Artículos y reportajes
Ilustración: ImageZoo/CorbisSobre la tristeza

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Adónde fueron a parar la melancolía y la tristeza, tan bien representadas por Françoise Sagan en Bonjour Tristesse, la novela que tomara aquella vieja película de Otto Preminger, por ejemplo, en la que se ve cantar a Juliette Greco, muy inspirada. Adónde, la nostalgia del bolero (Ya no estás más a mi lado, corazón / en el alma solo tengo soledad / ...es la historia de un amor / como no hay otro igual), la melancolía del tango (Arde un farol / ...su recuerdo nunca se apagó. O: Mi Buenos Aires querido / cuando yo te vuelva a ver...).

Cuando se habla vulgarmente de estos estados de ánimo o de la estructura melancólica como una forma de la personalidad, enseguida se asocian sus términos por contraste a la alegría. La tristeza, por ser un obstáculo a la alegría, en la comunicación masiva suele tener mala prensa. Es que impide el júbilo y el placer, esos que comienzan a fijarse en la infancia en el estadio del espejo, la mirada materna.

Aunque revistas y periódicos, programas televisivos e Internet se ocupen más de “estar cool”, de evitar la frustración y el fracaso (a no ser cuando se los trate en los hechos policiales de los noticiosos diarios), las artes, la universidad y el conocimiento, por suerte, todavía se ocupan de la tristeza. No todo está perdido, pues, aunque “pérdida” se vincula a “duelo”, “duelo” a “tristeza”, y todas las formas del gerenciamiento de la globalización y la estupidez traten de eyectar estos términos de su diccionario como rutina.

En el seminario 4, La relación de objeto (1957), Lacan revisa la relación madre-hijo y la analiza como un relacionamiento de objeto amoroso entre ambos sin olvidar la vinculación freudiana de la alegría con el placer, muy diferente al goce. Y tristeza y alegría forman parte de la literatura desde siempre, aunque la novela realista ha cultivado la tristeza en forma de denuncia como reacción al movimiento romántico, habida cuenta de su fuerte rasgo social en sentido de incorporar la contingencia para provocar la crítica en el lector. Lo mismo podría decirse del naturalismo, cuyo cultor máximo fuera Émile Zola, quien trata la tristeza oblicua como contrapunto en una de sus novelas: el personaje de Pauline, la hija de Quenu y de Lisa Macquart, huérfana a los diez años, desborda alegría por contraposición al depresivo Lázaro, aunque su alegría es más un síntoma que una emoción estable, la cual obra como ironía en el propio título del texto, La alegría de vivir (1884).

La semiología tampoco se ha olvidado de la melancolía y la nostalgia: encontramos en Greimas un estudio lexicográfico acerca de la estrategia discursiva que subyace en la subjetividad del melancólico (V. Anne Hénault, Questions de sémiotique. Paris, 2002. Traducción del semiólogo y lingüista Eduardo Serrano Orejuela). Y desde la Retórica de Aristóteles la filosofía se ha encargado de estudiar estos conceptos para ser analizados mucho después por la psicología y el cognitivismo. Hoy narradores y poetas continuamos inspirados en esa hiancia del vivir y no le tememos a la frustración ni a la tristeza.

Pero quien ha puesto de manifiesto la funcionalidad del concepto de tristeza magistralmente, basándose en Baruch Spinoza, ha sido Gilles Deleuze: si la alegría viene a consistir en la posibilidad efectiva de realizar una potencia (concepto este opuesto al de “maldad” —porque hay maldad allí donde se impide al otro colmar una potencia—, he ahí la relación entre ésta y “poder”), la tristeza consiste en la privación de hacer efectiva alguna potencia propia. Este pensador, en efecto, ofreció tres entrevistas a Claire Parnet entre 1988 y 1989 (Abecedario, consulta realizada el 19/8/13), que nos ilustran sobre el alcance que puede darse a los conceptos de “tristeza”, “maldad”, “alegría”, “poder” y “potencia”.

Aunque, claro, es razonable suponer que el triste debe poder resistir al poder aferrándose a la alegría, lo cual nos conduce a la valía extrema de la risa, el cancionero popular, del circo, el carnaval, del humor, las leyendas y tal. Acaso en el mundo de la literatura, la poética, las artes, de la ciencia y la filosofía hablar de tristeza no dé la sensación de oler a naftalina, pero cuando con loca insistencia se evita en la rutina globalizada de los medios masivos hablar de la desesperación, de la nostalgia o de la melancolía, o se dan recetas rápidas para superarlas como si nada, se vuelve al fin a éstas sin remedio. Por caso, todavía quedan viudos que sufren, amantes que se desean contra viento y marea, los científicos se empecinan en investigar aunque no haya presupuesto, se consumen culebrones, se bailan el bolero y el tango, se escribe sobre el amor perdido y se representan obras acerca de quienes no pueden colmar su potencia, pues la frustración es tan añeja como el ser humano.

No se sabe adónde fue a parar la tristeza de otros siglos, pero en tanto persiste en la vida algo huidizo que se nos escapa de las manos, el júbilo jamás será completo, a Dios gracias.