La justicia
La justicia es pariente de la igualdad —en derechos humanos— y de la dignidad (de merecimiento). La
justicia no es un cuento, sino forma parte de la coherencia intelectiva —absolutamente cuando y donde
exista—; cuando en una tribu, por ejemplo, uno cazaba más que los demás, la coherencia conducía a que
ofrecía más beneficios y, por tanto, merecía —a cambio— un reconocimiento o cualquier otro tributo en
cualquier sentido, simbólico o no.
La justicia es, en usufructo, beneficiar —que siempre requiere esfuerzos— en algo, aunque sea
intelectualmente —en defender derechos humanos— o culturalmente, y esto produce, irremediablemente, paz,
"sosiego", agradecimientos. Cuando los seres humanos tienen poco que agradecerse muchas ganas
tienen de pelearse; así que los reconocimientos a la realidad son las válvulas de escape de la violencia.
Determinantemente, los miedos a lo que nos ignora, los miedos a lo que no nos reconoce derechos ni algo
siquiera desata el descontento y, a lo más, la furia.
Entonces, la paz está en mirar eso, en abrir sin restricciones las puertas a eso, en admitir que por
medio de la mayor justicia viene la paz; porque sencillamente la justicia tiene sus vínculos con la paz,
porque sencillamente si se hace justicia en algo se tranquiliza ese algo en concreto —por ejemplo: si se
hace justicia con unas madres de unos hijos asesinados, esas madres "agradecerán" y tendrán más
paz.
La justicia no es algo insustancial, algo venido de "nada porque me da la gana", sino es algo
que absolutamente tiene sus bases en la razón; nunca ha sido relativa ni nunca jamás se ha demostrado que
sea relativa, sino es porque es, como ese pajarillo que vuela —y tiene toda su coherencia científica.
Ahora bien, si dos personas o dos países están en guerra no es que la justicia sea relativa, sino que
no existe; o dicho de otro modo, si dos personas o dos países se están matando no es que el amor sea
relativo, sino que no existe; o dicho aun más claro, si un "borrico" me da o "me
arrima" una coz no es que la comunicación sea relativa, sino que no existe.
En conclusión, las guerras son malvenidas por falta de justicia, de diálogos para entender y reconocer
y ceder, sin más cabezas duras que prescindan de la justicia —de lo que es justo porque se ha entendido,
se ha reconocido y se ha cedido en razón (de esfuerzos de beneficio y de derechos humanos) un merecimiento.
Piensen que una democracia permite eso más que una dictadura y más todavía una democracia que persiga
una justicia social.
Nota: Si uno cualquiera quiere practicar la justicia o el amor y lo hace mal, no es culpa de la
justicia ni del amor, sino de él mismo. No hago alusión a los borricos que viven en el campo,
tranquilamente y naturales, y no metiéndose con nadie.
La locura
La locura tiene que ver mucho con la sublimación —o a veces simplemente confección— emocional
desconectada de la realidad —o paulatinamente desconectándose de la realidad. Todos estamos de igual a
igual ante ella porque, aunque las capacidades genéticas ayuden a evitarla, pueden contrarrestar esas
capacidades las vivencias límite, las incontables experiencias que sí determinan —o visten a esas
capacidades— y no totalmente —porque interviene el aprendizaje— las actitudes humanas y sociales. Sí,
no totalmente porque el aprendizaje ético e intelectual es el factor que nos moldeará y nos condicionará
las emociones, las conformará decisivamente, consiguiendo un respeto social y un respeto a las personas en
sus derechos igualitarios.
Así que ese factor nos despejará del "todo vale", nos hará responsables ante la realidad; es
decir a ser consecuentes con ella de un modo racional-ético (racional por no distorsionarla y ético por
responderle bien con una responsabilidad o con unas actitudes responsables). Es la coherencia que esto
conlleva lo que ratifica un equilibrio, una cordura en nuestras acciones.
Pero en el hecho del vivir también existe una intimidad, la libre búsqueda de la felicidad, la libre
ideación emocional que puede limitarla modas, convencionalismos represivos, políticas que conducen a las
injusticias o a las discriminaciones sociales. Por ello, la autodefensa y la rebeldía —siempre atendiendo
a una justificación razonable— no son recursos de locura, sino de cordura en su más estricto sentido. El
ser más inteligente, el que ve la injusticia y no se conforma, el que está adelantado éticamente a su
tiempo, el que pone al descubierto la maldad o la crueldad —sin unos mínimos escrúpulos o tranquilamente
impasible—, es quien nos ha guiado siempre hacia la cordura; sin embargo, y se olvida, es la sociedad la
que lo consideró loco, porque la sociedad sencillamente se presenta remisa a los cambios de privilegios,
porque erróneamente se ha establecido que la mayoría tiene siempre la razón y casi todos se unen
convenientemente a la mayoría para no ser tachados de "antisociales" o de locos. Esto es, ante el
"por si acaso", mejor ahí aunque sea por cobardía.
En aclaración, está cuerdo o más cuerdo no quien dice siempre la sociedad —que puede decir hasta
misa si le conviene—, sino quien ostenta una coherencia, salvaguarda de los principios éticos
fundamentales —los cuales no justifican los daños como finalidad ni como medios para una finalidad—, en
consecuencia a una realidad a la que ha reconocido previamente —que ha percibido sin distorsionarla.
Poniendo las cosas en su sitio, el ser cuerdo no tiene nada que ver con el "seudoequilibrio" o
con el equilibrio que algunos se apuntan, ni con la tranquilidad, ni con la pasividad, ni con el conformismo
sin escrúpulos e impasible (pérdida de las emociones), sino con la atención ética a la realidad. Por
ejemplo: Ante un holocausto, mientras que el loco ni se inmuta, el cuerdo sin hacer daño a nadie, se duele,
se conmueve, se deprime incluso, se indigna hasta lo más desolador —porque no distorsiona la realidad ni
a él mismo como ser íntegramente ético.
Por eso, es un gravísimo error, hasta ahora algo aceptado, el considerar a todos los tipos de depresión
como denotadores de locura, cuando no es cierto y cuando no es lo mismo la depresión con unos antecedentes
que con otros, la depresión del maltratado que la que le llega al maltratador al ser consciente de lo que
ha hecho, es decir no es lo mismo ocho que ochenta. Además, no es difícil el recurrir a grandes
intelectuales o sabios que pasaron por momentos de desesperación o frustración ante el horror que
percibían, ante el cual como seres con las cualidades más humanas lloraron y sufrieron por dentro.
Por tanto, el amor y el dolor, más allá de ser uno un derecho sobre el otro, son respuestas del alma
ante todo, respuestas libres e inevitables que existirán quieran algunos o no.
Pero, la locura que hace mas daño, siempre está arriba, donde se puede manipular todo y todos los
medios son justificados; desde allí se siembra más las locuras, quedando a salvo de algún tratamiento.