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Las palabras

Viviana Ditry

El niño corre a las gaviotas por la playa. Se levanta un estruendo de alas a su paso.

El sol hace un fuego naranja y azul sobre el mar. Sin haberse cansado, el niño se sienta de frente al sol y mira el agua que parece dormida. Espera la aparición de una ballena o un delfín.

Tal vez algún tiburón pueda acercarse a la orilla. Aguarda pacientemente unos minutos pero ninguna aleta interrumpe la lenta y monótona ondulación de la superficie brillante.

Sin haberse aburrido, el niño junta caracoles y piedras coloreadas y las guarda en el bolsillo, mezclados con la arena húmeda. Acecha a los cangrejos que a cada rato sacan los ojos entre la blanda y fina capa y lo observan atentos. Se esfuerza un poco y consigue que caminen con esa notable celeridad lateral que los hace tan divertidos.

Vuelve a sentarse luego y continúa esperando algún pez distraído.

"Falta mucho para ir a casa", piensa. Sabe que debe regresar cuando el sol, enrojecido como una manzana enorme, toca, allá lejos, las aguas azules, que en ese momento se hacen rojas.

Piensa "casa" y ve su casa aunque no la recuerda. Pasa revista a los juguetes en el cuarto; va a la cucha de Choki y le controla su lata de agua, pidiéndole que se porte bien hasta que él regrese; se cruza con su madre en la cocina, le roba un pan caliente y entusiasmado corre al parque.

"Todavía ningún pez. ¿Dónde están escondidas las ballenas? ¿y los delfines?".

El niño hunde un dedo en la arena y excava un pequeño agujero. Trae pedazos de mar que se le escurren de las manos y los vuelca sin prisa allí dentro. Contempla interesado cómo la arena se los bebe de un trago. "Tiene sed", dice, "como cuando yo me como un chocolate". Repite varias veces la misma operación y al concluir que es suficiente, busca de nuevo a las gaviotas y las persigue, acecha a los cangrejos y recoge mas piedras. Se moja bien los pies, las piernas, el pantalón que le cubre apenas los muslos. Le agrada eso pero no se ríe. Es que no se le ocurre que mojarse la ropa le dé risa.

Mientras espera otra vez a las ballenas piensa en el hombre que conoce y acostumbra a decir la palabra "feliz". Él piensa entonces "feliz" y no ve nada raro. Sólo el mar, el sol, la arena sedienta, las gaviotas. ¿Qué verá el hombre cuando dice "feliz"? Tal vez lo mismo. Tiene que preguntarle. Un pececito rojo le cosquillea el pie sumergido en el mar hasta el tobillo. Corre tras él, trata de atraparlo y no puede; se le pierde la espuma.

Allí advierte que el sol está cerca de la línea distante que le marca el retorno y, sacudiéndose como un perro, empieza a caminar hacia los médanos. Detrás de ellos se encuentra su casa.

De tanto en tanto se detiene y mira la marca de los pies en el suelo. Mientras anda, piensa en un hombre que conoce y que repite con frecuencia la palabra "triste". Él dice "triste" y no ve nada. Sólo los médanos y las huellas de sus pies detrás de sí. ¿Qué verá el hombre cuando dice "triste"? Tal vez lo mismo. Tiene que preguntarle.

Un poco más adelante, al pie de uno de los médanos, encuentra dos cañas cruzadas y las recoge. Es como la cruz del campanario de la iglesia. Las observa un rato y al mismo tiempo piensa en el padre que hace la misa. A este hombre le gusta decir "Dios" muchas, muchas veces. Él piensa "Dios" y no ve nada raro. La arena, las cañas en sus manos, las marcas de sus pasos, el mar, el sol que toca casi el agua. ¿Qué verá el padre cuando dice "Dios"?, se pregunta. Tal vez lo mismo. Tiene que preguntarle.

El niño comienza a bajar del médano, tirando los hombros hacia atrás y girando los brazos que agitan las cañas. De pronto, ve algo diferente. Algo que nunca ha visto. Se detiene y observa. A unos metros de allí hay un hombre y una mujer.

Ha visto muchos hombres y muchas mujeres, pero estos están haciendo algo que jamás vio hacer. Se acerca un poco para mirar mejor. Los dos están desnudos, como cuando él se va a bañar; acostados como cuando él se va a dormir. Se abrazan y se besan, como cuando sus padres se abrazan y se besan a veces. Sin embargo, es diferente. Le parece que es como cuando él hace un pocito en la arena y vuelca trozos de mar allí y la arena se los bebe como si tuviera sed.

El niño se acerca unos pasos más para mirar mejor. Ve que el hombre acaricia la cabeza de la mujer como su mamá le hace a él para decirle que lo quiere sin decirle nada. Sin embargo, es distinto. "Como una sed", piensa. La mujer se ríe despacito y la risa de ella parece como el piar de un gorrión en un árbol.

Ahora el hombre y la mujer se agitan como cuando él tuvo fiebre una vez, aunque es diferente. Les oye sonidos que nunca antes oyó; como los ruidos de una selva llena de animales que vio un día en una película: elefantes y tigres y leones y monos y pájaros. Pero los oye suavecito al principio, como si los animales estuvieran muy lejos, y después, como si se fueran acercando a donde él está. Y le parece que es como si todos estos animales tuvieran sed y quisieran tomarse todo el mar de un sorbo.

Y le parece que el hombre y la mujer bailan sobre la arena un baile desconocido. Y le agrada ver ese baile. Aunque no se ríe. Porque no se le ocurre la risa al verlos bailar.

Y cuando la selva estalla en un único sonido que nunca antes había oído, el niño siente algo de lo más extraordinario, que nunca sintió antes: un calor, un calor extraño debajo del pantalón mojado por el agua de mar. Y le agrada ese calor. Entonces la mujer dice "¡Dios mío!" con una voz de gorrión que le gusta oír. Y el hombre dice en seguida "Soy feliz" con una voz que suena como las olas cuando hay viento. Luego, el niño escucha al hombre decir "Vamos".

Y se levantan y se visten.

Y mientras se abrocha la blusa, la mujer dice "Estoy triste". Y el hombre le contesta: "También yo, pero se hace tarde".

El niño se acerca a ellos y simplemente les pregunta "¿Cómo se llama eso?".

La mujer se ríe como una campana y el hombre, acariciándole la cabeza le contesta "Amor".

En ese momento, el niño se siente increíblemente extraño. Sus cinco años son de pronto cinco siglos. Todo se le hace claro y mientras camina hacia su casa piensa que ahora ya sabe un montón de cosas que antes no sabía. No tendrá que preguntar nada.

Ahora sabe qué ve el hombre que conoce cuando dice "feliz"; y el otro cuando dice "triste"; y el padre cuando dice "Dios". Y sabe aun lo que no se había preguntado.

El mar, los cangrejos, las gaviotas, la arena sedienta, los caracoles y las piedras, el sol, los sonidos de la selva, el hombre y la mujer que bailan, las cañas, las huellas de sus pasos en los médanos, feliz, triste, Dios, su casa, todo eso junto es lo que ve el hombre cuando dice "Amor". Cuando llegó, la madre lo esperaba en la puerta. Casi estaba oscuro. El niño no le contó su hallazgo porque supuso que, desde luego, ella debía haberlo descubierto hacía ya mucho tiempo.


       

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