Sala de ensayo - Abriendo camino a través de las grandes interrogantes
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Edición Nº 58
2 de noviembre
de 1998

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Ernst Jünger Ernst Jünger (1895-1998)

Fernando Báez

En parte porque su vida, como la de Heidegger, no estuvo a salvo del entusiasmo inicial por el nazismo o porque su obra y particularmente sus diarios confrontan la naturaleza del hombre sin escrúpulos, o por su condición de militar victorioso (héroe de guerra, temido, capaz de hacer consignas razonables para sus soldados: "maten con ardor, pero no con odio") o por su misterioso celo solitario, lo cierto, lo imprescindible, es que Ernst Jünger resulta una presencia incómoda en la historia de la literatura, y su muerte cercana, el 17 de febrero pasado, casi a los 103 años, ha vuelto a exigir una reconsideración crítica, justa, decisiva, de su vida y, por supuesto, de su magnífica obra. En ese sentido (y en otros), no veo mi aporte sino como una oportunidad para compartir algunos aspectos suyos que han hecho mi vida de lector.


Entre dos guerras

Nacido el 29 de marzo de 1895, en Heidelberg, hijo del doctor Ernst George Jünger, un respetado profesor de química, y Lily Karoline, Ernst Jünger pasó por varias escuelas antes de tomar la decisión radical de unirse, junto con su hermano Friedrich, a los Wandervögel en 1911. Este grupo, que sostenía principios radicales posteriormente adoptados por el movimiento hippie, extremaba el espíritu de la naturaleza y la búsqueda de los bosques así como el respeto absoluto por la vida animal, lo que en el joven aprendiz de escritor se convertiría en una pasión ininterrumpida por la entomología. Esta independencia forzó la ruptura con sus padres y su incorporación a la Legión Extranjera Francesa en 1913. Como se sabe y se repite, más que como se conoce realmente, la Legión era un feroz cuerpo militar internacional integrado por hombres que asumían su pertenencia como un exilio o refugio en el Africa y Jünger tuvo la suerte de sobrevivir en esa fuerza y ser respetado durante su corta estancia en Argelia. A pedido de su padre, regresó para estudiar en Hannover, pero la Primera Guerra Mundial le ofreció una ocasión más relevante para continuar su independencia y, ante el llamado del Káiser, no perdió tiempo en asimilarse. El rechazo a la vida burguesa tenía como contraparte la búsqueda de lo excitante e inaudito. Con el rango de teniente, peleó en Champagne y en el valle de la Somme, en 1916, y fue testigo de la muerte de un millón de hombres para que los aliados avanzaran diez kilómetros. En su morral, llevaba sus provisiones de rutina y sus tomos de Nietzsche y Schopenhauer. A ratos, escribía. Herido varias veces, regresó a pelear con tal coraje que recibió la más importante condecoración conocida: la Medalla Orden al Mérito. Al término de la guerra, era uno de los pocos héroes de su país y durante un buen tiempo se encargó de formar soldados y escribir manuales prácticos para la Infantería.

Lector de Oswald Spengler, estudioso del mundo esotérico y de las drogas, guerrero, no dudó en aprovechar su experiencia y decidió hacer pública su vocación de novelista en 1920 con "In Stahlgewittern" (En la tormenta de acero), libro proveniente de sus anotaciones en el frente. En 1922 apareció "Der Kampf als inneres Erlebnis", una interpretación ambigua de la guerra que Borges reseñó en 1937 en uno de sus ensayos de la revista "El Hogar". En 1923 se inscribió en la Universidad de Leipzig para indagar en la zoología y la filosofía, escribió muchísimo y publicó en igual medida: salió "Sturm", una novela, "Revolution und Idee", un artículo editado en el periódico nazi Völkischer Beobachter, donde probaba la necesidad de un cambio histórico en el destino de la raza alemana, y colaboró con distintos periódicos de veteranos. Sin unirse a los nazis, sintió la tentación del repudio al infame Tratado de Versalles y, por qué ocultarlo, la admiración por la figura de Adolf Hitler, a quien le dedicó "Feuer und Blut". Un fragmento de Jünger precisa: "Como muchos combatientes, y no sólo alemanes, Hitler conocía y apreciaba mis libros... él me lo hizo saber y yo le envié las primeras ediciones. Me dio las gracias o encargó a Hess que me las diera. Yo también recibí su libro, que acababa de publicarse. Una vez, cuando vivía en Leipzig, me anunció su visita; luego, por un cambio de itinerario, la anuló...". Con "Das Waeldchen 125" (La colina 125) ratificó su defensa de una posición nacionalista extrema ante la grave situación de la Alemania de la posguerra. En mayo de 1926, sin esperar las calificaciones académicas, abandonó la universidad y el 3 de agosto se casó con Gretha von Jeinsen, con quien ya había tenido un hijo (Ernst) en mayo del mismo año y quien le daría otro en 1934, Alexander. Viajó por Francia y Croacia y, de vuelta al hogar, publicó en 1929 "Das Abenteuerliche Herz. Aufzeichnungen bei Tag und Nacht" (El corazón aventurero. Notas de día y de noche), una colección de aforismos filosóficos de procedencia evidentemente hegeliana.

Su decepción con el nazismo fue lenta y en 1932 la radicalizó en el extenso ensayo "Der Arbeiter" (El Trabajador, 1932). En este escrito enfatizó su crítica de la técnica como elemento destructor de la dignidad humana y la presentación del trabajo como realización de la voluntad. En el fondo, esta obra mantiene su vigencia invicta debido a los signos terribles de la revolución microelectrónica, cuya esencia prescinde del trabajador en todas sus formas. El desencuentro de Jünger terminó en el rechazo a la oportunidad de ingresar a la Academia de Poesía Alemana en 1933, purgada por la Gestapo, y se marchó a una aldea, Goslar, en las montañas Harz; después se radicó en Ueberlingen. El contacto con el exterior lo mantuvo a través de sus viajes a Noruega, en 1935, en 1936 a Brasil, Canarias y Marruecos, en 1937 a París, donde se encontró con Andre Gide y Julien Green y en 1939 se mudó a Kirchhorst en la Baja Sajonia. Sus publicaciones no terminaron: en 1934 publicó "Blaetter und Steine" (Hojas y piedras), primera crítica soterrada al racismo fascista, en 1936 su novela "Afrikanische Spiele" (Juegos africanos), basada en su experiencia en la Legión Extranjera, y en 1939 "Auf den Marmorklippen" (Acantilados de mármol), también una novela, pero de mayor envergadura.

La Segunda Guerra Mundial no tuvo ninguno sentido para Ernst Jünger y en su diario (Strahlungen, Irradiaciones), con gran displicencia, cuenta cómo, leyendo a Heródoto, supo que la oficina de reclutamiento lo llamaba a entrar en combate en agosto de 1939. Esa actitud indiferente lo alejó por completo de cualquier acción heroica. Transferido a París en 1941 formó parte de las fuerzas de ocupación liderizadas por el general Otto von Stülpnagel, pero antes que ser un inquisidor o estratega, prefirió conocer mejor la cultura francesa y defenderla de los excesos de los soldados. La edición y posterior traducción al francés de "Garden und Strassen" (Jardines y calles) en 1942 le garantizó la admiración de algunos escritores e intelectuales franceses como Paul Leauteau, Jean Cocteau, Gaston Gallimard, Louis Ferdinand Céline, Paul Morand, Pierre Drieu La Rochelle con quienes sostuvo largas conversaciones. En su "Diario" sorprende que sus preocupaciones no fuesen las de un militar en tierra extranjera sino las de un dandy, interesado por las buenas comidas, el clima, la naturaleza, ciertas lecturas excéntricas, dos o tres conversaciones, una buena amante. Hay un pasaje fechado el 3 de octubre del 42 en el que refiere, por ejemplo: "Por la tarde en la librería del 'Palais Royal', donde adquirí la edición de Crébillon impresa en 1812 por Didot. En las tapas de vitela verde se observa todavía la fuerza del estilo que conservaba el imperio... Francia disfruta todavía de las ventajas de esta tradición que se transmite por herencia, y es de esperar que la conserve gracias a su política que, en general, puede considerarse razonable. Porque, ¿qué es lo que importa ahora en este país? Que no se destruyan sus viejos nidos, las ciudades, sobre cuyas ruinas se levantarían sucursales de Chicago, como ocurrirá con Alemania...".

En 1942 fue enviado al Frente Ruso y vivió en carne propia la derrota de las tropas nazis, el hambre, el frío, la desesperación. En 1944 dimitió del Ejército después del atentado contra Hitler y se retiró a Kirchhorst, donde recibió la noticia de la muerte de su hijo. La verdad es que su hijo fue enviado a un batallón de castigo por sus ideas subversivas y encontró un fin misterioso, lo que explica que se negara a enfrentar a los norteamericanos en la captura de Alemania. Para él la guerra ya había concluido con una devastación espiritual intensa e imborrable.


Desde otros silencios

Stuart Hood, traductor de "Auf den Marmorklippen", visitó a Jünger en septiembre de 1945 y lo encontró delgado, impecable, preciso. Entre las cosas que reseñó de la reunión, al principio difícil, se encuentra el hecho de que el novelista se declaró francófilo. "Discutimos", escribió Hood, "de literatura alemana. Me expresó su disgusto por Thomas Mann y su estilo... Él admira a Rivarol, a quien ha traducido. Yo no sabía nada en absoluto de Rivarol. (Fue un autor que satirizó a la monarquía en los tiempos de la Revolución Francesa y acabó sus días como refugiado en Alemania...) Sus modelos literarios, me declaró, fueron franceses...". Esta afirmación es cierta y subraya una de las grandes paradojas del escritor: admirador decidido de la claridad francesa, optó por un estilo enrevesado, metafísico. Lo que parece haberle interesado, más bien, fue el cuidado por el estilo y la contundencia en la expresión. Tenía la idea de que la literatura no es un acto gratuito: "La misión del autor... consiste en la creación de una patria, de una residencia espiritual...".

Prohibidos sus libros por los aliados, recurrió a publicaciones extranjeras: "Der Friede" (La paz) apareció en 1946 en Amsterdam. En 1947 publicó "Atlantische Fahrt" (Viaje Atlántico) y un año más tarde "Aus der goldenen Muschel" (La concha de oro), un diario de viajes. El año 1949 conmovió al mundo con dos libros suyos: su diario de guerra y "Heliópolis", una de sus novelas más alegóricas y complejas. El relato, entre diálogos, monólogos y páginas de diario, presenta una ciudad del futuro, Heliópolis, en la que un personaje inolvidable, Lucius, debe elegir entre el partido de Landvogt, cultor de lo colectivo y el Procónsul, defensor de lo individual, sin que al final se decida. En 1950 renovó su apuesta por el nihilismo con "Ueber die Linie" (Sobre la línea), difícil homenaje a Heidegger en el que proporciona, aparte de los nombres de Poe, Leon Bloy, Rimbaud como lecturas privilegiadas, una perspectiva conceptual del mundo contemporáneo. Libro extremadamente confuso, resulta memorable por hacer de Nietzsche un punto de partida de análisis del hombre moderno e invitar a superar los valores mediante una vía nihilista: "Un camino que ni hacia dentro ni hacia fuera es seguro nos pertenece". Levantar la cabeza y mirar por encima de la línea es, entonces, descubrir las señales del nuevo orden. Hacia 1951 publicó "Der Waldgang" (Paseo por el bosque); en 1952, "Die Eberjagd" y "Besuch auf Godenholm" (Visita a Godenholm), esta última una novela corta digna de múltiples relecturas y, me atrevería a sugerir, una de sus preferidas. En resumidas cuentas, narra, y bien vale detenerse en este punto, la llegada de Möltner, médico, Einar, arqueólogo y Ulma, joven nórdica, a una isla donde vive un anciano, Schwarzenberg, maestro iniciático que posee el don de hacer ver lo oculto a través de visiones personales. Lo mágico, impulsivo, es la atmósfera: la cercanía a los símbolos y arquetipos del mundo y tal vez sean estas líneas el índice para exponer las condiciones de la estructura de este y otros textos de Jünger: "...no veía la historia, la historia natural, la cosmogonía, como desarrollo, imaginándolas, como es costumbre, en forma de líneas, espirales o círculos, sino que las veía más bien como una serie de calotas esféricas envolviendo núcleos atemporales, sin expandir. Desde esos núcleos se emitían los prototipos y las cualidades hasta los lugares más distantes... La creación no estaba sólo en el acto inicial sino que podía continuarse en cualquier punto que prendiera en lo inexpandido". En 1953 publicó "Der gordische Knoten" (El nudo gordiano), ensayo político sobre las tensiones entre oriente y occidente; en 1954, "Das Sanduhrbuch" (El libro del reloj de arena), indagación sobre el tiempo; en 1956 tradujo y prologó los escritos de Rivarol; en 1957 apareció la novela "Gaeserne Bienen" y en 1959, el ensayo "An der Zeitmauer" (Junto al muro del tiempo), que explora los cambios mundiales y la inminente catástrofe del hombre. Hermann Hesse, en una reseña prudente de este volumen hecha en 1960, escribió: "...Me ha instruido y corregido en los terrenos de las ciencias naturales y de la técnica en los que estoy atrasado. En lo humano y moral no me ha cambiado, pero sí fortalecido agradablemente".

Ya desde 1950 vivía con Gretha, su gran amor, en Wilflingen, en la casa del guardabosque del castillo de una familia amiga. Su esposa murió en 1960 y sobrevino un período corto de depresión con una boda posterior (dos años después): esta vez la mujer era una archivista, Liselotte Lohrer. Entre 1962 y 1966, viajó por Egipto, Sudán y Angola. La tendencia prolífica se multiplicó en los años posteriores de tal manera que de los 60 a los 70 logró ver editados unos diez libros, algunos de ellos menores y al menos una obra maestra, continuación de lo planteado en Heliópolis, con el título de "Eumeswil" (1977), a la cual hay sociedades enteras que le dedican revistas y amplias monografías. En esta utopía, Venator, historiador al servicio del régimen del Cóndor, mantiene un diario secreto que permite informar sobre la situación real de terror. Del resto de los textos, habría que mencionar "Der Elstaat" y "Sgraffitti" de 1960, "Typus, Name, Gestalt" y "Maxima-Minima" de 1963, "Annaeherungen: Drogen und Rausch" (Aproximación a las drogas y a la intoxicación, 1970) y "Die Zwille" (1973), novela con ciertas reminiscencias de la infancia.


Retiro y reconocimiento

La década de los ochenta rescató a Ernst Jünger del olvido y, libro a libro, lo transformó en una figura pública discutida, polémica, pero por sobre todo admirada. El premio Goethe 1982 y el premio de la Fundación Cino del Duca predispuso a muchos sectores en su contra y sirvió para que nuevas generaciones leyeran sus obras sin prejuicios de ninguna clase. En 1983 publicó la novela "Aladins Problem" y una colección de aforismos literarios que muy pronto se popularizó en todos los idiomas: "Autor und Autorschaft". Para 1985 condescendió con la novela policial y aportó un relato titulado "Eine gefaehrliche Begegnung" con un escenario parisino. La llegada del cometa Halley despertó en él numerosos recuerdos y los compiló en "Zwei Mal Halley", que apareció en 1987. Admirador de "Las mil y una noches", releyó una y otra vez el clásico y continuó sus investigaciones naturalistas.

Escéptico, sorprendido, en todo caso feliz, vio cómo pasó de un escritor marginado a ser un personaje solicitado por los medios de comunicación, abordado por estudiantes y políticos, y pudo ver, cuestión en la que pocos lo igualan, la total ruina de Alemania y su renacimiento, su división y su unión, la caída del imperio soviético, todo lo cual lo llevó a preparar un libro extraño, "Die Schere" (1990), un testamento espiritual en el que propuso algunas reflexiones sobre el ser, la modernidad, la muerte, la dignidad humana, la literatura y la filosofía en pleno fin de siglo. En 1995 donó todos sus documentos al Archivo de Literatura Alemana de Marbach y legó 40.000 especímenes entomológicos para su análisis y conservación.

"Aquí está un hombre libre", dijo de Jünger, conmovido, aterido por su presencia imponente, el entonces presidente de Francia, François Miterrand, cuando, acompañado por Helmuth Kohl, lo visitó, en 1995, en su aldea de Wilflingen para hacerle un modesto homenaje en su centésimo aniversario. Pocas palabras tan ciertas. Ahora, tras su muerte, noto que la discusión vuelve a abrirse y se ignora que el gran escritor es un hombre peligrosamente libre. Negar a Jünger por su apoyo temprano a los nazis o a Ezra Pound, Louis Ferdinand Céline, Martin Heidegger, es olvidar que esas circunstancias históricas son pasajeras y que sus obras trascienden el equívoco político. En el fondo, se trata de entender que no puede dejar de leerse a un Francis Bacon por haber sido un funcionario corrupto o a un Jenofonte por servir como soldado mercenario en una guerra interna en Persia. Eso es todo.


       

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