Concursos literarios
Eventos
Documentos recomendados
Cartelera
Foro de escritores
Ediciones anteriores
Firmas
Postales electrónicas
Cómo publicar en Letralia
Letralia por correo electrónico
Preguntas frecuentes
Cómo contactar con nosotros
Envíenos su opinión
Intercambio de banners

Provisto por FreeFind


Página principal


 

Editorial
Franquicias para expandir nuestra cultura. Una iniciativa del Instituto Cervantes podría incrementar el valor del idioma que usted y nosotros hablamos.

Noticias
Argenis esparcido. Tal como él mismo lo dispusiera, el escritor venezolano Argenis Rodríguez fue incinerado y sus cenizas lanzadas desde el puerto de Cabruta.
Cueto premiado en Alemania. El escritor peruano Alonso Cueto obtuvo en Alemania el prestigioso premio Anna Seghers.
Con sede propia. La Galería de Arte Nacional y la Cinemateca Nacional de Venezuela dan un paso en firme por obtener sede para 2001.
Rilke castizo. Los últimos poemas que escribiera el alemán Rainer María Rilke aparecen en una traducción al castellano.
Mayanet. Más de trescientos estudios sobre la cultura maya verán la luz electrónica de Internet gracias a una editorial independiente mexicana.

Paso de río
Brevísimos y rápidos del río que atraviesa la Tierra de Letras.

Literatura en Internet
Littheatrum. Dramaturgos y otros profesionales del teatro empiezan a tomar las riendas de la red de redes.

Artículos y reportajes
La fiesta del Chivo.
Según el venezolano Luis Barragán, la novela de Vargas Llosa ejemplifica las argucias a través de las cuales el poder totalitario "organiza la escena".
Lectura insuficiente de un poema maestro de Roberto Themis Speroni.
El argentino Alfredo Jorge Maxit analiza el poema Es natural que Dios se comunique, de quien es considerado "uno de los poetas más grandes de La Plata".
Ser catamarqueño.
¿Determina la tierra la personalidad de sus habitantes? Para el escritor argentino Jorge Tula, el catamarqueño es uno con su entorno.

Sala de ensayo
Mediadoras: la narrativa de Cristina García y Achy Obejas.
La cubana Sara Rosell toma a estas dos escritoras para analizar las motivaciones de los que viven entre dos culturas.
Rayas: el dibujo como experiencia de conocimiento.
Desde las cavernas, según el artista venezolano Roberto Echeto, ha sido el dibujo uno de los elementos más importantes con los que ha contado la expresión del hombre.

Letras de la
Tierra de Letras

Cuatro cuentos
Omar Fuentes
Poemas
Florángel Quintana
Poemas
Francisco Forteza Martín
Dos relatos
Iván de Paula
El poder de la química
Santiago Aguaded Landero
La verdadera rebelión de Judas
Héctor Torres
Trompo a la impaciencia
Daniel Rubén Mourelle
Los que nos juegan
Cristina Rascón
Cantos por la paz en Vieques
Vicente Rodríguez Nietzsche
Viejos
Andrés Pérez Domínguez
Dos poemas
Teodoro Rubén Frejtman
El día en que la Argentina voló al espacio
Eduardo Balestena
María, apareciste...
Rafael Castellano Paniza
Entorno de la sangre
Gustavo Aréchiga Gómez
Circuitos parafernálicos
Enrique Uribe Jongbloed

El buzón
de la Tierra de Letras

El cuento más corto
Sobre Carlos Gorostiza
El niño que enloqueció de amor
De Eco

El regreso del caracol
El poder, triste ropaje de la criatura, Octavio Santana Suárez
Tela de araña, Pedro Téllez
De Pe a Pa, Luisa Futoransky

Post-Scriptum
Elizabeth Schön


Una producción de JGJ Binaria
Cagua, estado Aragua, Venezuela
info@letralia.com
Resolución óptima: 800x600
Todos los derechos reservados. ©JGJ Binaria

Jorge Gómez Jiménez
Editor

Letralia, Tierra de Letras Año V • Nº 94
21 de agosto de 2000
Cagua, Venezuela

Editorial Letralia
Itinerario
Cómo se aprende a escribir
info@letralia.com
La revista de los escritores hispanoamericanos en Internet
Artículos y reportajes

Comparte este contenido con tus amigos
Ser catamarqueño

Jorge Tula

    (Nota del editor: el presente trabajo del argentino Jorge Tula, que intenta ofrecer una visión panorámica de la psicología colectiva del catamarqueño promedio, fue publicado en septiembre de 1998 en la revista El ojo en la tinta, de San Fernando del Valle de Catamarca, Argentina).

¿Cuáles son las razones que hacen del habitante de Catamarca un ser ensimismado? Como la tortuga en su caparazón, se acoraza en sus temores y obsesiones metafísicas. El catamarqueño —al igual que el mexicano que describe Octavio Paz— enmascara su intimidad para desbordarse en la fiesta o el crimen.

El lenguaje, los modos de relación social, la actitud que asumimos frente a ciertas cosas, denuncian al ser humano. El hombre, por como actúa, es reflejo de sí mismo, una imagen quizá borrosa pero explícita de su propia naturaleza. Ésta es una idea muy extendida que abarca a la filosofía, la psicología e incluso las ciencias sociales, ya que en la sociedad en conjunto se manifiestan más claramente, en masa, las visiones del mundo y aun las patologías individuales.

La literatura también es un reflejo de las obsesiones del hombre, no sólo las del autor: ciertos personajes y temas de la novela contemporánea, o los que a veces adopta la poesía, son construcciones que surgen desde un marco referencial que es el de la comunidad, y anterior al interés del escritor que se regodea en crear una ficción, o de la inspiración poética. Según algunas vertientes de la crítica literaria que creen en este tipo de determinismo, el escritor, aunque no lo quiera, es un pararrayos de lo colectivo, un argonauta, un combatiente del lenguaje y a la vez intérprete de aquellos sueños y frustraciones. La sociedad ya tiene quien le escriba.

En lo que respecta al hombre, el tipo especial del catamarqueño, sumido en la soledad de sus montañas, se lo ha retratado en forma reiterada como dueño de una personalidad proclive al ensimismamiento; encerrado en la nostalgia de un pasado que ya no le pertenece y al que ni siquiera alcanza a definir como propio.

Extrañando de lo que en esencia es, el catamarqueño medio siente como si algo se le hubiera roto y, por ese vacío, desgajado del árbol del mundo y bajo el peso de un pecado que no cometió, se vuelca al ritual de la religión para curarse la herida.

Para el hombre catamarqueño, todavía en su mayoría —y hablamos no sólo de aquellos que viven en las ciudades y toman café en los bares de las plazas públicas, sino también de los que habitan localidades y pueblitos del interior—, el ser creyente es algo más que un ejercicio del espíritu: los actos rituales lo conectan de nuevo con el Origen, porque el ser humano necesita del mito para restaurarse. La Virgen sigue siendo todavía la Mama Virgen, la madre nutriente y sostenedora del universo, y cada procesión que se realiza dos veces al año en la capital, con su enorme vuelta por la ciudad, es una refundación del mundo, un acto que otorga sentido a la existencia.

En el fondo subyace la antigua visión de la vida y de la muerte, heredada de nuestros antepasados aborígenes, según la cual la muerte no es más que una vuelta a la Madre Tierra, el reinicio del ciclo vital; y por eso el gesto de fidelidad a la Madre expresa el deseo de ser acogido en su seno cuando la vida individual se termine.

El catamarqueño medio se manifiesta como un contemplativo. La imagen que mejor describe su estado del alma es la del Suplicante, aquellas figuras de piedra de la cultura Aguada que representan al hombre que observa el cielo con mirada ingenua, a la espera de un signo, una respuesta de los dioses a la pregunta inicial acerca del sentido de la existencia. Sin embargo, esto no significa que nuestro coterráneo, como su tatarabuelo aborigen, sea un ser afectado de inactividad. Su carácter inmóvil se parece mucho al hieratismo de esas figuras antropomorfas que nos miran desde los restos cerámicos arqueológicos.

Pese a esa quietud esencial, interactúa con el mundo y con otros hombres, está deseoso de dejar una impronta, una huella de su vivir. En varios momentos de su historia ha debido alzarse y hacer frente a vendavales que, como el de la Conquista, amenazaron desterrarlo de su territorio. El Gran Alzamiento Calchaquí, contra los españoles, fue la primera señal de resistencia; y en las décadas recientes se sobrepuso a otras tormentas diferentes, de carácter social y político, a través del Catamarcazo y las Marchas del Silencio por el asesinato de María Soledad Morales —esta última con sus tizones todavía encendidos.


El hombre que está solo y espera

Raúl Scalabrini Ortiz, al analizar al argentino de recientes décadas en El hombre que está solo y espera, sintetizó en el Hombre de Corrientes y Esmeralda al arquetipo del porteño; un hombre nuevo para quien han dejado de tener fundamento los conceptos e ideas surgidos a los fines de la constitución del país en tanto "colonia". En su búsqueda del "espíritu de la tierra", Scalabrini Ortiz —periodista y escritor integrante de la generación de "Forja"— dibujó el perfil del hombre argentino y vio con claridad otros caminos que no son los de la aceptación de toda enseñanza heredada.

El catamarqueño, a la vera de una cuenca hidrográfica diferente a la del Río de la Plata, también es un ser que está solo y espera. A aquel sentimiento de soledad original derivado de su sensación de haber sido despojado de la historia, se suma la soledad real con respecto a aquellos que no son sus congéneres. Sólo con sus parientes y en medio del círculo de sus amigos, desahoga sus penas y se enfervoriza en la alegría. Sin embargo, no es explosivo, pues su ánimo recurrente es la introversión, salvo cuando bebe.

El catamarqueño medio rechaza a los extraños, se cierra en sí mismo, es desconfiado y hermético, y sin poner completamente el cuerpo en las relaciones que entabla con los demás, aun en el amor, evidencia la imposibilidad de abrirse al otro. Más que nada en los varones existe el terror a la feminidad, como fruto de la ignorancia de que una porción femenina forma parte de toda entidad psicológica. La mujer representa el mito de Pandora, enviada por Zeus para castigar al hombre, como portadora de todos los males del mundo. Las bromas entre varones caminan por la cornisa de la misoginia y sólo allí se expone la sexualidad a pleno, a diferencia de las mujeres, que dialogan entre ellas acerca de sus problemas y de esa manera los controlan. Borges, a quien también se tiene por misógino, escribió que los espejos —que permiten mirarse a uno mismo— y la cópula son "abominables porque multiplican a los hombres".


Una insoportable levedad

Pero no existe violencia en aquella actitud xenófoba que nos hace rechazar a los extraños, pues en realidad los catamarqueños tememos al yo-tú porque pensamos que al mostrarnos tal cual somos nos volvemos vulnerables. La pérdida del blindaje puede hacernos presa fácil en toda relación entendida como una dialéctica de combate. En el fondo, la psicopatología más común del catamarqueño es cierto complejo de inferioridad, pues anhela ser lo que no es: un ser seguro de sí mismo, que se afirma en una identidad que le fue negada por la historia, y desgajado de la rama del origen por vientos ontológicos.

Todos estos caminos conducen al sentimiento de proverbial soledad que, como un vórtice, sumerge de cabeza al hombre en el laberinto de su propia angustia y ensimismamiento.

¿Y qué es lo que espera el catamarqueño? La respuesta a esta pregunta es quizá metafísica, ya que cortadas las raíces históricas que lo ligan con lo que alguna vez fue, sueña con mirarse en un espejo y reconocerse, es decir, con recomponer el rostro que lo distinga, como si se tratase de una taza rota. En la superficie de sus preocupaciones escatológicas espera también el Desarrollo, el "despegue" provincial, un mejor gobierno. Al catamarqueño no le preocupa la revolución social: cree que son necesarios cambios en la forma, no en la esencia de las cosas, porque piensa que por encima de todo debe prevalecer el orden. Y es que, en la conciencia, resuena el mandato cuasi bíblico de fray Mamerto Esquiú, de sumisión a la ley como condición para la reserva de lo institucional, que en nuestro caso se corresponde con el orden cósmico.

Octavio Paz, en El laberinto de la soledad, especie de radiografía del mexicano, describe de un modo muy parecido la idiosincrasia de aquel tipo humano. Desde esa óptica, el catamarqueño y el hombre de la meseta azteca se parecen mucho: tal vez herederos de un pasado histórico coincidente —el hecho de haber pertenecido a culturas extinguidas por el aliento codicioso de la Conquista Española—, ambos eluden la efusión sentimental, y encerrados en sí mismos, hacen más profunda y exacerbada la conciencia de todo lo que los separa, aísla o distingue. Así como el mexicano tiene por modelo al norteamericano, el catamarqueño quiere parecerse en todo —especialmente en el modo de hablar— al cordobés o al porteño; mientras desdeña al riojano, tucumano o santiagueño.

En el arte, la esencia de la mexicanidad y de la "catamarqueñidad" se tocan en el gusto por la forma, en el barroquismo que está presente en la arquitectura de los edificios tradicionales, y aun en las obras de sus escritores.


La máscara trágica

Tanto el mexicano como el catamarqueño aman lo ritual, y por eso son importantes las fiestas públicas, en las que se borran las diferencias —al igual que en Fiesta, de Joan Manuel Serrat— y sólo entonces se exteriorizan los sentimientos.

Sin embargo, como describe Paz, "si en la Fiesta, la borrachera o la confidencia nos abrimos, lo hacemos con tal violencia que nos desgarramos y acabamos por anularnos. Y ante la muerte, como ante la vida, nos alzamos de hombros y le oponemos un silencio o una sonrisa desdeñosa. La Fiesta y el crimen pasional o gratuito, revelan que el equilibrio de que hacemos gala sólo es una máscara, siempre en peligro de ser desgarrada por una súbita explosión de nuestra intimidad".

Todas estas actitudes demuestran que, en el fondo, quizá como una condición de lo humano, sentimos en nosotros mismos y en la carne tierna que somos corpóreamente —porque venimos del vientre de la Madre— la presencia de una mancha. Esa mancha es el estigma de la ruptura con nuestro origen, lo que se siente en el alma como un pecado.

Llevado de la mano del destino insondable que le espera, al catamarqueño medio tal vez no le queda más que ahondar incansablemente en la búsqueda del origen; en tanto que, aislado por su propia soledad, observa contemplativamente el cielo que escudriñaron sus antepasados, con un telón inmenso de geología a su espalda, lo que acrecienta aquella antigua sensación de orfandad frente al mundo.


       

Indice de esta edición

Letralia, Tierra de Letras, es una producción de JGJ Binaria.
Todos los derechos reservados. ©1996, 1998. Cagua, estado Aragua, Venezuela
Página anterior Próxima página Página principal de Letralia Nuestra dirección de correo electrónico Portada de esta edición Editorial Noticias culturales del ámbito hispanoamericano Literatura en Internet Artículos y reportajes Letras de la Tierra de Letras, nuestra sección de creación El buzón de la Tierra de Letras