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Olga Orozco Nada hay más indefenso que la dicha
Entrevista Con Olga Orozco

Marco Antonio Campos

    Olga Orozco, nacida en la intemperie total de la pampa argentina y formada en el mundo prodigioso de la infancia, confiesa al poeta Marco Antonio Campos que su poesía, escrita preferentemente en versículos, sigue instalada en la tierra prodigiosa aunque la realidad intente destrozar todos los días el precario equilibrio del milagro. Gracias a la sabiduría y a la agilidad de Marco Antonio Campos, en esta entrevista aparece de alma entera la "otra yo misma" de Olga Orozco.

En sus "Anotaciones para una autobiografía" Olga Orozco dice: "Con sol en Piscis y ascendente en Acuario, y un horóscopo de estratega en derrota y enamorada trágica, nací en Toay (La Pampa), y salí sollozando al encuentro de temibles cuadraturas y ansiadas conjunciones que aún ignoraba". Desde su primer libro, desde su magnífico primer libro (Desde lejos), se anunciaba —como en el caso de Alejandra Pizarnik— una poeta notable y distinta. Desde la primera vez que leí Desde lejos (creo que la recomendación fue de José Emilio Pacheco) quedaron en la sangre, como una música lejana y honda, poemas como "Para Emilio en su cielo" y "La casa". Pero era difícil seguirla. Por desdicha, salvo casos excepcionales como Jorge Luis Borges, en México ha sido muy difícil conseguir ediciones de poesía argentina, por no decir de cualquier otro país latinoamericano. No se puede decir ni siquiera que es un diálogo de sordos; es un diálogo casi inexistente. Apenas a cuentagotas a lo largo de los años hallazgos de libros aislados de Oliverio Girondo, Enrique Molina, Alejandra Pizarnik, Roberto Juarroz o Juan Gelman, salvo, claro, los que algunos de ellos publicaron aquí. El FCE resarció en algo el hueco: publicó hace unos meses una amplia antología, Relámpagos de lo invisible, preparada por Horacio Zabaljáuregui.

Misterio y oscuridades son raíz en la obra de Olga Orozco. Una poesía donde buscan su luz mensajes, signos, jeroglíficos. Donde se aspira a Dios pero donde la mujer sabe que "el despeñadero del destino camina conmigo". En el sueño de la poesía también hablan las imágenes cifradas de los sueños de las cosas del mundo y el sueño de la muerte.

En México, Olga Orozco cuenta desde hace mucho al menos con dos lectoras fervorosas que la admiran y siguen en un deslumbramiento: las poetas Elva Macías y Myriam Moscona.

Entre los libros de Olga Orozco se encuentran: Desde lejos (1946), Las muertes (1952), Los juegos peligrosos (1962), La oscuridad es otro sol (1967), Museo salvaje (1974), Cantos a Berenice (1977), Mutaciones de la realidad (1979), La noche a la deriva (1984), En el revés del cielo (1987), Con esta boca, en este mundo (1994), También la luz es un abismo (1995).

Esta entrevista no se hubiera realizado (doy las gracias) sin los buenos oficios del poeta Jorge Ruiz Dueñas, gerente general del FCE, y de su colaboradora Patricia Alcalde.

—Usted ha escrito prosa y poesía. Parecen estar íntimamente ligadas en su obra.

—Tengo dos libros de relatos de infancia. Salvo la poesía épica, yo creo que si la poesía cuenta muere. Cuando he tenido necesidad de relatar algo, paso a paso, de una manera lineal, casi doméstica, he escrito prosa. Tengo un par de libros así: La oscuridad es otro sol, y un segundo, que no es una réplica de éste, sino más bien textos intercalados (cosas que me sucedieron en la misma época pero donde llego a otras conclusiones), el cual se llama La luz es un abismo.

—Cierto, en sus páginas en prosa hay una secuencia más lógica pero donde se acaba contando casi siempre un prodigio.

—Mi infancia estuvo llena de prodigios. Ha sido muy larga y no ha terminado aún. Es paralela a todo el resto de mi vida.

—¿Y por qué en su poesía en verso prefirió ante todo el versículo?

—Yo creo que se debió a mis frecuentaciones de los libros sagrados, y tal vez, me atrevo a creerlo, porque nací en la pampa, donde la llanura se extiende y donde el horizonte lo rodea a uno por todas partes. En la pampa se está como a la intemperie y uno tiene un vértigo continuo. Mi compatriota Macedonio Fernández ironizó diciendo que si en el campo argentino hay dos hombres, uno de cada lado de una tranquera, los dos están del lado de afuera.

—En sus primeros libros de poesía hallamos mucho el mundo familiar y el de los amigos. ¿Cómo era ese mundo?

—Era el mundo de los primeros descubrimientos, sobre todo del mundo familiar, y además se inicia de algún modo toda una etapa donde la memoria y el tiempo van a tener en mí un papel protagónico, en especial la transgresión del tiempo. Eran dos cosas para hacer retroceder la realidad, o mejor, la aspereza de la realidad.

—Al principio tienen mucha importancia las cosas menudas, por ejemplo, en el bello poema "La casa".

—Las cosas menudas significan mucho para mí, porque me parece que en general los objetos me protegen. Incluso las cosas que han estado en contacto con la gente que yo he querido siento que me salvaguardan de males. Son supersticiones pero creo en ellas, como creía igualmente, por caso, que los reglamentos que existían en mi casa, como poner los dos zapatos en orden, me llevaban por buen camino. Y como éste, hay veinte mil detalles con los que he creado mi propio universo de supersticiones.

—La muerte de los familiares empieza a predisponerla con la muerte.

—Pero la muerte también empieza a aterrarme. Cada pérdida aumenta mi temor. Resulta raro eso en una persona de fe como soy yo, que heredó un fervor religioso, pero creo que empecé a presentir que era tremenda la metamorfosis que podía acaecer cuando la muerte llegara. Porque así como uno llega llorando al mundo tal vez en el otro mundo aparece uno llorando. Nunca pude creer que no existiera algo más allá de esta vida. No tuve temor de ese temor. Para mí la nada es impensable; la muerte para mí sería una continuidad, difícil de imaginarla, pero existente, verdadera, y por demás, muy entremezclada con la vida.

—En sus poemas, por cierto, aparece con cierta frecuencia la Nada, el pie en el despeñadero, el vértigo del abismo. Parece que usted está a punto de caer.

—Son los peligros, pero sé que la muerte no es la Nada.

—Usted hablaba de retrocesos a un pasado. Más bien creo que en su poesía hay dos: el pasado propio y el pasado mítico.

—Quizá porque toda mi poesía tiende a recobrar una edad perdida. Yo creo que a través del vocablo que hizo al mundo se fueron creando en distintas napas zonas objetivas y creo también que el poeta que busca más allá busca también más arriba. A medida que asciende desanda el camino que hizo el Verbo y va a llegar al punto de la unidad primera cuando éramos uno con la Divinidad.

—Hay como dos suertes de poetas que buscan en su obra la raíz de origen y el pasado mítico; los que buscan nombrar, plenos de asombro, las cosas como si fuera la primera vez, y los que buscan nombrarlas a través de rituales órficos donde las palabras oscurecen el sentido. Me da la impresión que usted pertenece a los segundos.

—Yo quería nombrar con mayor nitidez lo que en el recuerdo era un poco vago, inasible, y me esforzaba para que fuera meridiano. Como si a través de una ranura yo viera de este lado del mundo el otro lado del mundo, el cual, por otra parte, no logro percibir ni en los intentos más desesperados. Las palabras son claras pero aquellas otras realidades no puedo catalogarlas.

—Pero en su poesía es de hecho una presencia total, o casi total, lo arcano, lo misterioso. Aun en sus poemas más puros y claros hay zonas de oscuridad.

—Creo que desde mi primer libro eso está de alguna manera anunciado, y después, después, bueno, sólo se trató de tirar la misma piedra con una diferencia de honda. Pero pienso que todo lo que he escrito podría ser un mismo y largo poema, el cual corté simplemente por pereza, por cansancio o por alivio.

—Más que exaltar el poder de la palabra o el resplandor del mediodía, su poesía tiende hacia el silencio y la noche.

—Sé que voy a terminar en el silencio cuando encuentre la revelación absoluta, como supongo que habrá terminado Rimbaud. Pero hay otros peligros no menos grandes: se puede terminar en el balbuceo, como ocurrió con Halderlin, o en la locura, como Artaud.

—A eso quería ir pero en otra dirección. En relación a esos artistas y poetas de la marginación terrible, esos grandes desdichados, esos personajes mayores tocados por una locura a la vez iluminada y devastadora (Halderlin, Van Gogh, Artaud), y a quienes usted aun llega a citar en sus poemas, ¿se ha sentido cerca de ellos? ¿Se ha sentido usted rodeada mentalmente por los cuchillos de la locura?

—A veces. He vivido angustias terriblemente agudas, sobre todo en la adolescencia. Lo he sentido así pero a veces la palabra misma, la poesía misma me ha salvado. Incluso, cuando estoy angustiada, mis juegos predilectos son con las palabras, aun cuando sea llenar un simple crucigrama. Cuando era chica lo hacía hasta con la sopa de letras.

—¿Hasta qué punto cree usted que puedan estar unidas locura y poesía?

—En ninguno. No creo que puedan estar unidas. No, no. Me parece que puede suceder que uno llegue a abismos tan insondables, que uno llegue a estar unido a la superficie de la tierra, a la vida cotidiana, por algo muy tenue, que puede suceder que no se recobre el Yo de todos los días.

—En su poesía son claves el azar y el juego.

—Me parece que todo en el mundo es una apuesta a todo o nada. Aun la poesía misma es una apuesta. La religión es una apuesta: el hecho de pensar en Dios, si lo veré o no, es ya estársela jugando. Es un poco lo que dice Pascal: estamos embarcados y debe apostarse. Claro, tenemos una ventaja: si perdemos, no nos enteraremos de nada.

—Y el zodiaco, la cartomancia, los dados...

—En una época las cosas del ocultismo fueron muy importantes para mí, una manera de transgredir la realidad, de sentir que a través de ese tipo de juegos yo pasaba por encima del aquí y del ahora, de las leyes de causa y de efecto, del orden lineal del tiempo, que es un estrechamiento y una limitación. Después poco a poco sentí que eso equivalía a omnipotencia, que eran cosas bastardas, irreales, y que en cambio la plegaria y la poesía eran maneras de ascesis, vías de ascensión del espíritu para buscar otras fuerzas de poder como son las religiosas o las trascendentales. Aquéllas, en cambio, eran el descenso a formas oscuras para mantener un poder ilusorio. En mis últimos libros, usted lo habrá visto, eso ya no existe.

—Pero fueron manantial de imágenes y metáforas.

—No es difícil darse cuenta de ello.

—Creo encontrar en alguna zona de su poesía cierta familiaridad con las Residencias nerudianas.

—Definitivamente no. Tuve gran admiración por Pablo Neruda, y mucho de eso se debió a que hiciera ingresar tan bien todos esos elementos cotidianos de los que antes era casi imposible percibir su importancia: odas al zapato o a la cebolla o al apio. Antes de las Residencias esas enumeraciones con gerundios eran consideradas de mal gusto y se les veía mal. Sin duda eso enriqueció a la poesía de nuestra lengua. Y además la obra de Neruda me parece una montaña.

—¿Y esa insistencia de quererla encasillar entre los surrealistas argentinos?

—Estuve cerca de ellos más por amistad que por identidad. Creo que he tenido en común el sentimiento de otros planos de la realidad que no son estos, la valoración de lo onírico, la emoción exaltada de la libertad, la justicia y el amor, pero nunca hice automatismo, ni poemas subconscientes. Todo lo contrario: he escrito poemas de gran coherencia, muy construidos, muy orgánicos, donde cada línea rigurosamente se teje y se entreteje con la otra como una red geométrica.

—Y en cuanto a la relación poesía y sueño, ¿le parece, como Borges, que la poesía y la literatura son un sueño dirigido o ha tomado imágenes de sus propios sueños para convertirlas en verso?

—He tomado imágenes de mis propios sueños. Hay dos poemas que son totalmente sueños pero sólo dos: "Para Emilio en su cielo" y "Repetición del sueño".

—Pero si el primero da la impresión de ser demasiado real.

—Ya ve.

—En su poesía se trasluce un corazón hecho para el amor pero donde luchan el ángel y el demonio.

—El amor es muy peligroso y la dicha vulnerable. No hay nada más indefenso que la dicha. Tal vez sea ésa la razón por la que tengo pocos poemas de amor presente; me encuentro mejor cuando escribo del pasado.

—Usted ha dicho que, pese a todo, contra todo, el amor es lo más grande en la tierra. En sus "Anotaciones para una autobiografía" dejó escrito: "Creo en Dios, en el amor, en la amistad".

—No sólo el amor pasión sino el amor en todas sus manifestaciones: el amor religioso, el amor amistoso, el amor filial, el amor a los objetos, el amor a los animales...

—En buena parte de su poesía parece estar usted vestida de angustia, perseguida por fantasmas, acosada por sombras, con un pie en el despeñadero. Un mundo de lenta pero segura destrucción.

—Pero siempre hay una última salvación que es esperanzada. No la esperanza en sí misma necesariamente, pero sí, al final, una esperanza religiosa. Cuando yo era muy chica mi abuela me enseñó que en el fondo de todo hay un jardín. En ese jardín de mi infancia que ella me creó he sido muy feliz. Porque yo era una criatura muy tímida, medrosa y llena de inquietudes. Además, como los mayores no podían contestarme de un modo satisfactorio las preguntas que les formulaba porque eran muy complejas y no tenían verdadera respuesta, las inquietudes iban en aumento. Entonces empecé a respondérmelas yo misma y creo que todo eso, de ese jardín y esas preguntas, nació mi poesía.

—Un jardín de la infancia que sigue visitando.

—Me paseo mucho por él. Cada vez que estoy angustiada y logro pasar esa barrera, vuelvo a ese jardín.

—Rilke decía que si uno no encontraba temas para la poesía siempre estaba el orbe de la infancia.

—Decía también que la infancia era la verdadera patria. Y así. Mi infancia no se ha borrado nunca. Al contrario. Siguió creciendo y ha sido una semilla diaria en mi vida. Tal vez retocada o transformada por las circunstancias pero se halla incólume.

—Usted ha amado viajar. ¿Qué países le gustaron?

—Tuve la ventaja de tener un marido muy viajero. Terminábamos un viaje y ya nos estábamos preparando para el otro. Yo creo que el recuerdo más intenso que tengo es de Italia, o más precisamente, del sur de Italia, de las inolvidables ruinas sicilianas.

—La Magna Grecia...

—...y más que Grecia tal vez. Porque en Sicilia todo es intenso: perfumes, colores, olores, la vida de la gente y el misterio mismo de la gente. Poblaciones enteras donde parecieran vivir sólo hombres. Donde las mujeres están detrás de las persianas —como si se tratara de un friso— espiando hacia el exterior. En las calles sólo se ven ancianas y niños muy pequeños.

—¿Usted tiene parientes italianos?

—Casi no hay argentino que no los tenga. Orozco es el apellido de mi madre. Mi padre era siciliano: Gurriota. Tengo un poema, "Crónica entre dos ríos", dedicado a Francesco Stella. Es mi hermano.

—¿Qué tanto influyó sobre usted el paisaje argentino?

—Sobre todo el paisaje de la pampa, adonde he vuelto con cierta frecuencia. La casa donde nací en Toay es ahora la Casa de la Cultura Olga Orozco. Por fuerza debo ir para organizar actos. Desde luego el pueblo ha cambiado. Ahora es un pueblecito prolijo, cuadriculado, casi suizo. Cuando yo nací no había casi vecinos, era un poco salvaje. Los médanos no estaban fijados y cambiaban de lugar. Por los caminos y las calles los cardos rusos recordaban el desierto de Arizona: moles espinosas que van creciendo y se juntan con las otras y de pronto aparecen, se nos aparecen, como nebulosas, fantasmales, oscuras.

—En sus "Anotaciones" habló de médanos andariegos y de cardos errantes. También dijo que las casas se dejaban llevar por vientos alucinados.

—Así era Toay.

—Dando un salto a otra parte. ¿De donde le viene esa obsesión o gusto por los gatos? ¿Leyó usted a Baudelaire y a Eliot?

—Siempre tuve relación con sus poemas sobre los gatos pero yo hice otra cosa. No me influyeron.

—Hablemos más concretamente de una gata a la que dedica usted tantos poemas: Berenice.

—Berenice llega después de la infancia y la adolescencia. Mi relación con ella fue una relación con alguien como una especie de tótem, no con un animalito simplemente. Tenía una comunicación muy especial con ese ser.

—Para que usted acabara diciendo que era usted misma...

—"Mi otra, yo misma". Claro. Teníamos unos juegos muy extraños. Era un animal excepcional. Por ejemplo, si nos mirábamos las dos al espejo, yo hacía una mueca y ella hacía mi mueca. Berenice apareció en mi vida cuando yo tenía 35 años y desapareció 15 largos años después. Aún me siento muy identificada con ella. Siento que vive en algún lado. A veces la he visto pasar por el cielo y formarse luego como una constelación.

—¿Y qué ha sido para usted la poesía?

—Mi modo de expresión y una forma de conocimiento no necesariamente racional. Todo en mí se relaciona con la poesía y con una visión armónica: personas, objetos, animales, aves, hechos. Todo son rituales y cada hecho y cosa están cargados de trascendencia.

—¿Cómo ve la vida al final de la vida?

—A lo largo de los años he sido muy feliz, muy amada, he tenido mucho amor alrededor mío y lo he sentido con gran intensidad, pero también he sido muy desdichada con las pérdidas. Asimilo muy poco a mis muertos. A mi edad la vida ya la veo como si tuviera una pared contra la nariz. Pienso que voy a salir por el mismo tajo de la realidad por donde entré y que voy a encontrar el mismo mundo de donde vine.

—Otra vez Orfeo.

—¿Y qué remedio?

Publicado en el diario La Jornada, 31/1/99.


       

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