El último encuentro
Sándor Márai
Ed. Salamandra
188 páginas.
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El título original de esta novela que recién ahora celebra el mundo literario español, inicialmente
fue A la luz de los candelabros.
Con ese título, puesto por su autor, circuló primero, sin conseguir el elogio ni el tiraje que ha
conseguido hoy, tras varios años de fallecido el escritor. Se trata, sin duda, de una obra maestra, escrita
por un autor de origen húngaro que pasó por este mundo sin alcanzar los laureles que consiguen otros, con
tanto menos mérito. Cabe preguntarse: ¿cuántos otros autores son ignorados, pasados a llevar por la
taquilla, por aquellos que levantan polémica y se hacen pagar como grandes novelistas sin serlo realmente?
Sándor Márai nos introduce, en El último encuentro,
en la esencia de la vida misma. El problema de "la verdad" en contraposición a la
"realidad", son abordados aquí de manera magistral. Estos dos ancianos —Henrik y Konrad— que
se dan cita en el mismo lugar donde se vieron por última vez hace cuarenta años, merecen una galería
amplia para escucharlos. Se reúnen en el ocaso de sus vidas para esclarecer su existencia poniendo sobre la
mesa la realidad, por sobre la verdad, haciendo así viva esa máxima bíblica que señala "a los
hombres por sus actos los conoceréis", ya que llegar al corazón de los hombres resulta un trabajo
infructuoso. Lo que llamamos verdad, pareciera querernos decir Márai entre líneas, está sujeto al
interés personal, a la subjetividad. En cambio, la realidad es la única fuente objetivable que nos permite
valorar tanto al hombre como a su historia.
Henrik, protagonista de la novela, viejo general retirado, recluido en su mansión a pasar sus últimos
años, encarna el mundo que podríamos llamar real, objetivo.
Konrad es el contraste, representa en la novela la verdad, en tanto cuestión imprecisa, subjetiva, poco
confiable.
Estos dos amigos que han pasado la mayor parte de su juventud juntos, el primero rico, el otro pobre,
pero creyéndose, o sintiéndose incluso fieles y leales en su amistad, se descubren de pronto no como
enemigos, puesto que eso no sería inconveniente entre hombres de armas (ambos son militares), sino
traicionados en esa amistad.
He ahí el primer punto de la novela, el acierto para poner en jaque dicha amistad de la manera más
sutil, secreta, apenas imaginable.
Sandor Marai irá así punto por punto acercándose a lo que nos quiere revelar, sin apurarse,
morosamente, entregando pequeñas pistas, luces ínfimas que encandilan bastante mejor al lector que la
entrega total de los hechos de manera abrupta. En otras palabras, va dejando espacios en blanco para ser
rellenados por la fantasía del lector, generando así expectativas constantes.
Los personajes de El último encuentro
son un misterio, en tanto misterio lo es el hombre mismo. Se nos hace saber que las reacciones de los
hombres son siempre impredecibles, por lo tanto, poco confiables, salvo la realidad. La realidad de los
hechos concretos, entiéndase. En tanto actos ejecutados y a la vista como posible pruebas. Juzgamos a
Konrad a partir de lo que sabemos que ha hecho. Más no podemos saber de él. Pero con los hechos nos basta
para aproximarnos a la esencia de su persona. Lo mismo podríamos decir de Henrik, lo juzgamos a partir de
lo que sabemos de él, de cuáles han sido sus pasos por el mundo. Esa es la realidad que lo delimita, que
nos da una proyección concreta de su existencia.
Sin lugar a dudas, el curso de la novela nos lleva al precipicio de condenar a Konrad, al no contar con
atenuantes que bien pudieran rebajarle la pena. La sanción moral se impone por el solo uso del sentido
común. Pero, ¿acaso no es lo lógico? Sin embargo, como seres de este nuevo siglo, nos duele, con los
siglos el hombre se ha puesto más misericorde para condenar. Acaso porque descreemos de la jerarquía de
los valores del espíritu, y por eso el hombre de hoy los viola impunemente, a vista y paciencia de nuestros
ojos.
Es posible que exagere, como quizá lo hace también la novela. Pero la exageración es un ingrediente
inevitable en el mundo del arte.