Letralia, Tierra de Letras
Año IX • Nº 115
4 de octubre de 2004
Cagua, Venezuela

Depósito Legal:
pp199602AR26
ISSN: 1856-7983

La revista de los escritores hispanoamericanos en Internet
Letras
La sirena de la noche
Carlos Armando García Pérez

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Mi vieja mente aún recuerda la historia que solía contar aquel hombre de ascendencia maya. No era una historia en particular, era la típica leyenda que todo el pueblo sabía, esta era sólo una entre muchas de aquel bello lugar entre montañas, pinos y árboles de color rosa.

Había todo tipo de leyendas y mitos, con finales felices, otros amargos, unos que daban miedo y otros que daban risa. Era yo muy pequeño cuando escuché por primera vez aquellos relatos.

En mis recuerdos vagos aún veo cómo reía aquel hombre y cómo se me erizaba la piel al ver sus tres únicos dientes. La primera que oí era la de un duende, miedo tuve cuando empezó su relato, pero él se percató de que temblaba, así es que para contrarrestar eso inventó un chiste de él.

—Cuenta la gente —dijo— que una vez a una familia se le metió el duende en su casa, y que ya estaba harta de él, ya que todo lo rompía y no los dejaba vivir en paz, y que decidieron marcharse cuando él no estuviera.

Entonces se acercó mucho a mí y en voz baja me dijo:

—¿Sabes qué pasó entonces?

—¡No! —le conteste asombrado y un tanto asustado.

—Pues se salieron de la casa y, cuando iban a medio camino, a la mujer se le vino a la mente que había olvidado la escoba en su casa y le preguntó a su marido por ella, ya que tal vez él la pudo haber recogido. "Marido", le dijo ella, "¿dónde esta la escoba?". Entonces que escucha una voz como de un niño chillón que le contestó: "Aquí la llevo, aquí la llevo", y vio con resignación que era el duende el que le contestaba.

Se echó a reír con sus tres dientes, recuerdo que sólo tragué saliva y me sonreí, porque tuve miedo del duende. También me contó la historia de un pájaro que habita en aquella región, era un hermoso pájaro de color azul, decía que eran los dioses convertidos en pájaros que bajaban del cielo a deleitarse con el aroma de los pinos.

Aquella noche no pude dormir y me fui al cuarto de mis padres y les conté lo sucedido.

Las hermosas mañanas en aquel pintoresco pueblo del sur de México eran frescas y con olor a pino. Cierto día caminaba por el pueblo rumbo a la parroquia, cuando me encontré con ese hombre, del cual he olvidado su nombre; la curiosidad me hizo nuevamente acercarme a él para escuchar otra historia más de las que él relataba.

Sentado en una gran piedra y con su morral a un lado, descansaba de aquel fastidioso sol. Me acerqué y me di cuenta de que dormía, quise alcanzar su ánfora cuando me sujetó la mano y su machete cegó mis ojos con el destello provocado por el intenso sol.

—Ah, condenado chamaco, eres tú —exclamó.

En verdad tuve miedo de él y rompí en llanto, trató entonces de tranquilizarme y para hacer eso dijo:

—Te voy a dejar que sostengas el machete por un momento.

—¿De verdad lo dices? —mi madre nunca me había dejado jugar con cuchillos u otra cosa, así es que me dio por mi lado débil y acepté gustoso.

Me emocionaba el hecho de poder tener en mis manos un arma, ya que mi abuelo solía contarme de cuando él era soldado, quería que en ese momento me viera mi madre para que supiera que era responsable y que no hacia daño alguno como ella dijera con tanta insistencia.

Sequé mis lágrimas con la manga de mi suéter, porque esa era la condición para poder tener en mis manos el machete, el cual para mí era como tener la espada de mi abuelo. Traté de sostenerla con una mano pero como era obvio no pude y tuve que utilizar las dos manos; era tanta mi emoción que quería correr y llevármela para que fuera sólo mía. La empuñé, mas el peso de ella hacía que se fuera de lado, pero qué importaba eso, lo mejor de todo es que la tenía en mis manos, un niño que al fin podía tener una espada, el hombre reía al ver mi emoción.

—Ah, qué condenado chamaco, te gustan los cuchillotes —decía entre risas.

Pero poco me duró el gusto, él paró de reír y me arrebató de las manos el machete, lo miré enojado porque intervenía en mi fantasía y mi reacción fue la de darle un puñetazo.

—Estáte quieto, chamaco, que ahí viene tu mamá —me dijo, y asustado giré mi cabeza y vi a lo lejos a mi madre que venía subiendo por la colina.

Se acercó ella a nosotros.

—Armando, ven acá de inmediato, deja de molestar al señor —me llamó ella.

—No quiero, mami —le dije casi llorando.

—Déjemelo aquí, señora, no se porta mal, además, él vino a que le contara de la sirena que sale por las noches, ¿verdad, hijo? —yo asentí con la cabeza, pues no quería ir con ella.

—Está bien, pero más vale que no te portes mal y que no llegues tarde para la hora de la comida.

—Sí, mamá, llegaré temprano.

—Bueno, se lo encargo mucho.

Mi madre se marchó, y cuando vi que estaba lo bastante lejos le pedí de nuevo el machete. Primero puso cara de molesto, pero después se rió y me lo prestó. Jugué lo bastante como para regresárselo y una vez que estaba cansado me dijo:

—¿Quieres oír la historia de la sirena que sale de noche?

—Pensé que eso lo habías inventado para que mi mami me dejara contigo —le contesté.

—Es de verdad, todo lo que yo te cuento es de verdad —sonrió con sus tres dientes.

—Está bien, pero aquí hace mucho sol, mejor vamos a un lugar donde haya sombra.

Se quedó pensativo y me dijo:

—Ya sé, mejor vamos al lago donde sale la sirena y ahí te cuento.

—¿Pero ahí no hace mucho sol?

—No, chamaco, ahí está bien fresco, por la brisa del lago.

—¿Y me puedo meter al lago?

Se rascó la cabeza y me dijo:

—Pues al menos que quieras que te jale los pies la sirena.

—Ay, mejor no.

—No te creas, no te dije que sólo sale de noche, es que a ella no le gusta el sol, así como a ti.

—Está bien, vamos.

Me tomó de la mano y caminamos rumbo al lago.

Eran tantas colinas las que había que pasar, que a los cinco minutos de haber andado me cansé y él, viendo eso, me cargó en sus brazos como si fuera mi abuelo, estaba tan a gusto que me dormí en todo el camino.

Una vez que llegamos me sacudió fuertemente para poder despertarme que mis primeras palabras fueron:

—¿Caminamos todo el día?

—Ah, qué chamaco este, si sólo fue como una hora —me dijo.

Me desperté bien y vi el lugar donde estábamos. Era un hermoso paisaje, estaba rodeado de montañas y había un fresco olor a pinos, en medio del lago había una gran piedra que sobresalía del agua como dos metros por cinco de ancho.

En ese lugar había cierto sonido en particular, algo que se asemejaba a las olas del mar, yo pensaba en mi mente de niño que eran las olas que hacia la sirena por debajo del agua y años más tarde, cuando era ya más comprendí que era el viento que al pasar por las ramas de los pinos hacía tal efecto, mas aún me deleito con ese hermoso sonido.

—Esa gran roca que ves ahí es el guardián que la cuida, dicen que por el día se hace de piedra y que por las noches se convierte en un atlante, y ves aquella otra piedra más pequeña, en esa ella se sienta por las noches y le canta al atlante.

—¿Y qué es un atlante? —le pregunté con mucha curiosidad.

—¿Un atlante? Pues un atlante es... un atlante, ¿qué otra cosa podría ser?

—A mí se me hace que no sabes.

—Pues la verdad, no, pero sí se convierte en atlante —me dijo muy convencido.

—¿Y tú, ya lo viste?

—Sí, y bastantes veces.

—¿Y cómo es?

Se quedó pensativo por un momento y después me respondió:

—Pues tiene un casco en la cabeza, un escudo y un cuchillo de ámbar, está tan alto como los pinos, eso que sale del agua es la espalda.

Mire en esa dirección.

—¡Qué grandote debe estar!

—Sí, no te digo que es grande como los árboles.

—¿Y no cabe completo en el agua?

—Sí, pero así se pone, porque debajo de él vive la sirena y él hace como si fuera la casa de ella y por eso le sale la espalda.

—¿Y nadie se ha metido al agua para ver dónde vive?

—Todos los que han intentado eso han muerto, dicen que nadie logra salir una vez que baja hasta lo más profundo del lago.

Mis ojos se abrieron tanto de lo asombrado que pensé que en cualquier momento se me saldrían.

—¿Y la han visto de noche?

—Sí, pero también los que la han buscado por las noches han perecido, ya sea porque son vistos por el atlante, el cual los coge en una sola mano y la cierra hasta que los aplasta y luego los entierra en lo más profundo del lago, donde nadie los pueda hallar, y los que logran esconderse del atlante son atraídos por la sirena por medio de su hermoso canto, que los hace enloquecer de amor por ella y se arrojan al lago y es cuando los ve el atlante y los aplasta de un solo pisotón.

—Pobres hombres —respondí.

—Dicen los que en aquel tiempo vivieron que el guardián no siempre fue un atlante y que ella no siempre fue una sirena, que por el contrario eran personas, él era un campesino tsotsil que todas las noches salía al lago a beber por el intenso calor que hacía y ella era un princesa zoque, que cantaba muy bonito, pero una noche que él salió a beber agua la vio que estaba cantando muy hermoso, pero con un tono muy triste y vio que ella entraba al lago y cada vez iba más hacia lo profundo mientras cantaba, él veía pero no comprendía lo que sucedía, estaba tan deslumbrado por lo hermoso de su voz, que sólo pensó en que estaba enamorado de ella, pero al ver que estaba completamente metida, todo su cuerpo en el agua, se echó dentro del lago para sacarla y cuando logró sacarla, estaba casi sin vida, la llevó hasta la orilla y la recostó para que despertara y fue cuando más se enamoró de ella, vio la finura de su rostro, su hermoso cabello negro, algunas conchitas habían quedado metidas entre su cabello y le parecía a él que eran las estrellas las que habían bajado hasta ella. Acarició su rostro, se atrevió aun a tocar lo suave de sus labios, y ella al fin abrió los ojos, eran tan hermosos como su cabello negro, hasta ese momento no se había dado cuenta de que ella vestía como princesa, eso hizo que se apartara de ella rápidamente y pidió disculpas por haberla tocado, pero ella por el contrario le agradeció y le contó por qué trataba de matarse, ella tenía un hermano, un príncipe zoque, que estaba enamorado de ella y la quería para su esposa, ya había matado a todo el que se interpusiera entre ella y él, incluso había matado a su propio padre, su madre le dijo que se fuera y que se matara en el lago de los tsotsil, pero su hermano se dio cuenta e iba tras de ella, que no tardaría en llegar y que la llevaría de regreso con él. Él la llevó a su casa y le dijo que la había escuchado cantar y que se había enamorado de ella, que por lo tanto la protegería de su hermano, se armó de un viejo casco cabeza de águila, utilizando unas ramas y piel de jaguar, e hizo un escudo y tomó también un cuchillo de piedra de ámbar y fue al lago a esperar al hermano. Pasó unas horas y por el lado donde sale la luna apareció, estaba vestido como para la guerra, vio al campesino y preguntó por su hermana y diciendo que era su prometida, pero el campesino le dijo que él sabía la verdad y que estaba vestido así para enfrentarlo a muerte, porque él amaba a la princesa, el hermano enloqueció en furia y atacó al campesino orillándolo hacia el lago, no pudo el campesino con él, porque él era un guerrero fuerte y se tuvo que echar al lago; nadó hasta una pequeña piedra y lo esperó, viendo eso el hermano se aventó también hasta llegar a la piedra, una vez que llegó pelearon sobre ella y en tan sólo tres movimientos hirió de muerte al campesino, era tanta la arrogancia del hermano por haberlo vencido que le dio la espalda y con tan poca fuerza se paró el campesino y lo abrazó fuertemente y se echó al agua, trató inútilmente de zafarse hasta que se ahogó, la princesa se metió también al agua y no pudo encontrarlo, se sentó en la piedra, lloró mucho, hasta que la luna se compadeció de ella, y le dijo tiernamente, como una madre, que dejara de llorar, que había una forma de encontrarlo y traerlo de regreso, le dijo que le pidiera ayuda al dios Chaac, pues él era el padre del lago, del mar, de los ríos y de toda el agua del mundo pues era el dios de la lluvia, entonces ella lo llamó y éste respondió a su llamado, se le apareció como en los códices, acompañado del ave del inframundo con el cuenco de tinta y la pluma de ave, ella le suplicó que sacara al campesino de lo profundo de las aguas, pero el dios no quiso y le dijo que el que muere no ha de regresar, pero ella le suplicaba de una forma tan conmovedora, que de pronto su lamento se convirtió en canto, entonces el ave del inframundo le dijo que sólo había una manera de poder traerlo de las profundidades sin morir ahogado, ella le rogaba que le dijera la forma, a lo cual el ave le respondió que la única forma era siendo pez y humano al mismo tiempo, ella aceptó, pues también se había enamorado de él, pronto el dios Chaac y el ave del inframundo la convirtieron en sirena y ella pudo ir por la única persona que había amado en el mundo, lo sacó y lo recostó sobre la piedra y así como él por medio de un beso le regresó la vida ella también, pronto abrió los ojos él y la vio convertida en sirena y le dijo que ella lo había salvado, más se enamoró de ella y le pidió a los dos, al dios Chaac y al ave del inframundo, que la vida no le fuera arrebatada nunca para poder estar con ella, pero ellos no aceptaron, dándole la misma razón que le dieron a ella, entonces la luna les dijo que los atlantes son hijos de ella y que sólo viven de noche y que por el día son de piedra, que si ellos aceptarían la luna convertiría al campesino en un atlante, los dos se negaron nuevamente, la sirena salió del lago y se sentó al lado del campesino y les suplicó y su voz se convirtió en un hermoso canto, al cual no se pudieron resistir y aceptaron, fue entonces convertido en atlante el campesino y todas las noches él sale y ella le canta mientras la luna los ve amarse.

Mi pequeña mente se había imaginado cada una de las palabras que ese hombre decía, se me figuraba aquel atlante como un hombre fuerte y musculoso, y la sirena como una bella mujer, se me figuraban como mis padres.

Veía todo aquel lugar y me parecía que todo era real, buscaban mis ojos algún buen lugar para ver a la sirena sin ser visto por el atlante, me asomaba por aquí y por allá; mi curiosidad me hacía acercarme al lago, pero veía en él y se me figuraba un gran abismo, lancé unas cuantas piedrillas a aquella roca esperando que se levantara el atlante.

El hombre estaba dormido, porque mientras que me contó la historia bebía un licor de sabor dulce, estaba completamente ebrio y no me veía, pasaron las horas y él continuaba dormido, era realmente muy tarde, mis padres me buscaban en el pueblo y nadie sabía que estábamos aquí en el lago, el sol declinaba y lo que antes me parecía hermoso se tornaba lúgubre, comencé a sentir miedo, la historia pasaba por mi mente y se detenía mucho tiempo en la escena del atlante matando a aquellas personas, regresé a donde estaba el hombre, traté de despertarlo pero estaba completamente dormido, no había nada que lo pudiese despertar, me acerqué al lago, ahora no era por curiosidad sino más bien para cerciorarme de que aquella enorme roca no se transformara en una cosa horrible.

El viento apareció otra vez y me recordó un momento en mi niñez que fui a la playa con mis padres, en ese momento quería no estar en ese lugar, mi mente fue directamente a la cocina de la casa donde estábamos hospedados, mi mente pudo recrear el olor y el sabor de una buena cena, con un vaso de chocolate, comencé a llorar, llamé a mi mamá y a mi papá; creía que me habían olvidado en ese lugar. Decididamente fui a donde estaba el responsable de que estuviera en ese lugar, le grité, le di un puntapié con mis pocas fuerzas, él no se movía, parecía que su sueño era más pesado que antes.

Regresé al lago y vi la luna reflejada en el agua, algo me hizo meter la mano en ella, sentí que algo me agarró y me jaló hacia ella, caí en el agua y algo me llevó hasta muy lejos de la orilla, grité por ayuda, pero nadie me escuchaba, logré zafarme de lo que me tenía sujeto, nadé hasta la pequeña roca e ignoré la más grande aun cuando me quedaba más cerca, me subí en ella y le grité al hombre, al fin despertó y se asombró de que estuviera en ese lugar.

—Chamaco, ¿cómo le hiciste para llegar hasta allá? —decía atónito.

—Sáqueme de aquí —le grité muy fuerte.

—Espérame tantito, voy a buscar quien me ayude.

—Apúrese, que ya mero va a salir el atlante, y no quiero que me haga nada —le dije llorando.

—Es puro cuento lo que te dije, no hay nada de eso —me dijo para que me calmara.

—No, yo sí le creo que existe eso —le grité desesperado.

—No te creas de lo que te dije, es un cuento de aquí del pueblo. No te muevas, horita regreso.

Vi cómo se alejaba y cómo se perdía entre los pinos, comenzaba a hacer frío, cada vez había más viento, entonces a lo lejos me pareció ver dos cosas de color rojo que brillaban entre la oscuridad del bosque, entró en mí un temor que no puedo explicar, sentía que era un fantasma lo que veía, sentía su mirada y eso me hacía temblar de pies a cabeza. Pronto salió a la luz y vi claramente que era un jaguar el que estaba a la orilla del lago, al verlo me tranquilicé, pero todo cambió cuando se echó al agua y supe que venía por mí, entonces mi terror fue otro, y mis pensamientos también cambiaron, en ese momento quería que la gran roca se transformara en el atlante y me salvara.

El jaguar se acercaba velozmente, yo estaba de pie sobre la roca y cuando vi que estaba demasiado cerca me tiré al agua y nadé hacia otro rumbo. Podía sentir que el animal estaba ya casi encima de mí, vi hacia atrás y el jaguar estaba sobre la pequeña roca midiendo la distancia de la roca hacia mí, comprendí que intentaba alcanzarme de un solo salto, nadé con más fuerza, pero estaba ya cansado. Sentí que algo cayó sobre mí, cerré los ojos y recé para que algo me salvara.

Mi padre y mi madre después de la hora de comer se habían separado para buscarme, mi padre fue a todos los lugares posibles donde podría encontrarme, subió hasta el calvario, es un lugar hermoso, está hasta la punta de un cerro, donde uno puede encontrar tres cruces bajo un pequeño altar, puestas por unos indígenas a los cuales se les llama costumbristas, ya que cuentan que cuando hubo una guerra, varios soldados saquearon la parroquia del pueblo y se llevaron las imágenes y los indígenas de ese lugar iban siguiéndolos con incienso y cantando salmos, al verlos los soldados y el capitán se compadecieron de ellos y les devolvieron las imágenes, entonces ellos huyeron hacia las montañas y edificaron lo que hoy se conoce como el calvario, pero inútilmente subió hasta ahí.

Bajó de ahí y fue a buscarme al pueblo, entró a un velorio del padre del profesor del pueblo y preguntó si me habían visto, algunos dieron señas equivocadas y no pudo saber dónde me encontraba exactamente, las horas pasaban y oscurecía ya.

Continuó buscándome por todo el pueblo, la desesperación se reflejaba en su rostro, por otra parte mi madre había ido a otros pueblos circunvecinos a buscarme, pero pasó exactamente lo mismo, regresó al pueblo de noche ya, se dirigió directamente a la parroquia, y rezó por encontrarme, cuando salía, la banda del pueblo y otras personas más hacían la tradicional caminata para colgar al judío, también era una vieja tradición de los costumbristas, vestían a un muñeco como judío y lo paseaban por toda la calle principal, hombres vestidos de mujer y de diablo, todo terminaba esa misma noche al momento de colgar al judío frente a la parroquia duraba del jueves santo hasta el domingo de gloria, vio pasar todo eso y una señora se acercó y le comentó que me había visto rumbo al lago, mi madre apenas le dio las gracias y fue corriendo en esa dirección.

Mi padre y un amigo de él caminaban rumbo a la casa de las madres del refugio, eran de la orden de las franciscanas, cuando vieron al que solía contar historias, él sabía que a mí me gustaba mucho escucharlo y por esa razón se acercó a él, pero su sorpresa fue cuando le dijo que yo necesitaba ayuda, la cara de mi padre cambió por completo y le exigió que le dijera dónde me encontraba y fueron los tres en mi auxilio.

Atravesaron todo el bosque hasta llegar a donde estaba, pero lamentablemente hubo un pequeño contratiempo; se perdieron porque el bosque era muy denso y eso los retrasó hasta casi el alba, lo mismo sucedió con mi madre. Llegó al fin ya cuando era más visible y vieron a mi madre sentada con la cabeza hacia el cielo, mi padre pensó lo peor, corrió hacia mi madre y vio que me tenía en sus brazos, tenía yo los ojos cerrados y mi respiración era muy pausada, mi padre pensó que había muerto.

—Armandito, hijo, no te mueras —dijo entre sollozos.

—No está muerto —contestó mi madre.

—¿No está muerto? ¿Entonces por qué estás así?

—Le agradezco a Dios que nos lo haya dejado.

—¿Mami, papi? Que bueno que están aquí —les dije al momento de abrir los ojos.

—Aquí estamos —contestaron los dos.

—¿Ya se fue el animal?

—Sí, hijo, ya se fue —me contestó mi madre.

—¿Y la bonita señora que me sacó del agua, dónde está?

—También se fue, dijo que te cuidaras mucho —me dijo mi madre llorando.

—¿De qué está hablando? —preguntó mi padre.

—Mejor no haga esas preguntas, señor —le dijo aquel hombre, del cual no recuerdo su nombre.

—¿A qué se refiere? Por su culpa mi hijo —no terminó la frase porque le señalaban el pino más alto, que sobre una de sus últimas ramas pendía un animal muerto.

—Desapareció —exclamó asombrado el amigo de mi padre.

—¿Qué? —preguntó mi padre.

—La gran roca sobre el lago, ha desaparecido —confirmó aquel hombre.

Mi padre no comprendía lo que le decían. Pronto me llevaron al médico a que me revisaran y le dijeron a mi padre y madre que era un milagro que estuviese vivo, por tanta agua que había tragado.

Aquella noche tuve un hermoso sueño, que al día siguiente le pedí a mis padres que me llevaran al lago nuevamente.

Mi madre, pero más mi padre, estaban preocupados por mi insistencia de ir al lago otra vez, antes de ir les pedí que compraran dos rosas, las más bonitas, una de color rojo y otra de color blanco.

Llegamos al fin al lago, me acerqué con temor de mi madre más que mío, arrojé sobre el lago las dos rosas y me senté en la orilla pensativo, mis padres se acercaron y me abrazaron.

—Anoche tuve un bonito sueño y creo que es lo que realmente pasó en este lago —les dije—. Volví a vivir lo que pasó ese día, pero ahora sí lo vi todo. Yo iba nadando hacia otro lado para que el animal ese no me comiera, fue entonces que sentí que algo cayó en mí, pero antes de eso, algo me jaló hacia dentro del agua, sentí cómo algo grande salía del agua y no era que el animal había caído sobre mí, sino que el atlante lo atrapó antes de que cayera sobre mí, lo que sentí fue su mano atrapándolo, y lo que me había jalado era la sirena, ella me llevó hasta la pequeña roca, estaba yo casi dormido, pero alcancé a ver al atlante como cerraba su mano con el animal dentro, después lo lanzó hacia el bosque. La sirena me hablaba al oído con una voz muy bonita, creo que me estaba cantando como tú lo haces, mamá, también me acuerdo que casi no podía respirar, oí que el atlante le dijo a la sirena que me dejara para que muriera pero ella le respondió que no, porque pensaban en mí como si yo fuera su hijo, dijo que era muy bonito y que no le gustaría dejarme morir, entonces el atlante se molestó y trató de matarme pero ella no lo dejó, le cantó tan bonito que lo convenció de no matarme y él le dijo que quería un hijo de ella, y ella le respondió que eso era imposible, en ese caso voy a querer a este niño como si fuera de nosotros, dijo él. Cuando estaban hablando de eso, llegaste tú, mamá, y el atlante quiso matarte, pero la sirena lo detuvo de nuevo diciéndole que yo ya había muerto; tú, mamá, les dijiste que me dejaran libre, pero la sirena estaba llorando, porque yo estaba muerto, el atlante me vio y también se puso a llorar, porque ellos ya me querían como a un hijo. Y tú también lloraste, porque yo soy tu hijo de verdad, fue cuando la luna les habló a los tres para preguntarles lo que pasaba, el atlante le contó todo, entonces la luna dijo que como no era hijo de la sirena, no podía ayudar y que yo me quedaría así. La sirena lloró y el atlante también porque ellos no eran mis padres, tú les dijiste que me llevaran contigo para que tú me cuidaras y me llevaras con un médico y la sirena obedeció. Cuando me tuviste en tus brazos, me cantaste como cuando era bebe y los tres se compadecieron de ti, la luna habló de nuevo y le dijo a la sirena que podía hacer algo, pero iba a requerir que se sacrificara alguno de los dos, o ella o él. La sirena te veía como cantabas y pensó que tu canto era más bonito que el de ella, habló pues con la luna diciéndole que ella se sacrificaría por devolverme la vida, el atlante se entristeció porque creía que ya lo había dejado de amar, pero ella le explicó que era otro tipo de amor el que sentía, era el amor de madre, el cual nunca había experimentado, y lo convenció de que su amor por él no había terminado. El atlante le dijo a la luna que él entendía también lo que hacía la sirena y también se ofreció por salvarme, tomó pues la vida de los dos en un soplo, así, como se hace de día o como se hace de noche la sirena dejó de existir junto con el atlante.

Mi madre lloraba y mi padre estaba enternecido, en verdad aquella gran roca que estaba situada al centro del lago había desaparecido, al igual que los cantos de la sirena.

Pero ese mismo día, con el viento, escuché su voz en mi oído como aquella noche. Sé que la luna los quería tanto que se los llevó al cielo, a que ella siguiera cantándole al atlante en un lugar lejano, en un espacio y tiempo diferente al nuestro, donde podrían amarse sin tener que esperar a la noche para cobrar vida, pues aquel sitio era donde vivía la luna, donde la noche es eterna.

Regresamos al pueblo y todos escuchaban con mucha atención lo que aquel hombre relataba. Todos sabían que sus historias eran inventadas por él, pero esta era la primera vez que contaba algo que había vivido.

El tiempo pasó y el hombre anciano ya fue por última vez al lago en la noche, miró al cielo para buscar a la luna; era grande y blanca aquella noche, le suplicó a ella poder ver a la sirena para escuchar su canto por última vez antes de morir, pero la luna no respondía, lloró con tanto sentimiento que la luna enternecida le concedió lo que pedía. Lo hizo dormir, en un sueño pesado, y fue al lugar donde la noche es eterna y vio a la sirena sentada sobre una roca en medio de un gran lago, a su lado también sentado al lado de ella había un hombre que reflejaba en sus ojos el amor que sentía por ella. Justamente cuando se acercó el anciano al lago la sirena volteó y lo vio y con una bella sonrisa cantó, entonces el anciano pidió a la luna no ser despertado nunca más para él también escuchar por la eternidad a la hermosa sirena de cabellos negros. La gente encontró al anciano recostado a la orilla del lago, trataron de despertarlo, pero se dieron cuenta de que había fallecido ya.

Yo, por mi parte, crecí, pero nunca olvidé esa historia, y cada año regresaba al lago a dejar las rosas, y se hizo una tradición en mi familia.

Por eso, niños, sus padres y ahora ustedes han de arrojar una rosa blanca y una rosa roja, en señal de agradecimiento.

Y todo esto sucedió cuando fui a Chiapas de vacaciones y escuché la historia de la sirena de la noche.


       

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Creada el 20 de mayo de 1996 • Próxima edición: 18 de octubre de 2004 • Circula el primer y tercer lunes de cada mes