Concursos literarios
Eventos
Documentos recomendados
Cartelera
Foro de escritores
Ediciones anteriores
Firmas
Postales electrónicas
Cómo publicar en Letralia
Letralia por correo electrónico
Preguntas frecuentes
Cómo contactar con nosotros
Envíenos su opinión
Intercambio de banners


Página principal

Editorial
Conservación de los recuerdos. Un cambio en la ortografía española que nos recordó a Cortázar y a sus cronopios.

Noticias
El buzón de Mario. Acaba de aparecer en España Buzón de tiempo, la más reciente colección de relatos breves de Mario Benedetti.
Banderas será Rubén Darío. Antonio Banderas podría representar al poeta mayor de Nicaragua en la pantalla grande.
García Márquez con cáncer. El premio Nobel de Literatura 1982 se hizo un examen en Los Ángeles y el resultado no fue muy halagador.
Castellano en Brasil. Los estudiantes brasileños de secundaria estudiarán el castellano como segunda lengua.
Teatro venezolano se proyecta. Los grupos de teatro de Venezuela tienen hasta mediados de octubre para postular sus proyectos a festivales y congresos internacionales.

Paso de río
Brevísimos y rápidos del río que atraviesa la Tierra de Letras.

Literatura en Internet
Inlibris. La editorial Badosa EP acaba de poner en marcha un prometedor buscador literario en inglés, catalán y castellano.

Artículos y reportajes
Amores y desamores, libido y conciencia. ¿Libido y conciencia proceden de idénticas raíces? En su conocido estilo evocador, el español Octavio Santana Suárez se pasea alrededor de esta pregunta.

Sala de ensayo
Narrativa colombiana y mexicana de finales del siglo XIX. La investigadora colombiana Nubia Amparo Ortiz Guerrero establece algunos puntos de trabajo en torno a ambas narrativas.
Agua que da trabajo mirarla. La escritora dominicana Ángela Hernández Núñez pinta un elaborado paisaje de la rica poesía de su país.
En torno a Cayo Valerio Cátulo. El escritor colombiano Manuel Iván Urbina Santafé esboza las características de la poesía de Cátulo desde su visión del amor.

Letras de la
Tierra de Letras

Camiones
Mario César Cámara
El infinito y el cero
Horacio Otegui
Para no cambiar príncipes por leñadores
Carlos Briones
La sed de los cadáveres
Armando González Torres
Dos cuentos
Liza Rosas-Bustos
Poemas
Daniel Di Trana
De guagua en guagua
Wilkins Román Samot
Poemas
Manuel González Navarrete
La Trini
Santiago Charro del Castillo
Amor estúpido... y feliz
Jorge Luis Bustamante Rodríguez

El buzón de la
Tierra de Letras

El regreso del caracol Actual, dirigida por Eduardo Zuleta y coordinada por Lubio Cardozo


Una producción de JGJ Binaria
Cagua, estado Aragua, Venezuela
info@letralia.com
Resolución óptima: 800x600
Todos los derechos reservados. ®1996, 1999

Letralia, Tierra de Letras Edición Nº 78
20 de septiembre
de 1999
Cagua, Venezuela

Editorial Letralia
Itinerario
Cómo se aprende a escribir
info@letralia.com
La revista de los escritores hispanoamericanos en Internet
Sala de Ensayo

Comparte este contenido con tus amigos
Agua que da trabajo mirarla1

Ángela Hernández Núñez

Pensando en la manera efectiva de presentarles un paisaje de la literatura dominicana, escogí la poesía, nuestro producto capital. Apremiada por el deseo de abarcar, tomé el atajo de los movimientos literarios, para enseguida comprobar que la poesía aúlla cuando es cercada por criterios clasificatorios. De modo que decidí conversar con los poetas, vivos y muertos, quienes me sugirieron hablar sobre poemas de diáfana respiración, representativos de momentos claves y conteniendo a la vez una imagen del corazón de esta isla.

Mirada singular sobre sus ciclos, los/las poetas cuentan otra historia, mutante y entera como todo presente. En ésta, palabras y sabios silencios reflejadores de la acústica del alma, abren mirillas tipo "Aleph", por las que accedemos al tiempo de una cultura, a la geografía del sentir, a las urgencias existenciales.

La poesía provoca al vínculo activo. Confluencia aparentemente casual, alineación presumiblemente temporal, lugar y fecha en fortuita avenida, la poesía es llave/hecho pasmando la rutina, azuzando el encuentro, la suavidad del naufragio, el goce reencarnador. Imagen atrapada junto al ojo, echado a la sal preservadora del océano, abandonando por instantes la sustancia tangible, como una más de las ecuaciones civilizatorias.

Bajo su ley revientan las dualidades: el amor entre hacedero e imposible, hambre y abundancia cohabitando, orfandad donde sobra madre y padre, desamparo espiritual en saturaciones litúrgicas. Residencia del fugaz presente, cobijada en reserva de continuación. Aflicciones de la realidad riñendo con una verídica previsión de júbilo.

La poesía es rebosadero del creador y creadora. Éstos, oído especial para la savia insinuada en ecos y lenguajes, son a su vez orilla colmada de pueblo y época.

Todos los poetas y las poetas de esta centuria labran un mirar de rebeliones, pasos, pérdidas e invenciones. Con cien nombres, para que cada año posea el suyo, con periplos de caracol y travesías de águila, con éxtasis contemplativos y fases de combates, con lo nativo presidiendo en oportunidades y en otras la tensión conciliadora con el mundo... A la postre, las oposiciones se complementan.

En este momento, ellos, poetas de República Dominicana, nos prestan sus ojos para mirar. Aída Cartagena (1918-1994), sola como una piedra humana, sujetando con sueño sus sueños y toda Antilla, nos dice: Pensarán que he llegado demasiado temprano, / acaso un poco tarde. Tal vez no hubiera / llegado a ningún otro tiempo / para reemplazar mi turno. / Pero no creo que yo esté aquí de más, / y además prefiero estar aquí ahora, / y desatarme a veces, / y recoger las negaciones /...

En lúcidas penumbras contactamos a Freddy Gatón Arce (1920-1994), sabiendo que "Dios puede llegar, conmovedoramente creado / para siempre... Pues, en resumen, Dios es un hecho / desesperadamente hermoso / o demasiado exacto / para comenzar a cada instante". Y Lupo Hernández (1930) en la diurnidad de su Círculo, confiesa: "No es cierto que la muerte me acompañe, / que cada día muera algo de mí con ella. / El hombre que yo soy no perece conmigo. / Hace tiempo que ha muerto y me acompaña ahora, / ... El hombre es movimiento perpetuo.

Luis Alfredo Torres (1935-1992), arrastrando su extremidad inútil y su cuerpo con más vejez que edad por la calle El Conde, y los crisantemos que Antonio y yo nunca le llevamos al barrio caliente en que residía, y el funeral cubierto por la caridad pública y el vate coetáneo que le desdeña por su alcohólica blandura... eclipse y afición encarna este poeta, imagen de la ciudad-encrucijada que entrevé y nos traduce: "Proserpina, reina de los infiernos, / címbalo que retiñe, Proserpina, / desde que devoraste a los dulces pastores danzantes / y ceñiste la enlutada corona, / se pudrió el buen racimo que pendía / de la hermosura y la luz. / Brotó sangre y hubo muertos y cárceles y muertos, / y el día, cuyos frutos la larga lluvia torna / perfectamente sanos, alegres y comibles / cruzó como en cenizas por las viejas espaldas / de la ciudad sumergida en el mal.

Más acá, Jeannete Miller (1944), recostada en el quicio de la vida, conjura las veleidades del femenino: "Yo / que necesito plantas, luz / palabras de ternura / que me siento a pensar en mi desgracia a plena tarde / medio masoquista / fea / profesora / ... / que sólo con palabras / me palpo / me proyecto / interpongo ideas a la carne / levanto largos muros de metal frío, devorante / entre los otros y / yo".

Y recientes. Carmen Sánchez (1960), festiva en sus dudas: Aquí va un pedazo de mí / detrás de los espacios dejados por los mares secos / por los niños solos / por las hojas muertas / (...) con los ojos oscuros del sol a cuestas / mirándome como me mira el ciego / preguntando por las sombras inmortales... Alejandro Santana (1960), borde claro del pozo citadino: En otra edad anduve con el hombre / pero entonces la rabia / no paseaba en corceles / ni la duda era un río / ni borrachas espadas oscuras se hundían / en el urbano crecimiento de la carne. Antonio Acevedo (1969), delicia de pausas y oquedades: Recobra uno su paso de tenue luz / y salta enfermizo al corazón de la noche. / (...) ¿Quién rueda conmigo / hasta el asombro? / ¿quién coloca en mis labios / esa negra flor, ese puñal? / La noche nace de su espuma / como el ser de la ceniza.

Ellos y ellas, entre muchos otros, se encargan de mostrarnos la fluencia de un diálogo que se releva y retoma continuamente, rodeando el mapa de los años y azares...

Ahora, abreviemos las pupilas para atender el visionar de tres poetas: Tomás Hernández Franco, Franklin Mieses Burgos y René del Risco Bermúdez. Los dos primeros del jalón poético que tuvo lugar en la década del 40, coincidiendo con una pausa al aliento democrático —chasco luego— y la actividad intelectual de inmigrantes españoles. El tercer poeta que abordaremos pertenece a otro hito anunciador de mixturas y nuevos acuerdos entre la subjetividad personal y la corriente del orbe colectivo. Tuvo lugar en los sesenta.


Tomás Hernández Franco: los presentes del pensamiento

Tomás Hernández Franco (1904-1952) fue diplomático, funcionario importante de un dictador que odiaba las letras a extremos que se cuenta no leía ni siquiera su correspondencia más intima. Sólo la claridad misteriosa de los procesos creativos puede explicar la independencia y lucidez de los principales textos literarios de Hernández Franco.

En 1921, con 17 años, viaja a París, regresando a Santo Domingo en 1927.

En 1942 en El Salvador publica "Yelidá", considerado una de las cimas de la poesía dominicana. No deja de ser una curiosa paradoja que este poema discurra en Haití, tomando en cuenta los vínculos del autor con la dictadura trujillista y el encono letal que cultivó el dictador hacia los haitianos.

"Yelidá", dice Manuel Rueda2, es "el enfrentamiento de dos mitologías por recuperar la sangre que les pertenece, por un lado Damballá-Queddó, Badagris, Wangol y el papaluá Luipié del voudu, y por el otro los liliputienses dioses infantiles de la nieve, los duendes del trineo y del reno".

Este poema resume el sincretismo frondoso de nuestras Antillas. Las querellas y el connubio entre las raíces africanas y europeas, mitos, sentimientos y cosmovisiones, implantándose en territorio común, azuzados por el látigo de las metrópolis, y más aun por las contingencias y el involucramiento minucioso de los dioses.

Yelidá es hija de Madam Suquí, que antes había sido mamuasel Suquiete:

    "virgen suelta por el muelle del pueblo
    hecha de medianoche a toda hora
    con hielo y filo de menguante turbio
    grumete hembra del burdel anclado
    calcinada cerámica con alma de fuente
    himen preservado por el amuleto de mamalúa Clarise
    eficaz por años a la sombra del ombligo profundo".

El padre de Yelidá es Erick:

    "el muchacho noruego que tenía
    alma de fiordo y corazón de niebla
    (...)
    En el más largo mes del año había nacido
    en la pesquera choza de brea y redes salpicadas por las olas
    (...)
    Y Erick creció en su idioma de anzuelo y de corriente
    (...)
    como todos los muchachos de la playa
    mitad Tritón y mitad ángel.
    (...)
    a los quince años conocía mil golfos
    y sin contar el ya remoto y salobre seno de la madre
    ni un solo pensamiento de Noruega
    le había caminado entre las cejas rubias.
    (...)
    A los veintidós años Erick tenía la mirada gris azul
    densa de su alma puesta en dique
    y una voluntad de timón y quilla
    por llegar a las islas de las montañas de azúcar
    donde —decía su tío— las noches olían a cedro como las barricas de ron".

Pero al fin y al cabo, advierte el poeta, esta no es la historia de Erick y Madam Suquí, sino de Yelidá, la que vino al mundo:

    "en un vagido de gato tierno
    y mientras se soltaba la leche blanca de los senos negros de Suquí
    alegre de todos sus dientes y de sus formas rotas
    por el regalo del marido rubio
    y Yelidá estaba inerme entre los trapos
    con su torpeza jugosa de raíz y de sueño
    pero empezó a crecer con lentitud de espiga
    negra un día si un día no
    blanca los otros
    nombre de vudú y apellido de káes
    lengua de zetas
    corazón de ice-berg
    vientre de llama
    hoja de alga flotando en el instinto
    nórdico viento preso en el susurro de la noche
    con fogatas y lejana llamada sorda para el rito".

La nacida de vientre retinto y vientre claro, parte y ajenidad en las germinaciones, se desplaza por los fueros de la hibridez. Opresión e instinto desplegando arroyos de follajes, relámpagos y sal. Marisma íntima, las sangres/memorias heredadas que en pasión se desatan. Así, en el vientre de Yelidá "se le dormía la música y la danza".

    "asesina del viento perdido entre los dientes de la gruta
    ahí se estaba vegetal y ardiente
    en humedad de hongo y de liquen
    caliente como lo caliente
    cosa de hoja podrida fermentada en penumbra tiempo y luna
    hecha de filtro y de palabra rara

    en el agua del charco con su verde y su larva
    y su ala a medio nacer y su andar de meteoro
    Yelidá deshojada a sí y a no
    por éxtasis de blanco y frenesí de negro
    profunda hacia la tierra y alta hacia el cielo
    en secreto de surco y en místico de llamas".

Las raíces negras y las raíces blancas se embellecen en aleatorias desembocaduras amorosas. Ambiguo es el final, propio a lo que aún está ocurriendo, a lo que no cesa de suceder. Yelidá-isla, la aventura de sus habitantes, sigue siendo. Pausada como desplazamiento de medusas, apuesta al meridiano caos del continuo alumbramiento.

Hernández Franco transgredió su propio accionar político para fundar en la historia larga, en la historia vista como paisaje3, una noción integradora y distintiva de lo que somos. Yelidá no es como Erick, ni tampoco como Madam Suquí, ella tiene que dar con su propio proyecto de existencia.


De espaldas a las sombras: Franklin Mieses Burgos

A los gestadores de la Poesía Sorprendida se les ha acusado de practicar una estética evasiva, indiferentes al infierno político en que florecieron.

Sin embargo, como testimonio del poder revelador de la poesía, hallamos en Franklin Mieses Burgos (1907-1976) una de las descripciones más sugestivas sobre la atmósfera de humillación espiritual, introversión y parálisis del pensamiento propias del período 1930-1961.

El poeta propone ascender sobre el pesimismo, insinúa música ante el envaramiento anímico, la palabra renovada frente al mutis enfermante. La sonoridad de sus versos desliza, a punto de allanar relieves significativos. Nos obliga a recular para percibir mejor la alegoría tramada en estructuras poco menos que invariables.

Irresistible me resulta su elegía al amigo que se suicidó lanzándose desde la altura de varios pisos. El poeta se abstrae de esta muerte burda. Y le canta como si se hubiese ahogado de belleza:

    "¿Quién ahora, llorando,
    te alzará desde el fondo solitario del mar,
    para sólo pensar desesperadamente
    en el vidrio desnudo de tu limpia sonrisa,
    en aquella tu carne color de azúcar parda,
    después que los peces hambrientos se comieron
    el último paisaje de sol que había en tus ojos?
    (...)
    ¿Traslúcida y radiante como un cristal muy fino
    deambulará tu sombra en torno de estas islas
    caribes que te dieron
    ese estupor de cielo mojado de aguardiente?
    (...)".

Los fragmentos siguientes pertenecen a Clima de eternidad, publicado en 1944, coincidiendo con el primer Centenario de la República. (La palabra Patria, aupada en afanes de domesticación, debía estar moviéndose en las bocas juveniles, unida al apellido del benefactor). Disidente, la voz del poeta declara:

    "Un longino de piedra clava lanzas oscuras
    al costado del mundo
    Oh mi joven amigo, camarada
    ya es hora de partir cantando hacia la tierra
    donde florece el árbol de las nuevas palabras
    (...)
    Aquí ya nada queda con que puedan tus manos
    de livianas arenas levantar otra torre
    de música a la orilla despoblada del viento,
    (...)
    La vida es sólo un ancho cementerio sembrado
    de vocablos extintos
    (...)
    Aquí ya nada queda; vamos sobre los muertos
    con una inmensa flor de hielo en la cabeza
    vamos sobre los muertos levantando ciudades
    erigiéndoles falsos monumentos al miedo
    de nuestra propia y honda soledad enterrada
    de horror hasta los huesos.
    (...)
    El corazón es solo fino río de sangre,
    mudo cauce sepulto donde el rostro encendido
    de un ángel se refleja,
    donde siempre es de noche,
    (...)".

La Casa de la Poesía Sorprendida, se le llamaba al hogar de Franklin Mieses Burgos. Hombre tributario de conocimientos y afectos, se le atribuye el liderazgo de los sorprendidos.

La vocación de apertura cultural de este grupo es notoria, así lo atestiguan y practican: "La Poesía Sorprendida saluda a todos los trabajadores intelectuales de ambas Américas... Saluda a todos los luchadores del pensamiento y la sensibilidad de todas las latitudes de la Tierra, de todos los climas e idiomas, en una fe invariable, permanente y sagrada por el respeto a la creación del hombre". "Lejos de negar la realidad, la Poesía Sorprendida la interpreta, pero entre cogerla en bruto e interpretarla media un mundo"4.

El don solar del Caribe, traspasando esta inquieta cultura en conformación, avanza por los poemas de Mieses Burgos resistiendo al nacionalismo chato, fomentado por la educación oficial e impuesto por la fuerza pública. El antihaitianismo, la religión católica —por entonces aliada a Trujillo— y el anticomunismo, eran los pilares de la formación ciudadana. Mieses Burgos celebra e interpela de modo personal.

    "Ahora, como siempre, en otros paralelos
              y en medio de mi isla
    subjetiva, buscando la latitud exacta
    de un mar definitivo,
    donde no sea posible reeditar el aliento
              mortal de los monzones
    ni el ecuador de hornos que estalla
              desde el rojo
              pulmón de los veranos

    Lejos de la espesura de carne sumergida
    donde el bongó retumba lascivo desde el negro
              confín de los abuelos
    (...)
    Oh, trópico encendido, yo estoy hablando ahora
    desde tu abrupta tierra de amor y de huracanes,
    donde todos tus propios elementos se hallan
    sujetos todavía al estado inicial
              de su forma primera:
    (...)
    Ahora bien, yo me digo:
    Si el odio no es el estéril amor de los demonios,
    si el odio no fecunda como el amor, entonces
    es lo propio situarse sobre un punto
                        conspicuo del espacio
    desde donde se puedan amar todas las cosas,
    sean éstas oriundas del cielo o del infierno.
    (...)".

    (Trópico íntimo)

En Paisaje con merengue, el poeta reta los prejuicios urdidos alrededor de la cultura dominicana; verificables en la opinión popular como en historiadores nativos y cronistas extranjeros. Pero para el poeta funda más la fiebre que se prolonga en rescoldo frutal, los aromas convertidos en aceleración, las herramientas del artista y del labrador, la humareda del alma, la sequía, el dolor marcando en detalles inasibles la memoria.

    "Por dentro de tu noche
    solitaria de un llanto de cuatrocientos años;
    por dentro de tu noche caída entre estas islas
    como un cielo terrible sembrado de huracanes;
    entre la caña amarga y el negro que no siembra
    porque no son tan largos los cabellos del agua;
    inmediato a la sombra caoba de tu carne:
    tamarindo crecido entre limones agrios;
    casi junto a tu risa de corazón de coco
    frente a la vieja herida violeta de tus labios
    por donde gota a gota como un oscuro río
    desangran tus palabras,
    lo mismo que dos tensos bejucos enroscados
    bailemos un merengue:
    un furioso merengue que nunca más acabe.
    —¿Que somos indolentes? ¿Que no apreciamos nada? ¿Que únicamente amamos la botella de ron, la hamaca en que holgazanes quemamos el andullo
    del ocio en los cachimbos de barro mal cocidos
    que nos dio la miseria para nuestro solaz?
    (...)
    —¿Que hay muchos que aseguran
    que aquí entre nosotros,
    la vida tiene el mismo tamaño del cuchillo?
    (...)
    —¿que dentro de la escala de los seres humanos
    hay muchos que suponen que nosotros no vamos
    más allá del alcance de un plato de sancocho?
    (...)
    —¿Que el machete no es sólo en nuestras
                        duras manos
    un hierro de labranza para cavar la tierra
    pequeña del conuco, sino que muchas veces
    se ha convertido en pluma para escribir la
              historia?
    (...)
    Puede ser, no lo niego; pero ahora, entre tanto,
    bailemos un merengue que nunca más se acabe,
    bailemos un merengue hasta la madrugada:
    que un hondo río de llanto tendrá que correr
                        siempre
    para que no se extinga la sonrisa del mundo.
    (...)
    bailemos un merengue de espaldas a la sombra
    (...)".

Las incertidumbres se resuelven en maniobra lúdica: bailar un merengue. El baile funde naturaleza y hacer humano; representa la sabiduría del cuerpo, la espiral de la sangre recuperando las intuidas promesas, el abanico de posibilidades. El baile es conversión y comunión.


El viento frío: René del Risco Bermúdez

En la madrugada del 20 de diciembre de 1972, el vehículo conducido por René del Risco Bermúdez choca contra un árbol, próximo al mar. El poeta pierde la vida. ¿Accidente o suicidio? No hay que irrespetarlo especulando en esta zona insondable. Para entonces cuenta con 42 años, caracterizados por la unidad de pasión política y vocación literaria. Ha conocido el exilio y la cárcel.

El auge libertario de los primeros años de la década del sesenta tuvo su cima en la derrota de los residuos de la dictadura, la elección de un gobierno constitucional y, luego, la lucha por reponer este gobierno, derrocado. La ocupación del país por marines de EUA, la guerra, las ideas socialistas, el presentimiento de libertad, hicieron de la mitad de la década una zona candente, polarizada en extremo.

En el libro El viento frío, aparecido en 1967, René del Risco revela el sentimiento de la juventud que se había batido con todos sus recursos. Es un libro emblemático en este sentido; la vida y la muerte se tocan, remeciendo sus versos.

Él, con otros escritores, había fundado el grupo El Puño durante la guerra de abril de 1965. Se le estima como uno de los más altos poetas de las promociones literarias y artísticas que asumieron la fusión de arte y responsabilidad política. Este hombre de corazón caleidoscópico ha pasado por demasiadas batallas. Y su sentir luce inconmovible.

La temible evidencia de que la perentoriedad del vivir pospone luchas, al tiempo que genera nuevas demarcaciones y estrategias que desarman las grandilocuencia de la pasión ideológica, e incluso, el decoro camaraderil. El cómplice de ideas se torna indiferente o emigra. La lumbre que debía relucir en la historia se percibe débil, vacilante. Poco a poco, la proyección de novedad devela una holografía de polvo. Hay que vivir a toda costa.

Son treguas en las que se pacta con el bochorno del desastre, aunque el vivir en paz sea lujo pasajero. Algunos se acogen únicamente para no evitar la metamorfosis que los convertiría en monstruos semejantes a los que combaten. Es el viento frío del que nos habla René del Risco.

    "Ahora estamos frente a otro tiempo
    del que no podemos salir hacia atrás,
    estamos frente a las voces y las risas,
    alguien alza en sus brazos a un niño,
    otros hay que destapan botellas
    buscan entretenidamente alguna dirección,
    una calle, una casa pintada de verde
    con balcones hacia el mar...
    Debo buscar a los demás,
    a la muchacha que cruza la ciudad
    con extraños perfumes en los labios,
    al hombre que hace vasijas de metal,
    a los que van amargamente alegres a las fiestas.
    Debo saludar a los camaradas indiferentes
    y a los que viajan hacia otra parte del mundo,
    porque todo ha cambiado de repente
    y se ha extinguido la pequeña llama
    que un instante nos azotó,
    (...)
    Ahora se acaban aquellas palabras,
    se harán ceniza del corazón,
    se quedarán para uno mismo...
    Es hermoso ahora besar la espalda de la esposa,
    la muchacha vistiéndose en un edificio cercano,
    el viento frío que acerca su hocico suave
    a las paredes,
    que toca la nariz, que entra en nosotros
    y sigue lentamente por la calle,
    por toda la ciudad...

Estas voces de la poesía dominicana se han movido en las zonas de descarga de sus respectivos tiempos. En sus escritos la palabra excede límites para ensanchar la comprensión. Ellas nos han prestado sus observatorios, telar de sentires en infinitas proximidades. Territorio de ecos y correspondencias en el ámbito de nuestra cultura.


Notas

  1. Tomado del poema de Manuel del Cabral, definiendo la poesía: Agua tan pura que casi / no se ve en el vaso de agua / del otro lado está el mundo / De este lado, casi nada... / Un agua pura, tan limpia / que da trabajo mirarla. Regresar.

  2. Manuel Rueda. Dos siglos de literatura dominicana. Poesía. Colección Sesquicentenario de la Independencia Nacional. Volumen X. Santo Domingo, 1996. SEEBAC y la Comisión de Celebración. Pág. 517. Regresar.

  3. Aludimos a una idea de Octavio Paz en Tiempo nublado, partiendo de la visión de los mayas sobre la cuenta corta y la cuenta larga de la historia. El poeta que nos ocupa quizá era un súbdito de la política del terror, en la cuenta corta; sin embargo, en la cuenta larga su aporte subvierte el patrón cultural recurrente en Trujillo y, luego, en Balaguer: negar o despreciar nuestro legado africano. Manuel Rueda. Dos siglos de literatura dominicana. Colección Sesquicentenario de la Independencia Nacional. Volumen X. Tomo II, Poesía. Santo Domingo. 1996, pág. 45. Regresar.

  4. Freddy Gatón Arce. Citado en Manifiestos literarios de la República Dominicana. Andrés L. Mateo. Cuadernos de Estudios 1. Biblioteca Nacional, Santo Domingo, 1984, pág. 44. Regresar.


       

Indice de esta edición

Letralia, Tierra de Letras, es una producción de JGJ Binaria.
Todos los derechos reservados. ©1996, 1998. Cagua, estado Aragua, Venezuela
Página anterior Próxima página Página principal de Letralia Nuestra dirección de correo electrónico Portada de esta edición Editorial Noticias culturales del ámbito hispanoamericano Literatura en Internet Artículos y reportajes Letras de la Tierra de Letras, nuestra sección de creación El buzón de la Tierra de Letras