Artículos y reportajes
Sergio García Zamora
Sergio García Zamora es graduado de filología por la Universidad Central de Las Villas, editor de la Editorial Capiro y miembro de la Asociación Hermanos Saíz. Ha publicado los poemarios Autorretrato sin abejas (Sed de Belleza, 2003), Tiempo de siega (Ediciones Ávila, 2010), El afilador de tijeras (Sed de Belleza, 2010) y Poda (Abril, 2011), con anterioridad ha sido acreedor de los premios Poesía de Primavera (Ciego de Ávila, 2009), Mangle Rojo (Isla de la Juventud, 2009), Calendario (2010), Fundación de la Ciudad de Santa Clara (2011) y Digdora Alonso (Matanzas, 2011).
Desde La Esperanza, Sergio García Zamora anuncia la trascendencia

Comparte este contenido con tus amigos

Sergio García Zamora (Esperanza, Villa Clara, 1981) recién acaba de obtener el Premio de Poesía del Concurso Literario Fundación de la Ciudad de Santa Clara 2011, con el libro El valle de Acor. El libro será publicado por la villaclareña editorial Capiro este año. Justo cuando se premien los libros laureados de esa nueva jornada.

Pero he tenido la suerte de leer el poemario inédito, que viene a sumarse a los otros ya publicados por este joven autor, tan alejado de la escritura experimental tan de moda y favorecida en estos tiempos.

Sergio, sobre una poesía escrita con rigor, con la fuerza que le otorga el no escatimar ninguno de los resortes con que se consolida este tipo de escritura, nos describe con acierto, inteligencia, cierta ironía y hasta a veces con un tono cercano a lo coloquial todo cuanto ese mundo interior y exterior le hacen reflexionar constantemente en sosegado diálogo consigo mismo sobre la cotidianidad en que se exponen los aciertos y desaciertos de los hombres.

Una cotidianidad, que pese a todo, en él es símbolo del sosiego de la vida familiar. Verlo en su casa, al lado de la leal Lily, lino hincado que lo salva. La casa sencilla de quienes la levantan a sabiendas de que servirá de templo, de cálido remanso. La vida simple de la que testifica con pasión de un sobreviviente. Puede que todo se haya transformado afuera, pero dentro sigue siendo cálido y apacible.

Ver al poeta en una de las cabeceras de la mesa familiar, al lado de su hermano Eliecer, del que sabe que su nombre significa mi Dios ayuda. La noble Nilda, su mamá y el buen padrastro Alberto. Todos en el ritual, penosamente cada vez menos repetido, de sentarse alrededor de una mesa. De hablarse en secreto cuando se trata de un asunto familiar, mirándose a los ojos, donde la verdad está siempre estacionada, al alcance de todos.

Viéndolo en su casa, junto a su familia, es fácil descubrir que son estos los personajes que permanecen en su poesía.

Ahora, justo cuando ha tenido la suerte de poder mostrar buena parte de su producción poética en diferentes editoriales (Autorretrato sin abejas, Sed de Belleza, 2003; Tiempo de siega, Ediciones Ávila, 2010; El afilador de tijeras, Sed de Belleza, 2010 y Poda, Casa Editora Abril, 2011) obtiene el Premio de Poesía de la Fundación de la Ciudad de Santa Clara y con ello la posibilidad de que el año próximo la editorial Capiro nos permita leer, en su colección Premio, El valle de Acor, su más reciente poemario.

Dividido en tres secciones, la primera, repitiendo el mismo título del libro, la integra un extenso poema en seis partes; la segunda sección, “La sombra del buen vivir”, agrupa catorce textos en los que dialoga desde diferentes escenarios, ficticios o reales, visitados o soñados, de la Isla, y finalmente “Viajando a Santa Clara”, que referencia ese conjunto de sensaciones, sitios, personas, sucesos, descubrimientos donde revela desde ese territorio afectivo que él llama Santa Clara y que no es más que la suma de sitios cercanos, afectivamente, al poeta.

Aclara en una de las primeras páginas de este libro que Acor es una palabra que en hebreo significa turbación y en latín acidez, como si uno u otro e incluso ambos a la vez marcaran ese diálogo que Sergio insiste en mantener con Dios o consigo mismo, a través de un persistente tono irónico, que encubre con cierto matiz místico, y con el que expone cuanto asombro o deducción, o arribo, o encuentro le ha proporcionado la intensa relación con su tiempo y sus semejantes.

Lo cierto es que este discurso está legitimado desde lo lírico, con una acertada dramaturgia en que va cediendo, poco a poco, las claves de ese suceso con el que finalmente sabe nos podrá deslumbrar.

Él conoce la manera efectiva de poner la palabra en función de esa estrategia que domina a la perfección.

La riqueza lírica que conforma su obra ya adquiere en los últimos títulos publicados ese difícil peldaño de una poética personal, reconocible, que distingue el lenguaje de los poetas que han alcanzado la madurez. Esto, junto a los temas a los que se acerca y penetra, hacen de este nuevo poemario un libro sumamente atractivo.

Estemos atentos a su salida y a la nueva posibilidad de encontrarnos con el joven Sergio García Zamora. Mientras, disfrutemos de estos poemas pertenecientes al poemario El valle de Acor, Premio Fundación de la Ciudad de Santa Clara del 2011, como un adelanto.

Recostado a las columnas

Recostado a las columnas
que suponen fuerza,
es decir, suponiéndome fuerte
pues nadie a quien yo ame
ha muerto todavía
o se ha marchado del país
—que es lo mismo—;
recostado, digo, a las columnas,
ladeo la cabeza
ante el fotógrafo inexistente:
muchacho desaparecido
por ambiguas razones
como el claroscuro de sus imágenes.
Igual a un muerto o un proscrito,
quise alguna vez,
en la mañana de los dioses,
retratarme en blanco y negro
como nuestra vida,
pero aquellos a quienes amo
me convencieron de mi fuerza.

 

Amor de ciudad breve

Yo te amo, ciudad,
aunque solo escucho de ti el lejano rumor,
aunque soy en tu olvido una isla invisible,
porque resuenas y tiemblas y me olvidas,
yo te amo, ciudad.
Gastón Baquero
Como William Blake, que siendo niño
vio asomarse a Dios por la ventana,
la he visto asomarse en mí
y juzgar el espíritu para saber si soy digno
de que ella entre a mi casa.
He desatado su sandalia
y he puesto perfume en sus cabellos.
Acaso mañana nos abandone
y estemos cenando ahora en compañía
de la ciudad resucitada,
sin lograr verle las heridas
de las manos y el costado;
sin reconocer en su rostro el rostro
de los que andan por sus calles.
Como William Blake, ya vi su parque,
ya vi los árboles de su parque
colmados de ángeles.
Yo te amo, Ciudad, aunque nunca lo preguntes
y aunque te niegue siempre.