Letralia, Tierra de Letras Año VIII • Nº 95
7 de julio de 2003
Cagua, Venezuela

Depósito Legal:
pp199602AR26
ISSN: 1856-7983

La revista de los escritores hispanoamericanos en Internet
Letras
Amsterdam (extractos)
Carlos Barbarito

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¿Y si el idioma perdiese de pronto su misterio,
fuese de borde a borde conocido?
Entonces, ¿qué uniría, derecho e invisible,
al fuego con la chispa, qué
agua acogería, en la superficie,
los sucesivos reflejos de la mañana?
¿Habría chispa, fuego, agua,
un remo, apenas, rozando el fondo,
apenas una humedad en los muros más viejos?
¿Quedarían siquiera un pie en mar oscuro sumergido,
un edredón, una máscara?


      (a W.S.)

Irá la sangre al fracaso
y la muerte será, ¿alguna vez no lo fue?,
madre y padre de la belleza.


Animal del óxido, inconcluso, tardío,
bajo una lámpara apagada
y otra a medias encendida.
Criatura rota, apartada de toda necesidad,
de todo cálculo y alfabeto.


No es cuerpo, sombra, ante
la desembocadura, el amplio estuario
que da a la noche. No
está entero, roto, en el centro,
a ambos lados, justo
a la salida de la infancia, cuando más duele.
No reza, muerde, arranca
pedazos de mundo, de algún remoto dios
que habita, entre ratas, los albañales.
No duerme, vela, se muerde la lengua
para no dormir, no llora,
llora antes de quedarse ciego,
de perder una pierna bajo la tormenta,
picado por insectos y pájaros,
entre trapos de adiós y muebles
desvencijados,
inútiles.


No te toques
                —le dijeron;
cae cal del cielo,
cae arena que no dura.
Hay algo ahí adentro.
Hay piedra que rueda,
mar con aguaviva,
sólida luz contra las horas.
Es espeso, ácido, turbio
y angélico, único y diverso.
Cae pez que no envejece,
pulpa que no muere,
hilos atados a hilos
que luego suben, otra vez,
a reunirse y hacerse madeja.
Pero no te toques
                       —le dijeron.


      (Amsterdam, a Mirta Kupferminc)

      ...hijos de un alma tímida
      que la tristeza arroja al delirio.
      Spinoza, Tratado teológico-político.

Y ahora todo sucede,
afección de una sustancia
menos densa que la noche
y más espesa que el agua.
A través de un juego de lentes
—que otros llaman dios—,
un eco reverbera de muro en muro
bajo la lluvia.
Y ahora nada sucede,
rotura, emigración, extravío,
piedra que al ser frotada
no produce chispa.
No hay agua que bebida
traiga sueños, visiones.
No hay materia que,
imantada o perforada, revele su secreto.
Alguien, un instante antes de morir,
siente que la vida
no es sino una variante menor
de la fuerza que pudre los frutos
y arrastra las hojas secas.


No importa en qué idioma se escriba.
Toda lengua es extranjera, incomprensible.
Toda palabra, apenas pronunciada,
huye lejos, adonde nada ni nadie puede alcanzarla.
No importa cuánto se sepa.
Nadie sabe leer.
Nadie sabe qué es un relámpago
y menos cuando se refleja
en el pulido metal de un cuchillo.
Ahora la noche parece un mar.
Por ese mar remamos,
dispersos, en silencio.


      (A Jorge García Sabal)

Arde la materia, no nos salva,
arde — astillas, filos,
bujías — no
nos salva. No nos cubre
de la lluvia, no
nos quita del camino
cuando vienen las bestias
—arde, echa humor, olor,
otros dicen dios, otros se callan—
No importa que esté yo vivo.
No importa que estés muerto.
No —astillas, filos, bujías—

nada.

      (14 de mayo, noche)


¿Y por qué llorar a los muertos?
¿Por qué soñar y despertar y volver a soñar?
¿Cómo obtener abrigo
mientras el día queda siempre del otro lado,
las ramas se amontonan en un rincón del patio?
Enciende un fuego bajo un cielo que huye.
Arma una pasión con hojas, cáscaras, palos.
Solo, entre pequeñas bestias que amamantan
y maduran para la gravedad y no para el vuelo.
¿Una piedra puede florecer? ¿Qué espera,
entonces, qué hace allí, sucio, desnudo?
De lado a lado, ventanas apenas iluminadas,
detrás, una marca, la vejez, la costumbre.


¿Cómo es ahora el mar? ¿Y
el salto del delfín? ¿Y el niño afiebrado,
el miedo a las arañas, la carcoma,
la piel de la culebra, la mujer desnuda
frente a la mujer vestida que la contempla?


Mi perro apoya su cabeza en mi rodilla.
Esta mañana otro perro lo mordió y aún,
luego de horas, siente miedo.
Afuera el mundo empuja a las criaturas
hacia nidos, camas, agujeros, albañales.


       

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