Breve historia de las representaciones trifaciales y tricéfalas en Occidente • Musa Ammar Majad
1. Serapis y la Alegoría de la Prudencia

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La historia del inicio de las representaciones trifaciales y tricéfalas en Occidente se puede ubicar en la Grecia del culto a Serapis. Serapis era, en principio, un dios alejandrino, un dios de egipcios helenizados, distinguido por el calathus, cesto sagrado y símbolo de la abundancia, representado como un hombre maduro, con cabellera algo larga y barba poblada. A sus imágenes se acostumbraba acompañarlas con otras, como anillos de serpientes o seres tricéfalos. Hay que recordar la existencia de un templo egipcio en honor a Serapis en el cual permanecía una estatua de Braxis: Serapis acompañado de un ser con una cabeza de león, otra de lobo y otra de perro, con cuerpo de perro y rodeado por una serpiente enroscada.

Al ser adoptado por los griegos, Serapis, cuya iconografía egipcia no daba lugar a dudas para su reconocimiento, a través de sus elementos constitutivos dio paso a una asimilación distinta de cada uno de ellos.1 Esto es comprensible. En Grecia, la posibilidad de la existencia de dos dioses Serapis diferentes se explica por el hecho de que los griegos no los concebían, ni a estos ni a otros, como veladores de todo el género humano o de toda la nación, sino como divinidades domésticas o locales. Así había dos Ateneas, una en Atenas y otra en Esparta; dos Heras, una en Argos y otra en Samos; tres Junos, una en Roma, una en Veyos y otra en Lanuvio. Por ello Fustel de Coulanges acota que:

la ciudad que poseía peculiarmente una divinidad no quería que protegiese a los extranjeros, ni permitía que fuese adorada por ellos. La mayor parte del tiempo sólo a los ciudadanos era accesible un templo. Sólo los argivos tenían derecho a entrar en el templo de la Hera de Argos. Para penetrar en el de la Atenea de Atenas, era preciso ser ateniense. Los romanos, que adoraban a dos Junos, no podían entrar en el templo de una tercera Juno que había en la pequeña ciudad de Lanuvio.2

En relación a la transferencia del culto de Serapis a Roma se sabe que, junto con el de Isis, tuvo por canal a los marineros griegos antes de la mitad del segundo siglo a. de C. Bajo el primer triunvirato (43 a. de C.) el culto de Isis y Serapis estaba oficialmente reconocido en Roma. Ocho décadas después, durante el reino de Calígula, fue erigido el primer templo estatal de Isis. En el 69 a. de C. Otho fue el primer emperador romano en rendirle culto a Isis, abriendo completamente el camino para que luego otros emperadores rindieran culto a una o ambas deidades.

El Serapis tricéfalo estuvo en íntima relación con la figura de Cerbero, el perro de Plutón, aún durante el Imperio romano y durante la Edad Media, pero escritores de estos marcos temporales allanaron la vía para que los eruditos del Renacimiento vieran a Serapis como “una encarnación alegórica del tiempo”.3 Así, el mismo Monstruo de tres cabezas de Serapis (figura 1), siglo I o II a. de C., que evidentemente en su momento fue el acompañante de Serapis, aparece en 1556 en un libro impreso en Basilea, Hieroglyphica, sive de Sacris Aegyptiorum, Aliarumque Gentium Literis Commentarii, cuyo autor es Piero Valeriano, bajo la identificación La imagen de tres cabezas de Serapis. En esta última ya Serapis es por completo una alegoría, y es la imagen que dará pie a otras representaciones, como la Alegoría de la Prudencia.

La relación de Serapis con la Prudencia, más que con las tres edades del hombre, eficazmente puede ser explicada a partir de un cuadro de Tiziano (figura 2). Hacia 1560 Tiziano ejecutó un óleo sobre lienzo en el cual figuran tres cabezas humanas sobre tres cabezas de animales: en el centro, la cabeza de un hombre de rasgos maduros encima de la de un león; a la derecha, la cabeza de un hombre joven encima de la de un perro; a la izquierda, la cabeza de un hombre anciano encima de la de un lobo. Aludiendo a la madurez, a la juventud y a la vejez, la prudencia como principio es estimulada en el espectador a través de una inscripción en latín, que reza: EX PRAETERITO PRAESENS PRUDENTER AGIT NI FUTURU[M] ACTIONE[M] DETURPET (“A partir de la experiencia del pasado, el presente actúa de forma prudente para no errar en acciones futuras”). Se mantiene aquí el mayor principio de la alegoría, es decir, el principio de las correspondencias, de las semejanzas tácitas entre ideas e imágenes, produciendo una serie de metáforas que explican de manera más gráfica o concreta el concepto. En función de tal sistema se recurre en el óleo a Serapis, la criatura de tres cabezas sobre la cual el romano Macrobio, en el siglo IV, llegó a apuntar:

El león, violento e imprevisto, expresa el presente; el lobo, que arrastra a sus víctimas, es la imagen del pasado que nos roba los recuerdos; el perro, que hace fiestas a su dueño, sugiere el futuro, que siempre nos cautiva con la esperanza.4

No obstante, un siglo antes del cuadro de Tiziano, el escultor florentino Desiderio da Settignano talló en arenisca gris una Alegoría de la Prudencia donde prescinde de las cabezas animales, utilizando únicamente tres rostros de edades distintas que parten de un tronco común, logrando una pieza trifacial y no tricéfala.

Resulta claro que estas imágenes e interpretaciones no tratan de organizar el tiempo como un calendario que, por muy rudimentario que sea, produce la sensación de controlarlo. No hay ciclos astronómicos, no hay movimientos del sol y la luna en que fundarse, no hay un vínculo entre la humanidad y el cosmos. Simplemente se trata de una necesidad de sentido, de lógica, al fue, al es y al será, apoyada en la definición aristotélica del tiempo como “medida del movimiento según un antes y un después”,5 asimilada en las reflexiones de San Agustín bajo la interrogante “¿cómo podemos decir que el tiempo ES, cuando la razón de que sea tiempo es que va a dejar de ser?”.6

 

Notas

  1. Para Hermes y Atenea, Feeney acota que “the deity is, in the last resort, inseparable from his or her vehicle”, lo que para nuestro caso es pertinente. Véase D. C. Feeney, The gods in epic: poets and critics of the classical tradition, Oxford, Clarendon Press, 1991, p. 46.
  2. Numa-Denis Fustel de Coulanges, La ciudad antigua. Estudio sobre el culto, el derecho, las instituciones de Grecia y Roma, 2ª ed., trad. M. Cigés Aparicio, Santa Fe de Bogotá, Panamericana, 1998 [1ª ed. en francés, 1864], pp. 171-172.
  3. Kristen Lippincott, “Pasado, presente y futuro”, en Kristen Lippincott, comp., El tiempo a través del tiempo, trad. GEA, Técnicos en Edición, S.L., Barcelona, Grijalbo Mondadori, 2000 [1ª ed. en inglés, 1999], p. 184.
  4. En ibíd., p. 183 (la itálica es nuestra).
  5. Física, IV, 11, 219, b1.
  6. Confesiones, XI, XIV.