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Los realizadores de sueños

En el mes de diciembre, en la mitad del invierno, una compacta oscuridad domina la ciudad de Estocolmo. Sus habitantes transitan una especie de limbo en espera de la nieve que hasta ahora no ha aparecido. La ausencia de este fenómeno meteorológico en vísperas de Navidad (por lo menos en la parte centro y sur del país) sume a la población en una especie de confusión y en una sensación de desasosiego. La consciente población sueca no sólo añora el paisaje blanco navideño por razones folklóricas, sino que entiende que, tras el cambio climático, se esconde el desequilibrio ecológico que afecta a todos por igual. Pero a pesar de eso —o quizás justamente por eso— no deja diciembre de ofrecer la oportunidad, para quien así lo desee, de brillo y glamour en medio de las interminables noches polares. En el lapso de unos pocos días, tres han sido las oportunidades en que distintos hombres y mujeres, en distintas circunstancias, han recibido el reconocimiento por realizar lo que muchos consideraron imposible o irrealizable; sueños que, de una manera u otra, demuestran que la voluntad, la tenacidad y la capacidad visionaria del ser humano puede traducirse en empresas concretas para beneficio de sus semejantes. En diciembre, en Estocolmo, brillan con luz propia los realizadores de sueños.

 

El sueño de Medellín

El viernes 8 de diciembre brilló la poesía en los salones del Parlamento sueco. En una ceremonia sobria y emotiva, el Festival de Poesía de Medellín —representado por su director y organizadores, Fernando Rendón, Gloria Chavatal y Gabriel Jaime Franco— recibió el diploma que lo acredita como galardonado por la Fundación Right Livelihood (“el modo correcto de vida”) fundada por el filántropo sueco Jakob Von Uexkull. El Right Livelihood Award, también conocido como el Premio Nobel Alternativo, se otorga cada año en diciembre, en una ceremonia presidida por su fundador. Este premio suele tener varios galardonados, que comparten la suma de dos millones de coronas suecas (alrededor de 300.000 dólares). No se hace distinción de categorías, sino que se premian soluciones para problemas urgentes del mundo actual: protección del medio ambiente, derechos humanos, contribución a la paz, tecnologías alternativas, desarrollo humano, toda aquel aporte concreto que se haya demostrado capaz de mejorar las condiciones de vida en nuestro planeta.

Este año fue el Festival de Poesía de Medellín uno de los premiados. Iniciado en 1991 por Fernando Rendón, quien ya entonces dirigía la revista de poesía Prometeo, surgió como una alternativa contra la violencia que entonces arrasaba la ciudad de Medellín. Los organizadores querían demostrar que el pueblo colombiano repudiaba la violencia y la muerte y que deseaba apostar por la vida, la belleza y la poesía. Esta iniciativa, considerada descabellada por la situación catastrofal del país, y la tensión del ambiente político y social del momento, echó raíces en la gente de la calle, sobre todo en la juventud, quienes año tras año llenaron y siguen llenando todos los espacios en que el Festival presenta sus poetas. De esa manera, el Festival Internacional de Poesía de Medellín fue creciendo y convirtiéndose cada vez más en una tribuna abierta para todos los poetas del mundo que también apuesten por la fuerza transformadora de la poesía. Este año se realizó su XVI edición, a la cual acudieron más de 70 poetas de 50 distintos países del mundo, realizando recitales y actividades en nueve ciudades de Colombia. Los actos convocan multitudes (el recital de cierre del festival contó con la presencia de cinco mil personas), probando de esa manera que la poesía no es un lujo de minorías, sino un derecho de todo ser humano: a tener acceso a la belleza, el arte, la libertad de expresión y la esperanza de un mundo mejor.

El Festival Internacional de Poesía de Medellín no se limita, sin embargo, a la convocatoria y a la reunión anual de poetas, sino que lleva adelante actividades dirigidas a una expansión de la cultura y la actividad artística en el país, por ejemplo el Proyecto Gulliver, consistente en el desarrollo de talleres de apreciación literaria, estimulación de la lectura y creación poética para niños alumnos de escuelas públicas en 16 comunas de Medellín, talleres dictados y coordinados por poetas locales. Otras actividades desarrolladas por el festival han sido la I Cumbre Mundial de la Poesía por la Paz en Colombia, el Llamamiento a los jóvenes poetas de la Tierra y la convocatoria a diversos Premios Internacionales de poesía (Premio Internacional de Poesía Revista Prometeo, Premio Latinoamericano de Poesía Ciudad de Medellín, Premio de Estímulo a la Joven Poesía Colombiana). Los directivos del Festival de Poesía de Medellín han apoyado también la fundación de nuevos festivales en distintos países de América Latina y del mundo, como ser los de Argentina, Venezuela, Costa Rica, El Salvador y Nueva Zelandia.

En la motivación del Premio, la Fundación Right Livelihood escribe: “En reconocimiento al coraje y la esperanza en tiempos de desesperación”, justamente por probar que la cultura, el arte, la belleza pueden florecer aun en las circunstancias más extremas, y que la poesía tiene un valor de convocatoria y transformación capaz de reunir multitudes. Cuando el pueblo de Medellín acude a las lecturas de poesía del Festival Internacional, está realizando una elección y enviando un mensaje: el repudio a una cultura de la muerte y a favor de una cultura que abogue por la paz, la esperanza y la defensa de la vida humana y del medio ambiente. O como la fundación sueca lo ha expresado: “Por probar que la creatividad, la belleza, la libre expresión y la comunidad, pueden florecer y superar incluso los temores más profundamente afianzados, así como la violencia”.

 

El sueño de Fuglesang

Tres, dos, uno... los suecos pudieron, la noche del sábado 9 al domingo 10 de diciembre, seguir, desde la comodidad de sus hogares, el lanzamiento al espacio del transbordador espacial Discovery, desde Cabo Cañaveral en Florida, Estados Unidos. De esa manera, el astronauta Christer Fuglesang se transformó en el primer sueco de la historia en participar en una expedición al espacio. El despegue del Discovery fue en sí un espectáculo impresionante, pero lo que la gente realmente quería ver era al simpático y jovial Christer Fuglesang. Este hombre de casi cincuenta años sintetiza todas las cualidades que el pueblo sueco valora como positivas: sencillo, trabajador, cordial, de bajo perfil. Tras una fachada de simpleza, de “chico de la calle” de Fuglesang, se esconde un profesional de una impresionante capacidad de trabajo y una formación impecable. Egresado de la carrera de Física Técnica, graduado de ingeniero civil, doctor en Física de Altas Energías, ingresó en el grupo ESA-2 (European Space Agency) de preparación de astronautas en 1992, logrando una de las cinco atractivas plazas que cientos de candidatos europeos se disputaban. Su preparación básica la recibió en la EAC (European Astronaut Centre) en Colonia, Alemania. En 1993, Fuglesang fue uno de los dos astronautas europeos seleccionados para realizar el entrenamiento de cosmonauta (de acuerdo al programa espacial ruso) en la Ciudad Estelar en las afueras de Moscú. Su primer trabajo en el ambiente de la investigación del espacio fue en 1995 como coordinador de planta de la Estación de Kaliningrado, dando apoyo durante seis meses a la tripulación de la estación espacial MIR. Durante el año 1996 realizó, también en Moscú, el entrenamiento especial para obtener el grado de comandante. Posteriormente, participó del entrenamiento de la Nasa para misiones especiales, con lo cual completó, en 1998, el entrenamiento que lo habilitó para participar en expediciones espaciales. El poder participar de una expedición espacial como astronauta exige no sólo un curriculum impecable como el de Fuglesang, sino también un impecable estado físico y una psiquis considerada estable y armónica. El 9 de diciembre a las 20.47 en Estados Unidos, 2.47 hora local, Christer Fuglesang se convirtió en el primer sueco en el espacio, y los ciudadanos de este país no pudieron contener una discreta lágrima de emoción. El sueño de Christer (ese niño de ocho años que, en un viejo filme en blanco y negro mostrado por la televisión sueca, cuenta con un brillo especial en los ojos que su sueño era ser astronauta) se había realizado. En el país donde está mal visto presumir o hacer ostentación de éxito, de belleza o de riquezas, en el país del “término medio”, Christer Fuglesang representa al hombre común, que realiza sus sueños a través del empeño, la voluntad, el trabajo y la convicción de que el éxito personal es relevante siempre y cuando redunde en beneficio de la comunidad.

 

El sueño de Alfred Nobel

Cuando Alfred Nobel decidió que el galardón que llevaría su nombre estaría destinado a premiar a científicos, literatos y visionarios de todo el mundo, muchas voces patrióticas de Suecia se alzaron en su contra, aduciendo que el estímulo debía beneficiar al país, es decir, a los talentos locales. A más de cien años de establecido, pocos fenómenos han puesto a un país tan en el centro de los acontecimientos (y en el ojo del huracán) como el Premio Nobel lo ha hecho con Suecia. Es justamente el carácter universal de este premio uno de los factores que le otorga tanto prestigio. Premios literarios locales renombrados, como el Premio Cervantes en lengua española, el Premio Goncourt en lengua francesa, el Premio Booker en lengua inglesa, llevan en su definición la limitación de la que adolecen.

Este año, el Premio Nobel de Literatura le fue adjudicado al escritor turco Orhan Pamuk. Carismático, sobrio, dando muestras de una gran integridad, el premiado cumplió con todos sus deberes de protocolo. Dictó conferencias, concedió entrevistas, posó para los fotógrafos, firmó libros, y finalmente, el 10 de diciembre, participó de la pomposa ceremonia de entrega del Premio, recibiendo el consabido diploma y la hermosa medalla de manos del rey Carlos Gustavo XVI de Suecia. Fue introducido por una brillante reflexión acerca de su literatura de parte del secretario vitalicio de la Academia, Horace Engdahl, quien una vez más se robó la atención de los presentes al concluir su alocución —tradicionalmente en sueco e inglés— en idioma turco. Luego fue banquete, concierto, ópera y todo el programa de protocolo.

Al día siguiente, mucho más relajado y sin los nervios de los días anteriores, el autor de El libro negro visitó la escuela de Rinkeby, en las afueras de Estocolmo. Rinkeby es una típica localidad de inmigrantes, donde los niños que concurren a la escuela provienen de más de 40 países del mundo y hablan cerca de 30 idiomas, además del sueco. La comunidad turca es muy fuerte en Rinkeby, y los niños, maestros y muchos adultos de ese barrio, mostraron un entusiasmo sin límites cuando el escritor asomó su figura alta y delgada en la sala de actos de la escuela. Dos niñas de sexto grado dirigieron el acto, pasando con toda fluidez del sueco al turco. Presentaron canciones tradicionales de ambas culturas, le entregaron al autor un libro compuesto por entrevistas, dibujos y textos de los niños de la escuela, quienes trabajaron intensamente con la obra del escritor desde octubre, cuando se supo el nombre del premiado. Finalmente invitaron a un “banquete Nobel” multicultural, con delicadezas culinarias provenientes de los más remotos puntos de la tierra. Pamuk se mostró emocionado y, por un instante, perdió su sobriedad de profesor de la Columbia University y recordó su infancia en una bulliciosa escuela de Estambul. Los niños de Rinkeby, cuya pertenencia étnica no siempre es una ventaja en una sociedad todavía tan homogénea como la sueca, pudieron hacer gala de una competencia cultural que los llenó de entusiasmo y autoconfianza. El genio de Alfred Nobel y su internacionalismo cosechan así los frutos que su creador soñara: niños y niñas llenos de confianza en sí mismos y en su capacidad de lograr una meta. Como Fernando Rendón en Medellín, como Christer Fuglesang en Estocolmo, como Orhan Pamuk en Estambul, son estos niños que sueñan hoy en distintas ciudades del mundo, quienes se transformarán en los realizadores de sueños de mañana.