Letralia, Tierra de Letras
Año VIII • Nº 106
5 de abril de 2004
Cagua, Venezuela

Depósito Legal:
pp199602AR26
ISSN: 1856-7983

La revista de los escritores hispanoamericanos en Internet
Letras
Fuenfría
Francisco J. Castañón

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Nota del editor
"Fuenfría", Francisco J. Castañón El año pasado apareció en Madrid, editado por Verbum, el poemario Fuenfría, del escritor español Francisco J. Castañón, de quien lo recibimos por correo recientemente. El libro recorre, a través de sus versos, los ámbitos propicios y reveladores de la Sierra de Guadarrama, convertida por los intelectuales del siglo recién terminado en un espacio de introspección y conocimiento, émulo español del Parnaso. Hoy, Letralia presenta a sus lectores una selección de sus poemas.

Oued-er-Rmel,
Guadarrama,
Río de las Arenas,
extendiendo su caudal
de alegorías y su renombre
desde San Benito a Somosierra,
alzando sobre estas cordilleras
sus abruptas catedrales de roca viva;
viva de reflejos, viva de erosiones,
de lindeza y de tormentas retóricas,
de rocas que difunden
su latido infatigable
y abrazan cada jeroglífico,
cada cábala,
cada tótem
de esta naturaleza desbordante
de eternidad y lenta yedra.


A cada viraje en la rueca
que urde los siglos, han pugnado
las preces de los patriarcas
y los augurios lacerantes de los profetas,
sin sospechar que en hora aciaga
los talentosos de Occidente convendrían
en que lo apropiado y relumbrante
es vivir a trochemoche y hacer
del cambalache un artificio;
pues dan lo mismo euros que doblones,
al cuño de Quevedo
poderoso caballero es don Dinero,
y no le vengan con puñetas
de cefeces y perturbaciones en el alma,
ni cerosietes, ni compraventas de armas
en mundos de tercera, y mucho menos
con los infortunios de esos viajeros del dolor
que sólo tras ajustada y mercantil medida
alcanzarán el plácet para la opulencia,
siempre, claro quede, que sean de provecho
para cuadrar con superávit los balances.
Anduve yo en estas, sin saber
si eran desatinos o disquisiciones,
al tiempo que rastreaba
el canto sereno y rotundo de la piedra,
cuando comencé a avistar Montón de Trigo.


En esta pradera de Navarrulaque,
bajo la elevada mirada del Majalasna,
encuentran refugio las leyes
de los sueños usurpados
y de las fulminadas abstracciones,
tutelando estos valles
donde ya no convergen
ni dríadas ni duendes,
para componer
una acogedora fábula de invierno
que derrama toda su elocuencia
a través de este paisaje rasgado
por las traviesas del ferrocarril
que hacia el puerto de Navacerrada
trepan sin paréntesis.


El inquilino de esta Cueva del Monje
fue hombre de toscos oficios.
Más supo por nigromante
que por anacoreta, y aun más
por andar de conversación
con los pedernales y calizas
de tales tierras avisadas,
donde las almas vienen a enclaustrarse
entre esos huecos y recodos
que tanto valoran las arañas
y los sabios,
sin poder discernir todavía,
a estas bajuras de los siglos,
si son entidad o calidad,
potencia o entelequia,
número o armonía.


A ese depredador inexorable
que es el tiempo, lo encuentro
en estas aguas traslúcidas y raudas,
en la consonancia de su murmullo
tenaz y persistente,
en la efervescencia de la espuma
que exudan, cual mosaico sumergido,
las guijas y lajas ancladas
como titanes en este riachuelo,
difundiendo su regocijo
entre las dehesas ribereñas,
en sus remolinos tintados
de arenas arcillosas,
en sus tropiezos,
en sus remansos de discordancias
y armonía.
Todo es tiempo en estas aguas
que hacia otras aguas peregrinan,
rozando, acariciando, lamiendo
lo que su devenir delata,
y borrando, a cada instante,
rastros y huellas de regreso.


En un ejercicio de cetrería,
como un grifo de rápidas alas,
hinco mis plantas
en estas umbrosas florestas,
para reunir en el final del estío
unas piñas resecas y unos ungüentos
con los que reanudar los misterios
agrarios de Eleusis;
para recaudar algo de yesca
con la que enardecer una hoguera
a la noctívaga divinidad Sucellus;
para recolectar unas esquirlas de Dios
con las que desfondar las arcas
de los prelados;
para extirpar una piedra de Luna
como en aquellos días
cuando a golpe de razia
comparecía Alá por estos campos.
¡Quién iba a sospechar
cuántos trajinantes signos de politeísmo
pueden remembrarse
entre estos idólatras terruños
asserendam religionis veritatem!


Por la cascada de las ideas convertibles
y las representaciones altisonantes
desaguan las imágenes encadenadas,
unas con forma de acertijo,
de realidad incontestable la siguiente,
algunas trayendo el espanto de la sangre;
la mayoría, agitación y turbación de pueblos
gemebundos de miseria e injusticia.
Con ellas acarreo
por estas cañadas tan angostas
como mi credulidad incisiva,
para orearlas y estrujarlas hasta
devorar su tuétano intrincado,
desganado de tantos exégetas
colando sus consignas de rondón
bien escudados entre vanidad de vanidades.
Esta es mi herejía ante nuestra sociedad
de la visión preconcebida,
y con pertinacia la sostengo.


       

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Creada el 20 de mayo de 1996 • Próxima edición: 19 de abril de 2004 • Circula el primer y tercer lunes de cada mes