Artículos y reportajes - Cómo se ve el mundo desde la óptica del escritor
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Edición Nº 43
16 de marzo
de 1998

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Cómo se aprende a escribir. Diseño: Julio Pacheco Rivas Cómo se aprende a escribir

Equipo Letralia

Tal como anunciáramos en nuestra edición anterior, Letralia inicia esta semana una serie de trabajos acerca del arte de escribir. En esta primera entrega, "Cómo se aprende a escribir", hemos lanzado a los cuatro vientos una convocatoria que fue respondida por varios escritores hispanoamericanos desperdigados por el mundo.

Obviamente, no se trata de establecer parámetros rigurosos de aprendizaje para el aspirante a escritor, pues el nuestro es un oficio basado en experiencias y, por tanto, su crecimiento varía de individuo en individuo. Pero sí nos ha parecido que el esfuerzo es útil para aquellos que están buscando alguna orientación, así como para quienes saben admitir que nunca se obtiene la verdad entera.

A continuación transcribimos íntegramente las impresiones de nueve escritores. Las publicamos en orden alfabético de acuerdo al apellido de cada uno de ellos. Participaron los escritores José Da Cruz, Milko Jones, Ernesto Langer Moreno, Julio Alvaro Mena Rossell, Jorge Claudio Morhain, Lucía Martínez Odriozola, Armando Ortiz, Leonardo Rossiello y Vivian Watson. En nuestra próxima edición lanzaremos una nueva convocatoria a la que esperamos que nuestros amigos respondan con el mismo entusiasmo.



Indice de participantes
José Da Cruz
Milko Jones
Ernesto Langer Moreno
Julio Alvaro Mena Rossell
Jorge Claudio Morhain
Lucía Martínez Odriozola
Armando Ortiz
Leonardo Rossiello
Vivian Watson


José Da Cruz

El escritor es un tipo que vive, y además escribe.

Si bien uno escribe más o menos solo, la lectura es la socialización directa de su trabajo.

Es recomendable participar en talleres, aun para los "consagrados", o por lo menos contar con un pequeño grupo de lectores de confianza que nos ayuden a, justamente, socializar u objetivar lo que escribimos. Mejor aun si es (son) otro(s) escritor(es), que vean la falta de claridad, los errores, las confusiones en el texto.

No hay que sentir pena ni gloria acerca de lo que se crea. Las palabras son materiales. Las que en mí generan sentimientos elevados y maravillosos, pueden interpretarse como un pésimo y estúpido discurso.

Escribir no es nada; el drama es publicar.

Superado este drama, queda el otro drama tamaño Amazonas: la distribución y venta, los derechos de autor que en la mayor partte de los casos son solamente humos y espejismos.

Y ahí no hay consejos válidos.

¡Sáquenle punta al ordenador, y dénle para adelante!


Milko Jones

Saber que uno no escribe para el otro,
saber que estas cosas que voy a escribir
nunca harán que me ame quien amo,
saber que la escritura
no compensa nada, no sublima nada,
que ella está
precisamente allí donde tú no estás:
Tal es el comienzo de la escritura.

Roland Barthes

Escribid con amor, con corazón, lo que os alcance, lo que os antoje. Que eso será bueno en el fondo, aunque la forma sea incorrecta; será apasionado, aunque a veces sea inexacto; agradará al lector, aunque rabie Garcilaso; no se parecerá a lo de nadie; pero; bueno o malo, será vuestro, nadie os lo disputará; entonces habrá prosa, habrá poesía, habrá defectos, habrá belleza.

Domingo F. Sarmiento

Decía el otro día a un amigo que, a pesar de no creer ya en la escritura, no querría sin embargo renunciar a ella, que trabajar es una ilusión defendible y que tras haber emborronado una página o simplemente escrito una frase me entran siempre ganas de silbar.

E. M. Cioran

Yo escribo un poco como hablo y hablo sin técnica. Hablo con mucha emoción, eso sí. (...) pero un día me dí cuenta de que también se podía escribir como a uno le daba la gana y cuando escribí "Un mundo para Julius" partí de "la nada técnica" (...). Corrijo poquísimo, pues creo que la mejor frase es la que se encuentra en la emoción de la lucha.

Alfredo Bryce Echenique


Ernesto Langer Moreno
http://www.escritores.cl

Algunos apuntes sobre poesía

Recordemos amigos que se escribe porque se tiene que escribir. Porque se está enfermo de poesía y porque también se tiene la secreta y bien humana esperanza de ser algún día reconocido, por la calidad de sus escritos.

Pero primero digamos que se es poeta porque se es poeta. Y nada más.

No hay que escribir poemas para convertirse en poeta. Hay primero que ser poeta, la poesía viene sola después.

Quien no ve la poesía como una verdadera diosa, quien no se sienta irresistible y aterradoramente tentado por sus deslices y secretos, no puede ser un poeta.

La poesía le duele a los poetas, como un aguijón.

Ella los desvive, los impulsa, los desnuda, los consume, los inquieta. Es una compañera atroz.

En el fondo la poesía es el producto de una gran confabulación: la confabulación entre la palabra y el poeta.

Ni el poeta ni la palabra hacen poesía separados el uno del otro.

La palabra está cargada con poderes propios, pletórica de vida, y el poeta es el instrumento que la descarga y armoniza.

Así no cabe, por ejemplo, proponerse escribir una oda a esto o a esto otro, porque en ese caso se trata solamente de ejercer un oficio, y el oficio sólo no basta para que la poesía nos visite.

La verdadera poesía siempre se escribe de a dos: entre la palabra y el poeta.

Es un dejarse ir para encontrarse, un acto mágico y maravilloso que es capaz de mostrar la vida tal cual es.

Esa es la mística.ÿ

Luego viene la transpiración. Ese trabajo frío y arduo sobre el poema; ese quitar todo lo que sobra y agregar lo que falta. Porque casi siempre mucho sobra y algo falta.

Alguna vez afirmé que la poesía era una cuchillada directa al corazón, porque los verdaderos poetas saben que la poesía no es un juego.

Puede que la poesía sea impopular y hasta completamente absurda e inservible para muchos, pero un juego, eso nunca.

Para los poetas la poesía y el aíre son lo mismo. Ella transgrede y supera todas las urgencias, porque es casquivana y celosa como una mujer que quiere ser siempre la primera y la única.

Ella quema a quien toca y lo transforma.

En ella la vida se revela y se muestra siendo tal cual es. No es explicativa, ni siquiera razonable.

Es sugerente, ella se recrea al sugerir.

Y en realidad no tiene ninguna función práctica.

Es intrínsecamente inservible.

Pero es, eso sí, la vida misma que se ofrece al que quiera recibirla y esté dispuesto a vivirla.

Además, no tiene apellido ni mucho menos alcurnia.

Es simple y salvaje como ella misma.

Así que, ¿qué quieren los poetas? ¿Escribir poesía?

Que confabulen con la palabra.

Que escuchen lo que ella tiene que decirles.

Que transpiren podando sus poemas.

Que vivan estoica y valientemente el dolor que ella produce y se complace en producir.

Lo demás son cuentos de gato.

Cuentos de vieja.


Julio Alvaro Mena Rossell

En base a mi experiencia o sentir, en poesía el inicio puede ser complicado si se trata de buscar las palabras adecuadas que de alguna forma expresen el instante que se desea plasmar. Lo que sucede normalmente con esto es que la idea se pierde en la expresión o simplemente se desvirtúa, dejando de lado, quizá, lo que se quiere expresar, mencionar.

Por lo ya sentido y percibido a través de consejos de amigos escritores, y algo que puedo ver más claramente en mis últimos trabajos, la mejor forma de empezar a escribir y de hecho seguir haciéndolo es simplemente no hacerlo. Pienso que es más importante llegar a sentir la idea, ser parte de ella, sentir la emoción, y dejar que las palabras fluyan. Aunque en el momento no parezca, serán las palabras precisas, pues vienen no de ser palabras buscadas, sino directamente de la experiencia de sentir.

Una vez terminado el texto, el borrador si se quiere, si por sí solo no es lo que sentimos queda ya el resto del tiempo para modificarlo, retocarlo, hasta darle la forma del sentimiento. Para mí, es importante sentir antes de escribir; y luego seguir sintiendo.


Jorge Claudio Morhain

Esa pregunta ("Cómo se aprende a escribir") me la hacía también yo, cuando era un niño al que le gustaba mucho escribir. ¿Qué carrera debía seguir? ¿Hay una profesión llamada "escritor"? Pues bien, chicos: no la hay.

Nunca hice un aprendizaje sistemático de cómo se escribe.

Personalmente, lo que me interesó fue la historieta. De modo que tomé un curso de dibujo por correo para aprender la técnica de escribir guiones. Llegué a la conclusión de que no la había. Compré el libro de Poe sobre la forma de escribir un cuento y estudié la Escuela Media, donde me enseñaron las nociones de géneros literarios, gramática, sintaxis y todo ese jazz. Así que con sólo eso comencé a escribir historietas, y escribí incansablemente hasta llegar a 5.200.

Pronto me pidieron cuentos, y apliqué la técnica de Poe y otros, y cuando debí escribir una novela me cuidé de que el lector quedara siempre "enganchado" al final de cada capítulo, con una ansiedad que lo llevara a seguir leyendo: lo conseguí.

Pero, en fin, en realidad hay dos métodos mágicos para aprender a escribir. Hay quien se los salta, y vemos esos escribientes de páginas notariales que intentan contar alguna historia desvaída; o algún magnífico cuento frustrado, donde la falta de vocabulario o sintaxis lo vuelve insufrible. A ellos les ha faltado alguna de las dos etapas mágicas, que recomiendo sincera y efusivamente:

  1. Leer. En cantidades industriales, y no sólo aquello que nos gusta. Procurar, al menos al principio, leer todo lo que caiga en sus manos: prospectos médicos, boletos de las carreras, periódicos de fútbol, reseñas científicas, novelas rosas, novelas verdes, novelones, cuentos, poesías, teatro, etc.

  2. Escribir. Nunca te rindas. No importa que no te guste lo que hagas. A la mayoría no nos gusta de entrada (al cabo de muchos años lo reelerás y dirás: "¿Cómo hacía para escribir tan bien?"). No importa que nos pronostiquen una vida de encargado de estacionamiento, no importa que el estilo sea raro, no importa nada. Escribe, escribe, y búscate quien te lea. De última, siempre habrá alguien del sexo opuesto dispuesto a comprender lo que haces.

  3. Con el tiempo, conseguirás publicar en algún lado. Ganar un premio, miserablemente, ayuda muchísimo (digo miserablemente porque la mayoría de los concursos son trucados, porque no siempre se elige al mejor, y porque si pierdes —como yo— te queda una mala leche de por vida). Y, cuando tengas un tema, una idea, un esbozo, toma algunos de estos consejos, sacados de un curso de historieta que a veces dicto:

Llamo premisas básicas a:

  1. Capacidad. Esto quiere decir saber escribir. Es posible que nadie escriba un guión de historieta si no sabe escribir. Sí, también en el sentido literal, porque hay casos en el que no tanto las faltas ortográficas como los desconocimientos de gramática y de sintaxis son graves. Pero en general, hay que saber escribir una narración.

  2. Conocimiento técnico. Esto es lo que vamos a tratar de dejar en ustedes a través de este curso; el conocimiento de qué es la historieta y cómo se hace.

Llamo pasos previos a:

  1. Inspiración. Aunque parezcan frases hechas, la inspiración es una cosa que aparece de pronto, y no se sabe de dónde. Suele aparecer de un pedido editorial, de la necesidad de dinero, etc. Sí, eso es lo más corriente. Pero, vean qué cosa, eso suele ser el motivo pero no la inspiración. A mí se me han ocurrido historias soñando, leyendo otras historietas (lo más frecuente), viendo cine (también sirve), o simplemente, y esto es casi siempre así, pensando algún planteo más o menos clásico, y plantando los personajes. Después empiezo a escribir y trabajan solos. A veces usan ese planteo clásico, pero lo más frecuente es que se vayan por otro lado y al final salga una historia que me haga dar un salto de sorpresa cuando yo mismo me veo escribiendo la resolución final. Es así: inexplicable. No tengo fórmulas ni recetas.

  2. Base argumental. Esto es lo que decía, plantearse una historia coherente, con algunos pasos generales. Como esas clásicas del cine americano: chico busca chica - chico encuentra chica - chico pierde chica - chico lucha para reencontrar chica - chico encuentra chica.

  3. Documentación. Una vez que uno tiene el tema y la base argumental hay que documentarse: ver, leer, investigar sobre el tema. Aunque después no se use, es imprescindible saber de qué se escribe. Judith Merril y Theodor Sturgeon dicen al respecto: "No escribas una palabra hasta que hayas imaginado toda la escena: la habitación o los exteriores; los personajes incluidos los secundarios; los colores y las formas, el tiempo, las ropas, los muebles, todo. Luego describe solo aquéllo que se relacione con la acción: o no describas nada sino las acciones y los personajes".

Eso nos lleva a la instrumentación.

  1. Coherencia. Toda historia será creíble —por más disparatado que sea el argumento, los personajes o el ambiente— si es coherente.

  2. Personajes: Deben estar bien definidos, bien individualizados, y cuanto menos mejor.

  3. Ambientación: Hay que seguir la premisa anterior. Saber exactamente dónde se mueven los personajes, consultar mapas, fotos, todo. Y después sintetizar en las descripciones al máximo.

La otra frase de Merril y Sturgeon dice:

"Se empieza con un personaje de una personalidad de trazo fuerte, incluso dominante. Se lo coloca en una situación que niegue de algún modo un rasgo vital. Se observa cómo resuelve el problema el personaje. Procura visualizar todo cuanto escribas".

Estos autores hablan del escritor de cuento. Para el escritor de historieta visualizar, "ver" con la mente el cuadrito dibujado, es imprescindible.


Lucía Martínez Odriozola

Seré muy breve, pero no he podido controlar el deseo de responderle. Soy periodista y profesora de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad del País Vasco, en España. Suelo invertir unos minutos en la presentación de mi asignatura para intentar convencer a los alumnos de lo importante que es aprender a escribir. A lo largo del curso les insisto para que no se olviden. Es una obviedad, pero la mejor forma de aprender a escribir es hacerlo. Unicamente reconociendo los problemas y solucionándolos se aprende. Otra herramienta indiscutible es leer: novela, para aprender a contar; cuentos, para aprender a resumir; poesía, para aprender a adjetivar.

Si además nos adiestramos a nosotros mismos en la observación, sólo necesitaremos el tiempo suficiente para escribir. No se debe ser tacaño. Y según he podido deducir de un buen puñado de entrevistas a escritores, algunas personas están irremediablemente condenadas a expresarse por escrito. Es como una condena que tienen que pagar. No pueden hacer otra cosa, aunque no siempre es el camino de la felicidad.


Armando Ortiz

Mi nombre es Armando Ortiz y estoy suscrito al foro de discusión de Interplanet, Literatura. Puede escribirme a esta dirección si gusta.

Para aprender a escribir, en mi muy particular punto de vista, son indispensables dos cosas: necesidad y creatividad. Independientemente de si se conocen bien o no las normas lingüisticas del idioma, como son las reglas gramaticales y demás. Es, creo yo, algo que debe tener todo aquel que se interese por la escritura como medio de expresión.

Creo también necesario y obvio que para aprender a escribir es inherente la lectura; con esto quiero decir que la lectura, además de ser un hábito muy hermoso, es una opción de amplitud de criterio, imaginación, formas escritas, modelos, etc., los cuales, si los seguimos de la manera en que es debido, podemos lograr algo que, de no hacerlo, tal vez lo que produzcamos sea de valor bastante debajo del esperado.

Considero que para aprender a escribir, los pasos a seguir son simples: leer; escribir (bien o mal, qué importa); necesidad de hacerlo y estudio fuerte.


Leonardo Rossiello
http://www.hum.gu.se/~romlr

Aceptando la invitación de Letralia les envío estas reflexiones, modestas por cierto, con la esperanza de que algo de ellas pueda ser útil a alguien. Se verá que algunas son variaciones de aspectos del arte de escribir que ya han sido señalados. Lo que sigue no intenta sustituirlos, sino añadirse a una experiencia acumulada.

La primera es que el aprendizaje de la escritura no debe considerarse nunca un proceso acabado. Por eso tal vez sería mejor hablar de cómo empezar a aprender a escribir. Esto es o debería ser así porque apenas consideremos que ya "sabemos" escribir, nos cerramos a nuevas posibilidades de desarrollo, nos estancamos y, lo que es peor, retrocedemos, aunque no nos demos cuenta. Me parece sano y productivo estar en permanente actitud de estar aprendiendo a escribir, aunque ya hayas publicado muchos libros.

La segunda es que las habilidades adquiridas se devalúan. Esto está relacionado con lo anterior; quiero decir que lo novedoso se torna usual, la percepción se automatiza y la escritura de otros autores, el paso del tiempo y las exigencias de la literatura hacen que sea imprescindible escribir a diario. Un escritor no debe dejar pasar un solo día sin escribir, por lo menos, una o dos páginas. Para escribir un cuento hay que tener una gran papelera —y llenarla—; para publicar un libro conviene haberlo escrito en muchísimas versiones antes. No te apresures a publicar; la literatura tiene un tiempo propio, el tiempo casi detenido de las bibliotecas. Cada año se publican más de cien mil títulos en el mundo hispánico. Piensa que tu obra tiene que ser leída también cuando ya no estés entre los vivos. Trata de que solo la excelencia sea digna de tu literatura.

La tercera es que hay una relación innegable entre la lectura —y la relectura— y la escritura. Creo que sería fácil demostrar que la mayoría de los escritores son voraces lectores. Esto significa que debes dar prioridad a la lectura: dedicarle tiempo y continuidad. ¿Qué leer? Leer en dos direcciones: 1) clásicos y autores de los que razonablemente puedas decir que serán clásicos. Me parece que si un autor nos gusta, conviene conseguir su primer libro, leerlo y estudiarlo (esto es, leerlo críticamente) en sistema, seguir con el segundo y así hasta conocer toda su obra. 2) Teoría y crítica literaria (hay una abundante bibliografía). Teoría del cuento y de la novela, narratología, análisis y comentario de texto, crítica literaria. Influencia lecturial y teórica tienen que ser bienvenidas. No creamos; en rigor, combinamos palabras e ideas que existen antes, independientemente de nosotros. Un texto es también un intertexto, como se ha dicho hasta el cansancio.

La cuarta es que el trabajo de cajón suele ser descuidado o subestimado. Esto es peligroso. Trabajo de cajón es escribir, reescribir, pulir y corregir rabiosamente un texto y cuando creemos que es inmejorable recordemos que está mejorable, lo metamos en un cajón y no lo saquemos de allí hasta que hayan pasado varios meses, para entonces sí, con nuevos ojos, darle, ojalá, la redacción definitiva. Hasta que no se publique, un texto nunca "es"; siempre "está".

La quinta, relacionado con lo anterior, es que somos ciegos ante nuestra propia creación. Deberíamos ser autocríticos a priori. Ser críticos a posteriori es casi decir estar arrependidos de lo que acabamos de publicar. Ocurre a menudo; por desgracia es más común de lo que sería desable. Podríamos haber evitado esa autocrítica a posteriori si hubiéramos sido más críticos con nosotros mismos. Pero, ¿cómo serlo si es cierto que somos ciegos ante lo que hacemos? Tomemos prestados los ojos de los amigos. Demos a leer nuestras letras a sus lectores naturales, a nuestros amigos y familiares. Escuchemos, meditemos y aceptemos (críticamente) sus críticas y sugerencias. La arrogancia y la autosuficiencia no tienen nada que hacer en un acto creador.

La sexta es que si no tenemos un sentido de la autodisciplina no llegaremos muy lejos. La continuidad de un esfuerzo vale muchísimo más que el rapto deslumbrador, la idea brillante, la formulación novedosa. Ellas vienen, acaso, una vez sin una disciplina; muchas si nos proponemos el "obstinato rigore" que sugería Leonardo da Vinci. "Escribo cuando tengo ganas" no sirve. Entonces escribes mal. Si escribes con disciplina, a poco verás que siempre tendrás ganas de escribir. "Escribo cuando tengo tiempo" tampoco sirve. Deberíamos poder decir "Escribo porque me hago tiempo". Como todo arte, la literatura se ha hecho y se seguirá haciendo a costa de renunciamientos y sacrificios. "Todo no se puede", como dice mi madre. Si eliges ser escritor, tómate la literatura en serio, como tal vez hagas con el humor.

La séptima es que conviene rodearse de y practicar otras actividades. Sor Juana Inés de la Cruz escribió que si Aristóteles hubiera sido cocinero habría sido mejor escritor. Estoy convencido de que Sor Juana tuvo razón. Al lado de la escritura hay que hacer el amor, cocinar, lavar los pisos, navegar, reírse, bailar, ir al fútbol, cambiar los pañales a los hijos, tomar unas copas con los amigos de vez en cuando; viajar, en suma, vivir. La torre de marfil y el ratón de biblioteca ya pasaron a la historia. Ojalá que no vuelvan nunca más. Literatura acartonada no sirve. Deja que la vida penetre como una sabia savia en tu obra.

La octava es que el trabajo artesanal puede y debe completarse con la tecnología moderna. La computadora, por ejemplo, te permite tener varias versiones de un mismo texto, trabajar simultáneamente con ellas, usar programas de corrección (yo mismo no lo hago, aunque debería hacerlo), tener acceso a diccionarios y enciclopedias, a referencias bibliográficos, a libros de historia y a una cantidad de datos en línea que tal vez necesites para tu texto. Un recurso técnico que recomiendo: lee en voz alta (o pídeselo a alguien que tenga buena voz y lea bien) y graba tu texto en una grabadora. Si es un poema, no habrá dificultades (salvo que hayas escrito otro Canto General); si es un cuento, tampoco; si es una novela, hazlo por capítulos o partes. Luego enciérrate en un cuarto a oscuras, asegúrate de que nadie te moleste, y escúchate. Esto te permitirá detectar cacofonías, repeticiones, aspectos no claros del texto, partes que tal vez pasaron inadvertidas al ojo, pero no al oído. Rescatemos y reflotemos la dimensión fónica, sonora, musical que una vez tuvo la literatura. Placer y disciplina: lírica viene etimológicamente de "lira"; sintaxis, del griego, "formación y orden para la batalla".

La novena es que antes de comenzar la escritura te conviene tener claro dos cuestiones: 1) A qué lector ideal te diriges. Esto es especialmente relevante para la lírica y la narrativa que están "marcados" históricamente. Tenerlo presente te dará una clave de registro, de la que no te deberías apartar. 2) Saber adónde quieres llegar. Te conviene tener bastante claro los grandes rasgos de la estructura, la disposición, la estructura temporal de la historia, si es narrativa. También, desde luego, el final. Claro está que en el transcurso de la escritura esto puede cambiar, pero conviene saber siempre desde dónde salimos y dónde estamos para saber cuál es el mejor camino para llegar a la conclusión.

La décima, y relacionado con lo anterior, es que los comienzos y los finales de un texto son casi tan importantes como el resto. Deberíamos prestarles especial atención y, por lo tanto, dedicarles mayor cantidad de tiempo y de trabajo. El comienzo debe tener algún tipo de "gancho" (sin que esto signifique violencia gratuita o rebuscada originalidad), incluso para los cuentos "de atmósfera". Esto es así porque, como en el ajedrez, la apertura define si captaste el interés del lector o no, esboza los motivos más importantes, en ocasiones la estructura de todo el texto. Un buen comienzo es prometedor; uno malo es prometedor de una lectura inconclusa. Los finales son importantes por razones fáciles de comprender. Sin embargo quisiera subrayar una que me parece fundamental en este contexto, y es que en el final, más que en el comienzo, suele estar lo que llamaría la clave de la memorabilidad del texto. El acorde final debería quedar resonando en el alma del lector, haciéndolo sentirse enriquecido con la lectura de tu texto. Un final adecuado, revelador, cercano al momento de la epifanía, vale oro. El lector te lo agradecerá.



Vivian Watson

Por dónde se empieza

Quienes quieren iniciarse en el oficio de escribir se encuentran con no pocas dificultades, distintas a aquellas con que se enfrentan los aprendices de otras artes. El aspirante a músico, por ejemplo, sabe que para llegar a serlo debe estudiar música; el aprendiz de artista plástico sabe muy bien que debe prepararse para ejercer su arte. El escritor también debe prepararse si su meta es llegar a escribir bien. La escritura es un arte que se puede aprender —y enseñar. Esta afirmación levanta muchas sospechas entre el público en general. De acuerdo con mi experiencia, mucha gente percibe al escritor como una especie de "genio" que, como tal, prácticamente nace aprendido. Para escribir se necesita, según esta creencia general, ciertas cualidades innatas, una especie de "magia" que le permite crear personajes y mundos de la nada con la misma facilidad con que se cepilla los dientes. Muchos jóvenes se convencen entonces de que no tienen el talento necesario para escribir porque no pueden hacerlo con facilidad, o porque al primer intento no les sale una obra maestra. Nada más alejado de la verdad. Escribir, incluso para los más grandes autores, es sumamente difícil, y no se hace más fácil con la experiencia. ¿Por qué? Porque el escritor, al iniciar una nueva obra, se enfrenta con algo que todavía no existe, y nunca está del todo seguro de cuál será el resultado final. Por lo tanto cada libro, cada cuento o cada poema se escribe de forma distinta. El hecho de que un autor haya escrito un primer libro exitoso no le ofrece ninguna garantía de que podrá escribir un segundo libro. No hay garantías en este oficio. Lo primero que tiene que saber un aspirante a escritor es, entonces, que le espera muchísimo trabajo.


Los talleres literarios

En los países anglosajones, las escuelas de "escritura creativa" existen desde hace muchísimos años, incluso a nivel universitario. En los países de habla hispana el auge de los talleres es mucho más reciente. Desde luego no es imprescindible haber estado en un taller para ser un buen escritor, pero estos talleres pueden ser de gran ayuda para quien se inicia en el oficio. Esto por varias razones. La primera es la oportunidad de relacionarse con otros escritores, lo cual es un estímulo importante. La segunda es que los talleres ofrecen al escritor la posibilidad de observar cómo reacciona el lector ante sus textos, pues a menudo (sobretodo al principio) no transmitimos exactamente lo que queremos decir. Por otro lado un texto tiene muchísimas lecturas diferentes a la que el autor se había planteado en un principio, pero que son igualmente válidas. Esto siempre sorprende al escritor joven, que aprende a estar atento a las posibilidades ocultas de su propia obra.

Por otro lado, la postura crítica (pero que siempre debe ser respetuosa) hacia el trabajo de los demás te ayuda a tener una postura crítica con respecto al trabajo propio, lo que contribuye a estar alerta en relación con tus debilidades, con el fin de reforzarlas. Yo hice una maestría en escritura creativa en Inglaterra y la experiencia fue provechosa desde todo punto de vista. Pero también tengo que destacar que muchas veces la efectividad de un taller depende de la habilidad de quien lo conduce para crear un clima de respeto entre los asistentes y evitar la competitividad, que puede ser muy destructiva para el escritor novel que todavía no tiene la suficiente confianza en su capacidad. Por eso también los talleres pueden ser un arma de doble filo.

Por supuesto que una actitud de humildad es sumamente importante a la hora de recibir críticas, tanto en los talleres como fuera de ellos. Para beneficiarse lo mejor posible de los comentarios de los lectores con respecto al trabajo propio es necesario escucharlos con la mayor atención, y tras evaluarlas se toman en cuenta las sugerencias con las que uno está de acuerdo y se obvian aquellas que no consideramos útiles. No siempre estaremos de acuerdo con las críticas que recibamos de nuestro trabajo, sin embargo es importante no descartar ninguna crítica demasiado pronto.


El proceso

A escribir se aprende escribiendo. Sin embargo muchas veces se te hace casi imposible el simple hecho de sentarte a escribir. Te pones toda clase de excusas para no hacerlo, y cuando finalmente llegas al escritorio, te quedas esperando que ocurra el milagro y baje la inspiración. Pasan los minutos y nada. Finalmente concluyes que es imposible, que nunca serás escritor, y te preguntas cómo es posible que se hayan escrito tantos libros.

Lo primero que hay que hacer es romper la resistencia. ¿Cómo? Una técnica bastante útil es levantarse un poco más temprano todos los días, y de inmediato tomar lápiz y papel y ponerse a escribir. Que eso sea lo primero que haces por la mañana, si puedes escribir en la cama mejor. Lo de menos es qué escribir: lo primero que te pase por la cabeza, el sueño de la noche anterior, los planes para ese día, lo que sea. Lo importante es que comiences de inmediato y no te detengas a pensar ni un instante. Escribe durante 15 minutos, media hora o una hora completa. Todos los días. No leas lo que has escrito hasta que lleves varios días haciendo el ejercicio. Seguramente te sorprenderás.

Tras varias semanas de hacer este ejercicio habrás aprendido varias cosas. Una de ellas es que llevas dentro una fuente inagotable de material sobre qué escribir. La otra es que la forma más fácil de escribir es hacerlo sin pensar.

El escritor es "dos personas en una" (Dorothea Brande). Por un lado, es entusiasta, soñador, sensible e imaginativo. Este aspecto de su personalidad es el responsable del acto creativo. Pero también hay por ahí una vocecita que te dice "eso está mal, así no se escribe, esta historia es absurda, quién te crees que eres para ser escritor", etc. Esta voz es muchas veces la responsable de que simplemente no escribamos, convencidos de que tiene razón y que no tenemos talento alguno. Este es el crítico que todos llevamos dentro. Una vez que lo hayas identificado, salúdalo, porque de ahora en adelante no te hará la vida imposible sino que actuará a tu servicio.

El asunto es el siguiente. Aquí voy a referirme a narrativa, aunque esto también se podría aplicar a la poesía. Cuando te sientes a escribir, deja que tu parte creativa, sensible e "infantil", tome el mando. Tu crítico debe estar en silencio, en todo caso si oyes esa vocecita diciéndote que no sirve lo que estás haciendo no le hagas el menor caso. Si escribes sin pensar esta será una tarea fácil. Así es que se escribe el primer borrador.

(Perdón, así es que yo escribo el primer borrador. Esta no es, de ninguna manera, la única forma de hacerlo, cada escritor debe experimentar hasta encontrar la manera adecuada para él. Esto no es más que una sugerencia).

Mientras escribes el primer borrador no debe importarte nada más que "atrapar" la historia o el poema que tienes en mente y fijarlo en el papel para que no se te escape. En esta parte del proceso no debes ocuparte de cosas como ortografía, redacción, ni que "suene bonito"; con la práctica estas cosas irán saliendo solas sin que concentres tu atención en ellas sino en la historia. De manera que cuando escribes el primer borrador lo más importante es llevar lo que tienes en mente al papel, sin considerar si está bien o mal.

Una vez terminado el primer borrador, no lo leas de inmediato. Déjalo descansar unos días, o por lo menos una noche. Después, tómalo y léelo con la mayor atención. Aquí es donde entra el crítico en acción.

Tu crítico buscará las debilidades de la pieza con la mayor objetividad de que es capaz, como si leyera un trabajo ajeno. Te dirá si está demasiado reiterativo, si el diálogo suena postizo, si el personaje no es creíble. Aquí hay que ser implacable. Si una frase no sirve se va, aunque sea tu frase favorita: si no aporta nada a la historia, no sirve. Una vez que hayas estudiado bien tu manuscrito, corrígelo. Algunos autores recomiendan comenzar a escribirlo otra vez desde cero (en un archivo nuevo si escribes a computadora), y no corregirlo en la pantalla. La ventaja de este método es que te da la libertad de ver tu historia desde otro punto de vista y de cambiarla todo lo necesario al librarte de la versión anterior. Parte del proceso de edición es buscar en tu manuscrito las posibilidades ocultas, nuevos elementos o situaciones que no sospechabas cuando comenzaste a escribir. Por eso es posible que el producto final sea muy distinto a tu concepto original: deja que esto ocurra. De alguna manera la historia ya existe en algún lugar y tú lo que estás haciendo es descubrirla. No la fuerces.

Este proceso se repetirá tantas veces como sea necesario para que el producto final sea excelente. Busca siempre llevarlo a la mejor condición de que seas capaz. Cuando sientas que ya no hay nada que puedas hacer para mejorarlo, haz que otra persona lo lea y te diga lo que piensa. Si descubres que aún no está terminado, pues continúa revisando.


Otras sugerencias

Un escritor tiene siempre los ojos muy abiertos a lo que pasa a su alrededor. Observa. Escucha las conversaciones de la gente en la calle, ¿qué palabras usan?, ¿cómo es su tono de voz? Fíjate en cómo visten, cómo se mueven. Mantén la curiosidad de un niño. Observa cómo entra la luz por la ventana. Ten siempre los ojos muy abiertos.

Un consejo muy importante es confiar en uno mismo. Escribe sobre los temas que te obsesionan a ti, no a tu vecino. Confía en tus propias convicciones. Para escribir es importante conocerse a fondo, saber qué te conmueve, qué te hace reaccionar, qué te da rabia, qué piensas de la vida, de la muerte, de Dios. Todas estas cosas determinan tu manera de ver el mundo y por lo tanto, tu forma de escribir. Si eres fiel a ti mismo en tus escritos, tu obra será honesta y no tendrás que preocuparte por ser original. Ya lo eres, porque nadie ha tenido tus mismas experiencias, nadie ve el mundo como tú.

Y por último, lee todo lo que puedas con la mayor atención, y procura aprender de los autores que lees. Si te cuestan los diálogos, estudia los diálogos de tu novela o cuento favorito. Pero no leas sólo los autores que te gustan, de los que no te gustan también puedes aprender. Mantén una actitud abierta con respecto a todo.

Eso es todo. Ahora escribe.


       

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