroll carecía de coartada, y, para redondear la acusación, asegura que si el profesor escribía regularmente su diario personal con tinta roja, las fechas en que el Destripador hacía de las suyas, Lewis Carroll utilizaba tinta de color negro.

Por mi parte cierro el tema ya, agregando que Charles Lutwidge Dodgson había empezado a estudiar medicina en 1872, poseyendo por esta causa, a lo largo de los años, una muy bien documentada biblioteca médica.