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Ilustración: Gu QingjiaoLos perros

(Ilustración: Gu Qingjiao)

Los perros se anuncian con petardos y cohetes de nevada y escarcha. (Los gallos se ocultan en los graneros y temen que los muerdan los ladridos.)

Los blancos perros no saben decorarse con la nieve y deben recurrir a un arte de teatro y poca simbología. (Los canes negros hacen fila tras las sombras y encubren sus ambiciones y sus apremios.)

En las duras jornadas, ciertos perros se guían por sus genios y (posiblemente) instruyen en las pendencias que resultan de olisquearse los culos.

¿Quién que no sea perito en canes, puede intuir o predecir hacia cuál paraje arrastran ellos sus huesos más queridos en noches de hambruna?

El soberano de la colectividad de perros se hace conducir en carruaje con cojines, pero siempre sospecha que una jauría proscrita lo envenene. Sólo de pensar verse en medio de la calle con la pata tiesa, se le vacía la vejiga sin compensación.

¿Adónde van los perros cuando mueren? Al tercer estrado de un averno eficiente en palizas y cadenas.

Mientras beben agua, los perros piensan en la cerveza. Pero cuando tienen la espumante bebida frente a sí, vacilan en tomarla, no muy convencidos aún de que podrá alejar considerablemente al mal de rabia.

En las majadas, los perros se endulzan y tienen que hacer ingentes esfuerzos para que eso no traiga funestas consecuencias. La diabetes suele aullar de improviso.

Las fragancias de la noche no estimulan a los perros. Estos animales prefieren las pestilencias que se improvisan en los cruces por donde transitan los hombres beodos.

Los perros odian los refugios cuyas sobriedades están en permanente contradicción con sus modos de vida. Al menor descuido de los guardianes, huyen y más adelante se les ve, realengos, dando dentelladas al espejismo de la libertad.

Después de marginarse, los perros entran en un anonimato. Se acercan, a escondidas, a los bancos de las plazas a indagar la procedencia de los posibles amos que les convengan a plazos y sin contrato.

Cabe suponer que los perros no trabajan. Sin embargo, algunos que son obligados a perseguir ovejas o ladrones o exhibirse en los circos con ridículos trajes, laboran como los seres humanos, para sentirse más tristes y envejecer de prisa.

Indubitablemente un perro fugitivo se mimetiza en cientos de formas, siendo las preferidas: ayudante de cámara, estibador, pirata en puerto, portero de burdel, aduanero, consolador de viudas, espía itinerante, violador a domicilio, pandillero y trotaconventos.

Los perros persiguen la lascivia y cuando la encuentran, se pegan a ella. Así permanecen por días y los niños vienen a divertirse arrojándoles piedras y masturbándose a escondidas.

Nuevas disciplinas se aplican en perros jóvenes, pero no se consigue domesticarlos, por causas que nadie se atreve a investigar, so pena de cancerbero.

La morbosidad en los perros es connatural con su condición de celadores. Mientras más celo ponen en el oficio, más insomnios y erecciones tienen.

(Muerto el gallo que los anunciaba, los perros recogen el plumero y ordenan elaborar cojines para pasar las noches en juerga. Mientras, hierve el puchero.)