Partes mínimas
Esteban Moore
(Nota del editor: A continuación presentamos extractos del libro
Partes mínimas, del bonaerense Esteban Moore. Traductor de poetas de
la talla de Charles Bukowski y Allen Ginsberg, Moore fue invitado en 1990 a
la Jack Kerouac School for Disembodied Poetics, en Boulder [EUA] dirigida
por Ginsberg).
Not things but minds
los glaciares en la lejana patagonia impulsan/ el
tamaño —de su acumulado volumen/ recreando
bajo la magnitud de sus formas/ una música de
aguas
Confondant la nuit et le jour
la naturaleza de las ciudades/ que despliegan en
la planicie desolada —sus abanicos circulares/ no
será nunca correspondida/ de la vibración íntima
que irradia del fuego —esta ceniza calcinada
Piedra como tú
esta enlodada piedra de metal/ del tamaño —de una ciruela
del Alto Valle— que comparte con la roca gris y los arbustos
secos/ las arenas de este territorio a tus ojos en la distancia
tendido/ no recuerda sus orígenes —sin embargo cuando tu
boca pronuncia la palabra "meteoro", fulgirá ella de la fosa
profunda de la voz/ constelaciones numerosas
The pebble/ is a perfect creature
ese canto rodado que se desplaza lento en el repetido
ciclo de las aguas/ podrá exponer en la palma de una
mano/ el mudo resplandor de una apariencia/ al tacto
inseguro de tus dedos —una estructura única
Like a thunderbolt he falls
la onda de aire cálido/ que flota el cielo del pequeño
valle/ sostiene al halcón en magnífico planeo de alas
abiertas/ y de él —el ojo atento/ que mide la distancia
que separa la presa elegida de sus garras/ ojo certero
que dirige preciso/ los relámpagos del instinto
All is emptiness
la curvada línea de fuego/ el rastro de este cometa
que —con trazos de luz explosiva, ilumina el oscuro
plano cóncavo del firmamento describe la cadena
encendida de su recorrido/ huella instantánea que
al consumirse elude toda referencia orbital
Del estado más sereno
a un costado de la autopista —miramos la extendida
llanura arada/ el tramado orden mecánico de esos
surcos químicamente limpios de la apretada asfixia
de yuyales y maleza/ en cuya cima las hojas de los
primeros brotes/ traspasan con firmeza la capa —del
blanco rocío escarchado
De manera que de sólo ver
el siseo lejano de las aguas que desciende las altas
cumbres/ despierta a las codornices que con agilidad
y repentina gracia sacuden su plumaje/ aletean en el
nido/ esas aves que no han visto nunca/ del deshielo
la desatada furia de los torrentes/ observan de la luz
el brillo distinto/ reconocen en ella —señales— secretos
designios
Brillante eternidad
el impulso que recorre oscuros canales licuificados/ ardientes
esponjas magmáticas —recibe en la latencia de cada uno de sus
crepúsculos —fluctuantes destellos eléctricos/ voluntad —que el
ojo no podrá percibir, mucho menos cuantificar en el espejado
campo de la memoria/ ese impulso, su refracción digo: ondula
giros centrífugos (derrama la virtud de su latido)
Ciego discurso humano
pudiera —quién/ de esa serpiente que se desliza
sobre la tierra seca/ reluciente en un espejismo
de sol/ evocar trazos —movimientos en el polvo
el contenido ritmo de su vaivén/ los rasguidos
de una piel —desatándose en el aire