Q. En un lugar de las letras • Varios autores
Pícaros y crisis social en
Rinconete y Cortadillo
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Rinconete y Cortadillo es, con La gitanilla y El licenciado Vidriera, una de las más celebradas Novelas ejemplares, conjunto diverso y múltiple de doce relatos que Cervantes publica después de la primera parte del Quijote. Una detenida apreciación sobre el sentido del título permite varias lecturas. El propio autor declara en el “Prólogo al lector” que estas novelas son “ejemplares” sobre todo porque “...no podrán mover a mal pensamiento al descuidado o cuidadoso que las leyere” (8). Además: “Heles dado el nombre de ejemplares, y si bien lo miras, no hay ninguna de quien no se pueda sacar algún ejemplo provechoso...” (8).

Asimismo, en el referido Prólogo, Cervantes nos acerca a sus convicciones de ser, él mismo, propiamente, el primer novelista español. Dice: “...y es así, que yo soy el primero que he novelado en lengua castellana; que las muchas novelas que en ella andan impresas, todas son traducidas de lenguas extranjeras, y éstas son mías propias, no imitadas ni hurtadas” (9).

Esta carta de presentación, sumada a su autocrítica por el Quijote y el anuncio de sus próximas obras, entre ellas el Persiles, muestran a un autor a un tiempo apasionado y contradictoriamente desencantado. Apasionado en su oficio de ficcionar, de novelar, de contar historias (tema tan presente, como el de la lectura y la metaficción en el Quijote). Y desencantado porque sus proyectos, ambiciosos y voraces, no encuentran siempre un recibimiento que él consideraría el más adecuado entre la crítica de su tiempo.

La biografía de Cervantes nos habla de un hombre pleno de acción. Fogueado en las lides militares, recaudador de impuestos, busca el favor de un noble italiano, al que dedica el Quijote. Y su silencio literario se extiende a veces por largo tiempo, en tanto aparece una y otra novela, las cuales, con el paso de los siglos, y el peso de la tradición, han llegado hasta nosotros como obras magnas.

Cervantes anuncia, por ejemplo, al final de La Galatea, una segunda parte de esta novela, pero hasta hoy no se tiene noticia de ella y se especula tanto sobre su (in)existencia como acerca de que la continuación no llegó a culminarse. Y del Persiles, bien se sabe, que, entre su complejidad y permanentes giros y reflexiones, es una obra vasta pero inacabada.

Las Novelas ejemplares son presentaciones o muestras de casos, modelos a seguir, correlatos de una intención moralizante que, por ejemplo, busca distanciarse de la novela italiana e italianizante del XVI, muy influyente y cargada de elementos sexuales, quizá considerados hasta obscenos, de los cuales Cervantes recusa en este siglo del Barroco y de una profunda crisis social en España. El paradigma y la fe católicos, propios del Imperio Español, extendidos a su población, son, para el autor de las Novelas ejemplares, elementos de una ideología predominante, y, a su vez, él mismo se convierte en portavoz que puede ayudar, con sus obras, a “mejorar el espíritu” de las gentes.

En cuanto a la escasez, el papel de los pícaros y la situación de esa época —marco de toda la picaresca—, José Antonio Maravall reflexiona: “Lo que sucede es que la pobreza (...) ya no es una estricta cuestión moral y menos aun tema puramente ligado a una visión escatológica de la vida. Si se quiere sigue siendo en muchos casos y para muchas gentes esto; pero es algo más: es un problema social y representa graves consecuencias económicas” (48).

En este contexto, y en ese sentido, Rinconete y Cortadillo se nos ofrece como una obra completa, un relato irónico y punzante que no sólo es la descripción del microcosmos de una clase delincuencial y de sus acciones, sino la visión de una época en Sevilla, ciudad representativa de una nación marcada por el desorden social, político y, por supuesto, económico. Alexander Parker, quien señala que “la picaresca literaria es creación española” (19), también dice que esta novela, “publicada en 1613 pero citada en 1605 en la Primera Parte del Quijote, presenta a los ladrones de Sevilla como un grupo organizado y disciplinado según el modelo de los gremios medievales, y hay pruebas suficientes para demostrar que este cuadro no es exagerado” (44). Parker sustenta su tesis en las “asociaciones” de criminales y vagabundos de la época en toda Europa “con sus maestros y aprendices, normas y roles...” (44).

Maravall apunta: “La novela picaresca se levanta para combatir (alguna vez desde el lado más bien de los pobres, otras para advertir del peligro que su presencia entraña y mover a la opinión hacia reformas necesarias) las fuerzas que se empeñan en mantener sujetas a las gentes al viejo orden, sólo que su problema es de solución disparatadamente inviable” (48).

Pedro del Rincón y Diego Cortado, nombres originales de los personajes de esta “novela ejemplar”, inician la historia con un diálogo que, además, sirve para presentarlos. La desconfianza inicial cambia en el curso de la conversación y ellos sellan un pacto de amistad y fidelidad, que no les servirá de poco en sus próximas aventuras.

La depurada técnica de la descripción cervantina se exalta al máximo en el retrato de estos pillos o pícaros que deciden unir “esfuerzos” en busca de “empresas” mayores. Desde el principio, advertimos las intenciones de estos seres que ya se nos presentan sin ninguna filiación o vínculo familiar, o si lo han tenido es asunto cancelado, y, más bien y por el contrario, se proyectan como sujetos cuyos actos son considerados, por sí mismos, como hazañas típicas de su “oficio”.

Sobre el personaje de Rinconete, Maravall ha escrito: “...un candidato de seguro éxito a la picaresca: padres pobres y sin duda con aspectos de moralidad dudosa, robo, huida, desvinculación, refugio en la gran ciudad, malas compañías, despilfarro, pobreza, entrega decidida a una conducta aberrante” (497). Una descripción y caracterización sintética pero punzante y, si cabe, espléndida, del pícaro que será inmortalizado por la pluma de Cervantes.

El bautizo nominal de Rinconete y Cortadillo por el jefe del grupo de delincuentes al que se integran, Monopodio, es una aceptación de su ingreso a una suerte de mafia que —no es difícil entenderlo— mantiene sus propios códigos de acción, entendimiento y también, aunque parezca extraño, su propia moral. Parker anota sobre esta particularidad: “Este es el único intento de Cervantes de hacer novela picaresca. La banda de ladrones y rateros de Sevilla, que describe, está organizada al estilo de las cofradías religiosas. La conciencia de estos ladrones no les produce escrúpulos porque no consideran el robo incompatible con la práctica de la religión. Van a la iglesia y rezan regularmente. Apartan algo de sus ganancias ilícitas para entregarlo a la iglesia y nunca roban los viernes” (69). Para Parker, Cervantes nos muestra sólo el aspecto “más ingenuo y humorístico” de la delincuencia (70).

El desfile de los personajes vestidos grotesca, estrambóticamente en la casa que sirve de cuartel general a Monopodio tiene mucho de teatral, es como una representación, una puesta en escena en la cual van apareciendo, uno tras otro, los seres más impensables, que Cervantes imagina y caracteriza como servidores de la delincuencia, en todos sus niveles, y la fascinación que éstos sienten y manifiestan por su oficio marginal.

La picaresca es trabajada en Rinconete y Cortadillo como una visión, para nada aséptica, de un submundo de miserias humanas y conflictos enraizados y encontrados. Monopodio es un personaje literario reactualizado, por ejemplo, en el anciano judío que recluta a niños y los conduce al robo en Oliver Twist, la gran novela del XIX, de Dickens. Ambos cumplen la misma función. Pero, particularmente, Monopodio no se queda en la mera contabilidad de las ganancias, como el personaje dickensiano, sino que es un verdadero administrador, el jefe supremo de la referida cofradía, capaz de resolver incluso conflictos emocionales y de pareja (el caso de Juliana la Cariharta y Repolido), o estar atento a los requerimientos de su propia madre, tan contradictoriamente religiosa, permisiva e inconsciente a la vez.

Delincuentes, prostitutas, jóvenes que encuentran, descarriados y al margen de un “status quo”, una forma de vivir la vida, y que no son para nada ejemplares con existencias aun menos ejemplarizadoras. Pero Cervantes, en la últimas líneas de Rinconete y Cortadillo, a través de la voz del narrador, señala: “...y así se deja para otra ocasión contar su vida y milagros (...) y otros sucesos (...) que todos serán de grande consideración y que podrán servir de ejemplo y aviso a los que los leyeren” (168) (las cursivas son nuestras).

Rinconete, más perspicaz que Cortadillo, es también un seguro y certero observador. Observa en silencio y capta progresivamente los mecanismos, si cabe el término, que hacen funcionar y prolongan la supervivencia de esta red delincuencial. Las técnicas del hurto y la estafa, incluso la violencia y el agravio, son detalladas: asaltar a la gente a plena luz del día, quitarles objetos de valor, ensuciar las casas como muestra de agravio a los propietarios, hasta llegar a hechos sangrientos.

Las negociaciones referidas a estos actos igualmente son especificadas, como en el caso de Chiquiznaque. O en el repaso de las “Memorias de las cuchilladas que se han de dar esta semana”, una especie de inventario de las acciones de la cofradía de ladrones.

La corrupción, asimismo, tiene su propio espacio, no sólo representada ya en la vida misma de estos marginales, sino en el soborno y control de la autoridad, resumida en una cierta cantidad de dinero o prebendas, previamente acordada, que se le entrega puntualmente al alguacil de turno. Éste sigue los principios del “dejar hacer, dejar pasar” y el orden, que en realidad es desorden, anomia y crisis, pervive.

El lenguaje, su tratamiento y su conocimiento, que recurre con frecuencia a los giros del hampa de la época, juega un papel primordial porque Cervantes se revela como un imaginativo conocedor de las jergas de los bajos estratos sociales implicados: por ejemplo cuando Cortadillo responde a Monopodio sobre sus “habilidades”: “Yo (...) sé la treta que dicen mete dos y saca cinco, y sé dar tiento a una faldriquera con mucha puntualidad y destreza” (147). Y el propio Rinconete, a su turno, declara: “Yo (...) sé un poquito de floreo de Vilhán; entiéndeseme el retén, tengo buena vista para el humillo, juego bien de la sola, de las cuatro y de las ocho; no se me va por pies el raspadillo, la verrugueta y el colmillo...” (146-147).

Maravall nos recuerda: “...(Cervantes) en Rinconete y Cortadillo hace el encomio del ganapán, cuando un jovenzuelo esportillero expone a los dos compañeros en qué consiste su oficio” (348).

Rinconete y Cortadillo se aproxima a una tradición crítica, que con el tiempo encontrará en la literatura occidental modelos y representaciones muy cuestionadoras, incluso corrosivas en cuanto a enjuiciamiento de sistemas establecidos o épocas de crisis. Ejemplo de ello son las grandes novelas del XIX y sus autores: Tolstoi, Dostoievsky, Flaubert, Balzac, Víctor Hugo. Por ello, Luckács llamó a esa época “el gran siglo de la novela”.

Cervantes, con su habilidad declarada, pinta un lienzo que se prolonga y deja un final abierto quizá capciosamente. Porque puede que sea consciente de que su opción moralizadora no resistirá al tiempo. Si lo vemos de este modo, también hallamos a un peculiar precursor, sobre todo a un fundador.

Todo lo mencionado, en resumen, hace de Rinconete y Cortadillo un ejemplo de novela —que en la perspectiva de la picaresca no llega a afiliarse por completo a este género— representada con el más académico título de “novela ejemplar”. Ejemplo en tanto maestría en técnica e ingenio, como lo sustentaba Gracián, en caracterización de personajes y situaciones. Y, en especial, en la percepción, por parte del autor, de la crisis social, los espacios desiguales de supervivencia y el contexto urgente de las situaciones que conduce a otras más graves, quizá ya más desarrolladas, entre humor negro, ironía y personajes siempre al límite, en la típica literatura picaresca del XVI: el Guzmán de Alfarache, La pícara Justina, La lozana andaluza y, por cierto, El lazarillo de Tormes, inequívoca piedra angular del género.

 

Bibliografía

  • Cervantes, Miguel de. Novelas ejemplares. Barcelona: Juventud, 1990.
    —,
    Los trabajos de Persiles y Sigismunda. Madrid: Cátedra, 1997.

  • Maravall, José Antonio. La literatura picaresca desde la historia social. Madrid: Taurus, 1986.

  • Parker, Alexander. Los pícaros en la literatura: la novela picaresca en España y Europa (1599-1753). Madrid: Gredos, 1971.