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Ilustración: collage de Pedro HolderDiálogo entre una criadora de gatos y su ama de llaves

Ilustración: collage de Pedro Holder

Para nadie es un secreto que cuando a ciertas mujeres les llega la menopausia y, por ende, la histeria copa todos sus actos y palabras, ellas se dedican, con esmero infinito, a criar gatos de variadas y costosas especies. Duermen con ellos y los miman y bañan de manera continua. Los gatos parecen ser inmunes, por naturaleza, a la histeria y a las histéricas.

El siguiente diálogo fue grabado de manera subrepticia en el comedor de una elegante mansión y pone de manifiesto interesantes aspectos de la extraña relación entre una histérica, sus gatos y su ama de llaves.

 

La criadora: ¿Por qué los gatos persas chinchillas se han encariñado más conmigo que los siameses o los abisinios?

El ama: Porque ellos poseen el fino arte de fingir la amistad. Ellos son excelentes actores, tanto en la mesa como en la cama. Su ronroneo está lleno de magia y encanto y resulta muy difícil no caer en su embeleso. Por eso le recomiendo que consiga pronto un poderoso amuleto que la preserve de su maléfica influencia...

Criadora: Yo no creo en esas patrañas que dices. A mí me gustan los gatos debido a que ellos entienden mis cambiantes estados de ánimo y mis volubilidades. Cuando me ven con los ánimos exacerbados se suben a mi cama y se echan sobre mí para consolarme. Observa a la corte de aduladores que día y noche me cercan: ninguno de ellos vale lo que vale un trozo de excremento de mis mininos.

Ama: Entonces, ¿por qué no expulsa de una buena vez a esos aduladores y adquiere nuevos gatos?

Criadora: A los aduladores los necesito para que me rían los chistes, me elogien a cada momento y fortalezcan mi ego. Los requiero como perritos falderos que recogen los huesos que abandono en los platos. ¿No has descubierto de qué manera mis gatos machos persiguen y acosan a las perrillas lisonjeras cuando se sientan frente a mí? Han llegado hasta el extremo de mearlas sobre las sillas! Yo me hago la que no ha visto nada y las perrillas, con gran embarazo, se retiran inventando excusas...

Ama: Sobre todo he notado que el padrote angora parece ser el más verriondo de todos: la pestilencia que expulsa a diario no me deja dormir por las noches. Yo le tengo miedo: se le queda mirando los muslos a aquellas mujeres como si quisiera saltarles encima y violarlas. De noche, atranco bien la puerta de mi dormitorio, pero lo escucho rondar en la oscuridad y lanzar chorros de meados por debajo de la puerta.

Criadora: ¡Despreocúpate! Eso me lo hace a mí también con demasiada frecuencia. Ni a ti, ni a mí, nos va a violar. ¿Cómo podría entrar en nuestras carnes fofas que tampoco lubrican ya?

Ama: Pero no deja de entrarme un calorcillo de temor por la rabadilla...

Criadora: ¿Tú crees en la salacidad que se les atribuye a los gatos?

Ama: No sólo lo creo, sino que además doy fe de ello.

Criadora: Si tú me lo pidieras, te permitiría dormir con alguno de los siameses machos. Ellos saben morder los pezones y arañar al interior de los muslos. También poseen habilidad para caminar suavemente sobre tu cuerpo desnudo, mientras permaneces boca abajo, con las piernas abiertas...

Ama: ¡Señora, me hace ruborizar! ¡Jamás le haría una petición como ésa!

Criadora: ¡No seas hipócrita! Te he espiado cuando los bañas y he visto cómo los masturbas hasta secarlos.

Ama: La señora bien sabe que lo hago por la buena salud de ellos y para que le den una progenie abundante.

Criadora: No lo pongo en duda. Ahora dime, ¿asumirías tu preferencia por los gatos maullantes o por los silenciosos?

Ama: Gatos silenciosos son sólo los gatos muertos. Yo prefiero los licenciosos, los que fornican con sus gatas sin límite de horario y las muerden en las nucas hasta sacarles sangre.

Criadora: ¿Tú eres de la opinión según la cual los gatos incrementan sus habilidades con la edad?

Ama: En el largo periodo que llevo con usted me he dedicado a investigar con minuciosidad ese aspecto y puedo decirle que los gatos, al menos los suyos, acrecientan sus facultades con el paso de los años, contrariamente a lo que le sucede a los hombres.

Criadora: No lo sabré yo. ¡Que antes de criar gatos crié hombres de mi edad, a montones!

Ama: ¿Y no se siente frustrada por eso?

Criadora: ¿Frustrada por qué? Mi temprana relación con los gatos me hizo comprender que mi destino era convertirme en patrona y protectora de felinos de alcurnia y puro pedigree. Y aquí me tienes: ¡bella, engreída y hedionda a gato!

Ama: ¿Encuentra usted alguna diferencia entre “llevarse al gato al agua” y “nadar con el gato a solas”?

Criadora: ¿Y a qué viene esa pregunta ahora? Sin embargo, te la voy a responder: una se lleva al gato al agua cuando desea sumergirse con él en sus abstrusas profundidades y nada con el gato a solas en el momento de las confesiones húmedas.

Ama: ¡Nunca lo hubiera imaginado!

Criadora: Debido a tu renuencia a dejarte lamer por la lengua áspera de los gatos.

Ama: ¡Vuelvo a sentir el escozor entre las piernas, como si allí tuviese un gato encerrado!

Criadora: Lo tienes y ya es hora de que lo liberes.

Ama: ¿Y si se me metió liebre por gato?

Criadora: Llamamos a la veterinaria y asunto resuelto.

Ama: ¿La veterinaria gatera? ¿La que tiene las manos peludas? ¡Jamás me dejaré tocar por ella!

Criadora: No seas cobarde. Permítele que te examine.

Ama: ¡Me niego rotundamente a que ese virago me ausculte mis partes íntimas! ¡Usted no puede obligarme y si lo hace, renuncio! ¡Me oye: renuncio!

Criadora: ¡Mujer, no te pongas así! ¡Con una histérica en esta casa basta!

(Todos los gatos bostezaron con mucho ruido (intuimos que cruzaron miradas maliciosas entre ellos), rasguñaron los muebles y continuaron la siesta irrenunciable y consuetudinaria).

Criadora: Dame las ilustraciones de los gatos que hizo mi consejero amanerado. Están allí sobre la despensa... Mira esta vaina: dibujó a los gatos con vergas enormes y exageradamente tiesas bailando un danzón con las gatas. ¡Ese carajo será maricón, pero tiene talento artístico!

Ama: ¿Sabe? Las he visto muchas veces sin su permiso, a escondidas.

Criadora: ¡Con razón están tan arrugadas y manoseadas! ¿Cuántas veces se te crisparon las manos mientras tu furor uterino iba en aumento?

Ama: No me haga esa pregunta comprometedora.

Criadora: Obviamente encontraste tu placer, aunque estropeaste las ilustraciones.

Ama: Yo se las compro y así compenso el daño.

Criadora: ¿Te volviste loca? ¿Y cómo hago yo por las noches?

Ama: Usted tiene a los gatos y ellos la complacen.

Criadora: Pero no es suficiente. Yo necesito también fantasear, salirme de la realidad, entrar en los terrenos de la posibilidad surrealista, imaginarme que soy una gata voraz con una vagina que chupa, mastica, roe, destroza... y que tiembla, al final...

Ama: Señora, usted en estas ocasiones me provoca miedo y cierta angustia.

Criadora: No te inquietes. Ve a tomar una ducha y regresa aquí...

(En el jardín se escucha el reclamo angustiante de algún gato desconocido. Varias de las gatas de la criadora se ponen a maullar, pero parece que no intentan salir. La criadora se queja de que suda de manera copiosa y no precisamente a causa del intenso verano. Se palmea con energía la entrepierna sudada y rememora, en alta voz: “Más puta que una gata”. El ruido de los pasos del ama de llaves, quien está de vuelta, la hace callar).

Ama: Parece increíble... Después de tantos años de convivir con sus gatos he terminado yo también por temerle al agua... Sólo puedo lavarme la cara de prisa...

Criadora: ¡Vaya! ¡Qué secreto tan bien guardado! ¿Tampoco te lavas por allí debajo?

Ama: ¿Cómo se le ocurre semejante idea? Me lavo todas las noches, antes de acostarme, ¡con leche tibia, eso sí!

Criadora: ¿Y aún pretendes que los gatos no te persigan? Para mí que te haces la tonta cuando estás desnuda en la cama, mientras los gatos lengüetean las gotas de leche que hayas dejado a propósito sobre tus pendejos.

Ama: Esta conversación se está poniendo demasiado escabrosa y si me sulfuro puedo perder los estribos. Usted perdone, pero no quiero hablar más del tema.

Criadora: Pareces una gata que no ha perdido todavía las botas... De acuerdo, hablemos de otras cuestiones. ¿Dónde crees tú que se aloja la maldad en los gatos?

Ama: Sin duda alguna, en sus ojos. ¿No ha notado con qué extraordinaria rapidez fijan su mirada en el objeto que quieren dañar, llámese humano o animal? Yo hasta me atrevería a afirmar que son capaces de hacer daño sólo con la mirada.

Criadora: Y después de haber descubierto eso, ¿sigues tan campante, aquí a mi lado, sirviéndome? ¿No temes por tu seguridad? ¿Por qué no te marchas?

Ama: He estado a punto de abandonarla en varias oportunidades. Sin embargo, la fuerza de atracción poderosa de los gatos siempre me retiene. Además, con respecto a esos animales, tengo una actitud ambigua rayana en la seducción y el asco...

Criadora: ¡Calla, por favor! Tengo el presentimiento o la intuición gatuna de que nos están grabando. Vayamos a mi dormitorio que es más seguro. Llama a todos los gatos.

Ama: Vengan, niños, a la alcoba de la señora. Esta noche hay asamblea y debate prolongado...

(Un coro de maullidos que comenzó siendo ensordecedor, se fue apagando a medida que los gatos se fueron alejando del grabador).