Entrevistas
Fernando SavaterFernando Savater: un lector comprometido

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Cuando un lector es voraz puede pasar una serie de hechos: que se convierta en escritor, que se haga filósofo y hasta que termine desarrollando algún activismo político. En el caso de Fernando Savater se cumplen las tres cosas. Al principió descubrió la literatura y tiempo después la filosofía, actividad de la que nunca se arrepintió. La literatura viajó junto a él en su aventura vital al mismo tiempo que lo hicieron las influencias de Nietzsche, Cioran, Spinoza; mientras se desarrollaba en su interior una tendencia socialdemócrata, laica y antinacionalista. Sobre todo, la literatura le acompañó a la vez que su vitalismo desembocaba en un interés por la didáctica a través de las palabras.

Con sesenta y cuatro años tiene una trayectoria amplia y prolífica. Ha sido catedrático de filosofía de la Universidad Complutense de Madrid, de la Universidad del País Vasco, de la Universidad Nacional de Educación a Distancia y de algunas más. Siempre colaboró con el diario El País y con la revista Claves. Ha desarrollado un público activismo contra el terrorismo de ETA mostrando sus ideas, entre otros, en el Foro Ermua. Los premios que tiene son muchos: el Nacional de Ensayo 1982, el Anagrama, también el Planeta 2008 y el Ortega y Gasset 2008. Además es doctor honoris causa de varias universidades, labor que no se separa de sus innumerables apariciones en televisión encabezando debates de toda índole.

Su última obra, Los invitados de la princesa, ha sido galardonada con el premio Primavera de Novela 2012. Es un libro donde se cultivan varios géneros (a través de relatos) y donde, de manera subterránea, el diálogo de los personajes termina en diversas reflexiones filosóficas. En cierta forma es un homenaje a la literatura, cuando ésta tiene la virtud de narrar experiencias que transmiten conocimientos. Han dicho de ella, en su corte metaliterario, que la isla donde transcurren los hechos es una metáfora del mundo real. Y es que, como dice el mismo autor, tuvo un antecedente biográfico que desencadenó el libro. Cuando se encontraba en Milán, esperando un medio de transporte, un volcán islandés comenzó a arrojar cenizas y tuvo que quedarse aislado hasta que las condiciones fueron distintas. Entonces comenzó un diálogo múltiple con las personas que se encontraban en idéntica situación. De ahí que el argumento del libro pase por una isla en la que su presidenta (llamada princesa) invita a un grupo de congresistas que terminan incomunicados a consecuencia de un volcán y que irremediablemente intercambian palabras, experiencias y literaturas.

A.G. Señor Savater, debo confesarle que de todas las entrevistas que he hecho esta era la más esperada. La unión entre filosofía y literatura es algo que me seduce por circunstancias personales. El lenguaje literario, propio, es un vehículo más asequible para las ulterioridades. ¿Está de acuerdo?

F.S. A mí también me seduce mucho ese modelo. Mis escritores favoritos en todas las categorías son quienes están a caballo entre esos géneros: Voltaire, Santayana, y sobre todo Borges. Los que convierten la reflexión filosófica y metafísica en género literario.

A.G. Porque la filosofía es necesaria, ¿verdad? Aún no ha muerto, por mucho que Jean-François Lyotard y Gianni Vattimo lo pretendan.

F.S. Más que necesaria, yo diría que es inevitable. La ciencia explica y la poesía expresa, pero la filosofía —al menos tal como yo la entiendo— pretende juntamente explicar el mundo y expresar la vivencia del yo que lo comprende. Queremos saber no sólo qué son las cosas sino también qué significan para nosotros, cómo nos corresponden y qué destino nos aportan.

A.G. Su última obra, Los invitados de la princesa, fue fruto de una situación real en Milán: usted se quedó atrapado en una isla a expensas de un medio de transporte, al igual que los personajes del libro. A mí me gustaría saber si ese patrón se repite o si sus novelas son consecuencia de diferentes causas.

F.S. Mi ficción parte de pretextos reales y concretos, pero nunca es naturalista ni aun menos costumbrista. Cuando escribo ficción soy real, pero nunca “realista”...

A.G. En este libro la genialidad está en la trasmisión de experiencias y de ideas a través de los diálogos de los personajes. Está en coincidencia con Deleuze: ¿el diálogo termina o debe terminar siendo un producto más importante que los interlocutores?

F.S. A mi entender, el diálogo no es un intercambio de conclusiones —o no es sólo eso—, sino una indagación sobre lo que ocultan, hasta para nosotros mismos, las conclusiones a las que hemos llegado previamente. En el diálogo perfecto, el socrático, los intervinientes tienen al final menos claro lo que piensan pero más claro lo que son como seres pensantes.

A.G. Ese diálogo, el de su nueva obra, nos conduce a un viaje sin destino. En ese navegar, ¿cuál sería un hombre sabio hoy en día?

F.S. El sabio, a mi juicio, es quien mejor comprende su relativa minusvalía entre dos magnitudes abrumadoras, la naturaleza y la sociedad. Con las cuales debemos vérnoslas, con humildad pero sin humillación...

A.G. La política también surge en el libro y con ella el problema vasco. ¿Por alguna razón, cree que los cimientos de ese nacionalismo pueden volver a resurgir o que, por suerte, ese problema se ha acabado?

F.S. En el mejor de los casos, lo que se ha acabado es la amenaza permanente de la violencia terrorista... que no es poco. Pero el debate nacionalista continúa, así como la necesidad de seguir luchando por una España plural pero unida.

A.G. Este además es un momento, como sabe, crítico en España y fuera de ella. Estamos sometidos a una crisis global. ¿Debería ser efectiva la idea de sanciones por delitos económicos contra la humanidad? ¿Qué opina al respecto?

F.S. Siempre he pensado que los dos adversarios peores de la democracia son la miseria y la ignorancia. Y que deberían estar fuera de la ley, con todo lo que ello significa, quienes las fomentan, se aprovechan de ellas o incluso quienes no las remedian diligentemente.

A.G. ¿Es necesario algún tipo de revolución para salir de esto? ¿El pueblo —la ciudadanía— debe ser activo?

F.S. El “pueblo” puede ser —suele ser— una instancia retórica, pero en cambio los ciudadanos no son nada si no son activos, es decir, si no reflexionan permanente y colectivamente sobre sus derechos y sus deberes. Y sobre lo que les impide atender unos y otros.

A.G. Me detendré en la ética ahora, presente no sólo en este nuevo libro sino en todas sus obras en las que se predica un compromiso final. ¿Cómo podríamos adquirirla hoy en día?

F.S. La ética no es un compromiso, sino la perspectiva racional siempre abierta sobre los motivos, exigencias y responsabilidades de nuestra libertad. Añado que nunca ha sido tarea fácil.

A.G. Creo que ya hemos llegado al final. Y la pregunta despedida no podía ser otra. Es una que le hago a todos los entrevistados y que hace referencia al título de la sección que dirijo en una revista y a mi propio blog. ¿Podría esbozar una definición de “La mirada zurda”?

F.S. A mí me gusta mirar por recto y por derecho (aunque no por derechas...). Me gustaría saber ser como el caballo, que tiene una visión periférica de casi trescientos sesenta grados, salvo un punto al frente y otro justo detrás...