Letras de la Tierra de Letras - La poesía y la narrativa de Hispanoamérica
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Edición Nº 45
20 de abril
de 1998

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Experimental

Jorge de Abreu


Experimento Nº 1

—¿Qué hora es?

—Las tres y cuarenta y cinco.

—¿Qué hora es?

—Las cuatro y media.

—¿Qué hora es?

—Las cinco y cinco.

—¿Qué hora es?

—Las cinco y veinte.

—¿Qué hora es?

—Las cinco y veinte y cinco.

—¿Qué hora es?

—Ya es la hora. La hora del...



Experimento Nº 2

—Un segundo, Dr. Boxman; un segundo, por favor, ya le atiendo. Primero voy a hacer una incisión aquí... a ver... así... ¡upa!... ¿ve usted? Páseme el algodón, por favor. Ahí, sobre la mesa, a su izquierda. Sí, ése, el del envoltorio azul. Ajá, gracias. Lo necesito, ¿ve?; es que sangra mucho cuando se le extirpan los ojos. Ahora, la pinza. ¿Dónde está? ¿Dónde demonios está la pinza? ¿Y ahora con qué voy a extraer el ojo? ¿Con los dedos? Si estaba ahí, la tenía aquí mismo, sobre la gasa. ¡Maldición! ¿Qué? ¡Ah!, disculpe, ya la vi, estaba sobre este otro pedazo de gasa. Bueno, dígame, Dr. Boxman: ¿qué es lo que desea? ¿Ve?, ya saqué el ojo... Es que con la pinza... Ahora sólo debo cortar aquí, en este punto, a nivel medio del nervio óptico. ¡Aquí, precisamente! A ver, ¿qué desea?

—Sólo quería decirle, Dr. Blood, que ya está listo el café. Y que si quiere una o dos cucharitas de azúcar.

—¡Oh, muchas gracias! Una, desde luego. Espere, no se levante, Dr. Boxman, todavía me falta el otro ojo.



Experimento Nº 3

Este es muy malo, el siguiente.



Experimento Nº 4

El monstruo nació sin ojos. Todo lo que veía era su universo. El monstruo estaba amarrado a una tabla de disecciones y el Dr. Kildare le tomaba los signos vitales. El primer sonido que oyó el monstruo fue el de su propia respiración, tardó un minuto con treinta segundos en determinar su origen, pero cuando lo logró no pudo disfrutar de ese triunfo pues el Dr. Kildare lo sometió a un complejo y completo espectro de descargas eléctricas para determinar el tiempo de reacción del sistema nervioso del monstruo. El segundo sonido que oyó fueron sus propios aullidos de dolor, en este caso tardó muy poco en determinar su origen. En ese momento escuchó otro sonido, una apagada y monótona cadencia de ruidos rasposos que cambiaban continuamente de origen, algunas veces a un lado y luego al otro. Poco a poco se fue dando cuenta de que el sonido se desplazaba en un continuo a su alrededor, y el sonido en ese preciso instante tocó su cuerpo y sintió un agudo dolor que se incrustaba en su ser. Volvió a gritar. Y el sonido rasposo lo volvió a tocar, esta vez sintió un dolor desgarrante y una parte de él desapareció en medio de un caos de gritos. El monstruo gimió su universo de sonidos y ruidos incomprensibles, y oyó algo, otro sonido, uno agudo y mortificador que se le acercaba como ningún otro. De pronto lo sintió sobre su cuerpo y el dolor le hizo olvidar su existencia y sus gritos y su dolor.

El monstruo había nacido sin ojos.



Experimento Nº 5

El empujón fue firme y violento, había escrito el escritor, pero lo que no se le ocurrió a ese imbécil fue decir si la caída había sido firme y violenta. Entonces me levanto yo y protesto. Protesto contra la literatura barata que intenta engañarme con empujones, con firmes y con violentos. Entonces grito, y grito con justa razón pues la vida, y hay una sola, es para vivirla y no para pasarla leyendo pendejadas, cosas como empujones firmes y empujones violentos. Entonces voy y me entrompo con el escritor y le doy de coñazos, hasta dejarlo lleno de hematomas y sin ganas de volver a escribir. Entonces le digo: "¿Y si el empujón no fuera firme ni violento? ¿Y por qué tiene que ser violento? ¿Acaso toda esta maldita vida tiene que ser violenta? ¿Por qué carajo no escribe usted sobre las flores y los niños? ¿Acaso no hay cosas en esta vida que merezcan la atención? ¿Además por qué habla de firmeza? Yo no quiero ninguna firmeza, salvo la de mi pene, ni quiero ser firme, salvo mi pene. ¿No puede hablarse de libertad y bondad, y dejar a un lado la firmeza?, ésa déjensela a los militares, allá ellos si se quieren joder la vida, complacidos en el sadomasoquismo recurrente. Y vea que no lo coñaceo más, ni lo sermoneo más, porque sin querer estoy siendo firme y violento con usted, ¡qué basura! Así es esta vida, el que predica no practica, y el que practica no predica. ¿Acaso no es mejor practicar? ¡Que prediquen los curas y los políticos! Yo prefiero practicar el hacer el amor con la secretaria que le pasó esa vaina del empujón firme y violento. Así que cállese, carajo. Váyase al coño y no joda más mi tiempo.

Y, por favor, que el empujón no sea firme y violento.



Experimento Nº 6

Ernestino se levantó muy tarde. El sol se ponía en el horizonte y, junto a él, aparecía la fría Enana del atardecer. Ernestino abrió su saco de dormir y se levantó, tenía los ojos legañosos y unas grandes ganas de seguir durmiendo. Pensó en la noche anterior, o mejor dicho, en el día anterior, y en el día anterior a éste, y el anterior, y el anterior, y el anterior, y el anterior, y el anterior, y suspiró. Ernestino se sentó en la colcha estirando los brazos con modorra, sentía los músculos agarrotados, luego se levantó. Bostezó y sintió su aliento pesado, la comida y la bebida puestas a fermentar entre sus dientes, la lengua y el cielo de la boca. Ernestino se levantó y arrojó la colcha en un rincón de la tienda. Comenzó a tararear una antigua melodía, un lejano recuerdo casi olvidado. Se acercó a la mirilla y observó las escarpas lejanas, azuladas bajo la faz de la Enana. Ernestino se volvió y se dirigió solitario al baño.

—En la narración anterior... ¿El autor intenta describir la vida en una comuna? De ser ese el caso: ¿Cuántos individuos la conforman? ¿Es Ernestino el líder? ¿Las reservas de alimento son acaso ilimitadas? ¿Si muriera Ernestino, quién lo enterraría?

—De la frase: "Bostezó y sintió su aliento pesado, la comida y la bebida puestas a fermentar entre sus dientes, la lengua y el cielo de la boca". El autor pretende demostrar que Ernestino es: ¿Un cerdo? ¿Un hippie? ¿Un falangista? ¿Un notario público? ¿Un gandul? ¿Un general retirado que añora los antiguos lances del período medieval? ¿Un hombre?

—¿Cuál es la antigua melodía que tararea Ernestino? ¿La cucaracha? ¿Lucy in the sky with diamonds? ¿Long tall Sally? ¿Alfonsina y el mar?

—¿Es ésta una narración de ciencia ficción? Discuta y emplee argumentos para defender su posición. No emplee más de 30 líneas. Sea breve y conciso.



Experimento Nº 7

Cuando al fin el evento alcanzó la magnitud de resolución gráfica que permitió a sus conos y bastones, situados en el tapiz de la retina de sus ojos, formar una imagen discernible que pudiera computar su cerebro, vía nervio óptico; Josué observó cómo un animálculo desconocido era engullido por otro más agresivo y de mayor tamaño. Este último reptó sobre el vidrio del portaobjetos, pero aun así no consiguió escapar a su destino y antes de alcanzar el borde fue devorado salvajemente por una especie de gusano baboso, evidentemente con precarios mecanismos homeostáticos para conservar su humedad corporal. No obstante, este detalle fue insignificante pues casi enseguida un gusano más gordo, más grande y con una epidermis mejor adaptada al medio terrestre se acercó sin recato al húmedo montoncito de tejidos y humores, y se lo tragó sin mediar muerte previa. Josué asintió satisfecho, tomó una pinza e intentó transferir a este gusano a una lámina para observarlo bajo la lupa. Pero un nuevo suceso interrumpió sus acciones, un insecto indeterminado cayó sobre el gusano y lo despedazó en un tris. A partir de ese momento los acontecimientos se desbocaron sin control. El insecto desplegó sus élitros y se aprestó a volar cuando un bicho emplumado pasó en vuelo rasante y de un picotazo acabó con aquella forma de vida. Josué estaba asombrado con las maravillas de este planeta, definitivamente Carlos, el biólogo, tenía razón. Alzó la vista, pero no pudo localizar al pajarraco, lo único que pudo ver fue a un animal peludo del tamaño de un gato que se encontraba sobre el librero. "Fantástico" pensó Josué, "qué ritmo de vida tan acelerado". A espaldas de ambos, de Josué y el nuevo animal, se oyó un crujido, ambos se volvieron, para Josué fue la vívida imagen de un murciélago gigantesco, para el animal peludo fue sólo la muerte. Tras una breve agitación el murciélago dispuso de los restos de su presa. Josué apreció la amplia envergadura del nuevo animal, unos cinco metros en total. "¡Qué ciclos de vida tan acelerados!", volvió a pensar Josué. "¡Qué potencial de estudio!, ¡cuántas respuestas a tantas preguntas!, ¡cuántas nuevas preguntas!". Josué oyó un retumbar sordo, un peso inconmensurable penetró en la habitación, una respiración que lo abarcaba todo caldeó su aliento. El murciélago chilló aterrado y alzó vuelo, una pata poderosa en zarpazo brutal cortó su ascensión, el cuerpo maltrecho fue capturado por indescriptibles dientes y triturado con premura.

Josué alzó la vista y vio aquella mole, su pulso se aceleró, luego se volvió errático. La cadena de la vida había llegado a un gran eslabón, un inquietante eslabón. Pasaron unos cuantos segundos en tensa espera, la mole ronroneaba en aburrida repetición. Josué intentaba detallarlo, aquello era inconcebible, parecía que de tan grande y extraño, se perdía el sentido de la analogía y las proporciones. Con un sudor frío empezó a comprender que estaba ante la mayor masa de energía química organizada del planeta. El devorador de entes. El último. Josué quiso estar soñando pues la bestia se hallaba entre él y la puerta. Su arma se encontraba en un cajón a cinco pasos de donde se hallaba sentado. Era sólo una 22, pero... sólo cinco pasos.

La bestia rugió.

Josué corrió sólo cinco pasos.



Experimento Nº 8

Cuando la bomba estalló, Ligurco no sintió nada, estaba embebido tras un cristal rosa. Estaba al pie del olmo y escuchó el trepidar de los pasos de su madre por la escalera. La guerra continuaba, y el enemigo estaba ganando. De pronto Ligurco recibió el impacto de frente, cayó de espaldas mientras se meaba en los pantalones. El choque fue terrible, sólo se oía el crujir de los dientes y el chirriar de los tacones de mamá contra el piso de la cocina desierta. Ligurco se levantó en vilo y flotó mayestático por encima de la poceta. Un grillo lo recibió a patadas mientras su estéreo tocaba una música antigua, llena de estridencias. Sólo sintió la punzada del acero frío y el enemigo le apuñaló el rostro. En medio de su sangre gritó frenético, luego escaló el viejo olmo. Olía la madera, el agua, la sangre, el sudor y la vulva de su madre que subía por él gritando obscenidades. Arrojó el cartucho a un lado de la roca y escupió una canción; se aferró a las nubes incorporando sus sienes sobre el abismo. Aterrado, giró sobre sus rodillas y se metió bajo la cama, mordió la alfombra y enloqueció de pánico. Mamá vomitó sobre la puerta y el vómito surcó mis venas envenenándome. ¡Mamá! grité más fuerte que nunca y Ligurco me oyó gritar. ¡Mamá, vete al coño! Y lloró Ligurco sobre mis hombros, pues yo ya no podía llorar. Me levanté y salí por la ventana, atrás dejé mi olmo y mis recuerdos. Ligurco recibió el impacto en la cabeza y cayó sobre la alfombra, vomitando heces. Su madre rasguñó la puerta con sus garras de acero. Mamá, adiós. Ligurco levantó los brazos y atrapó una rana que saltaba sobre la almohada. Su cabeza cayó en un pozo de serpientes y no oyó cuando su madre entraba en la cueva azotando sus tentáculos. El cuerpo me dejó de doler y Ligurco fue elevado por un millón de bachacos y huyó a través de un agujero en la pared.

Y no vi más.

Y no oí más.

Y no sentí más.

Y no fui más.

Sólo Ligurco y yo en medio de una miasma de vómito y diarrea; felices de estar lejos de mamá.



Experimento Nº 9

Oía el canto de las chotacabras.

De noche, cuando escribía estas notas, oía el canto de las chotacabras. No era un canto hermoso, sólo era inquietante. De noche, se posaban invisibles en los árboles frente a mi ventana. No eran muchas, no eran pocas, su número era indeterminado, y cantaban con algarabía. Sonidos disonantes, sin armonía, gorjeos indescriptibles, ululares sibilantes. Todas las noches de todos los días.

Fue entonces que decidí escribir estas notas y las comencé así: Oía el canto de las chotacabras.

Al principio estaba temeroso, medraba mi ánimo ante lo incognoscible. La chotacabras reían y burlaban mis temores con ululares espantosos que se prolongaban pasada la medianoche. Mi almohada era mi confidente y mi refugio. De noche, oía el canto de las chotacabras.

Luego supe que moría, y mi temor se transformó en morbosa obsesión. Mis ojos desvelados intentaban mirar los cuerpos abominables del canto nocturno. Y las chotacabras se burlaban de mis vanos intentos y cantaban en orgiástica cacofonía. Me incorporaba sobre mis codos y mi imagen reflejada en los cristales de la ventana observaba con intensidad el interior de la habitación, mientras mi mente se afanaba en la oscuridad de la noche.

De momento en momento tomaba un lápiz y escribía: De noche, cuando escribía estas notas, oía el canto de las chotacabras.

Sus carcajadas y su algarabía, sus ruidos innominables y esos otros ruidos que no quiero mencionar aumentaron en intensidad y supe que agonizaba. Entonces me enteré de la execrable misión de las chotacabras y me empeñé en burlarlas, así como ellas lo habían hecho conmigo. Me esforcé en vivir mientras mi vida huía rauda de mi habitación. Apenas pude alzar el lápiz para escribir: Oía el canto...

Un alarido histérico proveniente de una garganta inhumana heló mi escaso aliento, volví mi rostro a la ventana mientras me hundía en las brumas de la muerte. Entonces lo vi y supe que no iba a escapar.

Mi mano cae exánime sobre la sábana.

De noche se oía el canto de las chotacabras.


       

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