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Detrás de los pinos

María Neder

Voy a cortarme las uñas. Soñé que miraba mis manos estúpidas sobre el apoyabrazos de un sillón. Vi uñas largas, prolijamente pintadas. Era un rojo oscuro y brillante. Luego fue tu espalda desnuda, mis manos se acercaban y mis uñas te rozaban desde la nuca hasta la cintura, era un movimiento lento y vertical. Las he visto descender dos, tres y cuatro veces, eran mis manos, con uñas larguísimas, mis manos y tu espalda. Pero te diste vuelta y detrás tuyo, delante tuyo, había una mujer hermosa que te acariciaba, hacía dibujos con sus dedos en tu pecho. Al día siguiente la vi desde el jardín, sonreía con un gesto payasesco, sin mostrar los dientes, sus ojos no se achicaban. Delante tuyo hacía dibujos en tu pecho. Después, uniendo los dedos estiraba suavemente el vello, me pareció que entornabas los ojos. Te acariciaba y me acariciaba, sus manos parecían mis manos, tenía perfectísimas uñas largas, rojas, mientras que las mías aparecían cortas, sin esmalte. Fue un segundo. Luego mis manos cambiaron y las suyas eran las mías, las que había visto antes, sobre tu espalda y emergiendo desde mi cuerpo y mis ganas de tocarte. Nos besabas a las dos. Sus uñas te hacían cosquillas en las piernas. Y también a mí. Luego todo se diluyó. Aparecimos en el baño, frente al espejo, los tres, y mi rostro ocupó toda la imagen, me miré a los ojos, puse las manos sobre mis mejillas, las uñas relucían fantásticas, pintadas y alargándose a medida que me detenía en ellas. Tuve una sensación de tranquilidad, apoyé las yemas de mis dedos contra las mejillas y jugué con otras facciones. Era una pintura extraña y atrapante pero sólo duró segundos y hundí esas frutillas inmensas. Entonces comprobé que la sangre era de otro tono, un rojo más intenso y descarado, cayeron las gotas entre los dedos y el cuello tenía gruesos hilos que descendían vigorosamente y las mejillas trazos salvajes que, pensaba, eran imborrables. Me parece que en ese instante sonó el trueno y, segundos después, la lluvia torrencial que quebró las flores del cantero, fue la lluvia, algunas flores quedaron sucias de tierra pero sin quebrarse. También pensé en buscarte fuera del espejo y ya no estabas en el baño, ni la mujer. Al salir no los encontré, vi las ramas del aromo junto a la ventana del livin, estaba descalza, sentí el agua fría. También se diluyó ese instante. Pero la noche siguiente comenzó otro sueño en el que veía las estúpidas manos con uñas larguísimas, tan bien esmaltadas, tan impertinentes, y me decía que tenía que cortarlas y te buscaba para que vieras esas uñas espantosas y tampoco te encontraba. Sólo repetía mientras revisaba la casa: voy a cortarme las uñas, voy a cortarme las uñas, voy a cortarme las uñas, porque también en ese momento oía la voz de mi madre diciendo que deje de comerme las uñas, la voz se hizo imagen, ella se acercaba, sonreía, se acercaba hasta donde yo estaba parada y me hundía los dedos en un líquido rosado y amargo. No estabas, recuerdo que giré la cabeza porque necesitaba verte o presentir que a lo mejor en la cocina o en el baño. Tal vez estarías entrando pero yo no te veía, andarías detrás de los pinos. Mientras tanto, o quizá unos segundos después, yo repetía voy a cortarme las uñas, se lo decía a mi madre. Pero después miré mis manos, las miré detenida en el extremo de cada dedo, sentí frío, volví a ver aquellas uñas larguísimas, rojas, tan asquerosamente pintadas, mis manos habían envejecido y mi madre ya no estaba pero vos tampoco. Me sentí acorralada y en la desesperación las manos apretaban mis muslos con furia. Grité tu nombre, la sensación de que estabas en la casa, o detrás de los árboles, volvió a invadirme. Quieta, vi cómo algo se detuvo pero no eran mis manos, sé que estaba parada cerca de la chimenea, porque pisé ceniza fría y algunos restos apagados de cascote, aunque había otros muebles y unas revistas de moda que no eran mías, que jamás leí, que ni siquiera conozco. Las manos apretaban mis muslos con furia. Tal vez hubo una fusión entre las dos quietudes, las dos soledades, porque sé que no se agitó mi cuerpo, no me moví de ese lugar, tampoco en la cama. Sólo las manos que apretaban con furia estos muslos como si no fueran míos. Las estúpidas me arañaron mientras dormía y ahora, con las piernas lastimadas en trazos salvajes, no podré, sé que no podré salir, ni seguir, ni volver, ni continuar, ni esmaltes, ni limas, ni médico, ni mamá, ni fortalecer, ni un sueño, ni rojo, ni brillante, ni rosa, ni morado, ni mejillas, ni ardor, ni sangre, ni alcohol, ni heridas, ni vendajes. Ni llamarte. Porque no sé dónde estás, dónde te llevó, porque su furia le dio la fuerza para llevar tu cuerpo a pesar de la tormenta y después de haber apretado el pañuelo floreado y tu caída brutal contra el borde de ladrillos de la chimenea, tu cara blanca, los ojos desorbitados, cuando aún ardía leña y creo que algunas esquirlas quemaron sus bellas piernas, pero ella tenía botas, botas negras, y hundía sus uñas rojas en tus axilas y yo vi que brotaba sangre, tu vello se ensuciaba y después vi mis piernas lastimadas.


       

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