Letralia, Tierra de Letras Año VIII • Nº 98
18 de agosto de 2003
Cagua, Venezuela

Depósito Legal:
pp199602AR26
ISSN: 1856-7983

La revista de los escritores hispanoamericanos en Internet
Letras
Poemas
Sergio Borao Llop

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Desde las profundidades de la noche

Desde las profundidades de la noche
surgimos como un sueño sin banderas.

Resucitados y anhelantes
resolvimos prendernos en el viento
y atravesar las nubes tormentosas
que amenazaban, negras, nuestro sueño.

A un horizonte inmenso nuestros ojos volaron;
como locas gaviotas errantes planeábamos,
pero eran nuestros títeres los que se arracimaban
en la alegre cubierta de un barco que zarpaba.

Toda costa escondía una sorda presencia.

Siempre creímos que el mar nos salvaría
pero el mar resultó una pantomima,
una niebla poblada de fantasmas
que a nadie revelaron su secreto.

Y llegaremos, si llegamos algún día,
a ese horizonte que nos prometieron,
sólo para descubrir, horrorizados,
una tierra en tinieblas, una vasta penumbra,
un hostil territorio que a nadie da cobijo,
una noche terrible sin velas ni azucenas,
un pábilo extinguido sin ventanas ni estrellas.


Pájaro en una tormenta

Ese día, ese primer día de la naciente primavera
la embriagadora música amaneció sobre los montes.
La risa azul que irradiaba el firmamento
reverdecía las laderas y ensalzaba
los contrastes verdirrojos de los prados.

Ese día florecieron los años de destierro
reconstruyendo la antigua cúpula dorada
con columnas de esperanza y miradores
que se abrían sobre el valle de la dicha.

Así, ciego, con la daga de tu nombre entre mis labios,
creí haber escapado a las fauces del destino,
pero hoy las sombras cenicientas de twin peaks
nuevamente han descendido sobre mí
y no hay una hondonada sin fisuras
donde poder respirar un minuto de sosiego.

¿Qué despiadada venganza de los dioses
me condena al arbitrio de las nubes
inquietantes, plomizas, que me cubren?

¿Qué oscuro designio ha desencadenado
el furor del vendaval sobre mis alas rotas?

Dondequiera que el atardecer me lleve
la faz del firmamento está cerrada.

Un granizo triste azota las esquinas
de esta ciudad vencida, saqueada y moribunda
donde hasta los perros vagabundos se estremecen
cuando sus ojos caen en la oquedad del cielo
tapiado por un muro de silencio perpetuo.

No hay luna que brille en esta noche aciaga
y hasta el bosque resuena con un murmullo de amenaza
que confunde la vigilia de los búhos
y acalla las canciones de los árboles
como una divinidad incontestable.

Los ángeles blanden un estandarte de inclemencia
y el horror se va extendiendo en los zaguanes
como un torrente negro que va desdibujando
las huellas que dejaron nuestros pasos
en la alfombra de asfalto, en las baldosas
blanquinegras que adornan el recuerdo.

Todo es una sombra impenetrable,
todo un trueno aterrador que nunca cesa,
un relámpago atroz que incendia la cordura.

Y entre el caos volar, volar toda la noche,
toda la infinita noche atravesar los cielos
sabiendo que las tormentas nunca cesan
y que el amanecer es tan sólo una utopía
urdida con los frágiles cristales
del evasivo espejo que jamás se detiene.


Supervivencia

Ese fue el día de la tormenta de sangre
y el anunciado linchamiento de las aves.

La amapola comprendió que ya nunca será rosa.
Los árboles, vencidos, fueron despojados de sus hojas
y los parques de invierno clausurados para siempre.
Los sueños quedaron sometidos al toque de queda
y se decretaron nuevas restricciones de cariño.

Se puso precio a la cabeza de la luna
y se prohibió la lujuriosa exhibición de las estrellas.

El mar tuvo que huir para no ser sumariamente ejecutado.

Sus vástagos dolientes fueron condenados
a trabajos forzados en las relucientes turbinas
de las modernas centrales hidroeléctricas.

Todos los defensores de las causas perdidas fueron ajusticiados.

Y los supervivientes se postraron, sumisos,
ante el todopoderoso dios que sonreía satisfecho
desde su regio trono tapizado de muerte.

Nadie advirtió la sombra inquieta del pequeño topo
que ya estaba socavando los cimientos.


       

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