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Ana Teresa Torres En torno a algunos rasgos definidores de la narrativa histórica contemporánea en Doña Inés contra el olvido

Antonio Isea

Doña Inés contra el olvido, novela de la escritora venezolana Ana Teresa Torres, al igual que gran parte de la narrativa histórica latinoamericana de fin de siglo, acude a la historia para ver en ella esa gran pesadilla de la cual el Stephen Dedalus de Joyce trata de despertar.

En lo que respecta a su nivel formal esta obra de Ana Teresa Torres, publicada en 1992, ofrece como seña de identidad un alto grado de autoconciencia literaria. En Doña Inés contra el olvido la trama tiene, en gran parte, que ver con la hechura misma del texto que se está leyendo. De forma análoga a lo que hacen Vargas Llosa y Ricardo Piglia en Historia de Mayta y Respiración artificial, Torres acude al recurso metaficcional de un narrador-cronista que constantemente alude a su labor escritural historiográfica.

A la luz de lo anteriormente indicado, Doña Inés contra el olvido es un ejemplo de ese corpus narrativo que la crítico canadiense Linda Hutcheon ha denominado como metaficción historiográfica. Es decir, novelas que rechazan la noción de que la historiografía es el único vehículo de acceso a la verdad del pasado histórico. Según Hutcheon estos son textos en los que no hay ningún tipo de postura totalizante para con la captura de la realidad histórica ya que ellos mismos manifiestan artificialidad y simulacro a través de su gran carga metaficcional (Poetics 93).

Este tipo de arquitectura narrativa que implementa Ana Teresa Torres en Doña Inés contra el olvido ha sido la operación discursiva que más se ha usado en la confección de la novela histórica hispanoamericana en los últimos 20 años de este siglo XX que se nos va. Pensemos en las memorias que redacta el Fray Servando de Reinaldo Arenas en El mundo alucinante o la epistola que el bufón de la flota de Magallanes le redacta a Carlos V en Maluco del uruguayo Napoleón Baccino Ponce de León. En la novela de Ana Teresa Torres el documento que funciona como metatexto de la obra es un discurso híbrido en el cual confluyen la autobiografía y la crónica historiográfica. Doña Inés, desde ultratumba, compone una suerte de saga familiar en la cual ella y sus descendientes se convierten en protagonistas de una crónica que abarca doscientos cincuenta años de historia venezolona.

La narradora-protagonista de esta obra, Doña Inés Villegas y Blanco, acude a la historia para evidenciar en ella una constelación de errores, infamias y extravíos que la reflexividad de Occidente, de Nietzsche a Benjamin, ya ha puesto en primer plano. Ya desde el inicio del documento Doña Inés reflexiona sobre las ilusorias representaciones historiográficas que se han hecho sobre Venezuela desde su fundación:

    ¿Cómo se le ocurrió a Colón pensar que había llegado al Paraíso? ¿Por qué la han llamado Tierra de Gracia, cuando las desgracias no nos dan tregua? ¿Dónde está ese Dorado que han pintado unos cronistas necios? (29).

El discurso grandilocuente de la historia, desde el diario de abordo de Colón hasta las crónicas de Orellana, es inmediatamente interpretado a la luz de lo que Paul Ricoeur ha llamado la escuela de la sospecha. Es decir, un comentario que problematiza todo aquello que se ha dado por sentado. Esta es una seña de identidad recurrente que encontramos en la narrativa histórica latinoamericana de nuestro fin de siglo siglo. Ejemplos de ello lo encontramos en Grand Tour del venezolano Denzil Romero y en El general en su laberinto de García Márquez. El Gabo y Romero en sus respectivas representaciones de Bolívar y Miranda se dan a la tarea de cuestionar la heroicidad y endiosamiento a ultranza con el cual se ha escrito la crónica de estas dos figuras de la historiografía hispanoamericana.

Igualmente importante en la construcción textual de Doña Inés contra el olvido lo es el iventario de referentes históricos que este texto aborda. Torres al seleccionar tales referentes acude a los estadios de máximo fracaso y abyección de la historiografía venezolana. De hecho podría decirse que en esta novela la autora llega a producir un discurso que el mismo Borges hubiera considerado como el acápite venezolano de Historia universal de la infamia. Al referirse, en su crónica, al estado de la Venezuela colonial del siglo XVIII, Doña Inés logra articular un testimonio que linda con una muy sui géneris leyenda negra. En tal discurso se produce una suerte de apropiación y subversión cómico-esperpéntica del discurso del padre de las Casas en su Brevísima relación de la destrucción de Indias. De esta manera, Doña Inés documenta los abusos que cometían los representantes de la corona española contra la población blanca criolla en Venezuela:

    ¡Vaya Gobernador que te serviste en mandarnos, Felipe V! ¿Sabes cuál era, Felipe V, el solaz de sus horas libres, por cierto muchas, porque poca antención le dedicaba al cabildo en el odio e inquina que sentía por nosotros? Pues no halló mejor diversión que amarrar cacerolas a las colas de los gatos y establecer carreras a caballo para darle premios a quienes mataran más gatos a latigazos (16).

En su aproximación a la gesta emancipadora venezolana, momento que siempre se convierte en una oportunidad para poner en primer plano las grandes hazañas del ejército patriota bolivariano, Doña Inés nos pone cara a cara con uno de los reveses más humillantes que sufrieran las huestes patriotas. Me refiero al nunca bien ponderado pasaje del éxodo a la región oriental de Venezuela en 1814, momento en el cual Bolívar y la población patriota debe huir de Caracas ante la inminente llegada del ejército español. Al representar este desafortunado evento de la historia venezolana, Doña Inés, como cronista, no escatima esfuerzos para crear una atmósfera donde lo carnavalesco bakhtiniano difiere para siempre cualquier tipo de heroicidad tradicional. La protagonista del texto de Ana Teresa Torres, al hacer su crónica del antedicho éxodo, logra crear, tal como lo postula Bakhtin en su análisis del carnaval medieval, una suerte de mundo al revés que conlleva a nuevas categorías de heroicidad. En este episodio de la novela la mujer afrovenezolana es representada como la defensora del bienestar de la población blanca-criolla. En esta parte de la obra, Bolívar y todas las figuras representativas de lo hegemónico quedan anuladas ante la presencia de la esclava Daría. Esta joven afrovenezolana se convierte en una versión femenina del Mackandal carpenteriano al salvaguardar mágicamente la vida de la bisnieta de Doña Inés. Durante el éxodo, la nieta de Doña Inés muere ante el tortuoso peregrinaje y la hija de esta última sobrevive gracias al cuidado y protección de la antedicha esclava afrovenezolana. Es importante indicar que la continuidad genealógica de la familia de Doña Inés, representativa de la oligarquía blanca criolla, llega a ser preservada gracias a la heroicidad de la esclava Daría. Esto conlleva dentro la obra a una subversión del discurso hegemónico de la historiografía oficial venezolana. Discurso en el cual la heroicidad en la gesta emancipadora siempre se ha atribuido a la cúpula de poder blanca criolla.

En lo tocante a la noción de la historia como camino que conduce al hegeliano ascenso de humanidad Doña Inés contra el olvido, al igual que otras obras de la narrativa histórica contemporánea como Margarita, está linda la mar (1998), de Sergio Ramírez, y Los perros del paraíso (1983), de Abel Posse, convoca al lector, como lo hace Walter Benjamin en su ensayo Tesis de la filosofía de la historia, para que vea los defectos y barbaries del supuesto progreso histórico. Doña Inés al hacer su crónica de las postrimerías del siglo XIX en Venezuela se percata del caos que surge después de la tan ansiada independencia:

    En estos años, después que el general Bolívar se fue a Colombia, enfermo y más triste que un ciprés, porque no había manera de gobernar en este fandango, han llovido los gritos libertarios, las consignas, pronunciamientos, insurrecciones, alzamientos y alborotos y lo ocurrido se me presenta como una agitación indescifrable (92).

Esta versión de la historia como caos y extravío que se percibe en el discurso de la matriarca caraqueña se refuerza cuando ésta convoca en su relato el gran desfile de dictadores y conflictos armados de orden civil que plagan la segunda mitad del siglo XIX y gran parte del siglo XX en Venezuela. La Guerra Federal, así como las sucesivas dictaduras de Antonio Guzmán Blanco, Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez, pavimentan un camino en descenso que sólo conduce, según la protagonista, a la abyección tercermundista. Incluso en su crónica de la creación del Estado democrático venezolano, estadio que se inicia en 1958, Doña Inés vislumbra en ella, cual Jean Baudrillard en Simulacra, simulacro, otro gran simulacro cuya significación llega a evaporarse después de las campañas electorales:

    Tampoco dieron resultado las dictaduras y tuvieron que inventar la democracia... La democracia tampoco pude comprenderla. El día que entraron los demócratas... Llovió tanto que sus consignas se mojaron y quedaron para siempre pegadas al cemento (183).

Al llegar al cierre de la presente ponencia sobre Doña Inés contra el olvido de Ana Teresa Torres cabe señalar que el olvido contra el cual se enzaña la matrona caraqueña es ese olvido de las sinrazones e infamias del pasado histórico venezolano. La Doña Inés de Torres, de forma análoga al artista adolescente de Joyce, no puede despertar y, es más, no quiere olvidar la intolerable pesadilla de lo histórico.

Si existe un denominador común en la novela histórica latinoamericana, durante los últimos veinte años de este siglo XX que se nos va, éste sería precisamente el rescate de los desvarios e iniquidades de nuestro pasado histórico. Pensemos en La guerra del fin del mundo, donde la catástrofe de Canudos marca irónicamente la llegada del supuesto progreso republicano, o en El Santo Oficio de la memoria de Mempo Girdinelli, escritura que convoca las atrocidades del absolutismo gubernamental de Perón a Videla, o las Noticias del imperio de Fernando del Paso, ejercicio narrativo donde se pone en escena la patología esperpéntica del breve reinado de Maximiliano de Austria en México. Estos textos son muestra de ese iracundo inventario latinoamericano de la infamia cuyo acápite venezolano es, sin lugar a dudas, Doña Inés contra el olvido. En esta obra de Ana Teresa Torres la concepción de la historia como ruta ascendente de la humanidad es expuesta como mito. Doña Inés contra el olvido concibe la historia, a mi modo de ver, de una forma que es análoga a la manera en que Walter Benjamin analiza el Angelus Novus de Paul Klee. Recordemos que Benjamin ve en ese cuadro del pintor suizo la imagen misma del ángel de la historia. Según Benjamin, donde a nosotros se nos manifiesta una cadena de datos, el ángel ve una catástrofe única que amontona incasablemente ruina sobre ruina arrojándolas a sus pies. El ángel quisiera, sugiere Benjamin, reconstruir esas ruinas, sin embargo, debido a una tormenta, que es el progreso y que viene del paraíso, el ángel es propulsado hacia el futuro. Ana Teresa Torres en esta novela se sitúa, sin dudas, en la mirada de ese ángel para ver en la historia un dantesco y sórdido mural que es ciertamente representativo del catastrófico y fraudulento progreso histórico venezolano y latinoamericano en general.


Obras citadas

  • Bakhtin, Mikhail. Rabelais and his world. Cambridge, Ma: MIT Press, 1968.

  • Benjamin, Walter. Illuminations. New York: Schocken Books, 1988.

  • de Certeau, Michel. The writing of history. New York: Columbia University, 1976.

  • Hutcheon, Linda. A poetics of posmodernism. New York: Rutledge, 1988.

  • King, James. A royalist view of the colored castes in the Venezuelan war of independence. Hispanic American Historical Review, 33 (1953): 527-537.

  • Lombardi, John. People and place in colonial Venezuela. Bloomington, Indiana: Indiana University Press, 1976.

  • Márquez Rodríguez, Alexis. Historia y ficción en la novela venezolana. Caracas: Monte Ávila, 1990.


       

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