XX poetas ecuatorianos del siglo XXI • Selección: Fernando Itúrburu
(Ambato, 1979)

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Licenciado en periodismo, ha hecho estudios de posgrado en literatura. Coordinó el proyecto Arcano Editores y ha traducido a varios poetas de lengua inglesa. Sus poemas han sido publicados en revistas de Ecuador y Colombia. Sus poemarios son Intención de sombra (2001), Grabados sobre una columna derribada (2004) y Los rastros (recopilación, 2006).

Preludio

Sin la puerta fijada
a cualquier realidad,
mi palabra es un cuarto.

En su vacío blanco
dejado por el miedo,
arde una voz
que no me pertenece.

Un hombre, ayer en pie,
se duerme en mi garganta:
piensa el canto.

 

Dolor

¿Dónde era Kampa?

I

Cuando rotan las hélices,
cae un óxido
que habla del pasado negro
(sus arcadas, sus dolores sombríos)
cuando las aguas del espanto
se filtraban
como ahora.

 

II

Oyes los pasos
en el desfiladero
de los árboles muertos.

Temor de otra voz que condujese
hacia el espacio sereno.

¿Quién es el niño que se queda
para morir temblando?

 

III

Vamos ¿a qué lugar, espacio, voz?
¿a qué voz?
Es el sonido pizarroso de la oquedad
donde se refugia el niño más triste
de la noche.

 

IV

El último emblema no es de muerte.
(Sin miedo, el pez
en manos del mudo carnicero
recita la balada del fondo).

 

Crónica de un deseo

Tu sonido.
Tu habitación atrapada en mis ojos.
Tu retrato. Tu vestido tirado.
Tu cuerpo, materia de luz,
sobre un extremo de la noche.

Mi mano palpa un eco,
tímida forma del canto que es la carne:
perfil de sombra bajo el beso,
cabello largo extendido en la almohada,
nocturna fuente para el pez y el abrazo.

Sólo entonces hay mundo
entre el cristal del ojo y el incendio del sueño.

Tu mirada.
Tu mano se enlaza a mi adiós que es ya la ausencia.
Tu memoria es ceniza de ave: polvo de voz.
Tu silencio, historia del instante, desarbola los días.

 

Nunca

a Bladimir Goyes

Requieres una lengua que renombre
este rocío oscuro, este légamo triste.
Tus dedos sienten la memoria en la piedra:
la mano de alguien que un día la arrojara.

Y vuelven siempre los objetos del río:
rocas, ramas chapoteando en el tiempo.

Esa piedra es el niño que fuiste al arrojarla
y en tu mano persiste el tacto de los óxidos.
Una palabra que renombre tu mano derruida
no existiría si tú la pronunciaras.

Pasa azul pájaro del cielo. Pasa y cántala.