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José Lira SosaDel surrealismo caribeño de José Lira Sosa

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La obra poética de José Lira Sosa constituye un discurso de encantamiento con la palabra. Su huella y su legado estético significan en la literatura venezolana contemporánea una suerte feliz de trasmutación de lo divino con lo perverso, de lo real con lo irreal, de lo mágico con lo irrevelable. Sus metáforas parecen caballos salidos del mar, y sus poemarios Fiax-Lux y otros poemas (1954), Contraseña (1981) y Vicios ceremoniales (1975), por mencionar sólo tres, contienen verdaderas páginas de “flujo sensorial”, como lo advirtió ese gran poeta y surrealista eterno, el venezolano Juan Sánchez Peláez. Pertenece Lira Sosa a una promoción de poetas que viven y transitan los signos de la convulsa década de los años sesenta. Como Gustavo Pereira, como Ramón Palomares y como Víctor Valera Mora, se enfrenta a la búsqueda y consolidación de su propia manera de ver el mundo, en medio de esas circunstancias determinantes para unos y muy significativas para todos. No sólo se plantean entonces los compromisos ideológicos y políticos, sino que la palabra, y con ella la poesía, intenta sus propios rumbos, y ha sido la distancia de aquellos hechos la que ha permitido percibir, muchos años después, la dimensión de esos hombres y de sus obras.

Nació este extraordinario poeta en la ciudad de Maturín, estado Monagas, el 19 de noviembre de 1930, y murió en la ciudad de Porlamar, en la isla de Margarita, el 6 de diciembre de 1995, donde vivió por más de treinta años. Mi amistad con él, la cercanía con su familia, las tantas tertulias compartidas y hasta viajes que hicimos juntos, me permitió por suerte adentrarme en su mundo, y adentrarme en sus obras desde una visión íntima, profundamente matizada por el afecto. Era Lira Sosa un soldado universal. En plena adolescencia viajó a París a estudiar, orientado por su maestro y amigo Juan Sánchez Peláez, y allá conoció a André Bretón, bebió del surrealismo francófono a mediados de los años cincuenta, transitó veredas y espejismos, consolidando en la memoria y su inteligencia la única oportunidad de aquellos días. Dueño de una risa alegre, enigmática, contagiosa, de voz ronca, cálido, era un hombre admirado por todos los poetas venezolanos, por su sólida rectitud moral y ética, dueño además de un ejercicio periodístico incomparable que alternaba en los escritos diarios de prensa y programas de radio de tipo humorístico en la isla de Margarita.

A su regreso de Francia encuentra a Venezuela sumida en la dictadura y en los primeros años del sesenta participa activamente, de manera clandestina, en la lucha política de izquierda, bien con panfletos, revistas cuestionadoras, materiales tipográficos diversos, bien protegiendo la vida de sus camaradas, buscando desaparecidos, cargado de coraje y dignidad, para retar a los esbirros y soportar las torturas. Muchas noches dedicó el poeta, junto con otros intelectuales del oriente del país, a esta dura lucha política. Y durante toda su vida mantuvo su integridad intelectual al servicio del destino nacional, cuestionando los errores —muchos graves— de la administración pública y de los gobiernos corruptos, derrochadores, bipartidistas y cómplices que diezmaron al Estado venezolano a partir de 1958. No debe olvidarse que la lucha armada estremeció las fibras de la identidad nacional, y que creadores como Lira Sosa y Pereira ayudaron a fijar actitudes incorruptibles y ejemplares. Combatientes célebres como Argimiro Gabaldón, Moisés Moleiro, Fabricio Ojeda, Douglas Bravo, Félix Farías, Conchita Jiménez, Julio Escalona y Gabriel Puerta Aponte, y los alzamientos militares de Carúpano y Puerto Cabello, en 1962, y el rol protagónico de la izquierda revolucionaria del país, cuya bandera fundamental la constituía el Partido Comunista de Venezuela, fueron determinantes, junto a otro grupo de amigos del poeta y líderes políticos, como Eduardo y Gustavo Machado, Héctor Mujica, Pompeyo Márquez, Jesús Farías y Eleazar Díaz Rangel.

Más tarde, derrotada políticamente la guerrilla y retraídos esos ímpetus violentos que expresaron esa época, se residencia definitivamente, con su esposa e hijos, en la isla de Margarita, iniciando aquí la lenta y profunda revelación de su poesía hacia el Caribe venezolano. Su mirada del trópico, sus visiones de este ámbito geográfico y existencial, nutrirán su poesía de una vitalidad ardiente. Y esa materia nueva, enriquecida, tiene sus cimientes más allá de la influencia bretoniana, en la de Rimbaud, Artaud, Lautréamont y Mallarmé, pero igualmente en Paul Éluard, Aragón, Dasnos, Benjamín Peret, Aimé Césaire, Leópold Sedar-Segnor, León Dumas, Jacques Prevert, Derek Walcott, Joseph Brosky, C.L.R. James y V.S. Naipaul, entre otros. Y a pesar de su erudición, su espíritu incandescente y el genio intelectual de este singular poeta caribeño, Lira Sosa apenas publicó siete poemarios; los tres que ya mencionamos y los siguientes: A la gran aventura (1960), Por mi cuenta y riesgo (1967), Oscuro ceremonial (1975), Enseres y atavíos (1989) y Con la palabra en la boca (1994), más sus dos antologías: Vicios ceremoniales (1975) y Poesía (obra completa, póstuma, 1998).

En esos libros se aprecia una poesía bañada de luz y de mar, que tiene de la música de la ola y del cuerpo grácil de la mujer amada, también del encuentro con lo fortuito de la vida, el éxtasis y la esperanza. No es poesía triste ni melancólica, ni bucólica o abstracta, simplemente revela y teje las metáforas en torno a un cosmos cargado a menudo de cromatismos, de la traspolación que él mismo calificó en algún momento de “magia plástica a magia verbal”, quizás porque fue un conocedor puro de la pintura venezolana y universal, amigo de artistas nacionales como Jesús Soto, Luis Guevara Moreno, Mateo Manaure, Alejandro Otero, Carlos Hernández Guerra y Jacobo Borges, entre otros tantos, quienes nutrieron directa e indirectamente su obra literaria. Veamos esto en su poema “No sólo de isla”:

No sólo de isla
ni de mar ni de espuma taciturna
en la arena hollada por tus talones
de hechicera.
No sólo los relojes ni de mapas
exactos
ni de encuentros
y diluvios
se alimenta el pico del pájaro
y la cola del pájaro
y las alas extraviadas del pájaro
que socava tu vientre.
Persigo la voltereta irreparable
de la piedra.
Busco el escondrijo
la huella sigilosa
que revela tu conversión salina
y el beso furtivo
a la Boca del Río
a la flecha perdida en el corazón
subterráneo de la mandioca.
Atisbo el caballo color violeta
donde tu desnudez pasea de un sueño a otro
como en la época del fuego.1

Esa poesía que vibra en su intento de universalidad, que desanda su vuelo en el adentramiento de lo raigal y lo humano, trata de mostrar —con evidente matiz surrealista— el Caribe de la frescura y la celebración constante, del movimiento y los amaneceres, de las hojas vivas y las Antillas eternas, que no escapan a la epicidad del pasado, de cuando las plantaciones de bananos y cacao, del café y los mulatos. De ahí que la palabra juegue a esos vaivenes físicos y psicofísicos, de ciudades, mares y cuerpos humanos, en un vertiginoso y seductor ejercicio de sensualidad y encuentro, como en este poema titulado “Lapsus”:

Puesto que nada está definitivamente sellado
puesto que el ritmo asombroso de tus nalgas mantiene
el hechizo en esta ciudad de mar
puesto que he decidido buscar el tesoro oculto
en los pliegues de tu sexo
puesto que aprendemos estas fórmulas de memoria
y anotamos en el debe y en el haber un espejo roto
una imagen descompuesta
el arcoíris de la muñeca abandonada en la arena
puesto que se empieza en algún momento
por la cadencia del gavilán sumergido en la astronomía
rebosante de truenos y relámpagos
donde tú eres el vestigio de la hechicera
el sistema solar que acariciaba el brazo y el pecho
la botella casi vacía en la penumbra
puesto que tú eras entonces la promesa del agua
la oscuridad que presagiaba mi piel
invadiendo la selva de luz negra
perfeccionando el chorro de tierra y esperma
humillando, sí, humillando mi búsqueda de la mandrágora
mi regreso a la edad media
Puesto que al comienzo eras favorable a la ofrenda
mientras orbitabas hacia el miedo
mientras girabas hacia la puerta de cristal refractario
retrocediendo a la vuelta de la esquina
y luego aparecías y desaparecías en la fiesta de cumpleaños
te prolongabas en mi cigarrillo
para finalmente descender al centro del insomnio
y tú eras la primera figura de la baraja
y yo el río donde te desnudabas
la punta de la lengua
la saliva guardada más allá de la sábana blanca
Puesto que tal vez nada sea cierto
me limito a la sombra
a ser la sombra de lo que tú buscabas
a ser la sombra
de lo que tú buscabas
en la locura.2

Como se aprecia en el poema, el poeta parte de un discurso anticipado (“Puesto que”... tales cosas), hasta conducirnos a través de ese, su juego sensual, erótico, galante y directo, hasta un desenlace que termina en el azar, la duda, el imposible o simplemente el sueño: “Puesto que tal vez nada sea cierto”. Y si lo es, ello no afecta al poema. Y es este tipo de poesía lo que distingue a Lira Sosa de otros grandes poetas venezolanos como Gustavo Pereira, quien plantea una poética reflexiva, candente, a veces dotada de la más brutal certidumbre, o despojada e intelectiva; o a diferencia de Palomares, quien busca sus raíces en el apego a la tierra a través de sus ancestros. En Lira Sosa el poema tiene plena libertad imaginadora: la luz, el color, la musicalidad, el erotismo y el cuerpo, pero igualmente el planteamiento de su vínculo con el hombre, el tiempo y el espacio que define al Caribe.

En otro gran poema, titulado “Lucha”, percibimos ese mismo giro circular que implica un juego surrealista, en el que la nostalgia, la utopía, la memoria, el sueño, la realidad histórica y la real grandeza del verbo, entretejen una resonancia cósmica que sólo puede apreciarse en la justa dimensión de su esencia caribeña:

Evoco en el ojo del pájaro
esta lucha tenaz.
Evoco en medio del incendio. La mitad color rojo
y la otra mitad color rojo
la ceniza nostálgica del cuervo
Pulso el ánimo excavado del combatiente,
sus llamaradas umbilicales, retorcidas;
las llamaradas de su oscura miseria.
¿Dónde está el ojo del pájaro,
la ceniza nostálgica?
Lucha tenaz
dibuja en la frente insomne del adversario
el estigma de la derrota
dibuja en la frente insomne del adversario
el estigma
toma mis bíceps cruentos e incruentos
tómalos en el flujo
tómalos en el reflujo sanguíneo
y haz de ellos un desatino irreparable
toma mi lengua de ciudadano y de padre de familia
y haz de ella una labor provechosa y fecunda
toma esta tierra en su muda rigidez de tierra,
engañadora en su mudez, asfixiándose en su fatiga
atrincherada en sus febriles combustiones
toma esta tierra
y haz de ella una patria libre
sin afrenta y sin confusión
y sin oprobio
toma mi voz conturbada
y haz de ella la voz de un hombre libre
lucha tenaz
entonces no tendré mis raíces petrificadas
en el hastío
sino la exaltación de mi alegría metálica.3

Además del elemento rítmico, magistralmente logrado en este poema, se establecen las coordenadas de algunas variantes de nostalgia que implican la vivencialidad, el arte, el yo y la poesía. La presencia del cuervo como referencia (“la ceniza nostálgica del cuervo”) nos remite al célebre poema “El cuervo”, de Edgar Allan Poe, cuyo ritmo en lengua castellana no se discute. Se nota en “Lucha” la intención de Lira Sosa de alcanzar esa musicalidad y ese poder del canto. Por otra parte, la autodestrucción que implica la nostalgia en su afán de reconquistar lo perdido, se percibe en la pregunta paradojal: “¿Dónde está el ojo del pájaro, / la ceniza nostálgica?”. Otra vez la ceniza se transfigura en cosa menuda del recuerdo, en polvo convertido en palabra, para transfigurar la vida. El aliento de la derrota de esa generación del sesenta y el apego a esa tierra que justificó las luchas, se convierten en lo profundo del yo poético en testimonio, en “reflujo sanguíneo”. De especial observancia resultan los versos que ofrecen la vida propia como destino de lucha y que involucran la manifestación o la disposición personal para plantearse nuevos rumbos y experiencias: “toma mi lengua de ciudadano y de padre de familia / y haz de ella una labor provechosa y fecunda”. También demanda una patria libre, mediante el deseo de transformación y conquista del ideal de cambio y renovación: “toma mi voz conturbada / y haz de ella la voz de un hombre libre”, hasta alcanzar por la vía de esta realización utópica, la “alegría metálica” que cierra, a modo de esperanza, el poema.

Lira Sosa supo, como pocos, emborrachar la vida con la poesía. A diferencia de muchos contemporáneos, se preocupó por darle ritmo y resonancia a la imagen poética, soltándola al viento, a los aires y a los horizontes. Como buen poeta, equilibró parte de esa carga de quejas y denuncias colada en su poesía sesentista, con las solturas del mar, de la selva, lo mágico, lo voluptuoso y lo refractario:

Nilda

(fragmento)

Mi hermana mueve sus piernas
de lagarta
y de pájaro mosca
mi hermana de sexo de lava de volcán
y de pecho de cristal refractario
se llama Nilda.4

 

Mitología nocturna

(fragmento)

Noche gusana de tierra
noche de sexo de albaricoque
En las garras del altar nocturno
pájaro noche como una campana
de dedos de guitarra
pájaro lira como noche de azogue tremendo
noche de perfil
de búho en la arena.5

 

Marina

(fragmento)

El mar culebra incesante serpiente tropical reptando
entre espumas blancas
atrapado por la isla sometido a una invasión de yodo
y de salitre
perfumado de viejas algas despedazadas por el ir y venir.6

Si bien se cuenta con abundante material hemerográfico sobre su obra, y el crítico y poeta Celso Medina ha compilado parte del mismo, aún falta una obra crítica orgánica sobre el legado de Lira Sosa. Aún su poesía está en la mar profunda aguardando lecturas y búsquedas, hay que leerlo y disfrutarlo, y oír esa voz y ese susurro de guarura caribeña, que tiene de las bases inocultables del surrealismo, del calor del trópico, del embrujo de este ámbito, y que forma parte ya de la mejor tradición literaria venezolana contemporánea.

 

Notas

  1. José Lira Sosa, Poesía, Maturín, Centro de Actividades Literarias “José Lira Sosa”, 1998, pág. 133.
  2. Ib., pág. 95.
  3. José Lira Sosa, Poesía, pág. 61.
  4. “Nilda” (fragmento), en Poesía, pág. 27.
  5. Id., pág. 28.
  6. En Poesía, pág. 145.