Entrevistas
Luis Fayad, un nombre inolvidable

Luis Fayad

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El escritor que nos legó el mejor retrato de la Bogotá de los años 60’s ya no se reconoce en esta ciudad. “No es la misma capital de los años de Los parientes de Ester, en todo caso una provincia, ahora tenemos para mal o para bien una metrópoli”, expresa con esa voz fuerte y sentenciosa, que se interrumpe bien sea por la velocidad de su pensamiento o el temblor de los años. A veces se olvida de algo y entonces señala triunfalmente: “Esto ha sido de toda la vida”. Pese a llevar más de 4 décadas por fuera del país, la mayor parte del tiempo en Berlín, niega que se haya asentado definitivamente. Es como si tuviera un pie acá y otro allá, lo que atribuye a sus amigos y a su familia. “Otra cosa es cuando no se tiene a nadie, ni amigos ni familia, como mucha gente; ya no hay nada que hacer acá”. Además de la gente querida, convocan a Luis Fayad los recuerdos y su propia obra; pero también un profundo interés por la vida cultural del país. De estas cosas quisimos dialogar con el escritor bogotano, cuya vigencia y producción dista de agotarse.

—¿Cómo fue su relación junto a Luis Vidales?

—Como amigo, yo estaba mucho en su apartamento junto a otros jóvenes que íbamos a visitarlo. Él me recibía cordial, uno no tenía que llamarlo, él estaba todas las tardes ahí para que fuéramos y nos reuniéramos. Éramos jóvenes y él siempre tenía cómo atenderlo a uno, y hablaba aunque también opinaba. Gran enseñanza fue para mí Luis Vidales.

En el trabajo fue casual, coincidimos en el Dane, porque conocí al maestro muy joven. Y no tengo problema en decirlo: Vidales fue un gran maestro en la literatura, la política, en la vida. Fue una influencia para todos nosotros.1 Sus conceptos de la historia política, de la literatura, del pensamiento humano, además de ser un hombre muy culto. Después coincidimos porque él tenía un gran trabajo en el Dane, era el director y yo empecé a trabajar allí, pero no fue a través de él. Yo entré en el momento en que él estaba ahí. El trabajo en el que coincidimos fue en el periódico del Dane, cuando me lo encargaron; yo le hice muchos cambios al periódico y le pedía a él, claro, sus colaboraciones solicitadas. Lo quería mucho en el periódico. Yo no acudía a él para el trabajo en el Dane, en literatura sí; lo que era mejor porque era un trato amistoso y salíamos a almorzar con él, a tomar un café o algo así, y a caminar o hablar por ahí.

—Después partió a París.

—Exacto, me salí del trabajo para ir a París, sin ningún motivo; quería salir de Colombia un rato... (risas) porque le creaban a uno de escritor esa fama.

—¿La experiencia del exilio es valiosa para el escritor?

—Para el escritor en general no sé, individualmente sí pero para otros puede que no. Sí influye el hecho de salir del país, para mirar mejor a Colombia; sirve mucho, mucho.

—¿El manuscrito de Los parientes de Ester ya lo llevaba de Colombia o lo terminó en Europa?

—El primer borrador sí lo tenía. La novela la terminé allá, la mitad del último capítulo la escribí en Europa y después todos los otros borradores fueron corregidos en París y Estocolmo.

—¿Contó el haberse ido a la hora de realizar estas correcciones?

—No, en ese momento no porque ya tenía la novela, ya estaba elaborada. Además en la segunda novela ya había pensado algo, pero la desarrollé casi con lo que llevaba de Colombia.

—Compañeros de viaje.

—Sí, Compañeros de viaje. La tenía pensada pero no había empezado nada. Esa sí la desarrollé toda allá.

—¿En qué momento se siente la distancia en su literatura y cómo se desarrolla?

—Quizás después de estos primeros 4 años o 5, porque uno ve mejor el país y puede compararlo con otras sociedades. Para mí que la distancia le puede servir a uno pero en el momento que uno ha conocido la sociedad donde está, porque se trata es de eso. Cómo es esta sociedad en cada país de Europa; cómo lo ven a uno: eso sí que influye mucho. Cómo lo ven a uno, eso es lo que nace; ellos cómo ven la sociedad de uno y cómo ven a Suramérica, cómo lo ven a uno como sociedad.

—¿Puedes darnos una idea sobre cómo es esa visión? ¿Cómo siente que nos miran?

—Hay una cosa de ellos que creo es general. No entienden que Latinoamérica y toda América es la cultura occidental, ellos lo ven a uno como si tuviera otra cultura. Entonces es una cosa muy extraña de gente que ha tenido conocimiento, oportunidad de estudiar, de viajar, y ha llegado a una sabiduría media, por lo menos para estos casos, que así y todo no les alcanza. No es que se resistan a creerlo, es que para ellos es extraño: “Ustedes son latinoamericanos, nosotros europeos”. Sí, hay una cantidad de diferencias, pero los idiomas que se hablan son los europeos; las enseñanzas, la religión, hasta comidas que aquí se han mezclado, pero es lo mismo. No sé por qué ellos nunca han entendido eso, que tenemos la misma cultura pero que somos otra expresión en todas las manifestaciones: el arte. Pero sí, somos otra cultura porque tenemos una combinación diferente de ellos y de lo que existía aquí, pero la base es la misma. Nosotros, en Latinoamérica, creo que eso lo entendemos más que ellos.

—En un ensayo de su autoría recogía las grandes tesis de la filosofía continental y las comparaba con algunas obras de la literatura latinoamericana.

—Ah, sí, esto salió... en realidad la base no fue mía ni la idea. Fue de una entrevista, una conversación, alguien me dijo: “Mira, te voy a preguntar sobre esto”, pero había cantidad de cosas que yo no sabía porque no era mi dominio, ni era mi actividad, pero yo mismo tomé todas las notas, entonces dije: “¿Cuál es el interés que tienen en esta conversación?”, y saqué mis propias conclusiones, pero entonces lo hice como artículo. Y la conversación no sé si salió porque no podían ser muy buenas mis respuestas sobre lo que querían, porque yo no estaba muy enterado. Una amiga —de esta entrevista que me iban a hacer— me dio los puntos para desarrollarla. Fue una trampa que yo hice porque la idea no era mía, no podía hacerlo porque yo ni tenía el interés y me faltaba conocimiento para eso.

—Así que sacó de la entrevista que le iban a hacer un artículo independiente...

—Claro, a mí me dieron la guía, más o menos, y yo dije “A ver, qué es lo que quieren saber”, y que yo no alcanzaba a entender, averigüé y ya me di cuenta de lo que era.

—Sobre Testamento de un hombre de negocios y el auge de la novela de narcos y sicarios, ¿no sintió como un riesgo el escribir sobre este tema del narcotráfico?

—No cuando se me vino la escritura y la idea de lo que yo quería decir. Es una novela que escribí con el mismo trabajo con el que uno puede escribir siempre, es decir, después de encontrar la manera de la estructura, entonces me fue muy placentero escribirla en gran parte. Aquí me quedaba más claro a mí que uno narra, pero ¿de dónde tiene uno toda esa información para narrar aunque uno esté escribiendo ficción? De algún lado tiene que salir, y como aquí son los personajes los que hablan —es un diálogo— había una gran libertad. ¿Usted cómo lo sabe?, lo está contando el personaje al personaje principal, cada personaje cuenta, ¡entonces a mí me lo contó Jacinto! Yo me libré de eso, lo escribía con una gran fluidez. Obviamente después hay que corregir y todo, pero eso es el trabajo de siempre, pero en cuanto a comodidad da una gran libertad el encontrar la estructura.

Yo sabía el riesgo pero por eso la hice con cierta densidad en muchas partes, partes del diálogo. Por eso hay personajes con unos párrafos de dos o tres páginas, entonces está cargada de mucha literatura, no es exactamente el diálogo de la novela que con gran facilidad se hace un guión, no es el dossier para un guión inmediato. Esto sí me lo han dicho, claro, que si es una novela dentro de muchas novelas del sicariato. Pero es que los personajes no son los sicarios. Los personajes son una familia que inclusive logró una alta posición social y está libre del comportamiento un poco más sucio o ya sin conciencia del oficio del sicario.

—En Testamento de un hombre de negocios, hay alguna relación entre Fabiola (Fabio), Lucio (Luis), personajes del libro también caballistas, con la familia Ochoa, ¿es intencional o mera coincidencia?

—No, esto no lo pensé. Claro, la novela se refiere mucho a lo que podía ser el narcotráfico aquí, pero yo no lo nombraba porque yo también pensaba en el tráfico de armas y en la trata del ser humano. Tráficos que me aterran más que el mismo de la cocaína. Además que aquí hay unas historias, una sobre todo —cuando yo la estaba escribiendo en Berlín— de una muchacha tailandesa. En realidad la historia me la contó ella y yo la transcribí en la novela porque era idéntica a lo que yo estaba escribiendo. Yo cambio los personajes, pero la situación como me la contó ella, me ayudó mucho. Influencias inclusive que vienen de otras partes, las acomodo a la situación de Colombia y por eso se identifica tanto. Yo por eso no puse nombres propios de regiones ni países, por primera vez por eso. Es que hay muchos elementos de comportamiento, muchas anécdotas de todos lados.

—Es por eso que no llama a los grupos armados por el nombre que es sino como nombres estándares.

—Esto me gusta, decir las cosas pero sin escribirlas literalmente.

—Vemos una constante en sus novelas y son los nombres poco comunes, en el caso de los protagonistas, son nombres que resaltan: Eladio, Leoncio, Gregorio Camero, Hortensia, Jacinto, Fabiola, Lucio...

—Es que el nombre de una persona hace parte del lenguaje y uno está escribiendo con el lenguaje. Yo en este caso lo que quiero hacer también es del nombre de cada personaje un lenguaje, es por eso.

—¿Un lenguaje inolvidable?

—Pues sí, también, además que identifique mejor al personaje porque es muy común que en muchas novelas a veces los nombres de los personajes no convencen o no se quedan. Son tan mal escogidos que dañan la misma narración. Yo creo que un personaje, el nombre del personaje y todas las palabras tienen que hacer parte de la melodía; del tono, y del tono no solamente narrativo, sino el tono ya como tema.

—¿Cómo fue esa experiencia de escribir una de las primeras novelas urbanas, Los parientes de Ester,en Colombia?

—Había una influencia muy grande en toda Latinoamérica, de cierta clase de novela que identificaba a Latinoamérica, a las listas de Europa, Estados Unidos, países diferentes y en realidad esto es una trampa si el escritor se deja llevar por el gusto de otros lados. Uno tiene que hacerlo a su gusto. Para sólo Los parientes de Ester yo tenía un tema, unos personajes, y necesitaba un lenguaje que los definiera de verdad, y con los personajes que yo trato había que salirse de este lenguaje que empezaba a ser demasiado barroco y demasiado adornado, para que lo identificaran con Latinoamérica. Es decir, si en Latinoamérica el lenguaje tiene que usarse con demasiados adjetivos para que dé la idea de que es Latinoamérica, demasiados exteriores llenos de una vegetación, de exotismo, pues yo no podía hacerlo. Tiene que durar mucho más para que una novela de estas salga, y ha salido precisamente por eso, porque me interesaba era darle el tono, y antes lo que hablábamos de los nombres, para que concordaran con el tema. Era muy difícil escribir una novela con las influencias literarias que venían del barroco de Carpentier, los excesos de otros escritores que a ellos les caen muy bien. Los adornos de García Márquez pues a lo mejor le va muy bien, pero yo no podía utilizar nada de eso, quizás de los primeros de García Márquez sí, de resto no, nada. No significan nada para mí. Claro que significan mucho como lector, no como escritor.

Y lo mismo de otros, claro, los temas de la vieja literatura que ya los fueron cambiando, como Miguel Ángel Asturias, es cuestión de tono. Hay unos temas que se pueden parecer, yo no iba a sacrificar lo que yo quería para presentar mis libros como literatura latinoamericana en Italia y en Alemania, no, nunca. Yo soy capaz, pero no lo voy a hacer.

—Quiere decir que no se deben seguir los movimientos de modas mediáticas.

—Exactamente, yo creo que hay que aprender a ser contemporáneo. Uno tiene que escribir una literatura contemporánea, eso no quiere decir que la literatura deba “estar a la moda”. Estar a la moda es una literatura ya arcaica y vieja en su concepto. Lo que hay es que sacar una literatura contemporánea a uno, que uno la vea.

—Cuando viene a Colombia, ¿revisa la literatura que se está haciendo acá?

Sí, vengo a eso. Yo cuando vengo a Colombia leo literatura colombiana, veo cine colombiano, veo pintores colombianos, oigo música colombiana en vivo y la impresión mía es buena. Tengo un muy buen concepto de muchos escritores jóvenes, creo que han buscado otra forma muy buena, nuevos temas. Lo que sí veo es que también muchos otros no conocen una tradición literaria ni les interesa y creo que los ha perjudicado mucho; en cambio hay otros que sí le han sacado mucho provecho. Otros escritores jóvenes de Colombia, ¡muchos son muy serios! Han sacado cosas muy buenas. Sí.

—¿Qué opinión le merecen estos nuevos tipos de comentarios que se tejen acerca de “la sombra de Gabo” en la literatura nacional?

—Yo en esto también creo una cosa: que ha hecho falta para todas esas apreciaciones una cultura literaria de país, a los comentaristas, divulgadores, los que se encargan de estos temas. Es decir, les basta y salen del problema. A la pregunta de “¿Usted ha leído literatura colombiana?” responden: “García Márquez, ¡y listo!”. Para mí, en proporción de lo que se habla de García Márquez, con lo que se venden sus libros, García Márquez es un escritor poco leído en Colombia.

—Después de las novelas volvió a trabajar en cuento, lo que actualmente es un poco raro porque el escritor por lo general comienza con el cuento, llega a la novela y se olvida de su anterior género... ¿cómo es su relación con el cuento?

—El cuento desde el principio es mi atracción literaria. En este momento estoy escribiendo otra novela, pero estoy escribiendo dos libros de cuentos. Son dos porque los temas de cada uno son diferentes. Voy a sacarlos en unidades, ya tengo de un libro dos y del otro los otros dos cuentos... además, de uno de ellos, ya se me está ocurriendo el tercero. Porque esto resulta cuando ya me lo propongo y tengo dos cuentos de cada libro, en este caso ya tres de uno. Hay que dejar pasar años hasta que el tema venga, no lo puedo forzar.

La novela tiene una cosa: es un trabajo diario, uniforme, uno sabe cada día en qué va avanzando. En cambio el cuento es cada cuento un tema, hay que empezar cada tema, hay que empezar cada cuento y hay una dificultad enorme cuando uno se propone un libro de cuentos uniforme, mucho más que una novela. El cuento seguiré escribiéndolo y ojalá que se me ocurran libros de cuentos así, muchos, muchos. Hay otro que se me está ocurriendo pero de ese no tengo ni una línea.

Luis Fayad

 


Nota

  1. Sobre la influencia que marcó para esta generación de escritores bogotanos la figura de Luis Vidales véase la entrevista: “Cuando uno no es nadie y quiere serlo todo. Una charla con José Luis Díaz-Granados”. De Andrés Felipe Escovar. Publicado en Letralia.