Letras
Anexo 2

Comparte este contenido con tus amigos

El anexo 2 de la Resolución GBPCH (ganado bovino para el consumo humano) - 0054446-6-XIC-2011, emitida por un organismo encargado de la sanidad vacuna, que suele identificar sus decisiones con siglas, desconociendo —como casi toda autoridad gubernamental— los prodigios del lenguaje, se ocupa de categorizar, con la minuciosidad de un relojero, el riesgo geográfico de la encefalopatía y otras desgracias bovinas. En efecto, clasifican estas enfermedades los funcionarios porque si se trata de carne para el consumo, es mejor establecer con toda claridad las distintas series de riesgos posibles y vincularlas a políticas y programas públicos que hagan conscientes a veterinarios, ganaderos, transportistas, matarifes y carniceros de los cuidados a practicar, pues las personas no merecemos sufrir la calamidad de comer un bicho enfermo.

En la sede de ese organismo de la sanidad vacuna, el Subjefe de la División Coordinadora del Departamento Gerencial del Área Técnica para el Contralor de... —cuyos demás nombres continúan en mayúsculas y se omiten para tranquilidad visual del lector—, escribe este funcionario un artículo sobre el que, obviamente, ha de ofrecer unas conferencias después. Este texto trata de la vigilancia sanitaria clase “B”, que nuestro país no comparte con el primer mundo, el cual ejercita, para su certeza imprescindible, el de clase “A”. No hay mejor cosa que el comparativismo jurídico. Véase, si no, que de la A hasta la Z se ocupa una asociación mundial de la sanidad de todo esto y que debe evitarse la in-mundicia orgánica, tanto más cuando hablamos del ganado bovino para consumo.

Se detiene nuestro héroe, al correr de la computadora, en el más nimio detalle de su escrito. Describe artículos y normas con la precisión del que goza como ninguno de su trabajo. Es que el tipo de control “A” al que aspira nuestro país (siempre es mejor estar cerca de patrias ganadoras que andarse como hormigas laboriosas sin pena ni gloria), esa clase de contraloría se encuentra reglada en el artículo vigésimo cuarto bis del tratado internacional correspondiente, refrendado por la ley local del rito. El control “A” (también el “B”) fue diseñado dentro del marco de las adendas 5, 6 y 9 del aura para el laberinto social que consiguió estatuir el planeta. Pero no hay que detenerse en resquicios normativos ni en temáticas inútiles referidas a las personas. Las leyes valen de por sí —piensa el funcionario— y los que piensan distinto que se embarullen solos en abstracciones perniciosas, verbigracia toda esa parafernalia de la sociedad como si ésta existiera de por sí, cuando nuestro héroe está convencido de que el vecindaje no es más que la sumatoria de cada uno de nosotros, en fin.

Digamos al paciente lector que quien a partir de ahora (por economía lingüística) será llamado “el subjefe” o “nuestro héroe” relaciona el conocimiento de cuanto reglamento debe aplicarse en la emergencia. Para eso lo consideran un funcionario, y por ello ascendió rápidamente. Cosa que sus compañeros de oficina agradecen, ya que dale que va con los escritos sobre adendas y resoluciones, la vida de estas entidades se perdería en los pasillos de la ignorancia si no fuera por la merecida lubricación del subjefe.

Nuestro héroe, habida cuenta de su fabuloso saber y de que ve el mundo con el flaco angular de su esprit de bagatelle, tiene convicciones, y como éstas versan sobre el consumo de la carne bovina, de sus benditos reglamentos y de todo lo que articule con proteger “al hombre”, cree él que contribuye así, con la mayor eficacia, a que el planeta sobreviva. Porque si las cosas no cambian ha de ser por los demás, nunca por el subjefe, atencioso como se encuentra a diario en aplicar y hacer nuevos diseños y más doctrina. (Sepa el lector que a estos agentes de la transportación del exceso no les aqueja demasiada preocupación mientras sus emolumentos hayan sido imputados y se ejecuten puntualmente para su digna conveniencia.) En definitiva, ora et labora. Se trata de eso para el subjefe, de eso se trata convivir en el planeta para él.

Si hablamos de la sanidad bovina para el consumo humano habría que recordar que en algunos desiertos abandonados de África ese consumo (humano) no es de carne animal sino humana (con perdón de la aliteración ligera), pero eso ya es cosa de los antropólogos, cada uno a lo suyo. También, que otros humanos allí terminan consumidos por los buitres. Pero el subjefe pensará: si el África es caníbal, en su más cabal sentido, allá el África, nosotros nacimos en un país civilizado, próximo al primer mundo.

Es decir, el subjefe, para ascender al escaño de jefe, y tal vez al de director general, trabaja sus horas, hace y analiza reglamentos, los cumpla o no, y se esfuerza de vez en cuando en algunos ensayitos, que algunos colegas aplaudirán en sus obligadas conferencias u otros más corajudos copiarán izando la paciencia del más santo leguleyo.

Quién te ha visto y quién te ve, así despliegan los subjefes como éste su saber burocrático. Y aunque los habitantes del planeta nos encontremos sumidos en los tormentos más grandes, el subjefe estará siempre orgulloso de su labor objetiva. Porque si él hace (legal y objetivamente) lo suyo y cada uno sigue estas huestes laborales, el planeta va a sobrevivir, de eso no le quepa la duda a nadie. Peculiar manera de amar al prójimo, en fin. El texto acerca del anexo 2 de la mentada Resolución 0054446-6-XIC-2011 no es fácil. Tiene doscientos cuarenta y tres artículos que se contradicen entre sí, con más sus referencias. Y luego hay que leer los otros anexos, las adendas y las notas complementarias de los artículos, modificados a su vez por cada referencia, que deberá ser vinculada a los tratados. Podríamos preguntarnos a qué vaca le interesa esta resolución, cuántas vidas se salvarán en cuáles restaurantes o con la ayuda de qué heladeras; por último, si no sería más conveniente dejar de consumir carne bovina recordando a Echeverría y distribuirse millones de ejemplares de El matadero por las calles, parques, escuelas, universidades, colectivos, taxis y ascensores. Claro que la faena de hoy no es la misma, pero cuando de la propaganda se trata, cualquier intención es válida. ¿Cuánto puede costar la distribución de esta obra universal si se compara el gasto que insume el estrago de sostener una pirámide entera para cuidar de las vacas y, por consiguiente, de los humanos que no optaron por comidas más frugales?

Pero nuestro héroe continúa empecinado en el ensayo, no vaya a ser él quien cambie la cultura. Después de todo, ésta siempre se ha ido haciendo a costa de los malestares ajenos. Y a quién le importa hoy lo ajeno (seamos francos). Lentamente elabora entonces el subjefe su doctrina. Ora et labora. Busca antecedentes en su archivo y, a medida que avanza, lo desconcentra la voz en alharaca del jefe, que se le aparece en toda su contundencia de súbito, como siempre. El tipo quiere que le encuaderne unos proyectos, que envíe las constancias de recepción de algunos expedientes por el sistema administrativo unificado de códigos internos de seguridad (SAUCIDES). Cumple nuestro héroe a regañadientes el cometido y vuelve a sus archivos. Copia y reescribe como Bártolo de Saxoferrato. Rinde pleitesía a Gutenberg.

Para desgracia de nuestro héroe, regresa su jefe: una presencia se agranda en la mediocridad del habitáculo transformado en despacho. Aprieta sus dientes el subjefe y afirma su afilada mandíbula para no trompearlo. El jefe proclama su deseo y, como la pirámide de las jerarquías funciona, el subjefe irá a cumplir el deseo de su jefe. El subjefe odia tener que ejecutar mandatos que lo sustraigan de su tarea. El odio se acrecienta en su estómago, alcanza a orbitar en sí mismo como una esfera loca, lista para salir saltando a empellones.

Los dedos del subjefe tamborilean sobre el viejo escritorio, adquieren una existencia independiente mientras éste oye como en ecos el empecinamiento de su jefe. Parece que las muñecas tensaran sus manos y éstas expulsaran, por insoportables, a cada dedo. El subjefe intenta calmar, con su razón, la flama de sus ojos y la tensión de la musculatura de sus brazos (menuda tarea). La boca se le llena ahora de una saliva áspera: está listo para insultar y morder a su jefe (si fuere necesario). Pero mutis por foro, el jefe da media vuelta y se retira restando importancia a sus recientes encargos. Continúa entonces el subjefe su encendida escritura sobre el anexo dos.

El teclado de la computadora bailotea y gira, se van uniendo grafos, los grafos hacen palabras, las palabras se unen para inventar sintagmas con cada semema, que no pueden casi leerse merced a la rapidez con que va esbozándose el texto, que fluye. El subjefe sonríe francamente porque pese a los inconvenientes propios de la jornada, logrará un nuevo texto, que otros harán circular para seguridad de los consumidores de carne bovina. Cuántos asados y chuletas se comerán, los consumidores indemnes. Feliz tarea. Suena el teléfono, el subjefe atiende de inmediato. (Maldita sea.) Le avisan que va a producirse un paro de subterráneos, mejor dejar salir antes de hora al personal. “El personal”, para el subjefe, constituye un abstracto. El personal apoya la actividad con tareas menores, materiales. Él debe de poder continuar las obligaciones para las cuales fue convocado. Así que sus dedos tocan las teclas una a una, se suman los acápites, miles de fundamentos copiados de este reglamento y aquella doctrina. A la hora, se produce el efecto. Por fin, con el título: “Anexo 2 de la Resolución GBPCH - 0054446-6-XIC-2011”, se completó el artículo, el cual totaliza ochenta y nueve páginas en Arial 10, a espacio y medio.

El subjefe, satisfecho, lleva hacia atrás su cabeza. Mece su cuerpo regordete en el sillón, y susurra sin poder ocultar su goce: “Lo logré, otro texto más”. Sin embargo, en los pasillos, es imposible evitar el eco de una multitud con voces de enojo, que pronto deja de ser eco para transformarse en una sordina insoportable. Los ruidos de la gente recalan en el despacho del subjefe, quien ya no puede permanecer impasible. Es que los empleados, en pleno y lamentable alboroto, se agolpan y marchan por donde se los permite la arquitectura de la entidad: quieren irse enseguida debido a los problemas del transporte. (Vaya.)

Pero el jefe y el director ceden ante el reclamo ya que podrían provocarse aun más daños, verbigracia en los bienes dominiales de la entidad. (¿Un incendio?) Así, queda sola la cúpula para pensar (y hacerse cargo de los otros menesteres materiales).

Fuera de toda perspectiva real y despreocupado merced al permiso que hizo cesar el escándalo, nuestro héroe, el subjefe, vira su cabeza nuevamente en dirección al monitor y se felicita: al fin hubo de completar el artículo acerca del anexo 2 de la Resolución 0054446-6-XIC-2011. La sanidad animal y el consumo humano, salvados.