Letralia, Tierra de Letras
Año IX • Nº 110
26 de julio de 2004
Cagua, Venezuela

Depósito Legal:
pp199602AR26
ISSN: 1856-7983

La revista de los escritores hispanoamericanos en Internet
Letras
Atardecer de añil
Manuel Orestes Nieto

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1.

El sueño comienza a declinar
en la medialuna del misterio.

Esta noticia artera de que mi vida
acabará muy pronto en el aluvión del silencio,
envenena esta tarde de junio
y su lluvia oblicua e inmensa.

Hay que prepararse, me digo,
¿pero cómo organizar el viaje
a la tierra indeseable?

 

2.

Se ha vuelto contra mí esta perversa
y salada sangre.

Será ella quien abrirá el cerrojo
para que entre a mi cuerpo
     —subrepticiamente—
la delgada muerte de cristales y espuma.

Una oscura melaza entre mis venas
avanza y se agranda
como un círculo de arena movediza.

 

3.

Está por terminar lo que no he concluido,
en el salto trunco y el alero roto.

¿Cuánto tiempo resta para deslizarme
por la pendiente
con las fuerzas perdidas?

¿Quién hará el disparo final?

 

4.

Me hago a la idea de librar una última batalla,
erguirme en ese instante,
sin lágrimas
y con los ojos abiertos,
mientras penetra el aguijón.

Me traiciona el nudo cerrado en la garganta
y el temor creciente
que se aposenta bajo mi piel
cuando los atardeceres se confunden
con el añil de las noches que parecen no tener fin.

 

5.

Este quizás sea el último invierno.

Quiero llegar a junio para reunirme otra vez
con aquella mañana fabulosa
que me otorgó la dicha.

Habrá que volver a sembrar la semilla,
aunque ya nada crecerá por mí.

 

6.

Estoy en el otro extremo de la cuerda.

Mi mano no puede tocar
al niño que está en la entrada de la casa
bañado por el resplandor.

Debe ser una alucinación
o que la muerte ha llegado con su corte de fantasmas
y centellas alocadas
a inspeccionar el sitio de mi ejecución.

En todo caso,
esta es una guerra avisada
y ya sé quién es el vencido
y quién cargará con la derrota.

 

7.

En esta forma de ocaso,
es casi imposible precisar la hora
en que el ascenso se detuvo
y se inició el declive.

Lo cierto
es que en el vértigo y la caída
no hay aire sino impotencia,
desarraigo
y un crujir de huesos contra la carne.

 

8.

Antes era la ira o el frenesí,
la tempestad del entusiasmo,
los grandes propósitos;
ahora, es la daga cóncava de la indiferencia
y su cortadura,
el deseo de que no amanezca
y el sobresalto,
la esquirla en la muda vaciedad
y la oscura mancha
en la línea del horizonte.

 

9.

Ya es demasiado tarde,
estoy muriendo de adentro para fuera.

No sé si el zumbido en los oídos es un síntoma
o si son hilachas de mi vida
destilándose por los tímpanos.

Sería preferible estallar de una sola vez,
antes que esta lenta flagelación.

 

10.

Evito mirar el reloj, saber qué día es,
preguntar por alguien.

Sin duda, no hay nada más egoísta
y ruin que la propia muerte.

 

11.

Es curioso:
los pensamientos se dirigen al origen,
a los pasos primeros,
a los febriles días de la infancia,
en un arco en el tiempo,
como si el final
buscase a toda costa sus inicios.

En el medio, la vida entera no parece contar.

 

12.

Dice el médico que el trance será indoloro.

Es una manera de consolarme,
de hacer menos pesada la conciencia
de lo que ocurre.

Debo agradecerlo,
pero he decidido no decirle
que hay algo más terrible que el dolor:
la pira encendida en la que se van quemando
las evidencias de los años;
la ardiente humareda
de la linfa volátil
donde se incinera
todo lo que no alcanzamos a amar.

 

13.

¿Del otro lado tendré derecho a la memoria?

¿Podré desde allí observar lo que fui?

Sería extraordinario revisar
cada celdilla de los segundos transcurridos,
ver los fotogramas de los años,
el expediente de mi vida
y poder reparar todo lo que dañé.

 

14.

No es suficiente escribir contra este precipicio,
debo encontrar otra forma de sortear el redondel,
la trampa mortal,
la fijación de lastimarme.

Debo levantar una muralla,
cavar una trinchera,
prepararme para el impacto,
devolver la estocada.

 

15.

¿Alguna vez te contaron que en el firmamento
puedes ver la luz de mundos que ya han muerto?

¿Seré ahora sólo el filamento de una ilusión?

 

16.

A estas alturas debo haber enloquecido.

Sólo a un demente
se le ocurre estar ante un espejo
intentado ver la rigidez en su rostro,
la imagen en vivo de su muerte.

 

17.

¿Fueron estas manos
las que tocaron las cosas del mundo?

¿Seguro que fueron estos dedos
los que palparon la piel de lo vivo
y también de lo inerte?

Estos miembros, sin fuerza ni calor,
helados y temblorosos,
son sólo remos fracturados en medio del oleaje.

 

18.

Lo tremendo es saber que uno no se consume solo,
que la hendidura hiere a otros;
a los que entrecruzaron su vida contigo,
a los del afecto,
a los del amor.

Basta mirar sus pupilas,
escuchar el tambor de su corazón
para saber que también se desangran.

 

19.

Anochece otra vez.

Desde aquí veo
las luces naranjas de la ciudad,
los automóviles,
las sombras,
el vaho
y los edificios con sus ventanas encendidas.

Después del silencio,
no creo que será muy distinto;
alguien se asomará
y verá este inmenso paisaje,
pero ya sin mí.

 

20.

¿Fue esto, en verdad, vivir?

¿Para qué este desgaste,
si es inútil intentar detener el avance
del fabuloso ejército
que arrasará mi cuerpo y mi memoria,
que arriará mi bandera
y destruirá mi casa?

Aguardo en las sombras y floto en el miedo,
no puedo negarlo.

 

21.

Entre el insomnio y la espera
estoy solo
y no hay compañía posible
para cruzar el umbral.

Quisiera llevarme algunos objetos,
mi almohada,
mi cepillo de dientes,
la camisa que más me gustaba;
pero no, se llega desnudo,
descalzo,
sin maletas.

La muerte aniquila,
pero, sobre todo, abochorna.

 

22.

Escribe por mí cómo fue el día final.

Si pudiese ser, al mismo tiempo,
el escribano y el vencido,
no te pediría este favor.

Quisiera saber, después,
si me comporté como correspondía.

No te olvides de anotar si llovía,
y si tuve el coraje de contener las lágrimas
y mirar hacia el mar.

 

23.

Me dejo ir, todo da lo mismo,
entre las roturas
y los intersticios de los pensamientos vagos;
el aliento se oxida
y cavo una idea fija:
huir de mí,
emanciparme,
abandonar este juego perdido.

 

24.

Lo impreciso se apodera
de todo el espacio,
de la casa,
de mis pasos.

Me muevo a tientas
o permanezco aquí sentado por horas.

Es un círculo vicioso
donde se mezcla el día y la noche,
el vapor y el hielo,
los recuerdos y la desmemoria.

¿A qué distancia estaré
del filo de la espada?

 

25.

No existe ya ningún deseo,
son inútiles los cataplasmas,
el esfuerzo de distraerme,
de intentar descansar.

La persecución no cesa;
ni este peso de roca en los pies,
ni este avasallamiento que acorrala.

 

26.

Es extraño, huele a magnolias.

Es una trampa,
una ilusa mañana,
un desvío del camino.

 

27.

Si acabara ahora
creo que me alegraría;
quizás fuese mejor soltar las amarras
y que el buque parta, a la deriva,
antes que este encierro en la penumbra.

 

28.

Parece que ya faltan las palabras;
hay sensaciones que no puedo describir,
ruidos, atascamientos
y ebulliciones sanguíneas.

Creo que alguien prepara un patíbulo
y teje la cuerda con mis venas.

 

29.

Una manada de caballos
cabalga dentro de mi cuerpo
y entierra sus pezuñas en mis pulmones
como en un lodazal.

 

30.

Es la hora,
hagámoslo todo lo más fácil posible.

En este instante,
voy a abrir las compuertas para que irrumpas
y te apropies, por fin,
de lo que no te pertenece.


       

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Creada el 20 de mayo de 1996 • Próxima edición: 2 de agosto de 2004 • Circula el primer y tercer lunes de cada mes