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José Asunción Silva, un diplomático en Caracas En 1996 se cumplieron cien años de la última noche de un hombre amante de las sombras, del olor de las cosas viejas y las "músicas" aladas. José Asunción Silva, poeta por vocación, comerciante de profesión y diplomático de ocasión, a quien la historia no tiene derecho de juzgar porque, como dijo otro escritor, "el suicidio es el riesgo profesional del poeta", aunque exista la versión del asesinato, menos romántica pero nunca descartable. En este breve texto haremos referencia al período en que Silva se constituyó como diplomático. Puede tomarse como el homenaje que desde nuestra carrera se rinde a quien no sólo sirvió al Estado colombiano como funcionario sino, ante todo, como creador literario. El barrio de la Candelaria, en Bogotá, parece un espacio robado al tiempo, con calles estrechas que conservan nombres largos y significativos donde la modernidad circula con dificultad. Allí está la actual sede del Ministerio de Relaciones Exteriores, otrora casona que albergó los amores de Simón Bolívar y Manuelita. Al caminar por esta casa de altos techos y tapetes rojos se siente crujir la historia bajo las pisadas y se piensa que hace cien años, a pocos metros de allí, un joven barbudo se quitaba el peso de su corta e incomprensible vida, el mismo que había visto naufragar el amor, la fortuna y sus mejores páginas literarias. A finales del siglo XIX, Colombia avanzaba con paso lento hacia la modernidad y se vivía un clima de conflicto político que desembocó en el triunfo de la llamada "Regeneración", coalición de liberales independientes y conservadores que, bajo la guía de Rafael Núñez y Miguel Antonio Caro, organizó una nueva constitución basada en el centralismo y la influencia eclesiástica. Sin embargo, este reordenamiento no acalló a quienes consideraban que el régimen era autoritario y dedicado a la persecución de los opositores, estos críticos fueron los liberales radicales y sus diferencias con los nacionalistas originaron las guerras civiles que saludaron el inicio del siglo XX en nuestro país. En 1894 gobernaba Miguel Antonio Caro, vicepresidente que asumió el poder ante la renuncia de Núñez. Caro no ocultaba su interés en convencer a José Asunción Silva para que ingresara al cuerpo diplomático. Hace cien años no existía la carrera diplomática, era una actividad que como muchas otras se desarrollaba de manera empírica con actuaciones individuales descollantes o mediocres. Los cargos públicos eran monopolio de una clase, la tradicional oligarquía, fundamentada en la propiedad rural, y ocasionalmente eran nombrados miembros de la naciente y pujante burguesía comercial como el joven Silva. El poeta, gracias a sus probados méritos como escritor, era una figura reconocida de la sociedad bogotana, y pese a su vinculación efímera con el partido liberal radical, gozaba de prestigio ante el gobierno nacional. Políticamente no tuvo una inclinación, aunque profesó admiración por el general Rafael Uribe Uribe y, como se aprecia en el poema "Al pie de la estatua", era un convencido de las ideas bolivarianas. Aunque su situación política no era fácil por su vinculación con los radicales, la económica era más difícil y se le brindaba la oportunidad de conocer nuevas tierras, menos provincianas y pacatas que esa aldea grande llamada Bogotá. Así que, venciendo escrúpulos, Silva decide aceptar la Secretaría de la Legación colombiana en Venezuela, nombramiento que el vicepresidente Caro y el ministro de Relaciones Exteriores, Marco Fidel Suárez, firmaron según el decreto 464 de 1894. El 12 de agosto abordaba el tren para Honda y el 20 de agosto arribó a Cartagena, en donde fue recibido con elogios y festejos, allí visitó al presidente Núñez quien redactó una carta recomendando a Silva y dirigida al general José del Carmen Villa, la que a la postre no surtiría gran efecto porque, como describe Enrique Santos Molano, "Villa y Silva coincidieron en la antipatía más cordial".
De acuerdo con la investigación de Santos, la labor de Silva como funcionario fue abrumadora. Ante la ineficiencia e incapacidad del ministro plenipotenciario Villa, el secretario Silva despachaba los asuntos de la legación de 8:00 am a 5:00 pm. Entre sus gestiones se destaca la solicitud al gobernador de Santander con el fin de prolongar la línea telegráfica en Colombia hasta encontrarse con la de San Antonio en Venezuela, lo que comunicaría telegráficamente a Bogotá con Caracas. Sin embargo, las tensas —por no decir desagradables— relaciones con su inmediato superior contribuyeron a que Silva decidiera regresar a Bogotá, aparentemente por un corto período de vacaciones, pasando por la dolorosa experiencia de ver hundir el vapor Amérique que lo traía de regreso y que se llevó parte de su obra literaria. Luego del naufragio del Amérique, Silva visitó en Cartagena al jefe rebelde Uribe Uribe, detenido en esa ciudad, a quien le prometió que gestionaría en Bogotá su libertad o su traslado a la capital. De regreso en Bogotá, a Silva no parecía interesarle reintegrarse a su empleo de secretario en la Legación de Colombia en Caracas. Dos ocupaciones lo colmaban: la reconstrucción de la novela Amor, que junto con sus Cuentos negros había desaparecido, y la experimentación de una fórmula química para colorear piedras. Santos Molano dice que esta era la época en que Silva entraba y salía del palacio presidencial como de su casa (p. 811). El 20 de diciembre se le concedió la patente de invención número 705, según la cual podía fabricar, usar y vender "piedra coloreada, mármol artificial y granito artificial preparados por el procedimiento de su invención, por el término de veinte años". Al parecer Silva tuvo inconvenientes políticos por su designación diplomática, ya que aunque no era radical convencido, los miembros de aquel partido lo acusaban de haberse vendido a la Regeneración por un puesto. Esta actitud hostil se intensificó luego de componer el poema en homenaje al Libertador por encargo del embajador de Venezuela, doctor y general Marco Antonio Silva Gandolphi, aunque al poeta no le gustaba escribir por encargo. Uno de los apartes del poema dice:
en que, unido a los vítores triunfales, vibró en su oído el son de las cadenas, que rompió, de los tiempos coloniales: cántalo en las derrotas". Se diría que García Márquez recogió la invitación en El general en su laberinto. Ante las enemistades que potencialmente eran peligrosas y ya que no podía regresar a Caracas pues había roto con el general José del Carmen Villa, a quien "remedaba" y era objeto de sus burlas, Caro decide nombrarlo como cónsul general de Colombia en Guatemala, según el decreto número 519 del 8 de noviembre de 1895, con una asignación mensual de 200 pesos. La muerte, aceptada por muchos como suicidio y denunciada por otros como asesinato, le impidió tomar posesión del que sería el segundo cargo de un diplomático colombiano que estuvo durante breve pero provechoso tiempo en Caracas. Se dice que Silva se hizo pintar sobre la piel el lugar exacto del corazón por parte de un galeno, para no errar su última determinación, si hacemos caso de la leyenda. Era difícil fracasar, teniendo en cuenta que su mano estaba acostumbrada a mantenerse firme cuando disparaba versos sobre el papel.
Santos Molano, Enrique. El corazón del poeta. Nuevo Rumbo Editores. Bogotá, 1992.
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