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El león, el zorro y las cabras (fábula) En el país de la selva imperaba la ley del más fuerte, por eso en ella reinaba el León. Carente de virtudes morales, huraño y perezoso, basaba su poder en la fuerza de sus poderosos músculos, en sus potentes garras y en sus feroces bramidos. Todo ello le servía para tener el control (cuando tronaba, a todo el mundo hacía estremecer). Por eso el alimento le era vital, no sólo para su cuerpo, sino, básicamente, para sostener su reinado sobre el resto de los mortales de la selva, cosa que cada día se le hacía más difícil, dado que los animales más lúcidos poco a poco iban descubriendo sus mañas y ya no eran presas tan fáciles de caer en sus garras. Así cada vez le iban quedando menos animalitos con que procurarse el sustento, lo cual hacía que fuera nada fácil mantenerse en el trono. Entre esos estaban las cándidas cabras. Un día caminaba por los montes un Zorro hambriento, relamiéndose los bigotes por unas cabras que a unos pasos veía inocentes jugar. Las cabras eran fáciles de capturar, porque eran tontas y tenían un despiste y curiosidad natural, pero se necesitaba fuerza y velocidad para no dejarlas escapar, cualidades que el Zorro, apesadumbrado reconoció, no tenía. En esas tristes cavilaciones se encontraba, cuando a lo lejos divisó al León, que aburrido entre las matas esperaba inútilmente que las cabras se acercasen a una distancia donde él pudiera propinar su zarpazo fatal. El Zorro distinguió su aburrimiento viéndolo contar las moscas que le revoloteaban por la nariz, entonces los ojos se le iluminaron, inspirado tal vez por los silbidos de su panza, se le aguzó la imaginación y puso en marcha su astucia ponderable. Cauteloso se fue acercando al León. —Hola, amigo León... Pobre, ¡qué aburrido se lo ve! —dijo, tratando de que su voz sonara solidaria. —¡Y ya lo ves, estoy aquí desde temprano, esperando que esas cabras estúpidas se acercan hasta aquí! —grunó el León. —Bueno, a mí no me va mejor con ellas... ¡Las tengo cerca pero no tengo la fuerza ni la velocidad que usted tiene..! Por eso, amigo, creo que tengo la solución para el problema de los dos! —dijo el Zorro, mientras se le iba arrimando cauteloso. —¿Solución al problema de los dos? ¿Qué estás diciendo, Zorro estúpido? —espetó con un bramido el León, y ya se encrespó y preparó las garras para propinar un escarmiento al insolente, pero se detuvo, pensó un instante, pensó en su hambre, pensó en el aburrimiento que tenía. ¿Qué pierdo con escuchar a este insensato? —se dijo para dentro—. ¡Bueno, habla, que te escucho! —dijo, mientras cazaba al aire una mosca y se la engullía. —Es fácil, muy fácil, don León —respondió el Zorro, tratando de que su voz sonara convincente. Mire, usted se queda quietito y atento aquí mismo mientras yo me ocupo de llamar la atención de las cabras, y las voy atrayendo hacia usted, y cuando vea que las tiene a su alcance, ¡zas, ahí le da el salto y listo..! ¿Qué le parece la idea? El León pensó un instante y creyó que no perdía nada con intentarlo, y le dijo: —Sólo una cosa más, Zorro, ¿qué pretendes a cambio? —Pero, ¡cómo pregunta eso..! No quiero nada más que lo mismo que usted quiere. ¡Alimento, y el honor de comer de su misma mesa! —muy ufano contestó el Zorro. —¡De acuerdo, trato hecho..! —dijo el León y, con un apretón de garras, formalizaron la alianza. Entonces el Zorro comenzó a desplegar sus habilidades. Se ubicó a una distancia donde pudieran verlo las cabras y ahí mismo empezó a dar saltos el bandido, saltos y más saltos y volteretas al aire, se trepaba hasta un arbolito y se dejaba caer colgando la cabeza a tierra mientras lanzaba su grito chillón, y siguió así hasta llamar la atención de las cabras que curiosas comenzaron a acercarse... Ahí el Zorro arremetió con todo su repertorio, arreció con sus cabriolas mientras calculadamente se acercaba cada vez un poco más a los matorrales donde escondido aguardaba el León. Las cabras inocentes, cada vez más intrigadas, aleladas iban siguiendo los jugueteos del pillo. El León, mientras tanto —sin dar crédito a la astucia que comprobaba tenía su compinche—, tensó sus músculos y concentró su atención al máximo, esperando atento el momento infalible. Cuando tuvo a su alcance una hermosa cabra y supo que no podía fallar, dio el salto y de un zarpazo la cazó y comenzó su faena. Contento el Zorro dio un aullido de victoria y quiso sumarse al festín; el León, con un gruñido que heló la sangre, le tiró un zarpazo que lo dejó quieto. Sólo cuando se hubo saciado a más no poder, le dejó unas sobras miserables que humillado se dispuso a comer. Moraleja: "Cuando las cabras no se distraigan con las piruetas de los Zorros, dejarán de ser el alimento que sostiene el poder de los Leones".
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