XX poetas ecuatorianos del siglo XXI • Selección: Fernando Itúrburu
(Piñas, El Oro, 1977)

Comparte este contenido con tus amigos

Estudió matemática y literatura. Forma parte del proyecto editorial Fe de Erratas. Sus poemas han sido publicados en revistas dentro y fuera del país. Ha escrito a cuatro manos el libro Fe de Erratas, Quince Años de Éxito (2006). Consta en las memorias del I Festival de Poesía Joven Hugo Mayo (2005).

Todo número multiplicado por cero da uno mismo
Paulina Pantoja

Uno

Nunca me gustó eso de dibujar el infinito
y buscar el argumento
de una película porno.

Por eso huí de ellos
no fue que me echaron,
ni que me desquicié.

¡Malditos matemáticos!
Satánicos engranajes del bien
los anillos son para ponérselos,
para cultivar niños las matrices
y aunque sea bueno eso de tener un cero como amigo
siempre preferiré el silencio.

 

Dama polinesia

La ficha impávida
espera en su rincón el turno que no tiene
y con el ceño fruncido
exige ser movida...

Retiene mi mano en su cintura como decir sus pensamientos
se abre paso bailando
y sin entender la geometría china del tablero
llora
        digo ríe.

Hace una reverencia, esta vez
jugará a corregir las líneas de mi palma para que su sonrisa no
fenezca
y sin entender su jugada
destruyo
              es decir, escribo.

 

Refugio vegetal

Yo puedo ser el padre
de incendios y de manicomios,
hermano de los rascacielos
pero siempre seré un hijo de mi madre.
Puedo arrojarle sal a una babosa,
y en acto de cruel humanidad
regalarle un verso a un mendigo.

Yo puedo destruir los teléfonos
de quienes me critican,
regocijarme en sus caries
con mis excesos
y mis redundancias
y en lugar de devolverles sus tomates
arrojarles uno de mis ojos.

Lejos de bibliotecas politécnicas
puedo detener el tiempo
si me da la gana,
morder escarabajos como caramelos
o echar a volar este potencial avión
sólo por gusto;
porque cuando siento ganas
no hay madre que me detenga.

 

Sueño incoherente / Posición 1

Es el quinto dictado de la tarde
y el más largo de la jornada
con el rostro fastidiado
una hermosa muchacha
que aún no se convence de la suavidad de mis piernas
aguarda sobre el escritorio
el último verso y piensa:
debí estudiar ingeniería
como quería mamá
no estaría aquí
copiando estas mamarrachadas.

 

La ciudad

Nos dejó construirnos en voz baja
(para no despertarnos)
y con precaución
integró la esquizofrenia con los laberintos
hasta precipitarse el carbón
que respiramos varias veces
pues es lo único que sirve aquí
y al final, sólo al final

Descubrimos nuestras manos tristes