Letras de la Tierra de Letras - La poesía y la narrativa de Hispanoamérica
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Edición Nº 47
18 de mayo
de 1998

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Cuentos que pudieron ser chinos

Wilfredo Carrizales

(a Lu Xi)


Li Lung-mien

El pintor Li Lung-mien se afanaba en hacer correr sobre el papel a caballos de poca alzada y grupa redonda. Manadas de potros semejantes a los equinos mongoles, piafaban briosos al final del último trazo dado por el fino pincel de pelo de conejo. "A través de mi pincel, estos hermosos brutos deben salir del desorden confuso de la nada", afirmaba con sabiduría el pintor.

Más y más caballos se lanzaban en veloz carrera a lo largo de las estepas blancas que desenrollaba el pintor encima de las mesas de los compradores. Caballos de un solo color o manchados, de rápido trote y crines traviesas. Nunca antes a pintor alguno le había cautivado tanto la naturaleza de estos animales.

Li Lung-mien profundizó en la persistencia de su interés por los caballos y nuevos y más bellos cuadrúpedos relincharon al saberse engendrados por el semen negro de la tinta diluida.

Un mago taoísta le advirtió al pintor que de continuar por ese tozudo camino, al cabo, él mismo se convertiría en caballo.

El pintor se burló del mago y para demostrar que no le tenía miedo a su advertencia se encerró en su lugar de trabajo a pintar grupos de caballos, pastando libres.

Casi al borde del anochecer, un victorioso e inusitado relincho rompió la quietud del ámbito. Un ruido como de coces destrozando mesas, jarrones, sillas y portapinceles, se apropió de toda la casa. Los criados del pintor se acercaron temerosos y sólo pudieron ver la grupa manchada de tinta de un salvaje caballo blanco que escapaba por una ventana, sin cesar de relinchar, rumbo a las planicies del norte.



U Ming

U Ming, el emperador sin nombre, arribó a su reino de lo denso. "Aquí está mi lugar visto en el sueño", murmuró. Allí la niebla fijaba su permanente morada y las gargantas del río extenso mantenían alertas con su ulular a los navegantes. Habían sido desalojados los árboles, los pájaros, los peces. Sólo la bruma y el miedo cierto de naufragio habitaban este retazo de territorio.

El emperador quiso apropiarse de su reino, valiéndose de sus ojos. La niebla se lo impidió y bajó su cortina espesa, de gris sopor. El emperador cerró los ojos. Durmió y soñó una vez más.

Una resplandeciente doncella se le acercó desnuda y olorosa a flor de loto. Ella le acarició la barba y le pidió ser su concubina favorita. El emperador le besó sus senos de manzana sureña. Le prometió darle la mitad de su imperio si accedía a yacer con él de inmediato. La doncella le respondió que antes debía hacer desaparecer por completo la niebla. Así, ambos podrían disfrutar del inigualable paisaje oculto tras el caliginoso obstáculo. El emperador pretendió contestar con una ingeniosa frase, pero sus ojos se abrieron y la doncella se reabsorbió en la bruma.

El emperador se sentó a llorar sobre su pequeña barca. Sólo un séquito de sombras le acompañaba. Mientras rumiaba acerca de la paradoja del poder y la niebla, lo abatió la saeta que provoca el sueño.

Se incrementó la corriente del río y zafó la barca amarrada. Flotando sobre el agua turbia la barca se dejó arrastrar. El emperador dormido llevaba el rostro contrito y la certeza de que iba en pos de la disolución en el reino de bruma y ceguera que hace tiempo conquistó.



Mustia cigarra de oro

Murió longevo el viejo poeta ermitaño en medio de una temible tormenta. Sus últimos años los pasó refugiado en las ruinas del "Templo de las Nubes Azules". Los pocos amigos del poeta proclamaron que se había mustiado como la flor protegida de las montañas. Sobre su túmulo se quemó abundante dinero de papel coloreado. Entre los dientes se le colocó una diminuta cigarra de oro para que los otros muertos pudieran nombrarlo.

Pronto, demasiado pronto, el túmulo se cubrió de hierbas. Las cabras acudían a pastar allí. De noche, un resplandor iluminaba el promontorio funerario. Al día siguiente, las flores silvestres exhalaban más fragancia que de costumbre.

Algunos lugareños aseguraban haber visto el rostro sonriente del poeta, flotando encima de las ramas, despreocupado y, a todas luces, feliz.

Uno de sus amigos comentó que el poeta intentó hablar, pero una fuerza inexplicable se lo impidió. Sólo pudo suspirar profundamente y dejar escritos sobre la dura arcilla sus recuerdos de los tiempos de la vida terrena.

El Día de la Claridad, cuando el espíritu de los muertos retorna temporalmente al mundo de los vivos, el único nieto del poeta arrojó un buche de arroz enrojecido sobre el túmulo. Por la noche, brotaron numerosas flores de papel y el color de la sangre tiñó los pétalos corno recordatorio eterno de que el rojo es símbolo permanente de alegría y regocijo, fuego y verano al amparo de todos los corazones.



Ta Xiung y el cazador del alma

Los hombres armados que defendían y escoltaban a los carros de mercancías en sus travesías por los caminos de toda China, constituían una especie de hermandad cerrada, regida por códigos secretos para protegerse de los bandidos y asaltantes.

Ta Xiung era uno de ellos. Poseía, al igual que el resto de sus cofrades, un poderoso caballo, armas de fuego, espada y cuchillo y amplia experiencia en artes marciales tradicionales. Se distinguía Ta Xiung de sus "hermanos" por su elevada estatura, descomunal fuerza y abundante pilosidad en todo el cuerpo. De allí su apodo de "Gran Oso".

Pasaba Ta Xiung largos meses fuera de su casa en su peligroso trabajo trashumante. Había formado (junto a sus compañeros) cierta mitología de sí mismo, lo cual le permitía mantenerse aparte, a cubierto y temido. Era proverbial su valentía, ferocidad y camaradería en el combate. Valía su peso en plata mejicana.

El ferrocarril también terminó por llegar a China y ya no fueron necesarios los guardias armados. Quedaron cesantes; abandonados a su suerte. Muchos de ellos se entregaron desesperadamente a las bebidas alcohólicas y sucumbieron. otros se dedicaron a intervenir en competiciones de fuerza y osadía en las ferias locales por unas pocas monedas de cobre. Ta Xiung decidió ganarse la vida por su cuenta haciendo demostraciones callejeras de artes marciales. El hambre y el frío no doblegaban su orgullo.

Una mañana de invierno, Ta Xiung se encaminó hacia la "Torre del Tambor". El viento gélido hacía tiritar a los habitantes de la capital. Él pensaba lograr unas monedas en los alrededores de aquel lugar. Justo cuando se preparaba a dar su espectáculo, un viejo ciego se le acercó y le dijo: "Antes de que el dragón empiece a llover, el tigre es anunciado por el viento". Ta Xiung quedó paralizado. Sus oídos le zumbaban. Perdió la noción de tiempo y espacio. Nunca supo cómo regresó a su casa, pero sí sabía lo que había de hacer.

Recordó al viejo ciego. Dedujo de quién se trataba: el cazador del alma. Venía a ayudarle a matarse para que renaciera en una nueva vida.

Ta Xiung eligió una cuerda fuerte y la amarró a una viga del techo. Miró a través del nudo corredizo. Observó el más bello paisaje jamás imaginado: un lugar sereno cubierto de pinos y flores, con estanques de agua donde nadaban peces, patos y cisnes y hermosos jardines rocosos.

La visión observada por intermedio del nudo corredizo ayudó a Ta Xiung a tener más confianza en sí mismo y en el acto que iba a realizar. Se sobrepuso más allá y por encima de su propia condición y se dirigió con fervor al mundo que lo aguardaba tras el nudo corredizo.



Claro de Luna

Cuando el emperador murió, Claro de Luna, la concubina imperial principal, se encontraba en el interior del harén. En una intriga palaciega fue proclamado el nuevo emperador. Claro de Luna conocía la suerte que le esperaba: el destierro a la región fronteriza occidental.

Claro de Luna decidió actuar. Mata a su pequeño hijo de dos años y le corta manos y pies. Acusa a la nueva emperatriz de infanticidio y la obliga a suicidarse. Luego, ayudada por los eunucos guardianes del harén, envenena al emperador.

Con una audacia extraordinaria y una ambición incontenible se proclama emperatriz: tiene cuarenta años y todavía su belleza se mantiene incólume. Gobernará durante cuarenta y tres años, apoyándose en los eunucos de palacio, fomentando la corrupción entre los generales y dando rienda suelta a su lujuria y a su ninfomanía. organiza su propio serrallo con jóvenes y bellos mancebos, seleccionados y traídos desde todos los confines del imperio. Se venga, utilizando cualquier medio, de la dominación machista confuciana.

Cada vez que la emperatriz sentía decaer su potencia sexual acudía al "Monasterio del Caballo Blanco" y allí, bajo el efecto de poderosas drogas afrodisíacas, se entregaba a rituales orgiásticos con el abad y los neófitos.

Moribunda, en su lecho de inminente muerte, rodeada por una caterva de temerosos eunucos, pide que le traigan al abad. Pero éste yace decapitado a la entrada del palacio. La emperatriz recuerda con sentida nostalgia que una vez se llamó Claro de Luna.

La emperatriz emite su postrero quejido; sus ojos quedan semicerrados. Los eunucos se prosternan y comienzan a dar pavorosos alaridos.

Entra en tropel un grupo de guardias armados. Con cuerdas de seda estrangulan a los eunucos de forma rápida. Luego, proceden a quemar el aposento.

El gobierno de la concubina imperial que se atrevió a ser emperatriz, queda reducido en cuestión de horas a cenizas malolientes, despojos y un inolvidable terror.



Sueños de un emperador

Al último emperador de la dinastía Ming le agradaba soñar y de inmediato comprobar que el sueño se había tornado en algo tangible, de veras real.

Una noche se propuso tener tres sueños con afamados pintores que lo deleitaran sirviéndose de sus prodigios. consultó a su médico-astrólogo y éste le suministró una píldora especial.

En el primer sueño, el emperador se encontró frente a Wang Wei, pintor de ríos y peces. Wang Wei se dedicaba a crear ríos que fluían entre montañas y luego con pincel los hacía rumorear. El emperador se sentía pleno de gozo. Le rogó a Wang Wei que pintase peces dentro del agua. El pintor movió el pincel en el aire y un gran pez se precipitó en el río más cercano al emperador. Gotas de agua le salpicaron el cuerpo y despertó, mojado. Rió y volvió a dormirse.

En el segundo sueño, el emperador vio a Mi Fong, el paisajista, quien caminaba plácido por el jardín imperial, de pronto se detenía ante un estanque e introducía en él un trozo de tinta sólida. La observaba minuciosamente un buen rato y luego con un grueso pincel iba extrayendo los paisajes que se formaban sobre la superficie. El emperador despertó bajo unas grandes rocas de formas exóticas que antes no existían en el jardín. Más exultado aun, se durmió de nuevo.

En el tercer sueño, el emperador atisba por una ventana a un pintor, quien de espaldas a él concluye una pintura mural a colores que representa al último emperador de la dinastía Ming, colgado de una rama del "Arbol de la Flor de la Paz". En una de las mangas de su vestido hay escritas unas palabras de remordimiento por no haber podido impedir el derrocamiento del gobierno.

El emperador, asustado, trata desesperadamente de despertarse, pero sólo consigue que su cuerpo colgante se bambolee un poco y la lengua se le alargue más.


       

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