Atropello
La sangre me sale a borbotones, no sé bien de dónde. En el suelo cada vez
es más abundante. No puedo moverme, he escuchado que en estos casos es mejor
quedarse quieto, creo que empiezo a delirar, el coche que me atropelló salió
zumbando dejándome en medio de la carretera. Espero que alguien llegue, ya
llevo una hora tirado en el asfalto, temo que en cualquier momento pierda la
conciencia, la muerte sería fatal, ahora que he conseguido besar a Paula. Mis
últimos dos años han girado sobre esa idea, ahora convertida en hecho. Paula,
mi linda Paula. La carretera quema mi piel, es una sensación extraña, también
siento frío. No consigo recordar la matrícula, aunque creo que tenía una
"L" de conductora novata, seguramente se habrá ido tan rápido para
pedir ayuda, esperaré a que esa buena mujer venga. Ese árbol se parece al del
jardín de mi casa, aunque tiene menos hojas, es extraño, cada vez lo veo mas
cerca. Paula, mi linda Paula.
La puerta perfecta
Cuando llegaba siempre estaba tumbada y gimiendo junto a la puerta, esa era
la frontera que debía cruzar para adentrarse en ese mundo que tanto temía,
todos los días se acercaba lentamente e intentaba cruzarla, cuando estaba a
punto de conseguirlo estallaba en llanto y se dejaba caer, se convertía en un
adorno más de la casa hasta mi llegada. Cambiábamos de puerta cada dos meses,
me gritaba despiadadamente cuando le ponía objeciones a esa extravagancia
agorafóbica, estaba convencida de que en la puerta estaba el problema. Tuvimos
todo tipo de marcos, las formas cada día eran más raras, ella se encargaba de
diseñarlas. Un día la encontré en la calle, y sorprendido le pregunté cómo
se encontraba, ella sonrió mientras señalaba a los vecinos agolpados en torno
a nuestra casa, al acercarnos todos se alegraron al vernos, nos preguntaban
cómo se había producido la explosión. Ella me susurró que había conseguido
diseñar la puerta perfecta.
La frontera
En la frontera se encontraba vacío.
Esta vez encontraría la forma de salir del bar sin pagar, a su alrededor
sólo había esqueletos llenos de cerveza y tequila, el camarero era el único
orondo del lugar:
—¿Dónde está el servicio, Jack? —llamó al camarero gordo por su
nombre de pila, se lo escuchó al tipo de al lado.
—Al fondo a la derecha —el gordo no lo miró, miraba babosamente el culo
de una rubia que jugaba al billar.
Caminó lentamente hacia el servicio, asegurando con sus formas
despreocupación; una vez dentro del servicio, vio una pequeña ventana con
mucha costra, no le fue difícil salir por ella.
En la frontera el aire era espeso.
Miraba hacia el desierto, no sabía si podría cruzarlo, después de él se
encontraba lo ansiado durante años. La frontera tenía venas.
Se dirigió a la carretera, unas mujeres muy pintadas pararon su coche
ofreciéndole cobijo en su cacharro. Se montó mientras Jack el gordo gritaba a
lo lejos.
El charco de gasolina
Miraba a las estrellas, tumbado en la carretera, encima de un charco de
gasolina que había lamido. Cerraba un ojo e intentaba tocarlas, poniendo el
dedo índice encima de las luces parpadeantes, buscaba un indicio de realidad,
empezaba a verlo todo borroso, percibía cómo dejaba de sentir.
Desconsolado, traicionado, aporreaba el suelo, todo era una broma, su
existencia no era real, él era el sueño de un vagabundo, a la vez soñado por
otro vagabundo, algo irónicamente recursivo. Gracias a que lamió el suelo,
todo era más claro, esas luces, esos seres, no estaban ahí, él tampoco, nada
era, nada.