(Nota
del editor: entre el 18 y el 21 de agosto de 2003 se realiza en
la Iglesia Evangélica Luterana de Río Piedras, en Puerto Rico, el
simposio La crisis de la demokracia, en el que participan
destacados intelectuales de esa nación. El texto que publicamos a
continuación es la ponencia presentada en ese evento por el poeta Yván
Silén, colaborador de Letralia cuyos trabajos pueden apreciarse en
su página personal, en http://www.geocities.com/soho/village/1948).
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Aunque
ustedes lo duden o no lo sepan, este simposio ha sido el encuentro de la ética
consigo misma y con la política. Esto es así, porque la ética es una
reflexión sobre y de la libertá. Todo lo que se ha dicho en este simposio
está relacionado con la ética política. La ética no puede pretender ser
exclusivamente individual. Tiene que aspirar a ser colectiva. En eso Kant no se
equivocó: lo que deseo para mí lo deseo para los otros. Es precisamente en
esta síntesis en donde se equivocan muchos filósofos, porque cada vez que digo
"libertá" o digo "libre", estoy desembocando indirecta o
directamente a los entornos de la política. Separar la ética de la política
es mutilarla. Separar al sujeto de su responsabilidad social es malograrlo, es
desembocar una vez más a las lacras de la demokracia anónima. Antes de
continuar se nos impone aquí una pregunta fundamental: ¿qué es la ética?
Ésta no es otra cosa que el ejercicio de la libertá. La ética es lo
irrepetible. Ella, al hacerse colectiva, se convierte en la verdadera política
del individuo. Reducir la ética exclusivamente a la individualidad del sujeto,
aislarla, exilarla de lo social, es corromperla y nihilizarla. Al escindir a la
ética, al enfrentarla a la política (el ser humano vs. las instituciones), no
hacemos otra cosa que alienarla. Soy ético, porque soy político. Soy ético,
porque creo que la persona no debe ser violada ni por el racismo, ni por la
demokracia, ni por el miedo, ni por los privilegios de las oligarquías, de los
anexionistas o de los representantes. En esta noche vamos, pues, a discutir
varios acontecimientos que muchas personas padecen y sospechan, pero que muy
pocas se han atrevido a expresar claramente: ¡el enfrentamiento de la libertá
a la demokracia y, como consecuencia, el enfrentamiento de los individuos a la
crisis de la demokracia liberal! Esta crisis de la demokracia invasora nos
permitirá expresar otro gran acontecimiento necesario: ¡la independencia de
Puerto Rico!
Ciento cinco años de invasión norteamericana han permitido la tragedia del
hipnotismo puertorriqueño y han facilitado la crisis de una Latinoamérica
invadida y saboteada por los intereses norteamericanos de la globalización y
por el Fondo Monetario Internacional. Parece ser que ni el bipartidismo ni el
tripartidismo aseguran la libertá individual y política de nadie. Estamos a
merced del Leviatán demokrático de la corrupción y de la explotación humana.
La crisis moral que nos rodea es tan total que nos hemos acercado a la
experiencia política del espanto: los terroristas se han convertido en los
héroes de la "libertad". Al afirmar el cinismo político, la
demokracia ha dejado de creer en sí misma. Se ha convertido en el triunfo
mediocre del maquiavelismo del que son representantes. No estamos diciendo con
esto que las dictaduras sean mejores que la agonía de la demokracia, sino que
los partidos del simulacro, en donde la oligarquía se auspicia a sí misma como
corrupción, se ha convertido en el colador de la lucha de clases. En este tipo
de demokracia liberal la maldad del poder no hace otra cosa que patrocinarse a
sí misma. La demokracia ya no hace otra cosa que fomentar exitosamente su
propia corrupción o el genocidio contra las diferencias.
Podemos decir que los espacios de la "libertad política"
(independentistas, muñocistas o anexionistas) se han agotado con el propósito
de que la inmovilidad del poder, su no a la diferencia, su no a la crítica, no
sean apreciados por la mayoría y los representantes de la inmovilidad, los
traficantes del poder, puedan seguir funcionando exitosamente. El debate se ha
convertido, con la complicidad de algunos periodistas, en el movimiento de la
ilusión de lo político. Nos urge traer, entonces, el escándalo a la Casa del
Señor para señalar que muchos independentistas, debido al furor nihilista y
militarista de la demokracia, han dejado de creer en la independencia. ¡Muchos
independentistas (con su apatía y con su fe en las elecciones fetichistas) se
han hecho responsables de la ilusión de la nada demokrática y de esa maldad
que la demokracia trafica! ¡Muchos independentistas se han convertido en los
apolíticos asalariados de la colonia! Acorralada la demokracia en su propio
lujo, en su triunfalismo, ha intentado ocultar la realidad de su propio
imperialismo. Y los representantes han tratado de convertir al neoliberalismo en
la realización de su propia mercancía. Éstos, los representantes, se han
convertido en los cleptómanos de la "libertad". Por eso tenemos que
desembocar en esta noche a dos conceptos que se han puesto de moda: la
privatización y la globalización. ¿Qué son, entonces, la privatización y el
Tratado de Libre Comercio, sino la venta del patrimonio nacional, con el visto
bueno de los mercachifles, a los intereses extranjeros del capitalismo de
siempre? La privatización es la ideología a través de la cual el capitalismo
se torna escarnecedor. Basta pensar en los gobiernos de Pedro Roselló y de Sila
Calderón para tener una idea clara del simulacro, de la desaparición
internacional de Puerto Rico y de su seudo gobierno. No sólo se está
procurando la destrucción del Estado Nacional, sino que también se está
proponiendo la destrucción económica de Latinoamérica con el único
propósito de entregarla a los Estados Unidos. ¿Por qué los intelectuales no
proponen políticamente la destrucción nacional de los Estados Unidos? Esta es
la crisis y la maldad de la demokracia: su corrupción no sólo acontece como la
inmoralidad de los presidentes de las cámaras anexionistas (pensemos en Misla
Aldarondo, por ejemplo), sino en la hipocresía de su propio proyecto político:
la desaparición de Puerto Rico en la estadidad yanqui. La demokracia ya no es
el marco político de la economía imparcial que pretendió ser, sino que se
presenta como el intento económico de despojar a los otros países del mundo de
su propia soberanía.
Pero como la demokracia necesita justificadores, no ha hecho otra cosa que
moverse ideológicamente hacia el plano del saber sofístico de los postmodernos
que apoyan el concepto de la globalización como neoimperialismo. ¿Qué es
realmente este concepto de la globalización? Esta no es otra cosa que el Reino
del Terror económico que la demokracia realiza como imperialismo. Surgen, pues,
dos preguntas que nos angustian: ¿en qué se ha convertido la demokracia? ¿O
en qué nos ha convertido la demokracia a nosotros? ¿O es, acaso, que los
puertorriqueños nos hemos perdido en el deseo perverso de huir de la libertá
que somos? No voy a contestar esta pregunta, porque cada uno debe contestarla en
su propio corazón. El miedo a la política, el desprecio elitista a lo
político, el aislamiento, la soledad, el racismo, no son otra cosa que el miedo
a lo que somos (esa libertá que nos consume a pesar de la colonia y de los
traficantes de la anexión). ¿Hasta cuándo hemos de repetir la maldad colonial
de los anexionistas? ¿Hasta cuándo vamos a ser esa Casandra vulgar delante de
ti, ¡oh, Puerto Rico!, si durante 105 años se nos ha dicho demokráticamente
que no podemos, que es inútil, que está prohibido desembocar a la república y
a la soberanía?
Nos hemos convertido, como hubiera dicho José de Diego, en la fábrica de
los que estorban: los puertorriqueños como estorbo yanqui. Llevamos 105 años
girando en el círculo dantesco de la muerte: del muñocismo al horror del
anexionismo y del horror de éste al muñocismo. No hemos podido hallar, no
hemos tenido la voluntad de encontrar el hilo del amor de Ariadna. La demokracia
se ha convertido, para refrasear a Nietzsche políticamente, en el mito del
eterno retorno de lo mismo. ¿Qué es lo que está sucediendo entonces? ¿A
dónde hemos arrojado la autoestima? ¿Dónde ha caído Héctor o dónde ha
caído Aquiles? ¿Es que la demokracia se ha convertido en la necedad de
desaparecer en nuestra propia belleza? ¿Deseamos enriquecernos a costa de la
muerte de los inocentes del mundo? ¿Qué nos está horrorizando en este sueño
de la vigilia política? ¿Qué nos espanta? Nuestro silencio nos delata en la
noche del insomnio demokrático. Nuestra "felicidad" nos delata. Y nos
delata por el hecho de habernos convertido en los "felices" de las
migajas norteamericanas. Detrás de nuestra belleza está toda la maldad y todo
el crimen cotidiano que la colonia trafica contra sí misma. Está el despojo de
los pobres, la carne de los pobres, el alma de los pobres. ¿Cómo duermes,
Puerto Rico, ante el crimen de los puertorriqueños despojados y exilados
inmisericordemente?
¿Quién arrojó las bombas atómicas sobre un Japón derrotado? ¿Fue Truman
o fue la demokracia? ¿Quién arrojó las bombas sobre Vietnam? ¿Quién mató,
¡oh, lacayos!, al presidente Kennedy, a su hermano Robert Kennedy, a Martin
Luther King, a Malcolm X, a los líderes de las Panteras Negras? ¿Quién mató
a Lumumba? ¿Quién mató a Pedro Albizu Campos? ¿Cuántas personas han muerto
en Vieques? ¿Cuántos iraquíes han muerto en Irak? Esa es la sangre que corre
delante de ti, ¡oh, Puerto Rico! La demokracia no sólo ha matado a sus
presidentes, sino que ha mentido cínicamente sobre lo que ha ocurrido en la
historia. Y los puertorriqueños, ¿qué hicimos? ¿Qué hemos hecho? Hemos
aplaudido mercenariamente. Hemos aplaudido lacayamente detrás de la ayuda
norteamericana. Aplaudimos detrás de los muertos, detrás de los exilados,
detrás de la injusticia, detrás del sida, detrás del mantengo, de la infamia.
Los puertorriqueños, hasta el día de hoy, no hemos podido entender que el
racismo de Estados Unidos es la espina dorsal de la demokracia. El cuerpo de la
demokracia se pudre lenta y hegemónicamente. Nosotros no sólo hemos perdido la
salud física, sino que también estamos perdiendo la salud moral y la salud
política. Porque un pueblo que no se gobierna a sí mismo, un pueblo que no se
defiende ni se ama, un hombre que no se respeta, termina por denigrarse. Por eso
en esta noche, contra todas las vicisitudes, contra todos los crímenes, contra
la inmoralidad, contra las guerras de ocupación norteamericana, ¡nosotros
estamos declarando, real y simbólicamente la independencia de Puerto
Rico!
¿De qué imposibilidad nos han estado hablando los invasores? ¿De qué
cinismo, de qué muerte, de qué estupidez? ¿De qué destino estamos hablando
nosotros en esta noche? Obviamente, que estamos delante del gran eclipse. El
hombre demokrático prefiere la nada política, prefiere el simulacro, el
horror, finge. Porque como dijera Nietzsche: "el hombre prefiere querer la
nada a no querer" (La genealogía de la moral, 186). Pero el absurdo
de querer la nada prosigue hasta el neonihilismo filosófico y político de
Derrida. Éste, en un intento desesperado de definición, dice: "Creo que
actualmente no hay democracia... Ella no existe nunca en el presente". La
entrevista de La promesa de la democracia de Derrida ubica a ésta fuera
de la realidad, o la convierte en un poco de realidad, en un poco de sofisma o
en un poco de nada para la utilización efectiva y escapista de los
legisladores. Lo que Derrida no sospecha, lo que no puede o no desea entender en
la demagogia de su escepticismo político es que la demokracia es toda la
realidad del presente de su hegemonía imperial. Derrida, que no es argelino y
que tampoco es francés, parece querer la nada nietzscheana (el nihilismo
positivo), en donde se ubica ambigua y demokráticamente. Cuando Derrida define
la demokracia la convierte en la complicidad ideal de los parlamentos. ¡Pero
Derrida como idealista es patético! La realidad como promesa ausente, como
segunda venida de Cristo, se devela, debido a la inconsistencia política de
Derrida, en el summum bonum del poder. Lo indefinible, el juego
conceptual, la demokracia que "siempre está por venir", convierte a
Derrida en el intelectual orgánico que Gramsci ya había criticado. Convierte a
Derrida en la utopía de lo que aparezca, en la utopía de cualquier cosa. Las
definiciones políticas de Derrida son las seudo categorías o el nihilismo
lingüístico de un filósofo que parece no entender la inmoralidad de la
demokracia. Derrida convierte a la demokracia en la "ciencia ficción"
del futuro: la demokracia como la profecía de los cleptómanos, de los
corruptos y de los neosofistas. Aun las aparentes contradicciones de su discurso
son una falacia. Derrida, a pesar de su discurso demagógico, a pesar de su
énfasis, no desemboca a los universales, a pesar de su antiglobalización, es
también la demokracia del ahora. La demokracia, aunque Derrida y el coro griego
de las tragedias lo callen, es el fracaso univesal de Hegel en la teología de
una realidad pervertida. Hablar de la demokracia, y olvidar que ésta produce
corrupción en donde quiera que esté, es no hablar de la demokracia. Hablar de
la demokracia, y no hablar del genocidio contra los indios americanos, contra
los negros, contra Irak, el golpe de estado contra Salvador Allende, contra Juan
Bosch, es asumir el silencio y la inmoralidad de una filosofía apolítica que
irrumpe como nadaísmo. Los discursos sobre la demokracia no pueden ocultar la
perversión de la demokracia.
¡Puerto Rico es el nadaísmo de la demokracia! Y la demokracia es el
espectro de Derrida que yace en la promesa del futuro. La demokracia que es
parece no ser, porque sólo esperamos, según Derrida, una demokracia mítica
que está (en su no estar, en su ausencia) por acontecer como utopía. Esta
demokracia, ésta, la que ustedes defienden, es en el fondo una no-cosa. La
demokracia como producto, como mercancía, como cosa que se vende, se convierte
en valor de cambio. La demokracia como cosa que se vende al mejor postor se
convierte en el valor de cambio de su no-ser. La demokracia se ha convertido,
corrijamos a Derrida, en la angustia de los ciudadanos anónimos, o de los
ciudadanos idiotizados en la despolitización de los partidos burgueses. Los
ciudadanos anónimos no existen en la demokracia de la globalización. ¿Cuál
es, entonces, el valor de uso de la democracia? ¡Ser el gobierno del pueblo!
¡Ser la soberanía inalienable de los pueblos! ¡Ser la independencia de Puerto
Rico! ¡He aquí, entonces, la ontología política-ética de la libertá!
Defender lo marginal, esa postura de Derrida, no implica defender a la
demokracia del poder, sino que implica la lucha de lo marginal contra el
"totalitarismo" de la demokracia. Esto que parece un oxímoron, o que
parece una paradoja, no lo es. Esto que estamos expresando no es otra cosa que
la negación de la demokracia con su propio proyecto. Los discursos de la
demokracia, filosóficos o no, no concuerdan con su praxis diaria.
El hombre demokrático se ha transformado en el hombre de la mediocridad, de
la mentira y de la despolitización. La experiencia límite de la demokracia con
su propia mezquindad se ha roto latinoamericanamente en esta declaración de la
independencia que hacemos y que somos ante los hombres y mujeres libres.
Nosotros somos ahora la patria ideal y no hay otra patria posible que la de la
independencia. Ante esta nación paradigmática Cioran ha comentado apátrida y
escépticamente: "¿Qué nación es ésta? —pregunta la razón—. No se
la oye caminar en el mundo. Se la oye en mi desesperación" (Breviario
de los vencidos, 69). Pero en dicha desesperación Cioran termina
expresándose como un anexionista del patio: "¿Cómo puede serse rumano..?
Odiaba a mi país... Me avergonzaba de ser su descendiente... Comencé a soñar
con su exterminación... Mi país... se me aparecía como un resumen de la
nada" (Adiós a la filosofía, 44). En otro libro igualmente
inquietante Cioran añade: "Un hombre que se aprecie no tiene patria. Una
patria es un engrudo" (Desgarradura, 101). ¿No es ésta la voz del
anexionismo posmoderno? Quizás por esta postura del nihilismo lingüístico la
demokracia se haya convertido en el reino de los idiotas. Pero preguntémonos
entonces: ¿es que todos los caminos de los anexionistas conducen a la muerte?
¿Podríamos enterrar a esta patria que somos en el mito de lo yanqui o
podríamos salvarla subversivamente de los barcos extranjeros? La demokracia,
este es el espanto, ha pretendido violar la libertá que somos y convertirla en
una mera apariencia de fantoches. Nadie puede robarnos, ni enajenar, ni matar,
ni invadir esta libertá personal y colectiva que somos. Porque ella es la
diferencia entre la vida y la muerte. Esto es así, independientemente de que
los ladrones (Pedro Roselló, por ejemplo) pretendan regresar al poder. La
libertá, la soberanía, la independencia que somos se nos ha convertido ya en
lo más difícil del espíritu. Nosotros que hemos regresado de todas las
muertes (del exilio, de las cárceles, de las persecuciones, de la guerra, del
racismo, de la censura cultural y serológica —la defensa política del ser—),
no podemos tenerle miedo a la libertá que somos (a este amor desenfrenado que
somos). Porque la ética es el amor que nos consume y nos permite en el proyecto
de la libertá.
Sin embargo, en esta noche me acompaña esa angustia que me consume: si los
hombres inmorales desataran la guerra y la muerte contra nosotros, ¿quién
podría detenerla entonces? No podemos elegir ser puertorriqueños, porque no
hay alternativa posible. La libertá no se elige. El ser no se elige. La patria
no se elige. Elegir a los Estados Unidos, es elegir la desaparición que se nos
impone cínicamente desde hace ciento cinco años. Es inútil elegir la
demokracia anexionista, porque hace un siglo que los barcos enemigos yacen en
las costas de San Juan. La guerra siempre ha sido el negocio ideal del
capitalismo. Pero, ¿es que pretendemos ser una libertá avergonzada de sí
misma? ¿Una libertá que no puede escogerse como victoria? ¿Es que somos,
acaso, una libertá que ha escogido su propia humillación y su propia
esclavitud? Esto no sólo es la locura, sino que es también el infierno de
estar consciente. Frente a este desafío que somos tenemos que edificar la
demokracia radical con nuestra propia carne. Para esto tenemos que destruir el
racismo que la demokracia invasora nos impone. ¿Cómo será posible esto? —se
preguntarán algunos de ustedes. ¡Declarando el gobierno paralelo, la futura
república puertorriqueña, contra la ilegalidad del Estado Libre Asociado!
Creando el antigobierno de la libertá y de la paz contra la delincuencia de la
demokracia (invasora) y del anexionismo. No seremos una representación pagada
por la colonia ni por la maldad hegemónica de los Estados Unidos, sino una
representación pagada y garantizada por cada uno de los grupos sociales que la
inscriban. Lo importante con este proyecto del antigobierno es que ningún
representante tendrá el derecho de ganar más dinero que el que reciban los
maestros y los profesores, porque el estímulo ético no vendrá del dinero,
sino de la responsabilidad y del deseo de salvarnos. Será el orgullo de ser un
hombre tocado éticamente no sólo por Dios, sino por su propia dignidad. La
libertá será nuestra manera política de entender la ética. ¡La libertá nos
otorgará más ser! Esta posibilidad de ser la ética del antigobierno
eliminaría la codicia y el comercio corrupto de los representantes. Eliminará
a los anexionistas de la impureza. Lutero, en un momento de lucidez, comentó:
"Ser príncipe... y no ser un bandido, es una cosa casi imposible" (La
tentación de existir, 159). Y esto también podría ser dicho sobre los
seudo representantes de la demokracia que defienden la invasión: ser
representante pro-yanqui y no ser un bandido, es una cosa casi imposible.
Roselló, Fajardo, Misla Aldarondo, etc., son los bandidos de nuestra denigrante
posmodernidad.
Para que este antigobierno de la república sea posible, tenemos que
reconocer que la demokracia se ha convertido en la pornografía espiritual y
política de los invasores y de sus representantes asalariados. La demokracia se
ha convertido en el mito político del capitalismo para la explotación de los
pueblos. Es la excusa para la ocupación y para el fraude de la globalización.
Ella se ha convertido, como la llamara Aristóteles en Moral a Nicómaco, en
la timocracia (del odio, de la corrupción y del racismo). No podemos ignorar
por más tiempo que los ricos controlan los partidos, la representación, los
periódicos, la televisión, la propaganda, etc. Bush gastó, como candidato
demokrático, cincuenta millones de dólares en su camino a la presidencia. Pero
Bush, después de estar instalado en ella, mintió sobre las armas de
destrucción masiva de Irak; mintió sobre la alianza de Irak con Al Qaeda y
mintió sobre la compra de uranio en África. El hombre inmoral, el timócrata,
paga a sus representantes con la ganancia de sus hurtos y los elige para que
sirvan servilmente a las multinacionales en el mito de la globalización.
Nosotros somos y vivimos en la exclusión cotidiana que esa demokracia nos
ofrece, porque la mayoría de nosotros estamos excluidos (enajenados —separados—
del mundo timocrático).
La mayoría de nosotros no existimos políticamente: somos el hombre anónimo
de la demokracia. "Nuestra demokracia", vaya cinismo, se ha convertido
en, o siempre ha sido, la copia de la demokracia invasora. Los puertorriqueños,
esta es la paradoja, no existimos políticamente. Somos y no existimos. Poseemos
la "ciudadanía" del simulacro yanqui y no existimos políticamente.
Para nosotros esto es y esto ha sido el absurdo de la demokracia. Esto es así
porque la demokracia nos ha sepultado en el esplendor de sus sofismas (de
nuestros televisores, de nuestra "felicidad" enrejada). ¡La cárcel
es esplendorosa! Nosotros vivimos, aunque ustedes no deseen oírlo, inmersos en
el miedo: somos el miedo, respiramos el miedo, comemos el miedo, defecamos el
miedo, porque el hombre demokrático no soporta el estrés de su propia
irrealidad. El problema con los demócratas, con su policía, con sus
periodistas, con sus editoriales, es que ellos realizan el trabajo de la
persecución, de la censura y de la infamia. El hombre demokrático no soporta
la diferencia y no puede ser el hombre tolerante de sus discursos. Esto es lo
patético: que los demókratas persigan, roben y bombardeen a los otros pueblos
del mundo en nombre de una demokracia que los mediocres y los cobardes han
asumido debido a nuestra propia negligencia. Esto es lo escandaloso: que la
demokracia se haya convertido en el crimen del hombre, por el hombre y para el
hombre. ¡Se ha convertido en los "derechos humanos" del hombre
anónimo o neoesclavo que se vende miserablemente al mejor postor! Estamos
delante de la deshumanización más espantosa que haya existido jamás: vendemos
el ser, vendemos el cuerpo, vendemos los fetos, vendemos el semen; ¡vendemos la
tierra!
¿Cómo es posible, entonces, que el Antigobierno de la Libertá no se haya
realizado todavía? ¿Cómo es posible que no hayamos puesto en jaque a esta
demokracia de la enajenación que nos ha consumido por más de un siglo? Los
timócratas "reparten" hipócritamente las ganancias del saqueo y
convierten a la corrupción en el antivalor de los pequeños ciudadanos. Esto
hace que los nihilistas estén de plácemes, porque la globalización se ha
convertido en la nada de todos nosotros en la cual se celebra el fetichismo de
la guerra. Los "terroristas del poder" han pretendido destruir todas
las diferencias. ¿Cómo es posible, entonces, no hablar del terror? ¿No hablar
de los anexionistas que trafican la droga, o de esos neoliberales de la idiotez
que pretenden ocultar la demokracia con el gran terror de la postmodernidad? Y
nosotros, ¿qué hemos hecho? ¿Qué haremos? ¿Dónde esconderemos nuestro
destino? ¿De parte de quién está la demokracia actual? ¡Los puertorriqueños
podemos ser libres o podemos ser esclavos! Pero no podemos olvidar que la
libertá es la más terrible de las praxis y el más terrible de los
pensamientos. La libertá es lo insospechado, lo excéntrico, lo más necesario.
La libertá es ese lujo de Dios que nos arroja de cabeza a la independencia. La
independencia, gústenos o no nos guste, estará delante de nosotros
eternamente. Ha llegado la hora del gobierno paralelo. ¡Los puertorriqueños
tenemos la palabra..!
Nueva York, 18 de mayo de 2003
Notas
Cioran, E. M. Desgarradura. Barcelona: Montesinos, 1979.
Cioran, E. M. Ese maldito yo. Barcelona: Tusquets, 1988.
Cioran, E. M. La tentación de existir. Madrid: Taurus, 1989.
Cioran, E. M. Breviario de los vencidos. Barcelona: Tusquets,
1998.
Cioran, E. M. Adiós a la filosofía y otros textos. Madrid:
Alianza, 1998.
Derrida, Jacques. La democracia como promesa (http://personales.ciudad.com.ar/Derrida),
1994.
Nietzsche, Federico. La genealogía de la moral. Madrid: Alianza
Editorial, 1975.