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El ciego

Siento cómo hierven los cristales a mi alrededor, y cómo cae la valla poco a poco.
Escucho las palabras sordas de gente que jamás habría querido hablar.
Está oscuro, pero una tormenta en algún sitio ilumina de vez en cuando.
Detrás de la misma ventana de siempre, asoma la cabeza de un ciego que todas las noches escucha lo mismo que yo agarrado a la verja de la ventana.
Él no sabe de qué color es el gorro que lleva hoy, ni tampoco sabe quién hizo la sopa.
Sabes el camino, hombre del silencio. Una vuelta a la manzana. Golpear con el bastón la puerta cerrada de tu casa. El escalón, la llave que siempre entra a la primera y la mirada resignada de la mujer que te observa por la ventana.
Siempre dejas esa ventana abierta.
Escuchas la más mínima pisada y el cuscús haciéndose en el piso de arriba por las mañanas.
Toda la noche la pasas pensando cerca de esa preciosa ventana.
¿Qué sueñas, hombre de amarillo?
¿Acaso distinguen tus ojos el color de una guerra?
Creo que él ya conoce mis pisadas y mi graciosa canción con la llave.
Todas las tardes paso junto a la ventana y escucho cómo respira. Es curioso, porque también veo cómo me sonríe.
La valla sigue cayendo, los cristales hierven y la gente sigue hablando; pero cuando me he querido dar cuenta ya no ilumina a ratos la tormenta.
Ha amanecido
y el ciego se agarra a la ventana como si su vida, a veces con tan poco sentido, dependiese tan sólo de aquello que ven las rejas de pupilas de hierro.

 

Azul y blanco

¿Qué quieres, ver el lado bonito?
De acuerdo, es sencillo.

No escuches los gritos de la mujer de enfrente
que reclaman amor de un indeseable.
No mires las dos caras de la gente
que te sonríen
a la vez que lloran por dentro
por ser tan diferentes a ti.
Escóndete de esas miradas salvajes hacia tu persona
admirando tu cuerpo estructural
a la vez que te maldicen.
Pero sobre todo,
sobre todo,
busca en los ojos de ese niño.
¿Lo ves?

¿Quieres ver el lado que no es bonito?
Bien.
Esconde esos tallos verdes
de plantas desconocidas al mundo
bajo montones de basura.
En la sonrisa de esa niña
busca cinturones y marcas de su frágil cuerpo.
Quéjate del humo negro
de taxis de colores.
Bébete ese suculento té,
admirando las vistas al mar
mientras te fijas en unas botellas de color verde
adornando la playa.
Envuelve latas de cerveza
en periódicos que ni tú entiendes
bajo esas miradas de hombres de blanco.

Piensa,
piensa por una vez,
si merece la pena
fijarte en un hombre descalzo
que susurra a los perros callejeros.
No lo dejes de lado,
no lo olvides,
pero no lo pienses.

 

Amarillo

No mires. No pienses.
Camina sin arrastrar los pies.
Aléjate del fuego
Compórtate como un hombre.

Susurran las ventanas
de las casas vecinas.
Por debajo de las puertas
se escucha jugar con palabras peligrosas
que se esconden tras cristales
llenos de pequeñas gotitas de vapor.

Maridos insoportables;
fulanas, mujeriegos,
de boca en boca.
Bolsillos llenos de cucharas.

Palabras prohibidas,
deseadas,
que dejan un hueco al terreno cotidiano.

Ellos, detrás de falsas estacas
contra los vampiros
de una dulce noche de verano,
atacan sin remordimiento
a hombres que ocultan su falsa verdad,
provocando las risas de otros.

Al caer la noche,
solo queda salir de sus propias mentiras,
de sus propios desórdenes,
a que una brisa fría,
a la luz de la farola,
te asegure de que estás haciendo lo correcto.

Compórtate como un hombre.
No mires. No pienses.
Limítate a seguir a los demás
Como una brisa de verano,
acariciándote la frente
con la que tanto has trabajado
en un cálido pueblo de la mancha.

 

Cordura

No, no entendí tu última carta. Hablabas de tela a la que aferrarte por la noche, y de hombres con pantalón vaquero acechando en el rellano de la casa de tu abuela. Fue como verte, inocente y confiada, unos años atrás.

Recuerdas bien lo sencilla que era tu infancia. Los problemas y conversaciones de mayores consistían, únicamente, en discursos aburridos que era mejor no escuchar. Dormías pensando en historias, quizás algo pintorescas para tu edad, de profesores enigmáticos o campesinos locos y atractivos de los que una princesa rica e insatisfecha podía enamorarse. Tu vida se podía resumir en una tarde, el olor de las manos de tu madre dándote las buenas noches o un viaje de aventura a México.

Cambió repentinamente cuando llegaste a la tierra roja de los sultanes. Ciudad de dulces tesoros y arena que pisar por las calles. Sabores intensos, gestos incomprensibles y pulseras de colores. Encontraste también, mientras amanecía, un toque ácido que darle a la vida. Verdaderamente, aquel lugar nunca terminaba de dar sorpresas.

Sin embargo, algo pasó durante mi ausencia. Ahora veo noches de euforia en tus nudillos, rompiendo paredes, como la niña inocente y desconcertada que eras unos años atrás.

Quizá tomaste alguna decisión equivocada, o volcaste tu rabia sobre cualquier tontería. Quizá creíste que podías con todo y ahora no encuentras nada. Te gustaría y, lo sé, poder ser otra vez la niña pequeña y colorada que eras unos años atrás, jugando horas al mismo juego, saliendo del colegio con ganas de entrar otra vez más y aprendiendo a leer como si de hambre se tratara.

No obstante, a veces, no te gusta ser tan egoísta o escuchas a alguien que te hace pensar un rato. Momentos en los que prefieres concentrarte y ser tal y como quieres ser en realidad y en los que te puedes dar sentido a tres notas más de una canción. Es una pena que, tan sólo en esos momentos de cordura, sonrías tan intensamente como aquella niña rubia, soñadora y despistada que quizá eras, no hace tantos años atrás.