Especial: Adiós a Gabriel García Márquez
Voló la mariposa amarilla a su nido

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Gabriel García Márquez

Me quedé con un ala en la mano, como niño inocente que la atrapa al vuelo. García Márquez se nos ha escapado esta vez ya no para México ni para Madrid o La Habana. Se nos esfumó como una ilusión o fuego fatuo, pero nos deja el polvillo de colores entre los dedos.

Se deshizo el hechizo que produce la vida. Se mantuvo encendida la vida de Gabo por 87 años y no sabíamos el placer de tenerlo. Era nuestro mejor representante en el mundo. Mejor que un embajador de la ONU. Era un personaje de novela que anduvo perdido en este pedazo de mundo llamado Locombia.

Nació en Aracataca, un pueblo metido en una botella y de allí sacó el genio que estaba escondido. Salieron caras, el casco de un galeón enterrado en la selva, mujeres que levitaban por sobre las cabelleras de los descreídos. Por su cabeza rondaba el fantasma de la literatura, de la poesía, de la verdad agazapada entre metáforas. Cuando Gabo garabateó ese libro esencial, escribió nuestra historia patria y describió a niños, mujeres y locos que andan por ahí urdiendo mentiras.

Ni Silva, ni Isaacs, ni Mejía Vallejo, ni Zapata Olivella lograron retratar la idiosincrasia de quienes hemos salido del huevo de la ignorancia, de la fantasía y del mito. Gabo, como un santón hebreo, se sentó sobre este suelo hollado y narró una historia inédita que no nos dejaron ni Colón, ni Marco Polo, ni Álvar Núñez Cabeza de Vaca.

Reinventó nuestra Biblia en donde todavía no han aparecido la luz ni los acueductos en muchas ciudades. No hay Abrahanes ni Saras ni Josés que venden a sus hermanos ni Holofernes, pero sí Aurelianos, Remedios, nombres no santos pero sí agoreros. Cada párrafo es sagrado, es inmortal, es una imagen de lo que somos: con los ojos abiertos al oro, a los sortilegios, al brillo artificial de la realidad. Nunca hemos visto por dentro el tesoro que somos.

Ha muerto ese caballero andante por patrias ajenas, en medio de molinos de viento que lo alejaron de La Mancha de la guerra fratricida, de la adoración del becerro del petróleo y la corrupción. Se refugió en la Manga izquierda del río Estigia en donde late el Cancerbero y corre el río de la libertad.

García Márquez, como un niño de barba espesa y sin pelos en la lengua, despidió a los periodistas días antes y les dijo imprudente: Váyanse a trabajar. No estaba delirando sino diciendo la verdad. Aquí todo se vende como los burros viejos pintados para que parezcan nuevos y sanos. Todo es realismo con magia por fuera y estopa por dentro.

Gabo se fue riendo a vivir en la tolda de los gitanos de su Macondo. Desde allí seguirá mirándonos y a toda esta familia ingenua de componendas, unturas milagrosas, recetas sabias de universidades y promesas de salud y salarios decentes. Sabía desde hacía muchos años que sus personajes seguirán viviendo rodeados por mares lejanos, de sueños americanos, de cofres enterrados, de sabidurías salidas de gurús y profesores que venden baratijas. Sabía que Cien años de soledad serán luego Mil años de lo mismo en este País de la prosperidad de Úrsula Iguarán. Gracias, Gabo, por este mágico magisterio.