Doble en las rocas. 18 años y Nº 300 de Letralia • Varios autores
Licor de ti

“Le Coq aux Amoureux”, de Marc Chagall

Bebo tu voz en la ebriedad del aire. Tu voz es dulce como un poema de amor y es vertiginosa como el delirio. El licor de tus ojos, líquidamente absorto, se mueve hacia el paralelo silbo que despeina tus cabellos y enreda en el aire mis palabras. Mis palabras son aromatizadas como las frutas, las flores furtivas o el vino brillante que brota de la uva madura. Por eso la suavidad de tu voz se desliza por entre estas palabras líquidas que humedecen mi boca, refrescan mi lengua arenosa, y bañan mis blancos dientes de niebla; fluye por entre las venas por donde hace mucho vuelan aves buscándote bajo la luna... eres una botella de whisky que he de vaciar dentro de las ahuecadas noches que escribo en mi frente para recordar que eres como la luz. Y voy con mi lengua de sal humedeciendo tu tacto, el aire es sólo proeza y relámpagos imaginarios, voy con la sal de mi boca mordiendo tus vértices; bebo también tus volúmenes de luz a medida que sostengo tu cuerpo en el aire para que no te precipites dentro de las palabras, para que no te conviertas en mesa o camino, y para que no sigas de largo como una premonición o un delicioso sueño que no podemos recordar.

Ahora que he bebido toda la noche alrededor de tu cuerpo, tus senos resplandecen como las torres de una iglesia de vino, y tus alocados cabellos son raíces que se precipitan súbitamente hacia mis manos, se enredan entre mi barba de naviero y tejen su nido de luz dentro de mi pecho marino. Tuerce y estira estas palabras para extraer el delicioso licor espeso del olvido. Y vas lamiendo cada palabra oscuramente dulce, tristemente alegre; ninguna palabra desaforada como los sueños. Los años pasan como trenes imaginarios que suben desde tus pies de nieve hasta tus hombros de arena donde se hunde tu ritmo. ¡Qué gran ombligo descubierto desde donde me arrojo al vacío! Y voy cayendo dentro de ti como el vino o la espuma ebria de mar y de distancias, como la soledad dentro de las palabras o la ansiedad del aire por ocupar mis silbos o habitar mi tristeza. Mi sed sacia tu sed. Mis alas también buscan el cielo de tu cuerpo para desnudarte. Así desnuda eres aire, puro ritmo, vértigo, abismo, luz inundando de claridad mi oscuridad de túnel, licor o relámpago.

Ahora podemos bebernos en la profunda claridad de las islas, bebernos hasta los huesos y las palabras que ellos exudan si nos desesperamos mientras nos desnudamos, nos mordemos y asediamos; beber, por ejemplo, el néctar de tus ojos o los amaneceres de cada poro del cuerpo. Tu sed se sacia quizá de los ríos de alcohol que fluyen por mi cuerpo. Y tu cuerpo de alcohol que no acepta medidas ni ser cortado a la mitad para beberse en botellas o ser envasado dentro de poemas pretensiosos que embriaguen al más inexperto lector poco adicto a la lujuria, tu cuerpo es brújula y delirio, mapa de arena que señala oasis de luz para alimentarse, flecha de fuego humedecida quemando las rosas del aire y los rocíos primeros del alba sangrienta, y las puntas de mis dedos que se desplazan por el licor que huele a ti, a tu empeine de muñeca grácil y a tu aliento de polen.

Y si subes por mis ansias como una extraña ebriedad es porque has querido ser licor que envenena la sangre como la literatura. Y es realmente el fuego del amor el culpable de la noche, del olor a luna en tu cuerpo, del sudor frío del licor que sube por mi esencia líquido, de tu mano nocturna que vuela sobre mi ebriedad y sobre lo que no soy, y toca la claridad de mi cuerpo.