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Concha y jade

Texto y fotografía: Wilfredo Carrizales

Concha y jade

Jadea el jade en la rosada concha de la ijada. Se jacta el jade de abrir bien la coraza. No es concha de peregrina, pero se conchaba con otras valvas para brillar y humedecerse. El nácar ilumina al ombligo venéreo, lo relaciona con el aroma del mar, las algas y los peces. Valva de fuego y celebración. Como quien dice vulva y encuentra perlas.

Se jacta el jade de sobrepasar al jáculo en producir la lujuriosa herida. Imbricados el jade y la concha se afanan en la fiesta y hacen sonar la música de las guaruras. Connivencia y cutícula. Acomodo del opérculo y del cuerno de la abundancia de fluidos y humores.

La más que placentera concha agranda su ensenada. El fotuto del estío y verdina labra en la caracola las hazañas eróticas del día. Fervoroso, casi jaculatorio, el jade se registra en la joyería y se valora a conciencia. Conchífero resultó su bautismo de goznes en contubernio.

No pertenece al pecado la falsa dureza de la concha. Su voz fecunda a las grecas con los orgasmos. La significancia de su genio vive en orden y concierto con la lengua o el verbo que se sacude y encabrita. Ninguna cabeza de pez se introduce en su ámbito y si en las adyacencias crecen margaritas en escudilla honda se le proporciona el regadío.

Jadia el jade y anhela la guarnición. Se aplica en la variedad de las descartables fatigas. Resuella con la tiesura y fanfarronea sin menoscabo. El resoplido pone a la concha en la ruta del calor que se excede y se alaba a fuer de espasmos. Aseguran el masaje y el comercio la concha y el jade. El orgullo les provoca mayores ganas y sucumben por momentos a la segregación del tinte de la próxima antigüedad.

El jade deviene en el molusco que la concha prefiere. Se entretiene el animal hasta la fecha de la feria y en la cubierta de la concha unos peines pronto se entornan. Se apartan a un rincón los amancebados y se conceden ajustes para el extenso jolgorio. Concilian sus intereses muy lejos de playas y mareas. Todo es lícito entrambos y el jade se menea cual desbullador en la refriega.

Tras la concha el jade en lasciva disputa. A la ribera llevarla quiere sin humo y sin pañoleta. Quiere que de su garganta las olas no se alejen. Después en el cuarto sin sol le regalará un trompo de huesos. No habrá sombras en su anchura, ni devaneos en sus ensueños.

En el claustro de la holgura concha y jade caen en su destino. Sueltan un vaho de ludibrio; alcanzan las bocas del fuego. Todos los ojos que los vean los considerarán buenos. No hay vicio posible en la maraña que no se agrega. La fatiga es un descanso y la realización del ancla. Otros mantos, otras junturas, vendrán con la hora del quebranto.

El jade debe salir volando y la concha rugiéndole al viento. El prestigio sublimado traerá gritos y quimeras. Ya comienzan a encogerse los colores de sus caderas. Quieren ser livianos de luz y enormes en los resuellos que ruedan. Los unificará el sopor que estremece del astro la cópula. Como un desfile luminoso irán los bálsamos en busca de rochelas.

La concha verá el camino más sonoro en su sustento. El jade perfeccionará la leche del secreto lleno. Plenamente en la balada del descubrimiento un arroyo absorto entrará por la deliciosa muesca. Tendrán los dos satisfacciones plenas. El azoro se perderá en la luminosidad del tiempo.

En la íntima desmesura los agujeros encontrarán sustento. El jade se escurrirá dentro de la concha entera. La íntima señal rozará el soplo del viento. Con la sustancia de la espesura, concha y jade reintegrarán los fragmentos del acertijo.