Noticias Colombia en España. La semana colombiana en Madrid incluyó varios elementos de interés, como el cuento inédito que Gabriel García Márquez leyó a la audiencia. Muere José Agustín Goytisolo. La muerte de uno de los poetas más representativos de España genera una ola de conjeturas sobre los motivos de su deceso. Hierro y Montero premios de la Crítica en poesía y narrativa. José Hierro e Isaac Montero ganaron los galardones con Cuaderno de Nueva York y Ladrón de lunas, respectivamente. Neruda superstar. Varios artistas populares de España y América, como Alejandro Sanz, Miguel Bosé y Milton Nascimento, recitan poemas de Pablo Neruda en un disco. Cómo ver al coronel garciamarquiano. El filme El coronel no tiene quien le escriba, de Arturo Ripstein, ha sido admitido en la sección oficial de Cannes.
Paso de río
Llegue salvo a la otra orilla o déjese arrastrar por la corriente. Anuncios breves de la Tierra de Letras.
Literatura en Internet La página de Lewis Carroll. El diario costarricense El Expreso publica una edición electrónica de Alicia en el País de las Maravillas, con el texto íntegro, los dibujos originales y completamente en castellano.
Artículos y reportajes Se fue el último de los amorosos. La poesía llora la muerte de Jaime Sabines, uno de sus exponentes más destacados de este siglo. Las tres bombas de Paul Virilio. La escritora argentina Luisa Futoransky realiza una entrevista a este filósofo de la modernidad: "Paremos de idealizar y de mitificar los objetos técnicos". Las sillas de Bioy Casares. Una nueva entrega de Etimología de la vida cotidiana, del periodista argentino Samuel Wolpin.
Voy a cortarme las uñas. Soñé que miraba mis manos estúpidas sobre el
apoyabrazos de un sillón. Vi uñas largas, prolijamente pintadas. Era un
rojo oscuro y brillante. Luego fue tu espalda desnuda, mis manos se
acercaban y mis uñas te rozaban desde la nuca hasta la cintura, era un
movimiento lento y vertical. Las he visto descender dos, tres y cuatro
veces, eran mis manos, con uñas larguísimas, mis manos y tu espalda. Pero
te diste vuelta y detrás tuyo, delante tuyo, había una mujer hermosa que te
acariciaba, hacía dibujos con sus dedos en tu pecho. Al día siguiente la vi
desde el jardín, sonreía con un gesto payasesco, sin mostrar los dientes,
sus ojos no se achicaban. Delante tuyo hacía dibujos en tu pecho. Después,
uniendo los dedos estiraba suavemente el vello, me pareció que entornabas
los ojos. Te acariciaba y me acariciaba, sus manos parecían mis manos,
tenía perfectísimas uñas largas, rojas, mientras que las mías aparecían
cortas, sin esmalte. Fue un segundo. Luego mis manos cambiaron y las suyas
eran las mías, las que había visto antes, sobre tu espalda y emergiendo
desde mi cuerpo y mis ganas de tocarte. Nos besabas a las dos. Sus uñas te
hacían cosquillas en las piernas. Y también a mí. Luego todo se diluyó.
Aparecimos en el baño, frente al espejo, los tres, y mi rostro ocupó toda
la imagen, me miré a los ojos, puse las manos sobre mis mejillas, las uñas
relucían fantásticas, pintadas y alargándose a medida que me detenía en
ellas. Tuve una sensación de tranquilidad, apoyé las yemas de mis dedos
contra las mejillas y jugué con otras facciones. Era una pintura extraña y
atrapante pero sólo duró segundos y hundí esas frutillas inmensas. Entonces
comprobé que la sangre era de otro tono, un rojo más intenso y descarado,
cayeron las gotas entre los dedos y el cuello tenía gruesos hilos que
descendían vigorosamente y las mejillas trazos salvajes que, pensaba, eran
imborrables. Me parece que en ese instante sonó el trueno y, segundos
después, la lluvia torrencial que quebró las flores del cantero, fue la
lluvia, algunas flores quedaron sucias de tierra pero sin quebrarse.
También pensé en buscarte fuera del espejo y ya no estabas en el baño, ni
la mujer. Al salir no los encontré, vi las ramas del aromo junto a la
ventana del livin, estaba descalza, sentí el agua fría. También se diluyó
ese instante. Pero la noche siguiente comenzó otro sueño en el que veía las
estúpidas manos con uñas larguísimas, tan bien esmaltadas, tan
impertinentes, y me decía que tenía que cortarlas y te buscaba para que
vieras esas uñas espantosas y tampoco te encontraba. Sólo repetía mientras
revisaba la casa: voy a cortarme las uñas, voy a cortarme las uñas, voy a
cortarme las uñas, porque también en ese momento oía la voz de mi madre
diciendo que deje de comerme las uñas, la voz se hizo imagen, ella se
acercaba, sonreía, se acercaba hasta donde yo estaba parada y me hundía los
dedos en un líquido rosado y amargo. No estabas, recuerdo que giré la
cabeza porque necesitaba verte o presentir que a lo mejor en la cocina o en
el baño. Tal vez estarías entrando pero yo no te veía, andarías detrás de
los pinos. Mientras tanto, o quizá unos segundos después, yo repetía voy a
cortarme las uñas, se lo decía a mi madre. Pero después miré mis manos, las
miré detenida en el extremo de cada dedo, sentí frío, volví a ver aquellas
uñas larguísimas, rojas, tan asquerosamente pintadas, mis manos habían
envejecido y mi madre ya no estaba pero vos tampoco. Me sentí acorralada y
en la desesperación las manos apretaban mis muslos con furia. Grité tu
nombre, la sensación de que estabas en la casa, o detrás de los árboles,
volvió a invadirme. Quieta, vi cómo algo se detuvo pero no eran mis manos,
sé que estaba parada cerca de la chimenea, porque pisé ceniza fría y
algunos restos apagados de cascote, aunque había otros muebles y unas
revistas de moda que no eran mías, que jamás leí, que ni siquiera conozco.
Las manos apretaban mis muslos con furia. Tal vez hubo una fusión entre las
dos quietudes, las dos soledades, porque sé que no se agitó mi cuerpo, no
me moví de ese lugar, tampoco en la cama. Sólo las manos que apretaban con
furia estos muslos como si no fueran míos. Las estúpidas me arañaron
mientras dormía y ahora, con las piernas lastimadas en trazos salvajes, no
podré, sé que no podré salir, ni seguir, ni volver, ni continuar, ni
esmaltes, ni limas, ni médico, ni mamá, ni fortalecer, ni un sueño, ni
rojo, ni brillante, ni rosa, ni morado, ni mejillas, ni ardor, ni sangre,
ni alcohol, ni heridas, ni vendajes. Ni llamarte. Porque no sé dónde estás,
dónde te llevó, porque su furia le dio la fuerza para llevar tu cuerpo a
pesar de la tormenta y después de haber apretado el pañuelo floreado y tu
caída brutal contra el borde de ladrillos de la chimenea, tu cara blanca,
los ojos desorbitados, cuando aún ardía leña y creo que algunas esquirlas
quemaron sus bellas piernas, pero ella tenía botas, botas negras, y hundía
sus uñas rojas en tus axilas y yo vi que brotaba sangre, tu vello se
ensuciaba y después vi mis piernas lastimadas.