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Poemas

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La sacerdotisa

Antes del encuentro,
Estaba yo consagrada en pan y en vino.
Pero de tanta paz enigmática, un vacío angustiante me invadió.
No pensé tocar el cielo y cambiarlo por tierra,
De la mas infértil e insana.
Tu rostro insertado en la ciénaga
que buscaba por cerros y montañas,
estaba allí como puesto en medio camino,
sin poder dejar de mirarte, tentación milenaria, ayuno tortuoso,
vida inmaculada a cambio de tormenta y pasión, cálido sentido
por una guarida intocable, suave burbuja y miel en mis labios
para pasar el trago amargo de lo que significa posar un pie en la existencia.
Tu presencia, salvación momentánea a un abismo ilusorio,
Fue un rescate barato para un nivel más profundo del cual
ni la muerte comprende que en vida, crea que se pueda estar mucho tiempo.
Devuelvo el regalo dado por el universo: dame la tumba vacía
Para llorar en forma de rocío la felicidad eterna,
de la cual añoro cada noche
Estar nuevamente consagrada en pan y en vino.

 

La emperatriz

Un día en un bosque lejano se oía:
Que mi cuerpo cercano
debía fecundar el amor alcanzado.
No tenía plan alguno de ejecutarlo,
Admiraba a quienes iban en contra de la madre natura
Lanzadas al hierro forjado de humanidad y rebeldía,
ese que enseña y transforma.
Ser recipiente de vida es hermoso para quienes lo contemplan
Como única fuente de sentido en este extraño paseo de vidas.
Quería alcanzar la cima sin más compañía que la sombra dudosa
de mis experiencias quejumbrosas, melancólicas, delirantes, solitarias,
eternas, profundas,
insignificantes; fulminantemente comunes.
El hecho se sobrepuso como marejada ante una barca intrascendente.
Tomé las herramientas (que no habían sido dadas),
Acepté el hecho con los dientes apretados,
Y, con rostro atenaico
Sigo adelante
Intentando ser recipiente fértil
en armonía con la naturaleza
Que sin sonido alguno omitido,
Aplicó el silencio diplomático de una buena lección:
Ser madre es una condición que ni la resistencia puede negar.

 

El sumo sacerdote

Nunca fuimos presentados.
No tuve una imagen vuestra desde la cuna,
Es un experimento re-hacerte en la experiencia,
Existes y eres invisible como una vestal en casa de casados.
Imponente desde la imagen,
Impotente desde las responsabilidades.
¿Quién eres cuando decides formar las filas militantes de la abadía?
Te conviertes en un ser extraño,
Aflora tu feminidad tu ternura y suave voz
que preside las misas repletas de mujeres metálicas
que acusa al alfa
y el omega sale deprisa,
para ser explicación
de un nuevo amanecer.
Ser divino, ser extraño, ser afable, ser barítonamente agradable.
Eres oído para las penas más profundas,
otorgas perdón
como quien corta boletos en un bus.
No es una condena,
Es una cadena de una serie de sucesos:
Aborreces desde lo más profundo
El rol penetrante de un hombre avasallador
Que en su seno engendra abandono,
Soledad paternal, vacío familiar, odio misógino
y odio andrógino.
Es un refugio crónico a las tempestades
de las eventualidades eternamente cambiantes
condenadas a la angustia existencial
de lo debido
y de lo indebido.