Año VIII • Nº 103 3 de noviembre de 2003 Cagua, Venezuela Depósito Legal: pp199602AR26 ISSN: 1856-7983
La revista de los escritores hispanoamericanos en Internet
Anexos
Apuntes sobre la problemática actual del Teatro Teresa Carreño
Edwin
Erminy
(Nota del editor: el arquitecto escenógrafo Edwin Erminy acompañó
su carta de renuncia como gerente de Producción en el Teatro Teresa Carreño,
en Venezuela, con el siguiente análisis de la situación de ese espacio
cultural. Lo reproducimos aquí por considerarlo de interés de nuestros
lectores).
Ingeniero
José Luis Pacheco Presidente
Fundación Teresa Carreño.—
Apreciado Ingeniero,
Fue un honor formar parte del Teatro Teresa Carreño. Ya no es posible. El
lema de su gestión es "Ahora el Teresa Carreño es de todos". La
realidad de los hechos es que bajo su mandato el Teresa Carreño ha dejado de
ser un teatro y sirve cada vez a menos venezolanos.
1. Un teatro medio muerto.
No puede ser de todos un teatro cuyas puertas están cerradas, cuyas salas
están vacías. Celebramos los 150 años de Teresa Carreño y los 20 del
complejo cultural que lleva su nombre cancelando la programación de ópera
(incluyendo la suspensión en el último minuto de la última producción que
nos quedaba, la ópera venezolana "Los Martirios de Colón", por
imprevisión financiera y una insólita incapacidad para negociar con los
artistas), reduciendo al mínimo las funciones y eliminando los estrenos del
Ballet Nacional de Caracas, compañía que fuera orgullo del país. El teatro
no ha estrenado ni una sola producción, ni se ha planteado en concreto
proyecto artístico alguno, durante su administración. En el campo de los
espectáculos populares y folclóricos el balance es igualmente sombrío: solo
dos espectáculos de música venezolana, el merecido y muy esperado homenaje
al Carrao de Palmarito, convertido inexplicablemente en un evento cerrado al
público, con la sala a medio llenar de funcionarios del Conac obligados a
asistir mediante circulares a sus jefes y activistas políticos que aplastaron
con sus consignas el canto y el recuerdo del maestro; y el mitín político
"Barrio Adentro", organizado por la Embajada de Cuba, con la
participación del grupo Madera, contraviniendo una norma dictada por usted
mismo en contra de las actividades de proselitismo político en nuestras
salas. Los pequeños y medianos empresarios, que tradicionalmente alimentaban
con su trabajo nuestra programación, han desaparecido paulatinamente,
llevándose su experiencia y contactos artísticos de años, sin que pudieran
llegar a ningún tipo de convenio con el teatro. Ya es normal ver pasar fines
de semana sucesivos sin actividades en la Sala Ríos Reyna.
Los planes educativos, que permitieron unir el esfuerzo de artistas,
empresas privadas y el teatro para traer a decenas de miles de niños de
escasos recursos a nuestras salas, y nos merecieron el reconocimiento de la
Unesco, mueren hoy de mengua. Apenas sobrevive, sin continuidad, orientación
pedagógica ni apoyo financiero, el programa Ballet para las Escuelas: una
iniciativa aislada de algunos empleados del teatro.
Hoy en este teatro no se canta, no se baila, no se actúa, no se produce y
no se educa. El teatro ni siquiera cumple con su misión de colaborar con
quienes si lo hacen: los teatros y agrupaciones culturales del área
metropolitana. Siguiendo sus órdenes, de nuestros inmensos depósitos no ha
salido ni un traje, ni una peluca, un par de zapatos o una tarima para apoyar
la gestión de artistas profesionales ni aficionados que luchan por expresarse
y servir a sus comunidades pese a las dificultades del momento. De nada han
valido las proposiciones de intercambio ni los proyectos de reglamentos que
hemos elaborado para garantizar el uso adecuado y responsable de esos
recursos. Para el "teatro de todos" no existe la solidaridad ni la
responsabilidad social.
La pretensión de cobrar alquileres por igual a todos los que solicitan
nuestra colaboración, incluyendo ahora el uso de espacios de ensayo que
durante años han estado a disposición de los mejores artistas del país, no
solo huele a neoliberalismo del más salvaje sino que resulta francamente
insensata y discriminatoria. Nadie alquila nada. Nadie tiene real. No se puede
aplicar el mismo rasero a una gran empresa publicitaria que a cualquiera de
nuestros principales grupos de teatro y danza, actualmente en peligro de
extinción. Su gestión está colaborando con esa extinción. En el futuro
será difícil recuperar el tiempo, e imposible recuperar los talentos, que
hoy estamos perdiendo.
2. Un teatro que ya no es teatro.
Lo que ahora sustituye al ballet, la ópera, el folclor y los espectáculos
populares en nuestra programación son las múltiples presentaciones
personales del Señor Presidente de la República.
La relación de este teatro con el poder ha sido siempre difícil y
desigual. El ego de los gobernantes ansía el espacio de los artistas por lo
que tiene de grande y glorioso. Aunque sea solo en apariencia. Todos
recordamos la mudanza del Congreso Nacional al teatro para celebrar la
pavosísima coronación de Pérez II. Poco ha cambiado en estos tiempos,
quizás más bien se han profundizado esas tendencias.
Nadie puede negar el derecho, nacido del poder y no de la razón, que se
abroga el primer mandatario de utilizar a su libre albedrío los espacios del
teatro. Lo que si podemos es argumentar que convertir una sala de
espectáculos de nivel internacional en una sala de audiencias implica una
subutilización irracional de los recursos técnicos y artísticos de la
institución y un atentado contra la vocación del edificio.
¿De qué sirven la tramoya computarizada, las plataformas móviles de uso
variable, los controles de iluminación, el acondicionamiento acústico, el
personal altamente especializado, para que el Señor Presidente pueda, por
ejemplo, repartir uno a uno, durante horas sin fin, cheques a atletas de
mérito? ¿No valdría la pena sugerirle al Señor Presidente que utilizara
respectivamente la habilitaduría del IND, allá en Montalbán, o los
gimnasios de ese organismo o, para mayor gloria deportiva, el Estado Olímpico
de la UCV?
El Teatro Teresa Carreño es más o menos bueno para las artes escénicas,
la música, el cine y algunas pocas cosas más. Eso ya es bastante. Al menos
para los que creemos en el valor civilizador de las artes y en el derecho del
pueblo a acceder a sus expresiones ¿Para qué forzar la barra?
Cada edificio tiene su vocación: su ubicación, su forma arquitectónica,
sus recursos técnicos y su historia los hacen adecuados para un determinado
fin. El Aula Magna de la UCV, o la Sala Plenaria de Parque Central o el
Auditorio de la Casa Sindical de El Paraíso son buenos ámbitos para las
asambleas. El hermoso espacio cívico de la Plaza Bicentenaria, Premio
Nacional de Arquitectura, o la Plaza Caracas del Centro Simón Bolívar (si
reubicamos a los buhoneros) son ideales para los grandes encuentros
colectivos. Los estudios abandonados de VTV (si contratan algún escenógrafo
con criterio) son ideales para las alocuciones mediáticas.
Uno no oye noticias como "el Presidente Bush declara la guerra a Irak
desde el Radio City Music Hall" o "Fidel condena a muerte a los
disidentes desde el histórico cabaret Tropicana en La Habana". ¿No
podemos esperar de nuestros gobernantes un poco de respeto por la misión
cultural de nuestra institución?
3. Dos visiones diferentes del teatro.
No se trata solo del desuso, el mal uso y el subuso de los espacios y
recursos del teatro. Más grave aun es el choque de dos maneras de entender el
trabajo del teatro, reflejo de dos éticas diferentes.
En el teatro sabemos que lo que no se planifica con tiempo y no se ensaya
no sale. Un teatro decente en cualquier parte civilizada del mundo es
programado por expertos con un año de antelación. Aunque usted no lo crea,
eso ocurría en el Teatro Teresa Carreño hasta hace muy poco. Para la gente
de teatro hay dos mandamientos universales: que el escenario es un lugar
sagrado y que el público merece siempre el mayor respeto. Si no que le
pregunten en el más allá a los difuntos Elías Pérez Borjas, Carlos
Giménez y Vicente Nebrada cuyas iras incontenibles lograron grabarnos en el
código genético que nada que no sea perfecto debe presentarse al público
desde un escenario. Para cumplir con esa visión y ese nivel de exigencia nos
hemos formado durante 20 años de vida institucional, tanto en la práctica
del teatro como en pasantías, talleres, cursos y postgrados tanto en el país
como en el exterior.
Usted y yo hemos sido testigos de cómo para el Señor Presidente y quienes
"organizan" sus eventos estos valores son intrascendentes. La
revolución es otra cosa. "Cuando lo extraordinario se convierte en
cotidiano", como decía el Che Guevara, ¿qué importa poner a activistas
incompetentes o militares autoritarios, sin la menor noción de organización
de eventos, a cargo de nuestra sala? ¿Qué importa traer en autobuses del
interior a más gente de la que cabe en la sala, para hacerla esperar 5 horas
por la llegada del Señor Presidente, pasando hambre y orinándose? ¿Qué
importa improvisar el programa de un evento y utilizar recursos técnicos sin
tiempo para instalarlos debidamente y mucho menos para ensayar nada? ¿Qué
importa llenar el escenario y la sala de pancartas mal pegadas con alambre y
tirro?
Mi respuesta, ingeniero, es que sí importa. Lo que la retórica del
político llama "amor al pueblo" es lo que nosotros llamamos
"respeto por el público" y nos debería obligar a atender con
cortesía a todos los que entran a nuestro teatro, a comenzar las funciones
con puntualidad, a exigir que la factura técnica y estética de lo que se
presenta sea óptima. No hacerlo revela un profundo desprecio por el pueblo,
esa gente que en las reuniones con la Casa Militar del Señor Presidente
llaman "pueblo en general" como si se tratara de una masa amorfa que
sólo sirve para llenar el fondo de una toma de televisión.
4. Un equipo desmoralizado y desmembrado.
El efecto más grave de la imposición de esta visión de la vida del
teatro ha sido la desmoralización, y ahora, el desmembramiento del equipo
humano que durante 20 años se ha formado en este teatro, para sustituirlo por
uno que sea cómplice de esta aberración. Su gestión necesita militantes que
obedezcan la línea que baja del Señor Presidente, no tolera artistas y
técnicos creativos, independientes y críticos.
El primer paso de esta estrategia ha sido neutralizar los niveles
gerenciales, en los que por razones estrictamente partidistas usted no
confía. Para ello ha centralizado en sus manos la totalidad de las decisiones
técnicas, artísticas y administrativas, eliminando todos los mecanismos de
consulta a los gerentes profesionales. Como resultado, las gestiones más
sencillas se han hecho infinitamente lentas e ineficientes y la parálisis del
teatro se ha agravado. Los gerentes han demostrado una y otra vez su
disposición a trabajar con usted por la institución y se han topado una y
otra vez con su puerta cerrada.
No parece coherente esta manía centralizadora y autocrática con los
principios de la "democracia participativa" que supuestamente
orientan "el proceso". Esta contradicción la pretende resolver su
gestión apelando al asambleísmo.
Permítame una digresión. En el teatro, en los teatros en general, no
existe una jerarquía única e inamovible. Lo que hay es una estructura de
mandos dinámicos y alternantes, en la que el tramoyista manda a la hora del
montaje, el coordinador de escenario a la hora de la función, el jefe de sala
justo antes y después, el director de escena (o de orquesta o el coreógrafo)
durante el ensayo, y así sucesivamente. Para el observador neófito el teatro
parece funcionar sólo pero lo que realmente ocurre es que los diversos mandos
actúan de manera orgánica y las jerarquías, aún siendo abiertas, son
conocidas y respetadas por todos. No es un mal modelo para una república.
Lo que resulta francamente inaceptable es que se haga creer al personal que
son ellos en pleno, reunidos en asamblea, los que tienen la potestad de
decidir en áreas tan especializadas como la programación artística o la
distribución del presupuesto.
Primero porque conceptual y políticamente la idea es un esperpento
sobreviviente de los años 60 del siglo pasado. Poner a la burocracia interna
de las instituciones del Estado como el centro de la gestión cultural no
tiene sentido. ¿Es que acaso los espectadores, tanto los existentes como los
potenciales, no tienen derecho a opinar sobre el destino de un teatro que
debería ser su espacio de encuentro? ¿Es que acaso los artistas, los
intelectuales, los creadores, no valen nada para un teatro que debería ser su
espacio para la creación?
Y en segundo lugar, es inaceptable porque es mentira. Las decisiones no las
toma nunca la asamblea. Están cocinadas antes y se presentan solo para
informar al personal, con énfasis en la distribución de prebendas que
acallen las conciencias. No hay debate. Hay, como en las asambleas de Stalin,
aclamación.
Mucho me temo que lo que está detrás de esta visión infantil, sectaria y
burocrática es la desmedida ambición política de un personaje que se ha
convertido en el verdadero factor de poder en el teatro y que lo está
utilizando, a usted y al teatro, como un trampolín para metas personales más
altas. El jefe de un sindicato ilegítimo que despide empleados y hace
nombramientos sin consultarlo a usted y mucho menos a las bases que lo
eligieron. El jefe de un sindicato que, al igual que usted, es testigo
silencioso de las limitaciones al derecho al trabajo, los maltratos y las
amenazas, tanto veladas como directas, a los que han sido sometidos nuestros
compañeros de sala y de escenario por parte de funcionarios armados de la
Casa Militar del Señor Presidente, la DISIP y hasta los Tupamaros, que asumen
el mando de nuestros escenarios durante las frecuentes visitas del primer
mandatario. El jefe de un sindicato que ahora, casualmente, asume la
"coordinación" de las presentaciones del Señor Presidente en el
teatro, aparentemente con la potestad de hacer contrataciones millonarias de
alquiler de equipos y servicios.
5. ¿Perspectivas?
Mientras el teatro esté en manos de un sindicalero convertido en pequeño
emperador y de los colaboradores de un Presidente que no entiende la verdadera
utilidad de un teatro, mientras estén marginados los gerentes y jefes de
unidad profesionales, las perspectivas son sombrías. Continuarán los abusos,
se reducirá cada vez más la producción, bajará la calidad. Serviremos cada
vez peor a cada vez menos venezolanos.
Está usted equivocado en su decisión de comprar tecnología audiovisual
de punta para mejorar la calidad de las presentaciones del Señor Presidente.
Esos equipos se llevarán una inmensa tajada de un presupuesto que estaría
mejor invertido en hacer teatro para la gente de Caracas. La tecnología se
hará obsoleta en poco tiempo, la burocracia se abultará con los operadores
de las nuevas máquinas, y las presentaciones del Señor Presidente seguirán
siendo improvisadas, mal diseñadas, porque el rancho, proverbialmente, está
en la cabeza de quienes "crean" esos eventos. Porque la ética que
los orienta no está del lado de la calidad en el servicio a la comunidad.
En todo caso, ingeniero, volviendo a lo de la tecnología de punta, lo
sensato sería mantener buenas relaciones con proveedores de servicios
confiables, negociando condiciones favorables para la institución. Las
empresas especializadas están dispuestas a hablar, pero su gestión no ha
mostrado interés alguno en oírlas.
No bote los reales en equipos que nunca podrán cubrir las exigencias
siempre cambiantes de los creativos del espectáculo. El Teresa Carreño
necesita urgentes inversiones en mantenimiento y en el rescate de su
programación artística y educativa. No hacerlo llevará al cierre del
teatro, simplemente porque se nos caerá encima o porque dejará de tener
razón de ser.
Si su gestión realmente quisiera hacer de este un "teatro de
todos", la función educativa no estaría eliminada. Sólo podremos
ampliar el acceso de los caraqueños al teatro si sembramos hoy en los niños
y jóvenes de todas las clases el conocimiento y la sensibilidad por lo que
hacemos aquí, y la conciencia de que esta casa les pertenece. Esta es una
tarea urgente. Mientras tanto, suena a retórica hueca la letanía sobre abrir
el teatro a los excluidos ¿como piensa usted lograr que ese 80% de
venezolanos que se acuestan hoy sin saber si van a comer mañana, aparten Bs.
50.000 de su presupuesto de actividades de ocio y tiempo libre para comprar
los boletos subsidiados, por ejemplo, de Olga Tañón? ¿Cual es su plan para
que los caraqueños desempleados o subempleados o informales encuentren la
disposición física y emocional, no estén demasiado desinformados,
desmotivados, cansados, inseguros o hambrientos para pasar una velada en el
teatro? ¿Existen espectáculos elitescos, como se ha repetido hasta la
saciedad, o es elitista la falta de estrategias realistas, efectivas y
concretas para garantizar el acceso de todos a todos los productos del
espíritu humano?
En cuanto a nosotros, los artistas y técnicos marginados por su gestión,
sólo me queda confiar en las habilidades que hemos desarrollado durante
siglos para lograr que la creatividad florezca en los momentos más oscuros.
Seguiremos trabajando y luego, cuando pase este accidente, volveremos a
entregar nuestro trabajo a nuestra comunidad en estos espacios. En el camino,
trágicamente, quedarán las voces de cantantes que se perderán sin haber
cantado, los cuerpos de bailarines que nunca bailaron, y la ausencia de tantos
y tantos artistas, diseñadores y técnicos que perdimos a la diáspora del
talento venezolano.