Letralia, Tierra de Letras Año VIII • Nº 98
18 de agosto de 2003
Cagua, Venezuela

Depósito Legal:
pp199602AR26
ISSN: 1856-7983

La revista de los escritores hispanoamericanos en Internet
Letras
Microcuentos
Matute Mendoza

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Atropello

La sangre me sale a borbotones, no sé bien de dónde. En el suelo cada vez es más abundante. No puedo moverme, he escuchado que en estos casos es mejor quedarse quieto, creo que empiezo a delirar, el coche que me atropelló salió zumbando dejándome en medio de la carretera. Espero que alguien llegue, ya llevo una hora tirado en el asfalto, temo que en cualquier momento pierda la conciencia, la muerte sería fatal, ahora que he conseguido besar a Paula. Mis últimos dos años han girado sobre esa idea, ahora convertida en hecho. Paula, mi linda Paula. La carretera quema mi piel, es una sensación extraña, también siento frío. No consigo recordar la matrícula, aunque creo que tenía una "L" de conductora novata, seguramente se habrá ido tan rápido para pedir ayuda, esperaré a que esa buena mujer venga. Ese árbol se parece al del jardín de mi casa, aunque tiene menos hojas, es extraño, cada vez lo veo mas cerca. Paula, mi linda Paula.


La puerta perfecta

Cuando llegaba siempre estaba tumbada y gimiendo junto a la puerta, esa era la frontera que debía cruzar para adentrarse en ese mundo que tanto temía, todos los días se acercaba lentamente e intentaba cruzarla, cuando estaba a punto de conseguirlo estallaba en llanto y se dejaba caer, se convertía en un adorno más de la casa hasta mi llegada. Cambiábamos de puerta cada dos meses, me gritaba despiadadamente cuando le ponía objeciones a esa extravagancia agorafóbica, estaba convencida de que en la puerta estaba el problema. Tuvimos todo tipo de marcos, las formas cada día eran más raras, ella se encargaba de diseñarlas. Un día la encontré en la calle, y sorprendido le pregunté cómo se encontraba, ella sonrió mientras señalaba a los vecinos agolpados en torno a nuestra casa, al acercarnos todos se alegraron al vernos, nos preguntaban cómo se había producido la explosión. Ella me susurró que había conseguido diseñar la puerta perfecta.


La frontera

En la frontera se encontraba vacío.

Esta vez encontraría la forma de salir del bar sin pagar, a su alrededor sólo había esqueletos llenos de cerveza y tequila, el camarero era el único orondo del lugar:

—¿Dónde está el servicio, Jack? —llamó al camarero gordo por su nombre de pila, se lo escuchó al tipo de al lado.

—Al fondo a la derecha —el gordo no lo miró, miraba babosamente el culo de una rubia que jugaba al billar.

Caminó lentamente hacia el servicio, asegurando con sus formas despreocupación; una vez dentro del servicio, vio una pequeña ventana con mucha costra, no le fue difícil salir por ella.

En la frontera el aire era espeso.

Miraba hacia el desierto, no sabía si podría cruzarlo, después de él se encontraba lo ansiado durante años. La frontera tenía venas.

Se dirigió a la carretera, unas mujeres muy pintadas pararon su coche ofreciéndole cobijo en su cacharro. Se montó mientras Jack el gordo gritaba a lo lejos.


El charco de gasolina

Miraba a las estrellas, tumbado en la carretera, encima de un charco de gasolina que había lamido. Cerraba un ojo e intentaba tocarlas, poniendo el dedo índice encima de las luces parpadeantes, buscaba un indicio de realidad, empezaba a verlo todo borroso, percibía cómo dejaba de sentir.

Desconsolado, traicionado, aporreaba el suelo, todo era una broma, su existencia no era real, él era el sueño de un vagabundo, a la vez soñado por otro vagabundo, algo irónicamente recursivo. Gracias a que lamió el suelo, todo era más claro, esas luces, esos seres, no estaban ahí, él tampoco, nada era, nada.


       

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Creada el 20 de mayo de 1996 • Próxima edición: 1 de septiembre de 2003 • Circula el primer y tercer lunes de cada mes